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Authors: John Verdon

Tags: #novela negra

No abras los ojos (54 page)

BOOK: No abras los ojos
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Sin embargo, maldecirse por sus fracasos no iba a llevarle a ninguna parte. Tenía que hacer algo, pero ¿qué?

El sonido del teléfono en la encimera de la cocina respondió por él.

Era Sheridan Kline, que parecía exudar un entusiasmo aceitoso.

—¡Dave! Me alegro de que lo haya cogido. Suba al caballo, amigo. Lo necesitamos aquí enseguida.

—¿Qué está pasando?

—Está pasando que Darryl Becker, de la Policía de Palm Beach, ha encontrado el barco de Ballston, como usted dijo. Adivine qué más ha encontrado.

—No me gusta adivinar.

—Ja. Estuvo en lo cierto respecto a lo de ese barco y a la posibilidad de que los técnicos de Palm Beach encontraran algo en él. Bueno, así ha sido. Han encontrado una pequeña mancha de sangre que ha generado un perfil de ADN…, que ha proporcionado un resultado parcial en CODIS…, que ha producido un cambio por parte del señor Ballston. O al menos ha generado un cambio en su estrategia legal. Él y su abogado están ahora «en modo de cooperación plena» para evitar la inyección letal.

—Espere un segundo—dijo Gurney—. ¿Qué nombre salió en el resultado parcial de CODIS?

—Funcionó de la misma manera que en el caso de Melanie Strum, una relación de parentesco de primer grado, en este caso un convicto acusado de abusar de menores. Su nombre: Wayne Dawker. El mismo apellido que una chica de Mapleshade, Kim Dawker, que desapareció tres meses antes que Melanie. Resulta que él es el hermano mayor de Kim. Puede que los abogados de Ballston sean lo bastante buenos para librarse de una chica muerta, pero no de dos.

—Es asombroso cómo una sola mancha de sangre puede cambiarlo todo—dijo Gurney—. ¿Y ahora qué?

—Esta tarde Becker hará un interrogatorio formal a Ballston. Nos han invitado a participar a través de una conferencia por ordenador. Seremos testigos del interrogatorio en una pantalla y transmitiremos las preguntas que queramos que se hagan. He insistido en que usted participe.

—¿Cuál es mi papel?

—¿Hacer las preguntas adecuadas en el momento oportuno? ¿Averiguar lo comunicativo que es Ballston? Usted es el que conoce mejor a ese monstruo. Ah, hablando de monstruos, he oído que ha tenido un incidente con una entrada no autorizada en su casa.

—Puede llamarlo así. Desconcertante al principio, pero… estoy seguro de que llegaremos al fondo del asunto.

—Parece que alguien no lo quiere en el caso, ¿cree que se trata de eso?

—No sé de qué otra cosa podría tratarse.

—Bueno, podemos hablar de ello cuando llegue aquí.

—Exacto.

De hecho, no tenía ningunas ganas de hablar de ello. Siempre había dado un paso atrás ante la discusión de nada que estuviera remotamente conectado con su propia vulnerabilidad. Era la misma forma disfuncional de control de daños que le impedía ser más comunicativo con Madeleine respecto a sus temores sobre el Rohipnol.

Habían renovado el equipo de vídeo y ordenador de la Academia de Policía más recientemente que el del DIC, así que se reunieron en el centro de teleconferencias de la academia poco después de las dos de la tarde. El «centro» era una sala de reuniones cuyo elemento más destacado era una pantalla plana montada en una pared. Había una mesa semicircular con una docena de sillas de cara a la pantalla. Gurney conocía a todos los asistentes. A algunos, como Rebecca Holdenfield, tenía más ganas de verlos que a otros.

Se sintió aliviado al notar que todos parecían absortos en su anticipación de lo que iba a ocurrir; demasiado absortos para empezar a preguntar sobre la muñeca y sus implicaciones.

La sargento Robin Wigg estaba sentada tras otra mesita, en un rincón de la habitación. Tenía dos portátiles abiertos, un móvil y un teclado con el que al parecer controlaba el monitor de la pared. Al pulsar las teclas, la pantalla mostró una serie de códigos numéricos, luego cobró vida una imagen de alta definición; y rápidamente se convirtió en el centro de atención de todos.

La imagen mostraba una sala de interrogatorios estándar con paredes de hormigón. En el centro había una mesa metálica de color gris. A un lado estaba sentado el detective Darryl Becker. Frente a él, del otro lado de la mesa, había dos hombres. Uno tenía aspecto de haber salido de un artículo de
GQ
sobre los abogados mejor vestidos del país. El otro era Jordan Ballston, en quien se había producido una transformación devastadora. Tenía un aspecto sudoroso y arrugado: cuerpo hundido, boca un poco abierta, mirada vacía fija en la mesa.

Becker se volvió bruscamente hacia la cámara.

—Estamos listos para empezar. Espero que nos oigan alto y claro. Por favor, confírmenlo. —Miró la pantalla del portátil que tenía ante sí en la mesa.

Gurney oyó que Wigg tecleaba.

Al cabo de unos momentos, Becker sonrió a la pantalla e hizo una señal con los pulgares hacia arriba.

Rodriguez, que había estado hablando en susurros con Kline, se colocó en el centro de la sala.

—Atención, por favor. Estamos aquí para ser testigos de un interrogatorio al que nos han invitado a colaborar. Como resultado del hallazgo de nuevas pruebas en su propiedad…

—Manchas de sangre en su barco, encontradas como resultado de la insistencia de Gurney—lo interrumpió Kline. Le encantaba echar leña al fuego, mantener las animadversiones en ebullición.

Rodriguez parpadeó y continuó.

—Como resultado de esta prueba, el acusado ha cambiado su declaración. En un intento de eludir la pena de muerte en Florida, nos ofrece no solo confesar el asesinato de Melanie Strum, sino también proporcionar detalles en relación con una conspiración criminal mayor, que podría estar relacionada con las presuntas desapariciones de otras exalumnas de Mapleshade. No olviden que el acusado está haciendo esta declaración para salvar su vida, y podría decir más de lo que en realidad sabe sobre esta supuesta conspiración.

Como para restar valor a la precaución del capitán, Hardwick se dirigió en voz alta a Gurney, que estaba sentado frente a él, al otro lado de la mesa con forma de media luna.

—¡Enhorabuena, Sherlock! Deberías plantearte hacer carrera en la Policía. Necesitamos cerebros como el tuyo.

Una voz procedente del monitor de la pared concitó la atención de todos.

66
La monstruosa verdad, según Ballston


S
on las 14.03 del 20 de septiembre. Soy el teniente detective Darryl Becker del Departamento de Policía de Palm Beach. Conmigo en la sala de interrogatorios número uno están Jordan Ballston y su abogado, Stanford Mull. Este interrogatorio se está grabando. —Becker miró de la cámara a Ballston—. ¿Es usted Jordan Ballston de South Ocean Boulevard, Palm Beach?

Ballston respondió sin levantar la mirada de la mesa.

—Sí.

—¿Ha accedido después de consultar con su abogado a realizar una declaración completa y verdadera en relación con el asesinato de Melanie Strum?

Stanford Mull puso la mano en el antebrazo de Ballston.

—Jordan, debo…

—Sí—dijo Ballston.

Becker continuó.

—¿Está de acuerdo en responder completa y sinceramente a todas las preguntas que se le planteen en relación con este asunto?

—Sí.

—Por favor, describa con detalle cómo entró en contacto con Melanie Strum y todo lo que ocurrió a partir de entonces, incluido cómo la mató.

Mull parecía desesperado.

—Por el amor de Dios, Jordan…

Ballston levantó la cabeza por primera vez.

—¡Basta, Stan, basta! He tomado una decisión. No te vas a interponer. Solo quiero que seas consciente de todo lo que digo.

Mull negó con la cabeza.

Ballston pareció aliviado por el silencio de su abogado. Levantó la mirada a la cámara.

—¿Con cuánto público cuento?

Becker parecía enfadado.

—¿Importa?

—Las cosas más raras terminan en You Tube.

—Esto no.

—Lástima. —Ballston sonrió de un modo horripilante—. ¿Por dónde debería empezar?

—Por el principio.

—¿Se refiere a cuando vi a mi tío follándose a mi madre cuando tenía seis años?

Becker vaciló.

—¿Por qué no empieza por contarnos cómo conoció a Melanie Strum?

Ballston se recostó en la silla, dirigiendo su respuesta en un tono casi onírico a un punto situado en lo alto de la pared de detrás de Becker.

—Adquirí a Melanie a través del proceso especial de Karmala. El proceso implica un viaje enrevesado a través de una secuencia de portales. Cada uno de esos portales…

—Espere. Ha de explicar esto de manera clara. ¿Qué demonios es un portal?

Gurney quería pedirle a Becker que se relajara, que dejara hablar a Ballston, que hiciera las preguntas después. Pero decirle lo que tenía que hacer quizá derivara en su completo descarrilamiento.

—Estoy hablando de enlaces y pasajes entre páginas web. Páginas de Internet que ofrecen elecciones de otras páginas, salas de chat que llevan a otras salas de chat, siempre para explorar intereses más concretos y más intensos, y finalmente llevan a un mensaje de correo electrónico uno a uno, o a la correspondencia por mensajes de texto entre cliente y proveedor.

A Gurney el tono de profesor de Ballston le pareció surrealista, dado de lo que estaban hablando.

—¿Quiere decir que les decía qué clase de chica quería y que ellos se la entregaban?

—No, no, nada tan abrupto o crudo como eso. Como he dicho, el proceso de Karmala es especial. El precio es alto, pero la metodología es elegante. Una vez que la correspondencia se demostraba satisfactoria para ambas partes…

—¿Satisfactoria? ¿En qué sentido?

—En el sentido de la credibilidad. La gente de Karmala se convence de la seriedad de las intenciones del cliente, y el cliente se convence de la legitimidad de Karmala.

—¿Legitimidad?

—¿Qué? Ah, ya veo su problema. Me refiero a legitimidad en el sentido de ser quien dices ser y no, por ejemplo, el agente de alguna patética estafa.

Gurney estaba fascinado con la dinámica del interrogatorio. Ballston, que se estaba autoimplicando en un crimen capital por el cual esperaba recibir una pena no capital, parecía sentirse con el control gracias a su narración calmada. Becker, que era quien oficialmente estaba al mando, era el que estaba nervioso.

—De acuerdo—asintió Becker—, suponiendo que todos terminan satisfechos con la legitimidad de todos los demás, entonces, ¿qué?

—Entonces—dijo Ballston, haciendo una pausa dramática y mirando a Becker a los ojos por primera vez—, el toque elegante: los anuncios de Karmala en el dominical del
Times
.

—¿Cómo dice?

—Karmala Fashion. La ropa más cara del planeta: vestidos únicos, diseñados para ti, por cien mil dólares y más. Anuncios encantadores. Chicas encantadoras. Muy estimulante.

—¿Cuál es la relevancia de esos anuncios?

—Piénselo.

La siniestra amabilidad de Ballston estaba crispando a Becker.

—Mierda, Ballston, no tengo tiempo para juegos.

Ballston suspiró.

—Pensaba que era obvio, teniente. No era la ropa lo que se anunciaba. Eran las chicas.

—¿Me está diciendo que las chicas de los anuncios estaban en venta?

—Exacto.

Becker pestañeó, parecía no dar crédito a lo que oía.

—¿Por cien mil dólares?

—Y más.

—¿Y luego qué? ¿Enviaba un cheque de cien mil dólares y ellos le mandaban a la prostituta más cara del mundo por FedEx?

—No creo, teniente. No se pide un Rolls Royce por un anuncio en una revista.

—Entonces…, ¿qué? ¿Visitaba el concesionario de Karmala?

—En cierto modo, sí. El concesionario es, en realidad, una sala de proyecciones. Cada una de las chicas disponibles, incluida la que salía en el anuncio, se presentaba en su propio vídeo íntimo.

—¿Está hablando de películas porno individualizadas?

—Algo mucho mejor que eso. Karmala dirige el más sofisticado de los negocios. Estas chicas y sus presentaciones en vídeo son notoriamente inteligentes y maravillosamente sutiles, y están preseleccionadas con mucho cuidado, para que cumplan con las necesidades del cliente. —Ballston se pasó la punta de la lengua por el labio superior. Becker daba la impresión de que podría explotar en su silla—. Creo que lo que no está entendiendo, teniente, es que esas chicas tienen historias sexuales muy interesantes, son chicas con sus propios apetitos sexuales intensos. No hablamos de putas, teniente, hablamos de chicas muy especiales.

—¿Es eso lo que hace que valgan cien mil dólares?

Ballston suspiró con indulgencia.

—Y más.

Becker asintió con cara de no comprender. A Gurney le parecía que el hombre estaba perdido.

—Cien mil por… ¿sofisticación ninfomaníaca?

Ballston esbozó una sonrisa.

—Por ser exactamente lo que uno desea. Por ser el guante que enfunda la mano.

—Cuénteme más.

—Hay algunos vinos muy buenos a cincuenta dólares la botella, vinos que llegan al noventa por ciento de perfección. Una cifra mucho menor, a quinientos dólares la botella, logran el noventa y nueve por ciento de la perfección. Pero por ese uno por ciento de perfección absoluta, por eso pagarías cinco mil dólares la botella. Alguna gente es capaz de captar la diferencia. Algunos pueden.

—¡Maldita sea! Aquí estoy, miserable de mí, pensando que una puta cara es solo una puta cara.

—Para usted, teniente, estoy seguro de que es la verdad última.

Becker se puso rígido en su silla, con rostro inexpresivo. Gurney había visto esa mirada muchas veces en su vida profesional. Lo que seguía era normalmente desafortunado y en ocasiones suponía el fin de una carrera. Esperaba que la cámara y la presencia de Stanford Mull fueran eficaces elementos disuasorios.

En apariencia lo eran. Becker se relajó poco a poco, observó a su alrededor durante un minuto, mirando a todas partes, salvo a Ballston.

Gurney se preguntó cuál era el juego de aquel tipo. ¿Estaba tratando, de un modo calculado, de provocar una reacción violenta a cambio de obtener una ventaja legal? ¿O su condescendencia tranquila y relajada era un patético esfuerzo por demostrar su superioridad mientras su vida se derrumbaba?

Cuando, por fin, Becker habló, su voz parecía anormalmente tranquila.

—Hábleme de la sala de proyecciones, Jordan. —Articuló el nombre de una manera que sonó insultante de un modo extraño.

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