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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Muerte en Hamburgo (49 page)

BOOK: Muerte en Hamburgo
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—Pediré ayuda… —dijo Fabel, aunque ambos sabían que ya no había remedio para el ucraniano. Retrocedió, sin apartar los ojos de los del eslavo, y acto seguido se dio la vuelta y aligeró el paso hasta que echó a correr, cruzando rápidamente la gran extensión vacía hacia la puerta, hacia la vida.

Fabel salió despedido a la acera, al exterior del edificio, con tanta fuerza que habría caído de cabeza al canal de no haber sido por la valla contra la que se estrelló. Sus pies resbalaron y rozaron el adoquín mientras corría hacia el almacén de al lado. Se sentó en el suelo, con la espalda pegada a la pared enladrillada, preparado para lo que sabía que iba a suceder. Y sucedió.

Oyó un estruendo ensordecedor desde el interior del almacén, como si un puño gigante hubiera golpeado el edificio, y sintió la onda expansiva a través de la pared y el suelo bajo sus pies. La explosión arrancó del marco la pesada puerta del almacén, y las ventanas del segundo piso estallaron lanzando una lluvia de partículas centelleantes. Fabel se echó al suelo, se cubrió la cabeza con los brazos y se llevó las rodillas al pecho, adoptando una postura fetal. Una llamarada ondulante blanca y roja irrumpió brillante a través de la puerta y de las ventanas hechas añicos y volvió después al interior, como si fuera una bestia salvaje que, gruñendo, vuelve a su guarida. El aire estaba cargado del polvo asfixiante de los ladrillos, del humo y de la mugre. Después de la inusitada violencia de la explosión, parecía como si el mundo se hubiera callado y paralizado de repente. Entonces, las alarmas de todos los almacenes contiguos empezaron a sonar o a zumbar en señal de emergencia leve. Fabel se apartó y se quedó sentado durante lo que le pareció una eternidad. Cerró los ojos con fuerza, pero no logró apagar el fuego de los ojos verdes del anciano que ardía en su mente. Los ojos de aquel hombre cuya mirada se había clavado en la de Fabel a medida que la presión alrededor de su cuello hacía que perdiera el conocimiento en casa de Angelika Blüm. Los mismos ojos verdes que habían liberado a Fabel de toda obligación de quedarse con él. Los mismos ojos de padre que, hacía casi dos décadas, habían visto el horror de la obra de su propia carne y sangre.

En la distancia, podía oír el zumbido ascendente de las sirenas aproximándose al Speicherstadt. Apoyando las manos contra la pared, Fabel se puso de pie. Le había entrado polvo en la boca y la nariz, y tosía para poder aclararse la garganta. Seguía aferrado a la pared, temiendo moverse por si se perdía entre el remolino de polvo y la oscuridad; cerró los ojos y vio de nuevo el horror que Vasyl Vitrenko había pintado para él con carne y sangre en la pared del despacho. Vio al hombre atado a la columna, obligado a contemplar el horror y a escuchar los gritos de una muchacha al ser despedazada ante él. Ésa había sido la obra de arte de Vitrenko. Y Fabel debía estar allí para verla. Al pensar eso, cayó en la cuenta de que Vitrenko había querido que Fabel sobreviviera. Lo había preparado y cronometrado todo a la perfección, dándole tiempo para que viera su obra de arte, se atormentara inútilmente pensando en cómo liberar al viejo de su muerte inevitable y pudiera escapar después. De ese modo, Vitrenko había introducido dos imágenes indelebles en la cabeza de Fabel que lo perseguirían durante el resto de su vida: la chica mutilada y la resignación del viejo ante la muerte. Y al haber asegurado esas imágenes en su cabeza, él podía reducirlas a la nada: las había borrado de su realidad, colocándolas únicamente en el archivo de memoria de Fabel.

Se dejó caer hasta quedarse sentado y sintió que el llanto empezaba a subir por su garganta. Reprimió el sollozo y apoyó la cabeza contra la pared, esperando a que llegara la ayuda.

Sábado, 21 de junio. 20:30 h

POLIZEIPRÄSIDIUM (HAMBURGO)

El informe del jefe de bomberos explicaba lo que Fabel ya sabía: «Además de la carga explosiva adherida a la columna, hemos hallado rastros de algún tipo de acelerador en el interior o alrededor del despacho; suponemos que era petróleo. No quedó mucho más en el despacho después de la explosión, y sea lo que sea que hubiera dentro, prendió de inmediato. Encontramos abiertos un par de contenedores de cinco litros. De todos modos, destruyó todas las pistas forenses de la escena del crimen».

Apesadumbrado, Fabel le dio las gracias al jefe, y el bombero salió de la oficina. Entonces hubo un silencio desalentador que Maria intentó llenar.

—Holger Brauner y su equipo de forenses están allí ahora —dijo Maria—, aunque no ha quedado mucho que recoger.

Fabel habló sin mirar ni a Maria, ni a Werner, ni a Paul.

—Está jugando con nosotros; conmigo. Quería que lo viera y que viviera para contarlo. Eso explica por qué dejó a esas mujeres colgadas en aquel maldito granero de Afganistán como si fueran trofeos; quería que los demás fueran testigos. —Fabel miró a sus colegas, y, por primera vez, éstos lo vieron perdido e indefenso—. Esto es arte, igual que esos cuadros que Marlies Menzel expone en Bremen.

—¿Y ahora qué, jefe? —Werner no le preguntaba: lo decía en un tono desafiador.

—Pues ahora me voy a casa a darme una ducha. —Fabel ya había tenido bastante muerte por aquel día. Tenía la piel y el pelo cubiertos de polvo y la boca y la garganta irritadas.

—Nos vemos en el Prásidium sobre las diez.

—De acuerdo, jefe. ¿Quieres que reúna al equipo?

Fabel sonrió. Maria nunca se quejaba, y hacía todo lo que hiciera falta para terminar el trabajo.

—Sí, por favor…, pero no cuentes con Anna. Le he dado el día libre. Creo que la operación MacSwain la ha dejado agotada.

Maria asintió.

—¿Podrías ponerte en contacto con el Krimninaldirektor Van Heiden para confirmar su asistencia a la reunión?

—Sí, jefe.

Sábado, 21 de junio. 21:30 h

POLIZEIPRÄSIDIUM (HAMBURGO)

Los tres mensajes que había en el contestador de Fabel eran como vínculos con la vida de un mundo que existía más allá de la violencia y la muerte. El primero era de su hija Gabi. Mientras escuchaba el mensaje, oía el tintineo que había en su voz desde que empezara a pronunciar sus primeras palabras. Escuchar la voz de Gabi en momentos como aquél era como si alguien descorriera las cortinas pesadas y polvorientas de una habitación lóbrega y siniestra, inundándola de luz. Sin embargo, hoy tan sólo era una habitación dentro de una mansión tenebrosa.

Gabi quería recuperar el fin de semana que habían podido pasar juntos, quedándose el próximo, si a él le iba bien. Había un concierto al que quería ir, de Die Fantastischen Vier. Fabel no podía acabar de comprender el concepto de rap —un género musical nacido en los guetos de Nueva York, Chicago y Los Angeles, anclado en una forma particular de inglés callejero— cantado en alemán. Pero eso era cosa de Gabi: uno de los incontables puntos de divergencia cada vez más numerosos a medida que los niños se hacen mayores y se convierten en una persona independiente de los padres. Suspiró profundamente. No tenía ninguna certeza de que la presión insidiosa que ejercía este caso en su vida hubiera disminuido el fin de semana.

El segundo mensaje era de Susanne, que le pedía que la llamara para decirle cómo estaba. El tercero era de su hermano, Lex.

Lex era el hermano mayor, pero a menudo Fabel sentía que el espíritu incontrolable, desafiador y juvenil de su hermano le hacía parecer diez años más joven. No era el único contraste fuerte: Lex era más bajo que él, tenía el pelo oscuro y un sentido del humor celta y mordaz que le hacía fruncir tanto la piel de alrededor de los ojos que se le habían quedado unas arrugas permanentes. Lex era propietario de un hotel restaurante en Sylt, una de las islas frisias del norte que en su día sólo fue conocida por la pesca, pero que ahora atrapaba en sus redes peces mucho más rentables: los poderosos, ricos y famosos de Hamburgo y Berlín. El restaurante de Lex descansaba sobre una cumbre de baja altitud tras las dunas, con unas vistas espectaculares de la ancha guadaña de arenas blancas y de la paleta cambiante del mar del Norte. Fabel había pasado muchas temporadas en el hotel de su hermano, que se había convertido en algo parecido a un refugio para él. Fue allí donde se había recuperado después de que le dispararan, y también fue allí donde hizo su retiro espiritual para intentar aceptar el hecho de que había dejado de ser miembro de una familia. Ya no era ni marido ni padre a jornada completa.

Lex no tenía ningún motivo especial para llamarlo. Era tan sólo un hermano que quería estar en contacto con su otro hermano: un intercambio que —se lamentó Fabel— no solía ser recíproco. Al escuchar la voz de su hermano, ardió en deseos de escapar de Hamburgo y pasarse semanas contemplando el océano, siempre mutable; de abandonar su ropa elegante y su estilo urbano y holgazanear sin tener que afeitarse y poder andar en sudadera, vaqueros y náuticos. En su cabeza veía una imagen con toda claridad: volver a su refugio preferido; pero esta vez la imaginación le añadía una compañera, Susanne. En aquel mismo instante tomó la decisión de que, en cuanto resolviera este caso escabroso, le pediría a Susanne que lo acompañara a Sylt.

Antes de devolver ninguna llamada, llamó al móvil de Mahmoot. Había estado con él cuando conoció al padre de Vitrenko en Speicherstadt. Dos de las cuatro personas entonces presentes estaban ahora muertas, y Fabel quería asegurarse de que Mahmoot no fuera la tercera. Cuando escuchó su voz, soltó un suspiro de alivio. Le explicó lo que había sucedido al volver al almacén y se sorprendió al notar que le temblaban las manos mientras se lo contaba. Mahmoot escuchó en silencio durante un rato.

—Joder, Jan. Creía que vivía en un mundo oscuro —dijo al final—, pero el tuyo me acojona. No puedo creer que estén muertos. No puedo creer que le hiciera eso a su propio padre. —Hizo una pausa como si estuviera pensando en algo—. Escucha, Jan, voy a desaparecer una temporada, me iré de Hamburgo. No sé si este supervikingo me considera un cabo suelto, pero no quiero acabar como una especie de brocheta nórdica.

—Lo entiendo —dijo Fabel. Mahmoot colgó.

Llamó a Gabi. Fue la típica conversación corta y animada que solía tener con su hija. Tenían una jerga especial que consistía en condensar los párrafos de sus historias y los significados en tan sólo unas palabras. A Fabel le preocupaba que este caso siguiera robándole gran parte del tiempo, pero quería que fuera a verlo. Ella le dijo que no se preocupara si tenía que trabajar. El tiempo que pasaba con su hija era más valioso que el oro, y apreciaba cada oportunidad para estar con ella. La misma economía que usaban para las palabras les permitía condensar un gran valor en muy poco tiempo.

Después de colgar, se dio cuenta de que no había comido. Fue a la cocina y se preparó una ensalada y un café solo demasiado fuerte. Mientras preparaba la cena, empezó a marcar el número de Lex; pero colgó antes del primer tono porque cayó en la cuenta de que, posiblemente, aún estaría entretenido en la cocina o en el comedor. Decidió llamar a Susanne. Se mostró horrorizada al escuchar el relato de los hechos sucedidos en el Speicherstadt e insistió en ir a su casa de inmediato; pero él la disuadió, explicándole que tenía que volver al Prásidium para asistir a una reunión sobre el caso. Estaba bastante alterada y preocupada, pero cuando Fabel le comentó su idea de pasar un tiempo juntos en Sylt, su voz se relajó.

—Me encantaría, Jan. Y creo que sería una idea excelente para los dos. Estoy preocupada por el precio psicológico que vas a tener que pagar por todo este horror.

«Yo también», pensó Fabel.

Después de hablar con Susanne, se comió la ensalada sin entusiasmo, se preparó otro café y fue al salón. Encendió la luz y se sentó en el sofá, observando su propio reflejo en los cristales de la ventana. Suspiró profundamente y miró la hora. Necesitaba aliviar la gran tensión acumulada en el cuello y los hombros antes de volver al Präsidium. Se inclinó hacia la mesa de café y cogió el diccionario de apellidos ingleses que Otto le había regalado. Soltó una risita. Sólo Otto podía saber que Fabel encontraba paz en los volúmenes de etimología inglesa o alemana. Le encantaban las obras de referencia. Eran océanos en los que se podía navegar sin rumbo; en un principio buscando cierto conocimiento, y luego desviándose en otra dirección siempre tangencial, pero igualmente seductora. Por pasar el rato, empezó por su apellido. Sabía que «Fabel», además de en Alemania, también se encontraba en Dinamarca y en los Países Bajos. Se desilusionó un poco al no encontrarlo listado entre los apellidos de las islas Británicas. Se devanó los sesos en busca de apellidos británicos que hubiera oído recientemente. Hubo uno que se le ocurrió al instante porque estaba relacionado con el caso. Fue pasando las páginas hasta que encontró la prolija sección dedicada a los apellidos que empezaban por «Mc» y «Mac», que predominaban en Irlanda y Escocia.

Encontró la entrada de «MacSwain».

Fabel se quedó de piedra. La taza de café se quedó suspendida a medio camino entre el platillo y sus labios. El silencio era sepulcral. Entre latidos, se vio atrapado en aquel momento, con la sangre congelada en sus venas. Entonces se rompió el encantamiento. Colocó la taza de café sobre el plato con decisión, derramando un remolino de líquido negro y viscoso. Se había puesto de pie y ya estaba cruzando la habitación antes de darse cuenta de que ya no estaba sentado. Aún tenía el libro abierto en la mano izquierda y los ojos fijos en la entrada. Su mano derecha encontró el inalámbrico y pulsó una única tecla, que marcaba automáticamente el número de teléfono de la Mordkommission.

—Mierda, mierda… —murmuró Fabel, ya que el tono de llamada parecía no tener fin. Fue Maria quien cogió el teléfono. Fabel ni siquiera se identificó.

—Maria, Anna tenía razón… Dios mío, estábamos equivocados del todo. Es MacSwain. MacSwain es el Hijo de Sven.

Maria parecía confundida y poco convencida, pero Fabel disipó su incredulidad con un torrente de palabras.

—Nos ha estado diciendo desde el principio quién era. Y no lo vimos. Nos lo ha pasado por las narices en cada mensaje de correo electrónico. ¿Aún tenemos un equipo vigilando a MacSwain?

—Sí, al menos hay un agente ahora mismo. Está delante de su apartamento.

—¡Que alguien vaya allí de inmediato! Diles que esperen hasta que lleguemos, a menos que MacSwain intente escapar, en cuyo caso quiero que lo detengan bajo el cargo de sospechoso de asesinato. Que todo el mundo vaya a la sala de investigación. Y dile al abogado de Eitel que voy a hablar con Norbert dentro de diez minutos, esté él presente o no. Os veré allí dentro de quince minutos.

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