Smolin miró con dureza a Bond y éste descubrió un vestigio de humor en sus oscuros ojos ligeramente ovalados. La sonrisa de su boca parecía más divertida que burlona.
—¿Puedo preguntarle a qué viene todo eso?
Bond tenía que levantar la voz sobre el trasfondo del rugido del motor y el traqueteo de la ambulancia.
O el conductor no estaba acostumbrado a llevar aquel vehículo o circulaban por una difícil carretera de montaña. La sonrisa se transformó en una breve risita casi agradable.
—Vamos, mister Bond, usted sabe muy bien a qué viene.
—Yo sólo sé que estaba acompañando a una amiga mía y que, de repente, nos secuestran —Bond hizo una pausa y después añadió con fingido desconcierto—: ¡Y, además, conoce usted mi nombre! ¿Cómo es posible?
Esta vez, Smolin se rió de buena gana.
—Bond, mi querido amigo, no me tome por tonto. ¿Sabe usted lo que hizo su amiga? —preguntó, señalando con la cabeza a Heather—. Sospecho que sabe exactamente lo que hizo y exactamente quién soy yo. A fin de cuentas, mis datos figuran en muchas agencias extranjeras. Estoy seguro de que el Servicio de Espionaje Secreto británico debe tener un expediente sobre mi persona, de la misma manera que en mi Servicio tenemos uno sobre usted. Usted está perfectamente informado de los detalles de la llamada operación
Pastel de Crema
, y me sorprendería muchísimo que no estuviera al corriente del castigo que actualmente se inflige a sus protagonistas.
—¿
Pastel de Crema
? —preguntó Bond, enorgulleciéndose de aquella convincente mezcla de duda, perplejidad y sorpresa.
—La operación
Pastel de Crema
.
—¡Yo no sé nada de pasteles de crema…, ni de dulces de chocolate! —Bond quería ganar tiempo para poder interpretar debidamente el papel de personaje ofendido—. Sólo sé que Heather me pidió que la acompañara…
Smolin esbozó una triste sonrisa.
—¿Se lo pidió tal vez después del problemita que tuvo anoche en su salón de belleza?
—¿Qué problema?
—¿Pretende decirme que no es usted el hombre que estaba con ella cuando unos imprudentes insensatos trataron de liquidarla en Londres? ¿Qué no es usted el hombre que la acompañó al aeropuerto…?
La sombra de una duda se insinuó en la sonrisa de Smolin.
—Yo me tropecé con ella en la zona de salidas de Heathrow —contestó Bond, mirándole sin pestañear—. Sólo la había visto una vez con anterioridad. Quiero que me explique qué es todo esto. ¿Y por qué bloquearon la carretera? ¿No serán ustedes unos terroristas relacionados con el norte o algo por el estilo?
Bond trataba por todos los medios de ganar tiempo. Heather aún no había recuperado el conocimiento, Smolin permanecía sentado a su lado y los cuatro hombres restantes se hallaban distribuidos dos delante y dos junto a las portezuelas. Todos se sujetaban con fuerza para evitar las sacudidas de la montaña rusa. No podría prolongar demasiado el engaño y, puesto que le habían desarmado, tampoco podría escapar.
—Si no supiera quién es y no le hubiera observado adoptando todas estas medidas de seguridad, podría pensar que me he equivocado de hombre —dijo Smolin, sonriendo—. Pero toda esta organización junto con las armas que usted llevaba. En fin…
Smolin dejó la conclusión en el aire.
—¿Y qué me dice de su organización? —preguntó ingenuamente Bond.
—Sospecho que hicimos exactamente lo que usted hubiera hecho en similares circunstancias. Teníamos un contacto radiofónico en la retaguardia, vigilándole a usted mientras nosotros nos adelantábamos. Nos limitamos a cerrar el otro extremo de la carretera dos kilómetros más allá. Luego, cuando le tuvimos en nuestra zona, cerramos la carretera por detrás. Es el viejo principio del embudo.
Bond ya no podía disimular por más tiempo.
—¿Conque eso les enseñan a ustedes en aquel centro suyo del viejo aeropuerto de Khodinka, coronel Smolin? ¿El lugar al que casi todos ustedes van a parar, bien metidos en un ataúd en el horno incinerador… o vivitos y gritando de terror porque han traicionado a su Servicio, el organismo que ustedes suelen llamar en broma «el Acuario»? ¿O lo aprenden tal vez en sus despachos de la calle Knamensky?
—O sea que conoce usted mi Servicio, Bond. Conoce el GRU y me conoce también a mí. Me siento muy halagado…, y me alegro de no haberme equivocado con respecto a usted.
—Pues claro que lo conozco, como cualquier persona que se tome la molestia de leer los libros adecuados. En mi Servicio solemos decir que los trucos de nuestro oficio distan mucho de ser secretos. Basta con buscar en ciertas librerías de Charing Cross Road para aprenderlo todo: destrezas del oficio, direcciones, organización. Sólo hace falta leer un poco.
—Algo más que eso, supongo.
—Tal vez, porque al GRU le gusta que todo el mérito se lo lleve el KGB, simulando ser unos lacayos que doblan el espinazo ante los mandamases de la plaza Dzerzhinsky. Sí, sabemos que son ustedes más fanáticos y reservados y, por consiguiente, mucho más peligrosos.
—Mucho más peligrosos —repitió Smolin, sonriendo de oreja a oreja—. Muy bien, me alegro de que sepamos cuáles son nuestras situaciones respectivas. Llevaba mucho tiempo ansiando conocerle personalmente, míster Bond. ¿Acaso fue usted quien concibió el malhadado plan
Pastel de Crema
?
—Eso sí que no, coronel Smolin. Yo no sé nada de semejante operación.
Uno de los conductores gritó algo desde la parte delantera de la ambulancia y Smolin contestó, casi en tono de disculpa, que pronto tendrían que tomar medidas para evitar que Bond y Heather siguieran hablando. La ambulancia aminoró la marcha, experimentó una fuerte sacudida y se inclinó bruscamente hacia la izquierda, obligando a todos sus ocupantes a agarrarse con fuerza mientras brincaba sobre el áspero terreno. Poco a poco, se detuvieron y se oyó el rumor de la portezuela de la cabina delantera cerrándose de golpe. Después se abrieron las portezuelas de atrás, y un rubicundo hombrecito enfundado en el uniforme oscuro de los conductores de ambulancias asomó la cabeza.
—Aún no han llegado,
Herr
coronel —le dijo a Smolin en alemán.
El coronel se limitó a asentir con indiferencia y le dijo que vigilaran y esperaran. Bond estiró el cuello en un intento de ver lo que había a su espalda. Unos árboles sobre un trasfondo de rocas confirmaron su sospecha de que estaban atravesando las desoladas colinas de Wicklow.
—Preparen a la chica.
Smolin volvió ligeramente la cabeza, y le dio la orden a uno de los hombres que iban delante.
El sujeto rebuscó en una cartera de mano y sacó una jeringuilla hipodérmica. Bond se inclinó instintivamente hacia adelante mientras el otro individuo sacaba una pistola automática y le encañonaba sin la menor vacilación. Smolin levantó una mano como si quisiera proteger e inmovilizar simultáneamente a Bond.
—No se preocupe. La chica no sufrirá ningún daño, pero considero conveniente administrarle un ligero sedante. Tenemos que recorrer un largo camino y no quiero que esté consciente. Usted, amigo Bond, deberá tenderse en el suelo de la parte trasera del vehículo que llegará de un momento a otro. Le tendremos que tapar la cara, pero, si se comporta como es debido, no sufrirá el menor daño —Smolin esbozó una leve sonrisa, hizo una pausa y añadió—: ¡Todavía!
Heather se movió levemente y emitió un gemido, como si estuviera a punto de recuperar el conocimiento. El hombre que sostenía la jeringa la preparó en silencio para la inyección que le administró con gran habilidad, clavando la aguja en la piel de su antebrazo desnudo en un ángulo calculado con toda precisión.
—¿Dice usted, James Bond, que no sabe nada de una operación llamada
Pastel de Crema
?
Bond denegó con la cabeza.
—¿Y supongo —añadió Smolin— que jamás ha oído hablar de una tal Irma Wagen?
—No conozco ese nombre.
—¿Pero sí conoce a Heather Dare?
—La vi una vez antes de coincidir con ella en el aeropuerto.
—¿Y dónde la vio usted antes de coincidir con ella en el aeropuerto?
—En una fiesta. Me la presentaron unos amigos.
—¿Amigos en el sentido profesional? Creo que, según la terminología de su Servicio, los «amigos» son los demás agentes del citado Servicio. O, por lo menos, así les llama el Foreign Office británico, «los amigos».
—Amigos normales y corrientes. Un matrimonio apellidado Hazlett… Tom y María Hazlett.
Bond facilitó una dirección de Hampstead, sabiendo que sería comprobada sin ningún peligro para él dado que Tom y María eran un matrimonio que utilizaba como coartada. En caso de que les preguntaran, incluso de manera indirecta, si conocían a Bond o a Heather, contestarían: «Sí, Heather es un encanto» o bien «Pues, claro, James es un buen amigo nuestro», e inmediatamente darían aviso para que un equipo de vigilancia controlara a los preguntones. Era lo que el Servicio les había enseñado a hacer.
—O sea que usted no sabía que Irma Wagen y Heather Dare, propietaria del salón de belleza «Atrévete a ser guapa» son la misma persona, ¿verdad?
—Jamás he oído hablar de la tal Irma Wagen.
—No. No, claro que no, James. Por cierto, llámeme Maxim. No atiendo al diminutivo de Max. No, jamás oyó hablar de Irma y tampoco de la desdichada operación
Pastel de Crema
—aunque la sonrisa de Smolin no experimentó ningún cambio, sus palabras denotaban incredulidad—. Sencillamente no le creo, mister Bond. No puedo creerle.
—Allá usted —contestó Bond con aire de absoluta despreocupación.
—¿Adónde llevaba usted a
Fräulein
Wagen, a quien conoce bajo nombre de Heather Dare?
—A Enniscorthy.
—¿Y qué se le había perdido a ella en Enniscorthy? —Smolin sacudió la cabeza como si quisiera subrayar con ello su incredulidad—. ¿Y adónde iba usted que le pillara de paso?
—Nos reconocimos en el aeropuerto y nos sentamos juntos en el avión. Le dije que iba a Waterford y ella me preguntó si podía llevarla.
—¿Qué iba usted a hacer en Waterford?
—Comprar objetos de cristal, ¿qué otra cosa si no? Me encanta el cristal de Waterford.
—Sí, claro. Y es tan difícil comprarlo en Londres, ¿verdad?
El hiriente sarcasmo traicionaba la herencia rusa de Smolin.
—Estoy de permiso,
Herr
coronel Smolin. Le repito que no conozco a Irma Wagen y que jamás he oído hablar de una operación
Pastel de Crema
.
—Ya veremos —dijo Smolin sin inmutarse—. Pero, para despejar un poco la atmósfera, le diré lo que sabemos nosotros acerca de esta operación de nombre tan ridículo. Era lo que antes se llamaba una «trampa azucarada». Su gente la preparó con cuatro jóvenes extremadamente atractivas —Smolin levantó cuatro dedos, tomando uno de ellos por cada nombre como si los contara—. Eran Franzi Trauben, Elli Zuckermann, Irma Wagen y Emilie Nikolas —aquí volvió a soltar una alegre carcajada—. Emilie es un buen nombre, habida cuenta de que nosotros nos referíamos siempre a los objetivos de nuestras trampas azucaradas como Emilias. Pero eso usted ya lo sabe —se atusó con la mano el cabello oscuro—. Cada una de estas chicas tenía un objetivo muy bien colocado y puede que hubieran alcanzado el éxito de no haberme incluido a mí en la operación —súbitamente, su semblante se alteró—. Me utilizaron a
mí
como objeto de sus juegos. A mí, Maxim Smolin, como si yo pudiera dejarme atrapar por una chica con tan escasa habilidad para poner una trampa como la que pueda tener un recluta novato —Smolin levantó la voz—. Eso es lo que yo jamás le podré perdonar a su Servicio. El que me asignara a una espía aficionada; tan aficionada que me reveló el juego a los pocos minutos de haberme hecho la primera insinuación y que, más tarde, provocó la caída de toda la maldita red de espionaje. ¡Su Servicio, Bond, me tomó por tonto! Una profesional hubiera sido otra cosa, pero una aficionada como ella… —añadió, señalando con el dedo el cuerpo inerte de Heather—. Eso jamás podré perdonarlo.
Conque así era el verdadero Smolin: orgulloso, arrogante e implacable.
—¿Pero el
Glavnoye Razvedyvatelnoye Upravieniye
no utiliza también a veces mano de obra no especializada, Maxim? —preguntó Bond con una leve sonrisa en los labios.
—¿Mano de obra no especializada? —Smolin escupió las palabras junto con una fina rociada de saliva—. Pues claro que adiestramos a veces a mano de obra no especializada, pero jamás la utilizamos contra objetivos importantes.
En eso estribaba el quid del asunto. La importancia. El coronel Maxim Smolin se consideraba una pieza inviolable y esencial para el correcto funcionamiento de uno de los más destacados organismos secretos dentro de la Unión Soviética. El otro era el viejo enemigo de Bond, el antiguo SMERSH, ahora completamente reorganizado como Departamento 8 de la Dirección 5, a raíz de la pérdida de credibilidad que había sufrido bajo la denominación de Departamento V de Víctor. Smolin respiraba afanosamente y Bond sintió, como en otras ocasiones, que una mano tan fría como el hielo le recorría con un dedo invisible la columna vertebral. Reconoció el pétreo rostro del asesino nato, el musculoso cuerpo y el siniestro brillo de sus ojos oscuros.
Desde lejos se oyó el sonido del claxon de un automóvil, dando dos breves bocinazos, seguidos de uno más largo.
—Aquí están —dijo Smolin en alemán.
Se abrieron las portezuelas de la ambulancia y aparecieron unas verdes laderas, rocas grises y un semicírculo de árboles. Se encontraban estacionados a una considerable distancia de la carretera. Dos automóviles, un BMW y un Mercedes, se acercaban lentamente a ellos. Bond miró a Smolin y ladeó la cabeza en dirección a Heather.
—Le aseguro que no tengo el menor conocimiento acerca de este asunto del
Pastel de Crema
—habló en voz baja, confiando en que, en su ciega cólera, Maxim Smolin pudiera creerle—. Más parece un trabajo del BND que de los nuestros…
—Fue obra de su Servicio, Bond —dijo Smolin, volviéndose a mirarle—. Tengo pruebas, puede creerme; y puede creerme también si le digo que le haremos sudar hasta que se le derritan los huesos. Hay todavía un par de misterios que debo resolver, y estoy aquí precisamente para eso.
—¿Misterios?
—Ya hemos liquidado a dos integrantes de éste nido de arañas… Trauben y Zuckermann. Puede que las reconozca mejor como Bridget Hammond y Millicent Zampek. Eran personajes sin importancia, pero teníamos que acabar con ellas. Puede que esta chica, mi chica, guarde en su pequeño cerebro algunas de las respuestas; y aún queda otra. Nikolas… o Ebbie Heritage, si usted lo prefiere. Estas dos, junto con usted, llenarán sin duda las lagunas antes de que les mandemos al infierno y la condenación.