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Authors: Inma Chacon

Tags: #prose_contemporary

Nick (19 page)

BOOK: Nick
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Dafne no quería ni pensar que ella ya le había proporcionado a
El que faltaba por aquí
casi todos esos datos. Y los que no le había dado ella, los había averiguado Dios sabe cómo. Incluso conocía el pueblo de los abuelos, y se había ocupado de demostrarle que, igual que había ido hasta allí, podría cumplir su amenaza de llamar a Teresa.

Paula había sugerido que acudiesen a la policía, pero eso sería agravar el problema. Su madre no podía enterarse de aquella historia. Había utilizado el ordenador de sus hermanas a pesar de que ella se lo había prohibido expresamente. Le había cogido el móvil para hablar con él sin tomar precauciones de que no pudiera quedarse con su número de teléfono.

Y había utilizado el nombre de Cristina, sus books, y las fotos antiguas de su familia para subirlas al facebook. No. Su madre no podía saber nada de eso. Dafne lo sabía, y el impostor también.

Estaba tan aterrorizada que ni siquiera se atrevía a meterse en internet para ver si había enviado un nuevo comentario, o para intentar quitar las fotos. No sabía qué hacer. Las ideas le bailaban en la cabeza fuera de control. La sensación de que tenía todos los frentes abiertos al mismo tiempo agudizaba su sentimiento de fracaso. Su madre, los exámenes, Roberto, el que le había suplantado, y Cristina, que volvía al cabo de dos días. Las cosas no podían estar peor.

Capítulo 40

Llevaba más de dos horas tratando de ordenar sus pensamientos cuando se levantó desesperada y encendió el ordenador.

Casi sin pensarlo, se encontró de repente metida en internet, enviándole un mensaje a Roberto desde su verdadera cuenta de correo electrónico.

«Hola. Soy la hrmana d Dafne. M ha ncargado q t diga q gracias x la información y q t mjores. Ella no tien sido ni batería. X eso no t llama. Bs.»

No esperaba respuesta hasta el día siguiente, ya que eran más de las dos de la madrugada, pero el Rata le contestó de inmediato pidiéndole que se conectase al messenger y que le agregase a su lista de contactos.

Dafne inició la sesión de su messenger con la misma agitación que cuando le envió el primer correo al Rata, cuando le adjuntó la foto de los ojos. Era la primera vez desde que le conocía que hablaría con él con su propio nick, sin hacerse pasar por otra persona.

—Q tal stas?

—Bien. Dile a Dafne к he averiguado muxas cosas sobr el к faltaba x akí. к si kiere saberlo tiene к venir a vrme cuanto ants.

—Xegará el luns.

—Pues dile к se conect a intrnet mañna.

—No pued, stá sin ordnador.

—Pues к m llame.

—Se le ha roto el móvl. Xro yo hablaré mañna con ella. M pueds contar a mí lo q has averiguado? Ella m lo cuenta todo, sabes? Seguro q prefiere q yo le adelant algo.

—No puedo. Tiene к sr con el ordnata delant.

—Y no m lo pueds mandar en un adjunto?

—No. Pesa muxo. Y toy usando una tarjta para conctarme к es mazo d lnta. Xro t lo puedo nseñar si viens al hospital. Pueds vnír x la tard?

—Creo que sí.

—OK tespero a ls 8 y mdia.

-oOo-

Al día siguiente era domingo. El lunes comenzarían los exámenes.

Dafne se levantó en cuanto oyó a su madre trastear por la cocina, se preparó un vaso de leche con cacao, se tomó unas galletas sin decir nada y fue al salón.

Teresa la siguió con la mirada hasta que vio cómo recogía los libros del suelo y los colocaba formando la pila que había tirado la noche anterior.

Le había dado los buenos días con cara de «lo siento mamá, no debería haberlo hecho», pero sin decir una sola palabra sobre lo que había sucedido. Teresa le había contestado con un beso en la frente, como los que solía darles a sus cuatro hijas para comprobar si les ponía el termómetro cuando se encontraban mal.

Hasta la hora de comer, Dafne se dedicó a resolver ejercicios de matemáticas y a repasar los temas que le habían quedado de naturales. Después de la comida volvió a colocarse delante de los libros, cogió el cuaderno de plástica y se puso a dibujar láminas utilizando únicamente puntos y rayas, o figuras geométricas.

A las ocho de la tarde, su madre tenía que ir a la estación para recoger a Lliure, a Lucía y a Trufi, que volvían del pueblo después de casi mes y medio de vacaciones. Dafne estaba segura de que si Teresa la veía aprovechar el tiempo durante todo el día, la dejaría salir cuando ella se marchara.

Y así fue. Poco antes de que llegase la hora, Dafne le preguntó si podía quedar con Paula un rato.

—Después de cenar me pondré otra vez a estudiar. Mañana tengo que entregar los trabajos de plástica. De mates y de naturales sólo me quedan unos cuantos temas. Cuando salga del examen me vengo corriendo y me pongo a empollar los exámenes del martes. Si sólo me quedan dos, podré pasar de curso. Aunque intentaré sacarlas todas, ¿sabes?

—¡Está bien! Pero a las diez en punto, en casa.

Capítulo 41

A las ocho y media de la tarde de aquel domingo, Dafne estaba pisando casi sin resuello el último peldaño de la escalera que conducía a la octava planta del hospital, donde se encontraría por primera vez a solas con Roberto. Ocho pisos que hubiera subido sin esfuerzo si tratase de vencer su fobia a los ascensores, tal y como le aconsejaban todos.

Pero el miedo no se vence a voluntad, ni siquiera cuando tratamos de convencernos de que no hay otro camino que quererlo para poder romper las cadenas que nos atan a nuestros propios fantasmas. Y Dafne no tenía la más mínima esperanza en que ella pudiera liberarse de los suyos, por mucho que lo quisiera. Es más, ni siquiera sabía si lo quería de verdad. Sus miedos eran suyos. Y con ellos había que quererla.

No obstante, aunque el terror a los ascensores fuese algo contra lo que se negaba a luchar, aquella tarde trató con todas sus fuerzas de superar otro desafío, otro imposible que le producía la misma o parecida tensión: tenía que subir sola a ver a Roberto. У así lo hizo.

Había quedado con Paula en la puerta de su casa para que la acompañase. Sin embargo, al llegar al hospital lo pensó mejor y le pidió a su prima que la esperase en la calle.

Empezó a subir con la mejor de las predisposiciones. Cada escalón suponía un paso más hacia el momento en que se enfrentaría definitivamente con la verdad. Pero no había llegado aún al último tramo cuando ya se había arrepentido de haberle dicho a su prima que se quedase abajo. Por mucho empeño que quisiera ponerle, y lo quería con toda su alma, si volvía a bloquearse como la tarde anterior, no tendría quién la sacase del aprieto.

Al llegar al vestíbulo de la octava planta, permaneció durante unos segundos con la puerta de la escalera entornada, tratando de aclarar sus ideas mientras recobraba el aliento, dudando entre volver a bajar o dirigirse hacia el pasillo de las habitaciones.

Todavía no se había decidido cuando vio acercarse al gemelo que siempre le guiñaba un ojo. Llevaba las manos en los bolsillos y una gorra de béisbol con la visera hacia atrás.

—¿Qué pasa, flaca? ¿Vienes o vas?

Dafne se puso derecha y tomó aire antes de responderle.

—Vengo. Y no vuelvas a llamarme flaca, ése no es mi nombre.

—Ya lo sé. Tu nombre es tan bonito como tú. Por cierto, yo me llamo César, aunque casi todos me dicen Zamora.

—¿Y tú por qué sabes mi nombre?

—Porque sí. Aunque yo prefiero llamarte flaca. ¿O prefieres cariño?

—Yo ya tengo quien me llame cariño, gracias.

—Me imaginaba que terminaría siendo así. Aunque tenía que intentarlo por si acaso. ¿No te parece?

—¿Que te imaginabas qué?

—Bueno, más que imaginar, casi casi podría haberlo asegurado. Ya oíste a mi hermano ayer. Nosotros sabemos más de lo que tu prima y tú os creéis.

—¿Qué sabes? ¡Suéltalo ya, joder! ¡Ya te vale con querer hacerte el interesante!

César había llamado al ascensor. Lo había dejado pasar un par de veces mientras hablaban, hasta que, en un momento determinado, cuando vio que llegaba vacío, sujetó las puertas. Antes de que Dafne pudiera reaccionar, se acercó a su oreja de la misma forma que la tarde anterior y volvió a decirle flaca en voz baja. Después se metió en la cabina y le guiñó un ojo mientras desaparecía detrás de las puertas correderas.

Era la segunda vez que los gemelos presumían de saber algo que parecía tener que ver con ellas. Dafne se sentía tan vulnerable que otra vez estuvo a punto de volver por donde había venido.

Pero no podía dejar las cosas a medias. Tenía que enfrentarse a uno de los fantasmas que más le preocupaban de todos los que había conseguido acumular en los últimos meses. Esta vez no podía echarse atrás. No saldría de la habitación número ocho sin haberle contado a Roberto lo que había ido a contarle.

Capítulo 42

En «Gasolina sin plomo», sobre un comentario de
El que faltaba por aquí
, habían colgado el día anterior la foto de un señor, de entre cuarenta y cincuenta años, que Dafne aún no había visto. Continuaba sin haberse metido en el facebook. Además del miedo que le producía, le repugnaba la idea de volver a contactar con el impostor, y tenía la absurda creencia de que si ella no entraba en aquella página web, él tampoco lo haría.

Como siempre, el Rata la miró directamente a los ojos mientras giraba hacia ella el monitor del portátil.

—Ya te dije que nosotros no teníamos nada que ver con esto.

Debajo de la fotografía, un comentario del falso Roberto resaltaba a grandes letras «Alguna vez tenías que volver a verme. ¿De qué tienes miedo?» Roberto no dejó de mirarla desde que Dafne entró en la habitación. Le enternecía su respiración entrecortada y las pequeñas gotas de sudor que le corrían por todas partes. Se había convertido en una chica preciosa. Llevaba puesto un vaquero y una camiseta que le dejaban al aire el ombligo. Sin piercing y sin tatuajes todavía. Se le notaba mucho los esfuerzos que hacía para corregir su tendencia a encorvarse.

Llevaba un buen rato en la habitación cuando se atrevió a mirarle a los ojos. A Roberto le impresionó su expresión, a medio camino entre la candidez de las niñas del grupo de pequeños y el descaro de las mayores, pero con mucha más fuerza en los ojos. Unos ojos del color del chocolate con leche, grandes y felinos, que no tenían nada que envidiar a los azules que había tenido en su monitor como salvapantallas durante un tiempo.

Dafne permaneció unos segundos contemplando el portátil y después levantó la vista para volver a mirar a Roberto.

A él le habría gustado seguir observándola, pero recorrió el camino contrario al que había recorrido ella. De los ojos de Dafne volvió a la pantalla y al motivo por el que le había pedido que fuese a verlo.

—¿Por qué dice que algún día tenías que volver a verlo? ¿Lo conoces?

—Creo que sí. No lo sé. Me suena mucho su cara, pero no tengo ni idea de dónde lo he visto antes.

—El caso es que a mí también me suena.

—¿Se lo has enseñado a tus amigos?

—¡Sí! Pero ni el Pichichi ni el Zamora lo conocen.

—¿Y tu hermano?

—Kiko tampoco. Pero mira esto.

Roberto había tecleado una dirección web en su buscador. El monitor mostraba un mosaico de fotos bajo las que aparecía el nombre de
El que faltaba por aquí
. Se trataba de composiciones, realizadas con un programa de tratamiento de la imagen, en las que se veía a la misma persona que había colgado su foto en «Gasolina sin plomo», acompañada de varios miembros de la familia de Dafne. Había algunas fotografías en las que estaba con sus hermanas mayores, con su madre y con sus abuelos y, sobre todo, con su hermana Cristina. Ninguna en la que apareciesen ella o Lucía.

Dafne las contempló con los ojos abiertos como platos.

Estaba a punto de que se le saltasen las lágrimas cuando Roberto le cogió la mano derecha y tiró de ella hasta que la acercó al borde de la cama para que se sentara.

—No te preocupes, están trucadas. ¿Sabes si Dafne colgó estas fotos de tu familia en su blog?

—Supongo que sí.

—Pues este pibe las ha retocado para aparecer él también. Dile a Dafne que tenga más cuidado a partir de ahora. ¿Nunca se os ha ocurrido investigar sobre los que os hablan por internet? No hay que fiarse de todo el mundo, tía, que no somos unos pardillos.

Roberto la miraba fijamente, como si quisiera añadir algo a sus palabras con aquella forma de mirarla.

—Díselo a Dafne de mi parte. Las cosas no son lo que parecen muchas veces.

Dafne pensó que había llegado la hora de la verdad. No podía desaprovechar aquel momento para contarle lo estúpida que podía llegar a ser, incluso sentía como si Roberto se lo estuviera pidiendo. Era como si entre ellos hubiera una relación que existía mucho antes de que hubiera ido a verle al hospital. Como si se dirigiera a ella de la misma forma que le hablaba al personaje que había inventado, o mejor aún, como si realmente no hubiera existido nunca tal personaje.

No sabría explicar el por qué, pero experimentaba la sensación de que, en ese preciso momento, entre ellos podría ocurrir un milagro.

Al menos eso era lo que Dafne deseaba.

Él no dejaba de mirarla a los ojos.

—Así que tu hermana te lo cuenta todo... ¿Y hacéis las mismas tonterías?

—Verás, Roberto. Yo... Tengo que decirte una cosa...

Antes de que pudiera terminar la frase, se oyó cómo llamaban a la puerta de la habitación con unos pequeños golpes. Acto seguido, sin esperar respuesta, entró la auxiliar de enfermera con una bandeja en la mano, que colocó en la mesilla que quedaba libre.

—¡A ver, señorito, a cenar!

Detrás de ella, como si se hubieran puesto de acuerdo para llegar todos juntos, entraron los padres y el hermano de Roberto.

El Rata cerró el ordenador y le pidió a su madre que le acercase la cena. Tenía hambre.

Al levantar la tapa de aluminio que protegía la comida, el vapor de la sopa se diseminó por toda la habitación.

Dafne volvió a sentir náuseas. No sabía qué hacer. Si no hubiera sido porque Roberto no dejaba de mirarla, habría salido de la habitación detrás de la enfermera.

Saludó a los padres de Roberto con un «hola» y se colocó al lado de la puerta para escapar de allí cuanto antes.

La madre de Roberto se sentó en la silla del acompañante nada más llegar, y su padre y su hermano se apoyaron en el borde de la cama frente a Roberto, justo en el lugar donde Dafne había estado sentada hacía un momento.

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