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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Muerte en Hamburgo (6 page)

BOOK: Muerte en Hamburgo
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Van Heiden se enojó.

—El MEK realiza una función muy valiosa. Y son agentes de policía igual que nosotros. ¿Cómo era la hoja de servicios de Klugmann?

—Por lo que he podido ver, casi ejemplar…

—Un buen hombre que se vuelve corrupto…

—O un matón altamente profesional que cambia de bando… Todo depende de cómo se mire, señor.

Esta vez Van Heiden no picó.

—¿Cree que nos oculta algo?

—No me creo en absoluto que no sepa el nombre completo de la víctima. Pero su coartada es sólida. Tenemos que confirmar la hora exacta de la muerte, pero es casi seguro que Klugmann quedará fuera de la lista de sospechosos.

—¿Y por qué le ponemos vigilancia? ¿No podríamos emplear mejor nuestros recursos en otra cosa?

Fabel vio que los miembros de su equipo intercambiaban miradas de incredulidad.

—Señor, porque tenemos un cuerpo sin nombre hallado en circunstancias extrañísimas, y me parece que Klugmann es la mejor baza que tenemos para establecer su identidad. Como he dicho, creo que oculta algo. Por lo que sabemos, ese algo podría ser la identidad del asesino. Podría ser que ese tal Hijo de Sven fuera uno de los clientes de la chica.

Fabel advirtió la mirada de la doctora Eckhardt, pero no le hizo caso: ella sabía que Fabel estaba levantando una cortina de humo. Era evidente que se trataba de un ardid para sacarse a Van Heiden de encima. Funcionó.

—De acuerdo —dijo Van Heiden—. Pero me interesa más la identidad de nuestro asesino que la de la víctima. ¿Qué más tenemos?

—Aún estamos haciendo averiguaciones sobre la otra víctima. —Maria Klee sacó algunas notas de una carpeta—. Por los datos que tenemos, no existe conexión alguna entre las dos. Una prostituta y una abogada muy prometedora. Da la impresión de que elige a sus víctimas al azar.

—Puede que a nosotros nos parezca que las elige al azar —dijo la doctora Eckhardt—, pero para el asesino existe una conexión que nosotros aún no podemos ver. Recuerden que nos enfrentamos a un individuo profundamente trastornado: su lógica no es la misma que la nuestra. Podría haber una similitud en cuanto a estatura, forma de caminar, de la nariz… Por muy abstracto que parezca, hay rasgos comunes que el asesino ve… De hecho, quizá sólo los vea el asesino.

Hubo una pausa antes de que Werner interviniera.

—¿Y eso qué significa?

—Eso significa que cualquier mujer de Hamburgo, tenga la edad que tenga, sea de la clase social que sea, es un objetivo potencial.

Van Heiden se rascó el cabello gris.

—¿Y por ahora sólo tenemos una conexión potencial con el asesino, ese tal Klugmann, que puede que lo conociera o no si era cliente de esta última víctima?

—Hay otra conexión potencial. —La doctora Eckhardt no levantó la vista de la mesa. Tenía los brazos sobre la mesa a cada lado de las carpetas. Todo el mundo centró su atención en ella—. Y esa conexión es el Kriminalhauptkommissar Fabel… Del mismo modo que el asesino sigue un criterio abstracto a la hora de elegir a sus víctimas, ha elegido a Herr Fabel como su, bueno, su álter ego, su adversario en este juego, por así decirlo. A sus ojos, Herr Fabel es un digno adversario. Lo ha elegido como su némesis. De hecho, el Hauptkommissar Fabel se ha convertido en un elemento esencial de su fantasía, de su plan. Ha dejado claro que tiene intención de diseñar la conclusión de esta caza… —miró a Fabel—, quizá incluso provocando que usted lo mate. Dice: «podrá detenerme, pero nunca me atrapará»; es una promesa de algo.

—¿Que tendré que matarlo para detenerlo?

—Quizá. Es evidente que cree que la parte psicótica de su personalidad está a salvo de usted. Quizá tiene la fantasía de que es inmortal y que usted no puede cambiar eso, ni siquiera matándolo. Es como si hubiera una especie de barrera entre los dos.

—Soy policía, no verdugo. —Fabel se quedó callado, con el ceño fruncido—. Pero ¿por qué me ha elegido a mí?

—Eso no lo sé. Vuelvo a repetir que quizá sólo el Hijo de Sven sepa la razón de haberlo elegido; pero…

—Pero ¿qué? —preguntó Van Heiden.

La doctora Eckhardt continuó dirigiéndose directamente a Fabel.

—Bueno, siente que hay una conexión entre ustedes. Existe la posibilidad de que sus caminos se hayan cruzado en el pasado. O quizá se trate de alguien que haya conocido ahora.

—Pero eso no es seguro… —Fabel pronunció aquella afirmación más bien como una pregunta.

—No, no es seguro. Tan sólo es una posibilidad. Esta sensación de que están conectados puede basarse simplemente en lo que ha leído sobre usted, por ejemplo… sobre usted o sobre alguno de sus casos, y que lo haya elegido basándose en eso.

—Pero ¿podría tratarse de alguien cuyo camino se haya cruzado con el mío en el pasado, quizá de un modo significativo?

—Creo que es una posibilidad…, nada más.

Fabel se volvió hacia Van Heiden con una mirada cargada de significado. Van Heiden negó con la cabeza.

—No empieces con esa vieja historia, Fabel…

Fabel se encogió de hombros.

—Ya lo sé. Es sólo que es inevitable pensar que encajaría: Svensson burlándose de mí con toda esa mierda del Hijo de Sven, diciéndome que está vivo y que todo esto es obra suya.

Van Heiden negó con la cabeza.

—Déjalo, Fabel. Svensson está muerto. Lleva casi veinte años muerto.

—¿Quién es Svensson? —preguntó la doctora Eckhardt.

—Es historia —respondió Van Heiden—. Historia antigua, y no tiene nada que ver con este caso. Es alguien que murió hace mucho.

—Que presuntamente murió hace mucho —le corrigió Fabel—. En teoría, murió quemado. Pero no se hallaron pruebas suficientes que demostraran que era él. Se llamaba Hendrik Svensson y era un cabrón manipulador y perverso que dirigía una célula de chicas terroristas. Era un antiguo miembro de la Rote Armee-Fraktion —Fracción del Ejército Rojo— de Baader-Meinhof que montó su propio grupo. En aquellos tiempos había muchos grupos escindidos que no compartían la filosofía de la Baader-Meinhof de pasar completamente a la clandestinidad. Estaban el Movimiento 2 de junio y el SPK, que precedieron a la Rote Armee-Fraktion, y estaban las Revolutionäre Zellen —las células revolucionarias—, que combinaban terroristas activos clandestinos con «legales» que trabajaban a plena luz del día. Luego estaba el Rote Zora, que era exclusivamente femenino. Svensson se inspiró en todos ellos. Llamó a su unidad RAG: Radikale Aktionsgruppe. La mayoría de las chicas que dirigía no habían cumplido los veinte años. Las mandaba a colocar bombas en el Alsterarkaden y a atracar bancos.

—Fabel y yo ya hemos hablado de esto. —Van Heiden se volvió hacia la doctora Eckhardt—. Como la identificación del cuerpo no fue concluyente, Fabel sospecha que, quizá, de algún modo, Svensson ha vuelto de entre los muertos para llevar a cabo estos asesinatos.

—¿Eso es lo que cree? —le preguntó la doctora a Fabel.

—No, no necesariamente. En realidad, no. Tan sólo creo que no deberíamos descartar ninguna posibilidad…

—Lo siento —dijo la doctora Eckhardt—. Pero no lo entiendo: ¿por qué se le ocurre considerar a esta persona sospechoso potencial? No veo la conexión entre un terrorista muerto y estos asesinatos en serie…

—Admito que es altamente improbable. Y acepto lo que dice Herr Kriminaldirektor Van Heiden: probablemente fue Svensson quien murió en la explosión. Pero ha sido este elemento del Hijo de Sven lo que ha hecho que empiece a hacerme preguntas…, así como las referencias continuas a las águilas. El nombre en clave de Svensson era
Águila
. Además, también está la extraña relación que tenía con las mujeres.

—¿Extraña en qué sentido?

—Parecía que necesitaba dominarlas completamente. Se dice que intimaba físicamente con todas las chicas de su grupo. Los periódicos las apodaron «el harén de Svensson».

—¿Y qué relación tiene Svensson con usted?

—En 1983 intentaron atracar el principal Commerzbank, en Paul-Nevermann-Platz. Había tres mujeres, que eran miembros del grupo escindido de Svensson. Al salir, tropezaron con dos agentes de la Schutzpolizei que hacían su ronda a pie. Se produjo un tiroteo… Dos de las chicas terroristas y un agente murieron, y el otro resultó gravemente herido. Yo llegué al lugar cuando la terrorista superviviente huía. La perseguí hasta el muelle, le grité que soltara el arma, pero se volvió y disparó. Me dio en el costado y yo respondí: dos tiros, en la cara y en la cabeza. Murió en el acto. Se llamaba Gisela Frohm. Tenía diecisiete años. Era una cría.

—Comprendo. —La doctora Eckhardt se quitó las gafas y pareció evaluar a Fabel durante unos momentos—. Entiendo que establezca una relación, pero tengo que decir que aunque ese tal Svensson hubiera sobrevivido, no sería un sospechoso natural en estos asesinatos.

—¿Por qué no?

—Pues porque no encaja en el perfil: por edad, psicología, y todo lo demás. —La doctora Eckhardt se echó para atrás un mechón de pelo negro que había caído sobre su frente ancha. Volvió a ponerse las gafas antes de leer un papel de su carpeta—. Tenemos dos indicadores a partir de los cuales podemos construir un perfil de nuestro asesino: las pruebas físicas halladas en las escenas de los crímenes y el contenido de los mensajes de correo electrónico. El perfil amplio que tenemos en estos momentos nos dice que se trata de un hombre, de entre veinte y cuarenta años, pero lo más probable es que tenga menos de treinta. Es evidente que es inteligente, pero quizá no tanto como él cree. En cuanto a nivel de estudios, como mínimo se sacó el Abitur. Puede que esté licenciado y que tenga un trabajo con una responsabilidad razonable, aunque él creerá que está por debajo de sus posibilidades. O puede que, por algún motivo, no haya podido completar lo que él considera todo su potencial académico y tenga un trabajo técnico de categoría inferior.

»Como ya ha señalado Frau Klee, parece que tiene conocimientos avanzados de informática. Es probable, aunque no seguro, que viva solo. La referencia que hace en el mensaje al aislamiento y la marginación sociales concuerda con el perfil típico. Es un solitario; alguien con poca autoestima. Cree que su inteligencia está infravalorada y que el mundo que lo rodea subestima su potencial…, un mundo al que ahora le ha declarado la guerra. También puede ser que durante su infancia o adolescencia tuviera lugar un episodio —o una serie de episodios— en el que una mujer lo humillara o dominara. Otra posibilidad es que ocurriera algo y culpara a su madre por ser incapaz de protegerlo de un padre dominante o maltratador. Fuera lo que fuera, pudo coincidir con la pubertad, cuando las fantasías masturbatorias pueden girar en torno a sentimientos violentos de venganza hacia las mujeres. En este caso, el odio y el miedo que siente por las mujeres se han convertido en un vínculo indisoluble de su excitación sexual. Puede que tenga algún tipo de disfunción sexual y sea impotente, excepto cuando llega a la excitación y al orgasmo como consecuencia de ejercer la violencia extrema contra las mujeres.

—Pero no hemos hallado semen en las escenas de los crímenes, ni siquiera señales de penetración —comentó Fabel. La hermosa Frau Doktor le devolvió la mirada ladeando la cabeza y mirándolo por encima de las gafas.

—No. Pero eso no significa que no haya llevado a cabo un acto sexual. Puede que se pusiera un preservativo para no dejar rastros de ADN. Seguramente, lo que esta persona hace para obtener la satisfacción sexual está tan lejos de lo que es una función sexual normal que es imposible reconocerlo. Y como ya he dicho, puede que sea impotente. El crimen es de naturaleza sexual, pero puede que ni el propio autor vea o reconozca la motivación sexual del mismo. Y un elemento importante que se desprende del mensaje de correo electrónico, y de la naturaleza ritual de los asesinatos, es la religiosidad de este acto. Es una especie de ceremonia que lleva a cabo por razones más abstractas que por una mera satisfacción sexual inmediata.

Maria Klee intervino.

—¿Podría tratarse de más de una persona? Por lo que dice, es como si fuera casi un ritual. Si no es un tema político, ¿podríamos estar enfrentándonos a una especie de culto?

Werner Meyer soltó una risa llena de sarcasmo. Las dos mujeres lo obviaron. Fabel le dirigió una mirada de advertencia.

—Es posible, pero improbable —contestó Susanne Eckhardt—. Si fueran acciones realizadas por más de una persona, el perfil de nuestro autor principal, de la persona que comete los asesinatos, seguiría siendo el mismo. Cualquier otro participante sería un manipulador…, alguien cuyo papel llenaría el vacío dejado por el progenitor indiferente o maltratador. En estos casos (como en el de Leonard Lake y Charles Ng en Estados Unidos en los ochenta), un miembro de la pareja no tiene autoestima, mientras que el otro es patológicamente egoísta. Pero en este caso, creo que es mucho más probable que se trate de una cruzada en solitario. Lo ha explicado al detalle en su segundo mensaje. Es un lobo solitario. Y eso, por supuesto, es mucho más habitual que los asesinatos en serie en equipo. —La doctora Eckhardt hizo una pausa y se quitó las gafas—. Esta persona está compensando su falta de autoestima con estos actos. Por eso creo que es altamente improbable que el terrorista de Herr Fabel encaje en el perfil: no concuerda la edad, no concuerdan las motivaciones, no concuerda la psicología…, no concuerdan las ideas políticas.

Van Heiden reaccionó como si hubiera recibido una suave descarga eléctrica.

—¿Qué quiere decir con que «no concuerdan las ideas políticas»?

—Bueno, el perfil psicológico básico que he trazado, culpar a la sociedad de los fracasos personales, creer que se subestima el potencial personal en un mundo injusto…; casi todo, de hecho, excluyendo el trauma psicosexual, encaja también con el típico neonazi.

—¿No había dicho que este caso no tenía motivaciones políticas?

—Sí. Es lo que creo. Las motivaciones de este hombre seguramente son psicosexuales, pero como el resto de la gente, tiene sus opiniones políticas. En su caso, estas opiniones políticas pueden o no haberse tergiversado de forma grotesca desde su perspectiva psicótica y puede incluso que sean una especie de justificación, una excusa, para tales actos. Al menos en parte. Lo que quiero decir es que un terrorista de izquierdas como Svensson no tendría el mismo perfil.

Fabel asintió despacio con la cabeza.

—Acepto lo que dice, pero ¿qué pasa si resulta que el centro de todo esto soy yo? ¿Qué pasa si resulta que me está haciendo participar en, bueno, en alguna especie de desafío? Yo maté a una de sus mujeres, así que él mata a mujeres a las que yo, como policía, se supone que debo proteger.

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