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Authors: Meg Cabot Stephenie Meyer

Tags: #Infantil y juvenil, Fantastica, Romántica.

Noches de baile en el Infierno (27 page)

BOOK: Noches de baile en el Infierno
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Ella profirió un suspiro procedente de lo más íntimo de su ser.

—Ahora sí —respondió con inexplicable tristeza—. Muy bien.

¡Atrapada! ¡Como una idiota, como una cachorra recién salida del infierno, como una novata, como una debutante!

Incapaz de resistirse, Sheba se acomodó entre sus brazos. Observó aquellos ojos celestes y experimentó la ridícula necesidad de suspirar.

¿Cómo era posible que no hubiese identificado indicios de lo que iba a ocurrir?

La bondad rodeaba a aquel chico como si fuera un escudo. Su influencia sobre él se había estrellado sin hacerle mella. Las únicas personas que habían estado a salvo de su malicia—aquellas pequeñas burbujas de felicidad que escapaban a su control— eran las que trataba y tocaba, eran sus amigos.

¡Por sí solos, aquellos ojos debían haberla puesto sobre aviso!

Celeste había demostrado ser más inteligente que ella. Por lo menos, sus instintos la habían mantenido apartada de aquel peligroso espécimen. Una vez libre de la intensidad de la mirada de Gabe, había sabido preservar una distancia prudencial. Y además estaban los motivos que habían llevado a Gabe a elegir a Celeste. ¡Estaba claro por qué se había sentido atraído por ella! Las piezas del puzzle encajaban a la perfección.

Sheba se balanceó siguiendo la pulsión que retumbaba en el ambiente, al calor de la protección y la seguridad que le ofrecía el cuerpo de Gabe. Unos finos hilos de felicidad comenzaban a infiltrársele en su desolado interior.

¡No! ¡Cualquier cosa menos la felicidad!

Si ya comenzaba a alegrarse, entonces otras cosas más beneficiosas no se harían esperar. ¿Es que no había modo de evitar la horrible maravilla del amor?

No, si una se encontraba en brazos de un ángel.

Pero Gabe no era un ángel verdadero. Carecía de alas y tampoco era uno de esos bobos angelotes que entregaban las plumas y la vida eterna a cambio del amor humano. Sin embargo, había alguien en su familia que sí lo había sido.

Gabe era una suerte de ángel a medias que, además, desconocía su condición. Si lo hubiese sabido, Sheba lo habría oído en su mente y habría escapado a su divino horror. Pero, como Sheba estaba teniendo ocasión de comprobar, era evidente; podía paladear el aroma de los asfódelos que emanaba de su piel. Además, saltaba a la vista que había heredado los ojos de un ángel, los mismos que deberían haberla prevenido, de no haber estado tan centrada en estrategias perversas.

Había una razón para que diablesas tan experimentadas como Jezebel desconfiaran de los ángeles. Si para un humano resultaba arriesgado mirar a los ojos a un diablo, mucho más arriesgado era para un diablo caer embrujado bajo la mirada de un ángel. Cuando un demonio le mantenía la mirada a un ángel durante demasiado tiempo, el demonio quedaba atrapado en los fuegos del infierno hasta que el ángel se diese por vencido en su pretensión por salvarlo.

Porque ésa era la misión de los ángeles. Los ángeles salvaban.

Sheba era un ser inmortal, y se quedaría empantanada durante tanto tiempo como Gabe conservara su pretensión de estar con ella.

Un ángel común habría identificado al instante la verdadera naturaleza de Sheba, y la habría echado de allí si fuese lo bastante poderoso, o la habría evitado en caso contrario. Sin embargo, Sheba tenía una idea exacta de lo que su presencia provocaría en los sentidos de alguien con la vocación salvadora de Gabe. Inocente por carecer de una experiencia que necesitaba comprender, la condición maldita de Sheba debía de haberlo atraído como el canto de una sirena.

Impotente, contempló el hermoso rostro de Gabe y notó que la invadía una oleada de felicidad. Se preguntó hasta cuándo duraría aquella tortura.

Hasta entonces, lo bastante para haberle aguado una fiesta que se anunciaba perfecta.

Desposeída de su fuego infernal, Sheba ya no ejercía ninguna influencia sobre los mortales que estaban en la sala. Sin embargo, a su pesar, era muy consciente de que su trabajo se estaba viniendo abajo.

Cooper Silverdale soltó un grito de espanto al ver que tenía una pistola en la mano. ¿En qué había estado pensando? Devolvió el arma a su lugar, bajo la chaqueta, y corrió al baño, en donde, acometido por violentas arcadas, vomitó el ponche que había bebido.

Los desórdenes estomacales de Cooper interrumpieron la pelea en la que se habían enzarzado Matt y Derek a puño limpio y que estaba teniendo lugar en el cuarto de baño de hombres. Los dos amigos se miraron las caras amoratadas. ¿Por qué se peleaban? ¿Por una chica que no le gustaba a ninguno de los dos? ¡Qué tontería! Tal era su necesidad de pedirle disculpas al otro, que estuvieron interrumpiéndose durante un rato. Al fin, con una sonrisa en los labios partidos y pasándose el brazo por los hombros, ambos regresaron a la pista de baile.

David Alvarado había desestimado su proyecto de atacar a Heath después de la fiesta, ya que Evie le había perdonado que desapareciera con Celeste. Ambos estaban bailando, mejilla con mejilla, al parsimonioso compás de una canción romántica, y él no conocía motivo que pudiese llevarle a abandonarla.

Pero David no era el único que se sentía de aquel modo. Como si la canción que sonaba fuese mágica en lugar de insípida, las personas que estaban en la sala se dirigieron, cada una, hacia el chico o la chica con los que debían haberse emparejado desde un principio, y de ese modo transformaron el misterio de la noche en felicidad.

El entrenador Lauder, solitario y deprimido, dejó de mirar las galletas, bastante poco apetecibles, y observó la tristeza que le pesaba en los ojos a la vicedirectora Frinkle. Ella también se sentía sola. Con una sonrisa dubitativa en la cara, el entrenador se le acercó.

Sacudiendo la cabeza y pestañeando como si acabara de despertarse de una pesadilla, Melissa Harris empujó a Tyson y se fue corriendo hacia la salida. Buscaría al conserje y pediría un taxi…

Como una cinta elástica demasiado estirada, el ambiente de la fiesta de Reed River inició su lenta venganza. Si Sheba no hubiese dejado de ser quien era, habría tirado de aquella cinta hasta romperla en pedazos. Pero la situación era otra, y la desgracia, la ira y el odio iban desvaneciéndose. Las mentes que habían sido sus prisioneras volvían a relajarse, a buscar la alegría, a darse amor a manos llenas.

Incluso Celeste se cansó del alboroto. Se quedó con Rob, estremeciéndose ligeramente al recordar unos ojos azules perfectos, mientras una canción lenta se fundía con la siguiente.

Tampoco Sheba y Gabe advertían que las canciones terminaban y que empezaban otras.

¡Toda la desgracia y todo el dolor destruidos! Aun en el caso de que lograra liberarse, Sheba caería muy bajo en el escalafón diabólico. ¿Cuál era la verdadera injusticia?

¡Y Jezebel! ¿Acaso lo tenía todo planeado? ¿Habría intentado distraer a Sheba para que no advirtiera que un medio ángel campaba a sus anchas por la fiesta? Ya no tenía modo de saberlo, pues había perdido la capacidad de ver a Jezebel —ya estuviese riéndose o rezongando— al extinguirse su fuego infernal.

Descontenta consigo misma, Sheba suspiró de felicidad. Gabe era balsámico. Hacía que ella se sintiera realmente bien, como nunca hasta entonces.

¡Sheba debía escabullirse antes de que la felicidad y el amor acabaran con ella! ¿Se quedaría atrapada para siempre junto al celestial retoño de un ángel.

Gabe le sonrió, y ella volvió a suspirar.

Sheba sabía lo que Gabe debía de estar sintiendo en aquellos momentos. Los ángeles nunca eran más felices que cuando hacían felices a los demás, y cuanto mayor fuese la felicidad inspirada, mayor era la felicidad sentida. Teniendo en cuenta lo desgraciada y miserable que había sido Sheba, Gabe tenía que estar que no cabía en sí de gozo, como si tuviera alas y pudiese volar. El jamás desearía que ella se marchara.

A Sheba sólo le quedaba una última oportunidad de regresar a su lamentable, desgraciado, requemado y apestoso hogar. Que Gabe le ordenase volver en aquel mismo instante.

Sopesando aquella posibilidad, Sheba se sintió aún peor, notó que su desgracia previa seguía dispuesta a recibirla de nuevo. Al notar que ella se desmoronaba, Gabe la abrazó con más fuerza, y la desgracia de Sheba naufragó en la satisfacción. Con todo, mantuvo la esperanza.

Contempló aquellos ojos angelicales y llenos de amor y sonrió en alas de los sueños que le inspiraban.

«Eres la encarnación del mal —se recordó a sí misma. Tienes verdadero talento para la desgracia. Conoces todas las vertientes del sufrimiento. Podrías escaparte de esta emboscada y recuperar tu existencia anterior.»

Vistas las cosas, con todo el dolor y el perjuicio que Sheba era capaz de provocar, ¿sería posible que aquel chico angelical la mandase al infierno?

Fin

STEPHENIE MEYER, (Hartford, Connecticut, Estados Unidos, 24 de diciembre de 1973), es una escritora autora de la serie Crepúsculo (que comprende las novelas
Crepúsculo, Luna nueva, Eclipse y Amanecer
) y de las novelas
La segunda vida de Bree Tanner
y
La Huésped.

MEG CABOT, (nacida como Meggin Patricia Cabot el 1 de febrero de 1967) es una escritora estadounidense de comedias románticas para jóvenes y adultos. También ha escrito bajo el seudónimo de Meggin Cabot, Patricia Cabot y Jenny Carroll. A lo largo de su carrera ha escrito y publicado casi 40 libros, aunque se la conoce por su gran éxito
"El Diario de La Princesa"
que fue llevado a la gran pantalla en dos películas de la productora Walt Disney Pictures. Cabot ha editado más de 15 millones de copias de sus libros - infantiles, juveniles y adultos - en todo el mundo. Su página Web tiene una media de 61120 visitantes cada mes.

KIM HARRISON, nació y creció en el Medio Oeste de Estados Unidos. Después de licenciarse en Ciencias, se mudó a Carolina del Sur, donde ha vivido desde entonces. Actualmente está desarrollando la saga juvenil
Rachel Morgan
o también conocida como los libros de
Hollows.

MICHELE JAFFE, (Los Ángeles,California, Estados Unidos, 20 de marzo de 1970) es una escritora que comenzó escribiendo novelas románticas de ambientación histórica y más tarde de suspense, para luego comenzar a escribir novelas de literatura juvenil.

LAUREN MYRACLE, (Condados de Brevard, Carolina del Norte, Estados Unidos, 15 de mayo 1969) es conocida por sus novelas dedicadas a jóvenes adultos, varias de las cuales, los
"SMS"
, han logrado tanto éxito como polémica. Licenciada en psicología, ha sido galardonada con varios premios y sus novelas han alcanzado el top ten del New York Times.
ABLMS + TRD
es su única obra publicada en español.

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