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Authors: Marvin Harris

Tags: #Ciencia

Nuestra especie (10 page)

BOOK: Nuestra especie
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Existen otras razones para el escepticismo en cuanto a la capacidad de los neandertales para crear componentes verbales y simbólicos conscientes de vida cultural. Ante todo, las mediciones de la base del cráneo indican que los órganos vocales de los neandertales se parecen a los de los chimpancés. La faringe, especialmente, estaba mucho menos desarrollada que la de los sapiens modernos, probablemente a causa de la pequeñez del cuello y de la prominencia del rostro de los neandertales. Por consiguiente, existen muchas posibilidades de que éstos carecieran de la capacidad de fonación que distingue a nuestro género, y de que sus capacidades de pensamiento y consciencia fuesen proporcionalmente inmaduras. ¿Sirve esto para explicar por qué se extinguieron los neandertales poco después de que los sapiens modernos penetrasen en Europa e iniciaran el despegue cultural hace entre 45.000 y 35.000 años?

El destino de los neandertales y el origen de nuestro género

¿Dónde aparecieron por primera vez seres humanos desde el punto de vista anatómico? Quizá en África, a juzgar por los fósiles que se han encontrado en unas cuevas de la punta meridional de este continente, situadas en el paraje denominado Boca del río Klasies. La datación, que depende de indicadores geológicos, no es ni mucho menos precisa y se sitúa entre un límite superior de 115.000 años y otro inferior de 85.000. Desde un punto de vista anatómico, los homínidos del río Klasies son en apariencia total mente modernos, pero las herramientas que utilizaban no difieren mucho de las asociadas a algunos tipos de sapiens más arcaicos de África y a los neandertales de Europa. Asimismo, se han encontrado restos muy tempranos de sapiens anatómicamente modernos en la cueva de Qafzeh, próxima a Nazaret (Israel). En este caso la datación es más precisa (92.000 ± 5.000 años), y se basa en la emisión de los electrones retenidos en herramientas líticas expuestas al fuego en algún momento. Una vez más, la mayor parte de las herramientas apenas difieren de las utilizadas por sapiens arcaicos. En contraste con estas tempranas fechas de África y Próximo Oriente, los sapiens de anatomía moderna no aparecen en Europa hasta hace menos de 45.000 años. Pero, en aquel momento, utilizaban herramientas muy diferentes de las de los sapiens arcaicos y ya se encontraban a punto de iniciar el despegue cultural y lingüístico.

Según una de las interpretaciones de estos descubrimientos, los sapiens modernos aparecieron en África y después se propagaron por Europa y Asia a través del Próximo Oriente. Pero teniendo en cuenta el límite inferior del río Klasies (hace 85.000 años) es posible que los sapiens modernos apareciesen primero en Próximo Oriente y a continuación se dispersaran por África, Europa y Asia. Con independencia del sentido de la migración (de África a Próximo Oriente, o viceversa), resulta difícil comprender por qué la propagación por Europa y Asia costó al parecer 50.000 años, cuando la que tuvo lugar entre Próximo Oriente y África necesitó un período de sólo 5.000 años, aproximadamente. Tal vez, ante la perspectiva de unas latitudes septentrionales sometidas al rigor de las glaciaciones, los sapiens modernos carecieron de motivación para abandonar el terruño.

Conforme a la otra interpretación sobre los materiales de las cuevas del río Klasies y de Qafzeh, la transición del sapiens arcaico al moderno no se produjo en una sola región del mundo, sino en varias. Según este parecer, que defienden Mildreth Wolpoff de la Universidad de Michigan y James Spuhler de la Universidad de Nuevo México, los neandertales no fueron una especie de homínidos independientes, sino los progenitores directos de los humanos modernos que permanecieron en Europa y Próximo Oriente como variantes raciales y que tenían su réplica en otras razas arcaicas de transición de África y Asia. Para reforzar sus respectivas posturas, las partes en litigio han volcado su atención en el análisis del ADN de diferentes razas modernas. En teoría, a partir del número de cambios acumulados en el ADN de los gránulos celulares denominados mitocondrias, podría determinarse en qué orden y hace cuánto se separaron de un antepasado hembra común las principales poblaciones regionales. Por desgracia este trabajo se encuentra todavía en fase experimental y habrá que mantenerse escéptico respecto de la afirmación que ha recibido una publicidad enorme de Rebecca Cann y sus colaboradores de la Universidad de Hawai, según la cual la Eva de nuestro género fue una mujer que vivió en África hace entre 140.000 y 290.000 años.

Otro aspecto del misterio es la coexistencia de neandertales y sapiens modernos en Próximo Oriente. No lejos de Qafzeh, en el monte Carmelo, los arqueólogos encontraron huesos y herramientas pertenecientes a neandertales que datan de hace 60.000 años. Esto significa que en Próximo Oriente, a diferencia de Europa, los neandertales y los sapiens modernos coexistieron durante 30.000 años (hace de 65.000 a 35.000 años), y no sólo eso, sino que además fabricaron y utilizaron el mismo tipo de herramientas durante todo el período.

Me veo, pues, obligado a plantear el problema de en qué medida eran «humanos» los sapiens de anatomía moderna encontrados en el río Klasies y en Qafzeh. ¿Estaban en posesión del programa de competencia lingüística humana? Tengo el presentimiento de que, hace más de 45.000 a 35.000 años, las capacidades lingüísticas y culturales de los sapiens de anatomía moderna no estaban aún plenamente formadas, y de que no eran superiores a las de los neandertales. Esto explicaría por qué las herramientas que aparecen junto a los sapiens modernos de África y Próximo Oriente son muy parecidas a las utilizadas por los neandertales de Europa y Próximo Oriente, y por qué fue posible que ambas especies coexistiesen durante 30.000 años por los menos en Próximo Oriente, cuando la coexistencia en Europa no duró más de 5.000 años.

Cuando los sapiens modernos irrumpieron en Europa, su tecnología había dado un salto cuántico respecto de la de los neandertales. La base de la industria lítica ya no la constituían núcleos y lascas, sino hojas largas, finas y afiladas como cuchillas, que se obtenían con gran precisión y economía a partir de nódulos de pedernal cuidadosamente seleccionados. Al mismo tiempo, los sapiens se habían convertido en maestros del corte, talla y perforación de materiales como hueso, marfil y astas. Habían inventado la aguja de coser y, probablemente, cosían prendas que se adaptaban a las formas de su cuerpo. Utilizaban propulsores de madera que multiplicaban el alcance de las lanzas y los dardos, y sus proyectiles podían equiparse con una variedad impresionante de ingeniosas puntas dotadas de lengüetas y espigas.

Aparte de en uno o dos yacimientos aislados de Francia, nunca se han encontrado neandertales junto a armas tan avanzadas como éstas, lo que implica que nuestro género aprendía mucho más rápido que los neandertales, y que éstos nunca fueron capaces de realizar el despegue cultural y lingüístico.

No voy a decir que la agresión armada directa ocasionó la desaparición de los neandertales. Tanto los invasores como los neandertales vivían en bandas pequeñas y móviles, y tampoco poseían la organización política necesaria para llevar a cabo guerras de exterminio. Pero habría bastado una escaramuza ocasional con los recién llegados para que los neandertales se retirasen a regiones con menos posibilidades de caza. Esta circunstancia habría causado subalimentación, elevado las tasas de mortalidad y acelerado la decadencia de lo que ya desde el principio era una población de baja densidad. No puedo evitar pensar que de haber concurrido circunstancias de signo diferente, los neandertales hubieran podido igualar a nuestro género en su capacidad para la lengua y la cultura.

La sombra protectora de la cultura

En este momento los prólogos tocan a su fin. Nuestros antepasados de hace 30.000 años se revelan en plena posesión de lengua, manos, ojos y oídos. La cultura, proyectando su sombra protectora, avanza irresistible mientras la naturaleza humana lo hace a pasitos o no se mueve. En un instante geológico —5.000 años— nacen todas las formas del arte y florecen las religiones.

En paredes y techos de galerías subterráneas, lejos de la luz del día, aparecen de improviso animales de gran realismo, reconocibles aún 20.000 años después. Pintados superpuestos, algunos a escala mayor que el natural, con colores llamativos, se ven caballos, bisontes, renos, íbices, jabalíes, bóvidos salvajes, rinocerontes lanudos y mamuts peludos. En algunas ocasiones los artistas pintaron figuras humanas con máscaras, y símbolos en forma de pene y de vulva, y manos misteriosas. La escultura empieza en la misma época. Primero con pequeños animales de marfil y las toscas figurillas humanas encontradas cerca de Vogelhard (Alemania). Después aparecen diversas estatuillas de mujeres gordas con nalgas anchas y pechos descomunales que reflejan el gusto de la época. Desde Francia a Siberia, los artistas esculpieron estas «Venus» de piedra, hueso, marfil y hasta arcilla, tal vez para utilizarlas ritualmente en ceremonias destinadas a aumentar la fertilidad de los animales o de las personas, o tal vez sencillamente porque les gustaban las mujeres gordas. Las cuevas contienen también tablillas grabadas con motivos animales. Un puñado de ellas entre las miles encontradas presentan los primeros retratos de seres humanos concretos (machos adultos, de perfil, con nariz larga y pelo por encima de las orejas). Las joyas empiezan a abundar. Ya no se trata de simples colgantes, sino de collares enteros hechos con huesos, dientes, conchas y colmillos ensartados, además de brazaletes y alfileres decorados con finas incisiones. En las planicies rusas, donde las personas vivían en cabañas fabricadas con costillas de mamut y pieles, y donde no había cuevas que pintar, las joyas se convirtieron en una especie de obsesión. En un mismo enterramiento de 24.000 años de antigüedad que contenía los restos de un adulto y dos niños, un grupo de arqueólogos rusos encontró más de 100.000 abalorios de hueso y marfil.

Pero volvamos a las cavernas de Europa occidental, las más reveladoras en lo que respecta al desarrollo del arte y la religión. El hecho de que las pinturas murales aparezcan en galerías subterráneas remotas e inaccesibles, donde los artistas tenían que utilizar lámparas de aceite para ver lo que hacían, prueba a mi entera satisfacción que las pinturas formaban parte de ceremonias religiosas. Como lo prueba también el hecho de que los artistas pintaran sobre dibujos anteriores, aunque dispusiesen de superficies sin utilizar. Muy oportunamente, los arqueólogos han encontrado cerca de algunas pinturas pequeños huesos de aves huecos, perforados por un lado, fragmentos de flautas 25.000 años más antiguas que las flautas de Pan. Por consiguiente también había música. Y si había música, también habría canciones y poesía. No es posible detenerse aquí, por cuanto las propias pinturas muestran figuras danzantes con máscaras y disfraces. En algunas cavernas los suelos de arena presentan todavía las huellas que dejaron los pies de los danzantes.

Las pinturas parietales, pues, no eran como los cuadros que se cuelgan en las paredes de los museos, conservados para su contemplación e inmutables. Antes al contrario, constituían aspectos de ceremoniales en los que también intervenían otros elementos, y que afirmaban y renovaban las relaciones de los humanos con los animales y entre sí. No sé si las pinturas se destinaban en concreto a aumentar los futuros suministros de carne o a expresar reverencia por los animales muertos, o las dos cosas a la vez. El hecho de que las especies representadas fuesen generalmente las de los animales más grandes que se cazaban, aunque no necesariamente los más abundantes en la región, sugiere que las pinturas hubiesen podido constituir una lista de deseos. Pero el conjunto de la ceremonia debe de haber contado con múltiples funciones sociales y psicológicas. Tal vez afirmaba e intensificaba el sentido de identidad de los participantes como miembros de una comunidad. Tal vez sirviese para educar a los niños en sus obligaciones y para explicarles su lugar en el mundo. En cualquier caso, el complejo en su conjunto invita a la comparación con los rituales de los pueblos cazadores que han sobrevivido hasta nuestros días. Pienso, por ejemplo, en los festivales intichiuma que celebran anualmente los aborígenes australianos. En ellos las personas pintan sus cuerpos, se adornan con plumas, cantan la historia de la creación, bailan imitando a la
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o a los antepasados del emú, y visitan lejanos acantilados y refugios rupestres para contemplar y enriquecer las galerías de pinturas que representan la historia de la edad dorada en que el mundo era joven.

Mientras los miembros de nuestro género luchaban por comprender y dominar este mundo de la edad dorada, sus mentes fueron sentando los principios de la ciencia, el arte y la religión. Se debatieron con el tiempo y sus señales y aprendieron los cambios que llevaban aparejados las estaciones. Algunos detalles de pinturas y relieves no sólo muestran caballos, sino caballos con pelaje de invierno y de verano; no sólo renos, sino machos de cornamenta completamente desarrollada, cabeza alzada y la boca abierta, mugiendo durante la brama de otoño. Es invierno cuando los machos son representados sin cornamenta, primavera cuando la hembra dispone de la suya para proteger a las crías recién nacidas. El bisonte aparece con el pelaje entero en invierno y con el pelaje de la muda en verano, mirando en cada caso en una dirección diferente. ¿Para mostrar la dirección de la migración anual, hacia el norte en verano y hacia el sur en invierno?

La conciencia de las estaciones sustenta la idea de Alexander Marshack, según la cual los cazadores del Paleolítico Superior efectuaban observaciones astronómicas para registrar el paso del tiempo. Señalaban éste en placas de hueso, que utilizaban también para retocar los bordes desgastados de las herramientas de corte, o en cornamentas con imágenes grabadas de caballos y animales. En ellas Marshack encontró nítidas hileras de líneas y agujeros diminutos taladrados o grabados en forma de cuña y agrupados en series, y que otros investigadores habían considerado registros de los animales capturados por los cazadores. Sin embargo, Marshack considera que los agujeros y rayas representan días y meses lunares.

La primera placa se encontró en Blanchard, localidad del suroeste de Francia. Del mismo modo que la primera pintura parietal y la primera escultura, tiene una antigüedad de cerca de 30.000 años. Al microscopio se pueden apreciar sesenta y nueve marcas divididas, en veinticuatro grupos que cuentan cada uno entre una y siete marcas. Las marcas presentan una característica forma lunar: unas son totalmente redondas y otras tienen forma de creciente con la curvatura a la derecha o a la izquierda. Empiezan en el centro de la superficie de anotación, y siguen un curso espiral con dos espiras a la izquierda y dos a la derecha. Marshack afirma que al utilizar la forma en espiral, los observadores del cielo mantenían la continuidad de los cambios lunares situando las espiras o vueltas para que correspondiesen con los movimientos principales de las fases lunares. Son fundamentales en esta interpretación las ligeras diferencias que aparecen entre las marcas adyacentes, como si a medida que los días pasasen se hubiesen utilizado diferentes herramientas para hacerlas. Randall White, de la Universidad de Nueva York, no lo entiende así. Parecen diferentes, sostiene, porque los punzones y buriles de piedra utilizados para hacer las «anotaciones» se desafilaban y se mellaban durante lo que en realidad era un único episodio creativo. Aunque puede que White tenga razón, yo en principio no tengo dudas de que los creadores de las grandes galerías de pinturas de animales, tan precisas desde los puntos de vista anatómico y climatológico, podrían haber pintado las fases de la luna si pensaban que ello merecía la pena.

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