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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Muerte en Hamburgo (8 page)

BOOK: Muerte en Hamburgo
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Las mejillas rosadas de Ganz se enrojecieron aún más. Había quedado claro quién estaba al mando. Lo extraño era que, aunque Schreiber había dicho lo que tenía que decir, Fabel no estaba del todo convencido de que tuviera realmente la confianza del Erste Bürgermeister; o de que él, a su vez, confiara en Schreiber.

Van Heiden rompió lo que se estaba convirtiendo en un silencio incómodo.

—Quizá sea un buen momento para que el Kriminalhauptkommissar Fabel nos presente su informe. —Schreiber ocupó su lugar en la mesa, y Fabel pasó a hacer un resumen de los avances en el caso hasta la fecha. Iba salpicando su informe con imágenes del caso. En diversos momentos, le pareció que Ganz se ponía bastante enfermo; el rostro de Schreiber era una máscara de solemnidad estudiada. Hacia el final de su presentación, Fabel se recostó en la silla y miró a Van Heiden.

—¿Qué pasa, Fabel? ¿Hay algo más de lo que quiera informarnos?

—Me temo que sí, Herr Kriminaldirektor. Por el momento, sólo es una teoría, pero…

—¿Pero?

—Como ya he señalado, no hemos hallado pruebas de que forzaran la entrada en el piso de la segunda víctima, ni tampoco de que se produjera un forcejeo violento en el primer momento de contacto entre el asesino y las dos víctimas. Por eso hemos llegado a la conclusión de que o bien iba armado y las convenció con amenazas, o bien las víctimas, bueno, confiaron en el asesino por alguna razón. Esto último significa una de estas dos cosas: que el asesino es alguien que ya conocían; aunque creemos que esto es sumamente improbable, dado el perfil que hemos realizado de nuestro asesino y la disparidad de clase social y zona de residencia de las víctimas…

—¿Y la segunda opción? —preguntó Schreiber.

—La segunda opción es que nuestro asesino se haga pasar por alguien que tenga autoridad o despierte una confianza implícita…

—¿Como por ejemplo? —preguntó Van Heiden.

—Como un agente de policía… o alguien del Ayuntamiento.

Hubo un momento de silencio. Schreiber y Ganz se lanzaron una mirada difícil de interpretar. Volker permaneció inexpresivo.

—Pero ni mucho menos es seguro, ¿verdad? —La pregunta de Van Heiden era más bien una súplica.

—No. No lo es. Pero hay que tener presente que las víctimas no forcejearon con el asesino. Podría tratarse de alguien que se hace pasar por un operario con una historia plausible, pero el perfil psicológico sugiere que el asesino podría disfrutar con el poder que le darían sobre sus víctimas un uniforme de policía o una placa.

Una rojez más intensa asomó a las mejillas de Ganz.

—Estoy seguro de que no tengo que señalarles, caballeros, que la policía de Hamburgo no goza de buena prensa en estos momentos. Justo ayer tuve una discusión, digamos que «enérgica», con la junta de la Polizeikommission sobre lo que consideran racismo institucional en la policía de Hamburgo. Lo último que necesitamos es que un maníaco que finge ser policía y destripa a mujeres se pasee por las calles de Hamburgo.

A Fabel se le acabó la paciencia.

—Por el amor de dios, nosotros no tenemos la culpa de que un psicópata elija disfrazarse de policía; y eso aún está por verse. No somos responsables ni podemos controlar…

—Eso no es lo que ha querido decir el Innensenator Ganz —dijo Schreiber—. Lo que ha querido decir es que la opinión pública va a desconfiar aún más de la policía si cree que hay un asesino psicótico que se disfraza de poli.

—Sólo si estamos en lo cierto, y sólo si nuestra sospecha sale a la luz. Como he dicho, por ahora tan sólo es una teoría.

—Espero que sea incorrecta, Herr Fabel —dijo Ganz; iba a continuar, pero al parecer, una mirada de Schreiber lo silenció.

—Estoy seguro de que no pasará —dijo Schreiber—. Tengo plena confianza en que Herr Fabel encontrará pronto a este monstruo.

«¿Ah, sí? —pensó Fabel—. Pues yo no estoy tan seguro.»

—Por supuesto —Schreiber se dirigió a Van Heiden directamente—, espero que podamos informar de los progresos cuanto antes. Ya sé que para ustedes, caballeros, es difícil tener presente la inquietud de la opinión pública, y tampoco tienen por qué; pero yo sí debo preocuparme por la percepción que genera la prensa de los crímenes violentos que tienen lugar en Hamburgo. Otro asesino en serie es una razón más para que nuestras ciudadanas se sientan desamparadas.

Desamparadas. «Mierda —pensó Fabel—, esta gente ni siquiera habla un alemán sencillo.» Schreiber se dirigió hacia la puerta. Ganz captó la indirecta y se puso en pie. Volker, el hombre del BND, Van Heiden y Fabel también se levantaron.

—Por favor, manténganos plenamente informados de sus progresos —dijo Ganz.

—Por supuesto, Herr Innensenator —contestó Van Heiden.

Después de que los dos políticos se marcharan, Fabel se dirigió a Volker.

—¿Puedo preguntar, Herr Oberst, qué interés tiene el BND en este caso?

—Espero que ninguno. —Por alguna razón, la gran sonrisa de Volker no se reflejó en su mirada. Fabel sintió que crecía su desconfianza en los hombres del BND—. Colaboro con la Besondere Aufbau Organisation que está establecida aquí en el Präsidium. Herr Van Heiden me ha alertado de que es posible que estos crímenes tengan algún componente político extremista de la Rechtsradikale.

Fabel asintió lentamente con la cabeza mientras procesaba la información. ¿Por qué este caso iba a despertar el interés de un hombre del servicio secreto del BND que colaboraba con la Besondere Aufbau Organisation? El Bundeskriminalamt había creado el BAO después del descubrimiento bochornoso de que un apartamento minúsculo en el número 54 de la Marienstrasse de Hamburgo había sido el centro de operaciones de los terroristas que emprendieron los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos. Al menos ocho de los terroristas, incluido el jefe de la célula, Mohammed Atta, habían pasado por el piso de Hamburgo. La respuesta del Gobierno alemán había sido crear el BAO. Setenta especialistas del Bundeskriminalamt, veinticinco detectives de la policía de Hamburgo y seis agentes del FBI norteamericano trabajaban en el BAO; su cometido era exclusivamente reunir información sobre Al-Qaeda y otros grupos terroristas islámicos. Fabel se dio cuenta de que le fastidiaba tener que hablar de su caso con alguien cuyas competencias no tenían nada que ver con la investigación.

—Ya le he dejado claro al Kriminaldirektor que es muy poco probable que estas acciones sean obra de algún tipo de neo-nazi. —Fabel se esforzó, sin éxito, por no trasladar la irritación que sentía a su tono de voz. Volker siguió sonriendo.

—Ya, sí, lo comprendo, Herr Fabel. Sin embargo, si existe alguna posibilidad de que este caso tenga un componente político, creo que es mejor que el BND esté al tanto de cómo evoluciona el caso. Prometo entrometerme lo menos posible. Si pudiera mantenerme informado, en particular sobre cualquier suceso que pudiera señalar que existe un componente político…

—Por supuesto, Herr Oberst Volker.

Van Heiden se levantó.

—Bueno, gracias, Herr Fabel, creo que a todo el mundo le ha parecido que su informe era muy instructivo. —Se dirigió hacia la puerta para acompañar a Fabel. Éste recogió sus carpetas y estrechó la mano que Volker le ofrecía.

Van Heiden le sujetó la puerta a Fabel y, cuando éste la cruzó, salió con él al pasillo. Bajó la voz con complicidad al hablar.

—Por el amor de dios, Fabel, avíseme si encuentra algo que demuestre que su teoría acerca de que este lunático se hace pasar por un policía es cierta. No me gusta. No me gusta nada. Sobre todo cuando parece ser que un ex agente de la policía de Hamburgo era el chulo de la última víctima.

—Sí, Herr Kriminaldirektor.

Fabel iba a marcharse, pero Van Heiden lo agarró suavemente del brazo.

—Y Fabel, asegúrese de decírmelo a mí primero… Quiero que hable conmigo antes de comunicarle nada al Oberst Volker. —Fabel frunció un poco el ceño.

—Claro, Herr Kriminaldirektor…

Mientras Van Heiden volvía a entrar en su despacho, Fabel se quedó un momento en el pasillo poniendo en orden sus pensamientos. Había algo en todo aquel tinglado —la participación de Volker, el hombre del BND; la honda preocupación del Innensenator Ganz respecto a la posibilidad de que el asesino se hiciera pasar por policía, y la sensación de que Schreiber había «dirigido» toda la reunión— que hacía que Fabel tuviera la impresión de que pasaba algo más que su caza al asesino en serie: como si hubiera algún otro asunto del cual él no formaba parte.

Miércoles, 4 de junio. 12:00 h

DEPÓSITO DE CADÁVERES DEL INSTITUT FÜR RECHTSMEDIZIN DE EPPENDORF

(HAMBURGO)

El Institut für Rechtsmedizin —el Instituto de Medicina Legal— era el responsable de la medicina forense de Hamburgo. Todas las muertes repentinas que se producían en la ciudad acababan en el depósito del Instituto.

El estómago de Fabel se estremeció al percibir el olor del depósito de cadáveres que tan bien conocía, pero al que no había logrado acostumbrarse: no era el olor a descomposición, como podría esperarse, sino el aroma rancio a desinfectante. No había ningún cadáver en las mesas de acero inoxidable, y los fluorescentes de luz blanqueadora bañaban el depósito con un resplandor triste e implacable. Cuando Fabel entró, Möller, que aún llevaba puesta la bata verde, estaba sentado a su mesa, consultando notas escritas a mano y luego mirando a la pantalla de su ordenador. Entre una cosa y la otra, se llevaba distraídamente a la boca un tenedor con ensalada de pasta precocinada que cogía de una fiambrera de plástico. No se dio cuenta de que Fabel había llegado.

—Creía que aquí estaba prohibido comer. —Fabel cogió una silla sin esperar la invitación.

—Y lo está. Detenme. —Möller no alzó la vista de sus notas.

—¿Qué tienes acerca de la chica?

—Te entregaré el informe esta tarde. —Möller dio unos golpecitos en la página que estaba escribiendo con el bolígrafo—. Lo estoy redactando.

—Dame los datos principales.

Móller lanzó el bolígrafo sobre la carpeta y se recostó en la silla, se pasó las manos por el pelo y luego las colocó detrás de la cabeza. Lanzó a Fabel su mirada estudiada de superioridad.

—¿Ya has tenido noticias de tu amigo por correspondencia?

—Móller, no tengo tiempo para esto. ¿Qué tienes?

—Es un caso muy interesante, Hauptkommissar. —Móller cogió sus notas—. La víctima es una mujer de entre veinticinco y treinta y cinco años, metro sesenta y cinco, ojos azules, pelo castaño teñido de rubio. La causa de la muerte fue una parada cardíaca provocada por una profunda conmoción y una pérdida masiva de sangre, a su vez resultado de un fuerte traumatismo en el abdomen. Ya estaba muerta cuando le extrajeron los pulmones. —Móller alzó la vista de sus notas—. ¿Crees que esta joven era prostituta?

—Sí. ¿Por qué?

—No había tenido relaciones sexuales en las 48 horas previas a su muerte. Además, es evidente que se cuidaba mucho.

—¿Sí?

—Tenía un tono muscular extremadamente bueno, y la proporción músculo/grasa es baja. Yo diría que era atleta o que iba con frecuencia al gimnasio. No fumaba, y no había restos de alcohol en su sangre. También parece que llevaba una buena dieta: su última comida fue algún tipo de pescado con legumbres, y los niveles de lípidos en sangre eran muy bajos. —Móller pasó las páginas del informe—. Hemos buscado drogas… Nada. Dejando de lado las influencias genéticas, si esta joven no se hubiera cruzado con tu «amigo por correspondencia», lo más probable es que hubiera muerto de vieja.

—¿Algo sobre el asesino?

—No he hallado pruebas forenses de la presencia del asesino. Como ya he dicho, no hay señales de relaciones sexuales o de cualquier otro tipo de actividad sexual. No hay duda de que se trata del mismo asesino que el otro; o al menos, el modus operandi es idéntico. El asesino realizó una sola incisión que llevó a cabo con un único golpe, fuerte pero increíblemente preciso, en el esternón, seguramente con un cuchillo pesado de hoja grande, o quizá con una espada. Después separó las costillas y extrajo los pulmones. Había señales de fuerza, y los huesos rotos estaban astillados, lo cual sugiere que le propinó un golpe fuerte de abajo arriba. Para separar las costillas, hace falta tener una fuerza física considerable, así como para realizar una incisión de este tipo con un único golpe. Se trata de un hombre, y el ángulo de penetración sugiere que seguramente no mide menos de uno setenta y que, como mínimo, es de constitución media.

—Eso reduce la lista de sospechosos al noventa por ciento de la población masculina de Hamburgo, más o menos —dijo Fabel, sin sarcasmo y más para sí mismo que a Móller.

—Yo sólo manejo las pruebas físicas, Fabel. Sin embargo, me intriga la evidente preocupación que tenía la víctima por su salud y forma física. —Móller se rió—. Yo no tengo tu experiencia en los bajos fondos de la vida de nuestra ciudad, pero nunca me habría imaginado que una prostituta media de Hamburgo diera tantísima importancia a su salud, o a la de sus clientes.

—Eso depende. Parece que era «de alto standing»; cuidar su cuerpo habría sido invertir en, bueno, su producto. Pero tienes razón. Hay muchas cosas en esta víctima que no encajan. ¿Mis hombres le tomaron las huellas dactilares?

—Sí, han venido antes.

—Muy bien. Gracias, Herr Doktor Móller. —Fabel se dirigió hacia la puerta—. Esta tarde me entregas el informe completo.

—Fabel.

—¿Sí?

—Hay una cosa más…

—¿De qué se trata?

—Tiene una herida antigua en el muslo derecho, en la parte de fuera. Una cicatriz.

—¿Lo bastante visible como para que sea una marca distintiva que pueda ayudarnos a identificarla?

—Bueno, sí, creo que aumenta considerablemente tus posibilidades. Pero es más importante que eso…

—¿Qué quieres decir?

Móller se volvió hacia el ordenador y tocó algunas teclas.

—He añadido la fotografía de la cámara digital a mi informe. Aquí está.

Fabel miró la pantalla. Una foto del muslo de la mujer, con la piel blanca. Había una marca redonda con una cicatriz lateral y algunas arrugas alrededor. Parecía un cráter lunar antiguo y apenas visible. Móller tocó una tecla y apareció otra imagen. Esta vez era el reverso del muslo. En lugar de estar pálido, estaba de un rojo-púrpura refulgente. Lividez post mórtem: al estar el cuerpo tumbado boca arriba, la gravedad había atraído la sangre a los puntos más bajos.

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