Authors: Dan Simmons
Moira parecía ajena a su incomodidad.
—Próspero —dijo, bebiendo el zumo de naranja que les había traído un servidor flotante—, viejo carcamal. ¿Esta clave para mi despertar fue idea tuya?
—Por supuesto que no, Miranda, querida.
—No me llames Miranda o empezaré a llamarte Mandrake. No soy ahora, ni lo fui nunca, tu hija.
—Por supuesto que eres y fuiste mi hija, Miranda, querida —ronroneó Próspero—. ¿Hay un posthumano vivo a quien yo no ayudara a convertirse en lo que es? ¿No fueron mis laboratorios de secuencias genéticas tu vientre y tu cuna? ¿No soy por tanto tu padre?
—¿Hay algún otro posthumano vivo hoy, Próspero? —preguntó la mujer.
—No que yo sepa, Miranda, querida.
—Entonces vete al carajo.
Ella se volvió hacia Harman, bebió café, cortó una naranja con un cuchillo aterradoramente afilado y dijo:
—Me llamo Moira.
Estaban sentados a una mesita, en una habitación pequeña (más un espacio que una habitación) que Harman no había advertido antes. Era una alcoba situada dentro de la pared recubierta de libros hasta la mitad del interior de la gran cúpula curvada hacia dentro, al menos a cien metros por encima del laberinto de paredes de mármol y el suelo. Era fácil comprender por qué no había visto el espacio desde arriba: las paredes de la estrecha alcoba estaban también cubiertas de libros. Había otras alcobas más arriba, algunas con mesas como aquélla, otras con bancos acolchados y crípticos instrumentos y pantallas. La escalera de hierro se movía como las escaleras mecánicas, o de otro modo los tres hubiesen tardado mucho en llegar a esta altura. La sensación de estar al descubierto (no había barandillas y los estrechos pasillos de mármol y los escalones de la escalera mecánica de hierro forjado eran más aire que hierro) era horripilante. Harman odiaba mirar hacia abajo. Se concentró en cambio en los libros y mantuvo los hombros pegados a los estantes mientras caminaba.
La mujer iba vestida de manera muy parecida a Savi cuando vio a ésta por primera vez: túnica azul de algodón, pantalones con cordones y altas botas de cuero. Incluso llevaba una especie de corta capa de lana similar a la que había visto que llevaba Savi cuando la conoció, aunque la suya era amarillo oscuro en vez de la rojo fuerte que la mujer mayor llevaba. Sin embargo, su complicado corte de muchos pliegues parecía ser el mismo. La diferencia principal entre las dos mujeres (además de la enorme diferencia de edad) era que la Savi mayor llevaba una pistola cuando se conocieron, la primera arma de fuego que Harman había visto jamás. Esta versión de Savi (Moira, Miranda, Moneta), lo sabía con absoluta certeza, no iba armada durante su primer encuentro.
—¿Qué ha pasado desde que me quedé dormida, Próspero? —preguntó Moira.
—¿Quieres el resumen de catorce siglos en unas cuantas frases, querida?
—Sí. Por favor —Moira separó la jugosa naranja en gajos y le entregó uno a Harman, quien lo comió sin saborearlo.
—Los bosques se deterioran —entonó el magus Próspero—, los bosques se deterioran y caen,
Los vapores lloran su carga en tierra
el hombre viene y labra los campos y yace debajo,
y después de muchos veranos muere el cisne.
Mi única inmortalidad verdadera
se consume: me marchito lentamente en tus brazos,
aquí en el callado límite del mundo,
una sombra de pelo blanco que anda como un sueño
los siempre silenciosos espacios del oriente,
las brumas lejanas y los brillantes salones de la mañana.
Inclinó un poco la cabeza.
—Tithonus —dijo Moira—. Tennyson antes de desayunar siempre me da dolor de tripa. Dime, ¿está curado ya el mundo, Próspero?
—No, Miranda.
—¿Están todos mis amigos muertos o cambilingeados, como dices?
—ella comía uvas y un queso apestoso, y bebía de una gran copa de agua helada que los servidores flotantes continuaban llenándole.
—Están muertos o cambilingeados o ambas cosas.
—¿Van a volver, Próspero?
—Dios sabe, hija mía.
—No me hables de Dios, por favor —dijo Moira—. ¿Qué hay de los nueve mil ciento trece judíos de Savi? ¿Han sido recuperados del bucle de neutrinos?
—No, querida. Todos los judíos y supervivientes del rubicón de este universo siguen siendo un rayo azul que surge de Jerusalén y nada más.
—¿No cumplimos nuestra promesa entonces? —preguntó Moira, apartando su plato y sacudiéndose los restos y el zumo de las manos.
—No, hija.
—Y tú, Violador —dijo ella, volviéndose hacia el aturdido Harman—, ¿tienes algún otro propósito en este mundo aparte de aprovecharte de desconocidas dormidas?
Harman abrió la boca para hablar, no se le ocurrió nada que decir, y cerró la boca. Se sentía asqueado.
Moira le tocó la mano.
—No te hagas reproches, mi Prometeo. Tuviste poca elección. El aire dentro del sarcófago estaba perfumado con un afrodisíaco en aerosol tan potente que Próspero lo agotó con una de las cambiantes originales... la misma Afrodita. Por suerte para ambos, sus efectos son muy temporales.
Harman sintió un arrebato de alivio seguido de furia.
—¿Quieres decir que no tuve más remedio?
—No si llevas el ADN de Ahman Ferdinand Mark Alonzo Khan Ho
Tep —dijo Moira—. Y todos los varones de tu raza deberían llevarlo.
Ella se volvió hacia Próspero.
—¿Dónde está Ferdinand Mark Alonzo? O, más bien, ¿cuál fue su destino?
El magus inclinó la cabeza.
—Miranda, querida, tres años después de que entraras en el sarcófago de buclefax, murió de una de las variantes descontroladas del rubicón que barría la antigua población cada año con la misma precisión que el céfiro llega en verano. Lo enterraron en un sarcófago de cristal, junto al tuyo... aunque todo lo que podía hacer el equipo fax era impedir que su cuerpo se pudriera, ya que los tanques de la fermería no habían aprendido aún a tratar el rubicón. Antes de que las tinas pudieran educarse a sí mismas, un puñado de homdroides del Califato escaló el Monte Everest, sorteó los escudos de seguridad y empezó a saquear el Taj. Lo primero que saquearon fue el pesado ataúd del pobre Ferdinand Mark Alonzo... Lo arrojaron al vacío.
—¿Por qué no me arrojaron a mí también? —preguntó Moira—. O, ya puestos, ¿por qué no terminaron su saqueo? Ya me fijé que todas las ágatas, jaspes, rubíes, esmeraldas, lapislázulis, cornalinas y demás baratijas seguían en su sitio en las paredes y el laberinto.
—Calibán llegó faxeando y eliminó a los veinte homdroides del califato por ti —dijo Próspero—. Los servidores tardaron un mes en limpiar toda la sangre.
Moira alzó la cabeza.
—¿Calibán vive todavía?
—Oh, sí. Pregúntaselo a nuestro amigo Harman.
Ella miró a Harman, pero volvió a concentrar su atención en el magus.
—Me sorprende que Calibán no me violara a mí también. Próspero sonrió con tristeza.
—Oh, lo intentó, mi querida Miranda, lo intentó muchas veces, pero el sarcófago no se abrió para él. Si el mundo se hubiera plegado a la voluntad y el miembro de Calibán, hace mucho que habría poblado esta isla tierra con pequeños calibanes engendrados por ti.
Moira se encogió de hombros. Finalmente, se volvió de nuevo hacia
Harman, ignorando al anciano.
—Necesito conocer tu historia y tu personalidad y tu vida —dijo—. Dame tu palma.
Apoyó el codo derecho en la mesa y alzó una mano, la palma hacia él. Confuso, Harman hizo lo mismo, pero sin tocarla.
—No —dijo Moira—. ¿Han olvidado los humanos antiguos la función compartidora?
—La verdad es que sí —contestó Próspero—. Nuestro amigo Harman aquí presente puede (o podía hasta que la
eiffelbahn
inhibió su acceso) recuperar sólo las funciones buscadora, todonet, cercanet y lejosnet. Y sólo visualizando ciertas formas geométricas.
—Madre del cielo —dijo Moira. Dejó caer la mano sobre la mesa—.
¿Saben leer todavía?
—Sólo Harman y un puñado a quienes él ha enseñado en los últimos meses —contestó Próspero—. Oh, me olvidaba de mencionar que nuestro amigo aprendió a sigleer hace unos meses.
—¿Sigleer? —rió Moira—. Nunca se pretendió que esa función se utilizara para entender libros. Era una función índice. Debe ser como mirar una receta en un libro de cocina y pensar que te has tomado de verdad la cena. El pueblo de Harman debe ser la especie más obtusa de H
omo sapiens
que jamás haya recibido una patente.
—Eh —dijo Harman—. Estoy aquí. No hables de mí como si no estuviera presente. Y puede que no conozca esa función compartidora, pero puedo aprenderla con rapidez. Mientras tanto, podemos hablar. Yo también tengo preguntas que hacerte, ¿sabes?
Moira lo miró. Él advirtió el hermoso tono gris verdoso de sus ojos.
—Sí —dijo ella por fin—. He sido grosera. Debes haber venido desde muy lejos para despertarme... y emprendiste esa acción contra tu voluntad, y estoy segura de que preferirías estar en cualquier otra parte de este mundo. Lo menos que puedo hacer es tener modales contigo y responder a tus preguntas.
—¿Puedes mostrarme cómo usar esta función compartidora de la que hablabas? —preguntó Harman. Estaba decidido a no perder los nervios con la mujer que se parecía tanto a Savi y hablaba con su voz—. ¿O mostrarme cómo faxear sin pabellones de faxnódulos? —añadió—. Como hace Ariel.
—Ah, Ariel —dijo Moira. Miró a Próspero—. ¿Los antiguos han olvidado cómo librefaxear?
—Lo han olvidado casi todo —respondió Próspero—. Fueron creados para olvidar. Por tu pueblo, Moira. Por Vala, por Tirzah, por Rahaba... por todos vuestros Urizened Beulahs.
Moira se golpeó la palma con el plano del cuchillo.
—¿Por qué utilizaste a esta persona para despertarme, Próspero?
¿Sycórax ha consolidado su poder y ha liberado a tu monstruo Calibán de su control?
—Lo ha hecho y él está libre —dijo Próspero en voz baja—, pero me pareció que era el momento de que despertaras porque Setebos ahora camina por este mundo.
—Sycórax, Calibán, Setebos —repitió Moira. Inspiró largamente, siseando entre dientes.
—Entre la bruja, el semidemonio y la cosa de la oscuridad —dijo Próspero en voz baja—, podrían controlar la Luna y la Tierra, decidir todas las mareas y dominar todo poder.
Moira asintió y se mordió los carnosos labios un instante.
—¿Cuándo vuelve a partir tu cabina
eiffelbahn
?
—Dentro de menos de cuatro horas —contestó el magus—. ¿Estarás a bordo, Moira? ¿O dormirás de nuevo en el faxataúd temporal, permitiendo que tus átomos y recuerdos sean restaurados en semejante bucle sin sentido para siempre?
—Estaré en tu maldita cabina —dijo Moira—. Y sacaré de los bancos puestos al día lo que necesito saber de este mundo feliz en el que he vuelto a nacer. Pero primero el joven Prometeo tiene que hacer sus preguntas y luego yo tengo una sugerencia sobre lo que puede hacer para recuperar sus funciones —miró hacia la cima de la cúpula.
—No, Moira —dijo Próspero.
—Harman —dijo ella en voz baja, colocando su suave mano sobre el dorso de la de él—, haz ahora tus preguntas.
Harman se lamió los labios.
—¿Eres de verdad una posthumana?
—Sí, lo soy. Así es como nos llamó el pueblo de Savi antes del Fax Final.
—¿Por qué te pareces a Savi?
—Ah... ¿la conociste entonces? Bueno, sabré de su estado o su destino cuando convoque la función puesta al día. Conocí a Savi, pero, más importante, Ahman Ferdinand Mark Alonzo Khan Ho Tep se enamoró de ella y ella no sentía ningún amor hacia él... eran de tribus distintas, como si dijéramos. Así que tomé su forma, sus recuerdos, su voz... todo, antes de venir aquí a Taj.
—¿Cómo tomaste su forma? —preguntó Harman. Moira miró de nuevo a Próspero.
—Su pueblo no sabe nada, ¿no? Se volvió hacia Harman.
—Los posthumanos alcanzamos el punto en que no teníamos cuerpo propio, mi joven Prometeo. Al menos nada que pudieras reconocer como cuerpo. No lo necesitábamos. Sólo éramos unos pocos miles, pero nos habíamos apartado del poso genético humano gracias a las habilidades genéticas del avatar de la logosfera del ciberespacio aquí presente...
—No hay de qué —dijo Próspero.
—Cuando queríamos adquirir forma humana (siempre una forma femenina, he de añadir, para todos nosotros), simplemente tomábamos una prestada.
—¿Pero cómo? —dijo Harman. Moira suspiró.
—¿Siguen los anillos en el cielo?
—Naturalmente.
—¿El ecuatorial y el polar?
—Sí.
—¿Qué crees que son, Harman Prometeo? Hay más de un millón de objetos discretos ahí arriba... ¿qué cree tu pueblo que son?
Harman volvió a lamerse los labios. El aire del gran templo-tumba era muy seco.
—Sabemos que nuestra fermería, donde nos rejuvenecían, estaba ahí arriba. La mayoría de nosotros piensa que los objetos que hay ahí son los hogares de los posts... tu pueblo. Y vuestras máquinas. Ciudades en islas orbitales como la de Próspero. Estuve el año pasado en la isla de Próspero, Moira. Ayudé a derribarla.
—¿Eso hiciste? —ella volvió a mirar al magus—. Bien por ti, joven Prometeo. Pero te equivocas al pensar que el millón de objetos en órbita, la mayoría mucho más pequeños que la isla de Próspero, eran hábitats para mi especie o máquinas que servían solamente a nuestros propósitos. Hay aproximadamente una docena de hábitats, naturalmente, y varios miles de gigantescos generadores de agujero de gusano, acumuladores de agujeros negros, primeros experimentos de nuestro programa de viaje interdimensional, generadores de Agujero Brana... pero la mayoría de los objetos en órbita os sirven a vosotros.
—¿A nosotros?
—¿Sabes lo que es faxear?
—Lo he hecho toda la vida —dijo Harman.
—Sí, por supuesto, pero ¿sabes qué es? Harman tomó aire.
—Nunca pensamos en ello, pero en nuestros viajes del año pasado, Savi y Próspero nos explicaron que los pabellones de faxnódulos convierten nuestros cuerpos en energía codificada y luego nuestros cuerpos, mentes y memorias son reconstruidos en otro nódulo.
Moira asintió.
—Pero los nódulos y pabellones no son necesarios —dijo—. Eran simplemente impedimentos para que los humanos antiguos no fuerais a sitios donde no debíais ir. Esta forma fax de teletransporte pesaba enormemente en la memoria de los ordenadores, incluso con las máquinas más avanzadas de ADN Calabi-Yau y memoria-burbuja. ¿Tienes idea de cuánta memoria hace falta para almacenar los datos de las moléculas de un solo ser humano, por no decir la oleada holística de su personalidad y sus recuerdos?