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Authors: Meg Cabot Stephenie Meyer

Tags: #Infantil y juvenil, Fantastica, Romántica.

Noches de baile en el Infierno (10 page)

BOOK: Noches de baile en el Infierno
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—No eres de por aquí —le espeté mientras me acercaba para oírlo mejor.

Vi crecer una sonrisa en medio del bálsamo que constituían aquella piel morena y los cabellos oscuros, tan familiares en medio de las caras pálidas y las cabelleras rubias que dominaban la prisión del Medio Oeste.

—He venido a pasar una temporada — explicó—. Estoy de intercambio, digamos. Igual que tú —le lanzó una mirada desdeñosa a la gente de alrededor, que se movía con escaso sentido del ritmo y aún menos originalidad—. En este lugar hay demasiadas vacas, ¿no crees?

Me reí y, al tiempo, rogué no parecer una esnob descerebrada.

—¡Sí! —celebré casi a gritos, tirando de él hacia abajo para hablarle al oído—. Pero no estoy aquí de intercambio. Me mudé de Florida. Mi madre vive allí, no lejos de la costa, pero ahora he venido a la casa de mi padre. Estoy de acuerdo contigo. Esto es espantoso. Pero, al menos, tú puedes irte a casa.

«¿Y dónde está tu casa, señor Capitán de los Piratas?»

Un tenue indicio de marea baja y canales de agua vino hasta mí, como un recuerdo, procedente de él. Y, aunque a algunos no les pareciese agradable, hizo que se me saltaran las lágrimas. Echaba de menos mi antiguo instituto. Echaba de menos el coche. Echaba de menos a mis amigos. ¿Por qué mamá se había puesto así?

—Cierto —convino él, con una sonrisa irresistible. Se pasó la lengua por los labios y se irguió—. Deberíamos salir de la pista de baile. Estamos en medio del… jolgorio.

Se me aceleró el corazón. No quería moverme. Corría el riesgo de que se marchara o, aún peor, de que alguien se lo adjudicase pasándole el brazo por los hombros.

—¿Te apetece bailar? —le pregunté, nerviosa—. No es que se me dé muy bien, pero esta música tiene ritmo.

Su sonrisa se amplió, y mi pulso por poco se desboca. «Oh, Dios. Creo que le gusto.» Me soltó la mano, asintió y, tras alejarse un paso, comenzó a moverse.

Por un momento, olvidé acompañarlo y me dediqué a regalarme la vista con su figura. No hacía extravagancias. Por el contrario, su estilo era otro… Con aquellos movimientos lentos, resultaba mucho más impactante que si se hubiese puesto a girar como una peonza.

Al advertir que lo miraba, me sonrió por debajo de la misteriosa máscara, y sus ojos, de un color a medio camino entre el gris y el azul, me devolvieron la mirada y me invitaron a aproximarme. Tomé aire, deslicé la mano en la calidez de la suya y permití que me pusiera en movimiento.

Bailaba siguiendo los matices de la música, y yo me ofusqué tratando de imitar sus pasos. Nos cimbreábamos, notábamos el cambio de cada sonido. Me permití relajarme un poco y dedicarme sencillamente a bailar, lo que resultó ser más fácil si dejaba de pensar en ello. Sentía cada uno de los golpes de cadera y cada giro de los hombros, y la ilusión de algo nuevo comenzó a tomar forma en mi interior.

Mientras quienes nos rodeaban seguían efectuando abruptos y rápidos aspavientos, nosotros danzábamos con lentitud, cada vez más cerca el uno del otro, mirándonos con intensidad creciente a medida que yo tomaba confianza. Él me guiaba a través del ritmo de la música, al que pronto se me amoldaron los latidos del corazón.

—Por aquí casi todos me llaman Seth —anunció, casi arruinando el momento, pero después me rodeó la cintura y me atrajo hacia sí. Oh, sí. Aquello estaba mejor.

—Madison —le respondí, disfrutando de lo que sentía al bailar más despacio que los demás. Y, sin embargo, la música aceleraba y hacía que la sangre se me apurase por las venas. Cuanto más extremo era el contraste, más atrevido se me antojaba lo que hacíamos—. Nunca te había visto. ¿Estás en el último año?

Los dedos de Seth apretaron el fino algodón de mi vestido, o tal vez me condujeron más cerca de él.

—El primero de la clase —respondió, agachándose para no tener que gritar.

Las luces de colores jugueteaban sobre su piel, y a mí me pareció flotar. Por mí, Josh podía irse a freír espárragos. Esto sí era lo que un baile debía ser.

—Comprendo —dije, mirándole a los ojos con el propósito de reconocerlos—. Yo estoy en un curso inferior.

Me sonrió sin separar los labios, y me sentí pequeña y protegida. Mi sonrisa iba creciendo. Notaba que la gente empezaba a mirarnos, que dejaban de bailar y se volvían. Deseé que Josh estuviese entre ellos. Seguro que seguía llamándome bruja, ¿a que sí?

Alcé la barbilla y me atreví a salvar la exigua distancia que todavía me separaba de Seth. Nuestros cuerpos se tocaban y volvían a apartarse. El corazón estaba a punto de salírseme por la boca, pero yo quería que Josh sufriese. Quería los cotilleos del día siguiente, que lo tomasen por idiota por haberme dejado plantada. Quería… algo.

Las manos de Seth, jamás impertinentes o acuciantes, se me paseaban suavemente por la cintura sin por ello impedirme bailar a mi aire, y me dejé llevar hacia una dimensión sensual que todos aquellos paletos simplones no habían visto sino en la televisión. Los labios se me crisparon al ver a Josh y al marinero con el que había estado hablando hasta entonces. El rostro de Josh estaba lívido de ira, y le dediqué una sonrisa afectada.

—¿Quieres que se entere de que no estás con él? —dijo Seth, pensativo, y lo miré—. Te ha hecho daño —agregó, dándome una caricia en la barbilla que me dejó hormigueos—. Deberías mostrarle lo que ha perdido.

Sabía que era producto del rencor, pero, aun así, estuve de acuerdo.

Seth se quedó quieto y me abrazó con un gesto continuo y fluido. Iba a besarme. Lo supe. Todos sus movimientos tenían aquel algo especial. Con el corazón palpitándome bajo las costillas, incliné la cabeza hacia arriba justo en el momento en que posaba los labios en los míos y las rodillas se me quedaron tiesas. Alrededor, la gente se detenía a observar, algunos riéndose y otros con envidia. Cerré los ojos y me balanceé para continuar el baile mientras nos besábamos.

Aquello era todo lo que yo podría desear. Allí donde me tocaba, surgía una ola de calor que me recorría, cada vez más ardiente a medida que sus caricias subían de intensidad. Nadie me había besado de aquel modo, y, de tanto miedo que me daba estropearlo, apenas podía respirar. Le rodeaba la cintura con las manos, y se la estreché aún más cuando él me tomó la cara y me la sostuvo como si fuera a rompérseme. Sus besos tenían un sabor parecido al del humo de la madera. Yo quería más… de aquello que no había conocido.

Un sonido grave se elevó desde detrás de él, tan leve como el rumor de un trueno distante. Apretó las manos, y la adrenalina me inundó de arriba abajo. Los besos se habían vuelto diferentes.

Alarmada, retrocedí un paso. Pese a haberme quedado sin resuello, me sentía entusiasmada e impaciente. Los temperamentales ojos de Seth me miraban con aquella expresión un tanto burlona que yo había alejado de mí. Aparté la vista de él, pero seguí apoyándome en su cintura para mantener el equilibrio. Las mejillas de Josh estaban encendidas, y su expresión era de enfado.

Alcé las cejas.

—Vamos —dije, tomando a Seth del brazo. Se me antojó imposible que alguien se presentara con ánimo de arrebatarme el puesto. No después de aquel beso.

Confiada, eché a caminar con Seth a mi lado. Se nos abrió un pasillo por delante, y me sentí como una reina. A pesar de que la música retumbaba y resonaba, todos nos observaron caminar sin impedimento hasta las puertas, decoradas con papeles para que pareciesen los portones de roble de un castillo.

«Plebeyos», pensé cuando Seth empujó la puerta y recibí la fresca corriente de aire del pasillo. La puerta se cerró detrás de nosotros y la música dejó de atronarnos. Arrastrando los tacones por las baldosas, fui reduciendo la marcha hasta detenerme. Junto a la pared había una mesa cubierta con un mantel de papel a la que se sentaba una mujer de aspecto cansado, la encargada de las entradas. Más lejos, en la entrada, tres chicos remoloneaban junto a la puerta principal. El recuerdo de nuestros besos se abrió paso en mi mente y, de pronto, me puse nerviosa. Aquel chico era increíble. ¿Por qué estaba conmigo?

—Gracias —murmuré, mirando hacia arriba y luego más allá. Cuando advertí que podía pensar que lo había dicho por los besos, me sonrojé—. Es decir, por sacarme de allí con el orgullo a salvo —agregué, notando ardor en las mejillas.

—Vi lo que hizo —Seth me invitó a reanudar la marcha y recorrimos el pasillo hasta llegar al aparcamiento—. O eso o le acabarías tirando el ponche por encima. Y tú… —esperó a que nuestras miradas se encontraran—… tú querías una venganza fría, sutil.

No pude evitar una sonrisa un tanto ñoña.

—¿Tú crees?

Actuando como alguien mucho mayor, inclinó la cabeza.

—¿Tienes cómo volver a casa?

Me detuve. El dio un paso más antes de darse la vuelta y mirarme con ojos alarmados. Sentí frío.

—Lo… lo siento —dijo, parpadeando—. No quería decir que… Me quedaré contigo hasta que alguien venga a buscarte. No me conoces de nada.

—No, no es eso —me apresuré a decir, avergonzada por el repentino malentendido. Observé que la mujer encargada de las entradas nos estaba mirando con perezoso interés—. Es que debo llamar a mi padre. Contarle lo que ha pasado.

La sonrisa de Seth dejó a la vista una blanca hilera de dientes.

—Por supuesto.

Hurgué en el bolso que había comprado junto con el vestido. Mientras sacaba el teléfono y trataba de recordar el número de mi padre, él aguardó a unos metros. No respondía nadie, y los dos nos volvimos al oír el ruido que la puerta del gimnasio hizo al abrirse. Era Josh. Apreté la mandíbula.

Saltó el contestador automático, y, apresurada, farfullé: «Hola, papá. Soy Madison. Me va a llevar a casa Seth…». Le hice una seña para que me dijera cómo se apellidaba.

—Adamson —respondió él a media voz, mirando fijamente a Josh tras la máscara y unas largas y voluptuosas pestañas.

«Seth Adamson —dije—. Resulta que Josh es un imbécil. Estaré en casa en unos minutos, ¿vale?» Sin embargo, dado que en mi casa no había nadie, difícilmente iba a obtener una respuesta de mi padre. Esperé un momento, como si me hubiera parado a escuchar. Luego, añadí: «Yo estoy bien. Josh es imbécil. Nada más. Nos vemos enseguida».

Satisfecha, plegué el teléfono y lo guardé. Me enganché al brazo de Seth y ambos nos volvimos en la dirección de la puerta del gimnasio, a la espera de que Josh, taconeando con sus zapatos de fiesta, llegase a nuestra altura.

—Madison… —estaba disgustado, lo cual contribuyó a incrementar mi satisfacción.

—¡Hola, Josh! —dije con alegría. Se colocó a mi lado y noté la tensión que emanaba de él—. Ya tengo con quien ir a casa, gracias —«por nada», añadí para mis adentros como consecuencia del enfado que todavía me duraba. Tanto por su culpa como por la de mi padre, quien, al fin y al cabo, había montado todo aquello.

—Madison, espera.

Me tocó el hombro y me di la vuelta. Josh se quedó helado y me soltó.

—Eres un imbécil —le espeté, echándole un vistazo a su indumentaria, que entonces juzgué pobre—. Y yo no soy una bruja. Por mí, te puedes ir… por ahí —agregué, conteniéndome para que Seth no pensara que era una malhablada.

Tras alargar un brazo, Josh me tomó de la cintura y tiró de mí.

—Escúchame —me ordenó, y el miedo que le leí en los ojos me impidió responderle—. No conozco a ese tío. No seas idiota. Déjame llevarte a casa. A tus amigos puedes contarles lo que quieras. A mí me da igual.

Traté de bufar para expresar con ello mi desdén, pero, como el corsé no me lo permitía, alcé la barbilla. Él sabía que no tenía amigos.

—He llamado a mi padre. No pasa nada —afirmé, mirando, más allá de él, al alto marinero, que había seguido a Josh hasta allí.

Sin embargo, Josh no estaba por la labor de dejarme marchar. Picada, giré el brazo y, cuando estaba por agarrarle la muñeca para defenderme, él lo adivinó y me soltó de pronto. Cariacontecido, retrocedió un paso.

—Pues entonces os seguiré hasta que estés en casa —prometió, dirigiéndole a Seth una mirada fugaz.

—Haz como quieras —repuse sacudiéndome el pelo, feliz al comprobar que, después de todo, Josh no era tan mal tío—. Seth, ¿tienes el coche en el aparcamiento trasero?

Seth se acercó con una gracia y un refinamiento que contrastaban con el anodino aspecto de Josh.

—Por aquí, Madison.

Al tomarme del brazo, creí distinguir en sus ojos un brillo de satisfacción. No me extrañó. Obviamente, había venido solo al baile y, vistas las cosas, Josh sería el que saldría solo.

En un gesto de feminidad confiada, me ocupé de hacer sonar los tacones mientras recorríamos el vestíbulo hacia las puertas del extremo opuesto. El vestido me hacía sentir elegante, y Seth estaba fantástico. Josh y su silencioso compañero trotaron detrás de nosotros como los extras de una película de Hollywood.

Seth abrió la puerta y me dejó pasar, pero los otros dos tuvieron que esperar a que él la transpusiera. El aire refrescaba, y deseé haberle pedido a mi padre otros cincuenta dólares que invertir en un chal a juego con el conjunto. Barajé la posibilidad de quejarme para que Seth me ofreciese su abrigo.

La luna era una mancha difuminada tras las nubes y, mientras Seth me escoltaba escaleras abajo, oí a Josh hablándole a su compañero con un tono furtivo y burlón. Apreté las mandíbulas y seguí a Seth hasta un estilizado automóvil de color negro que estaba aparcado sobre el bordillo. Era descapotable y, al imaginarme en el asiento, bajo el nublado cielo, no pude evitar una sonrisa de oreja a oreja. Tal vez pudiéramos dar un paseo antes de ir a mi casa. Pese al frío, quería que me viesen sentada en aquel coche, junto a Seth, mientras el viento me agitaba los cabellos y sonaba música por los altavoces. Seguro que Seth tenía un gusto musical excelente.

—Madison… —dijo Seth, abriendo la portezuela.

Sintiéndome torpe y especial a la vez, me acomodé en el asiento del copiloto y noté que el algodón del vestido resbalaba sobre el cuero. Seth aguardó a que yo introdujese el resto del vestido en el interior y luego cerró la portezuela con suavidad. Me coloqué el cinturón de seguridad mientras él rodeaba el automóvil. Las luces de emergencia arrancaban un brillo tenue de la negra carrocería. Sonreí al ver a Josh correteando hacia su coche.

Seth me asustó, pues apareció de repente en el asiento del conductor sin que la puerta hiciera ningún ruido. Arrancó el motor, y me agradó el potente bramido que éste emitía. Por la radio empezó a sonar algo contundente. La letra era extranjera, y eso le añadía atractivo. Josh encendió las luces de su coche, y Seth, con una sola mano en el volante, se puso en marcha.

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