Authors: Dan Simmons
Dolía más allá de la habilidad de Harman de imaginar o contener el dolor. Abrió la boca varias veces para gritar, pero no había aire en sus pulmones, ni a su alrededor y sus cuerdas vocales vibraban en el líquido dorado donde se había ahogado.
Nanopartículas metálicas, nanotubos de carbono y artilugios nanoelectrónicos más complejos por todo el cuerpo y en el cerebro de Harman, elementos que habían estado allí desde antes de su nacimiento, sentían la corriente, se polarizaban, rotaban y se realineaban en tres dimensiones. Empezaban a conducir y almacenar información; cada complejo puente de ADN de los trillones que esperaban en las células de Harman rotaba, se realineaba, se recombinaba y aseguraban datos a través del ADN de su estructura más esencial.
Harman veía el rostro de Moira cerca del cristal, sus oscuros ojos de Savi asomados, su expresión tras el cristal... ¿de ansiedad, de remordimiento, de simple curiosidad?
Otra Inglaterra vi allí,
otro Londres con su Torre,
otro Támesis y otras colinas
y otro agradable Surrey Bower.
Los libros (advirtió Harman a través de la cascada de dolor) eran simplemente nódulos de una matriz casi infinita de información existente en cuatro dimensiones, evolucionando hacia la idea del concepto de la aproximación de la sombra de la Verdad verticalmente a través del Tiempo además de, longitudinalmente, a través del conocimiento.
Como un niño en su cuna, Harman había usado raras hojas de pergamino y marcadores aún más extraños llamados lápices y cubierto las hojas de puntos, y luego se había pasado horas tratando de conectar todos los puntos con las líneas. Siempre parecía haber otra posible línea que dibujar, otros dos puntos que conectar, y antes de que terminara la hoja de cremoso pergamino se había convertido en una mancha casi sólida de grafito. En años posteriores, Harman se preguntó si su joven mente intentaba capturar y expresar su percepción de los faxportales que había atravesado desde que fue lo bastante mayor para caminar... para que su madre lo llevara en brazos, en realidad. Nueve millones de combinaciones de trescientos pabellones de faxnódulos conocidos.
Pero ese conectar-los-puntos de información para almacenar jaulas macromoleculares era miles de veces más complejo e infinitamente más doloroso.
Otra Doncella como ella misma,
Transparente, hermosa, resplandeciente,
tres veces cada una en la otra cerrada.
¡Oh qué tembloroso temor!
¡Oh qué sonrisa! Una triple sonrisa
me llenó, como una llama ardí.
Me incliné para besar a la hermosa doncella
y encontré devuelto un Triple Beso.
Harman ya sabía que William Blake se había ganado la vida como grabador, y que no había sido un grabador popular o de éxito. «Todo es contexto.» Blake murió un domingo por la tarde, caluroso y bochornoso (el 12 de agosto de 1827). El día de su muerte casi nadie sabía que el silencioso y a menudo malhumorado grabador había sido un poeta respetado por varios de sus contemporáneos más conocidos, incluido Samuel Coleridge. [
El contexto es a los datos lo que el agua a un delfín.
] [
Los delfines eran una especie de animal acuático extinguida a principios del siglo XXII.
] William Blake se consideraba literalmente un profeta, como Ezequiel o Isaías, aunque sólo sentía desdén por los místicos, los que propagaban el ocultismo o por las teosofías tan populares en su época. [
Ezequiel Mao Kent era el nombre del biólogo marino que acompañó a Almorenian d’Azure, el último delfín, que murió de cáncer en el Oceanarium de Bengala la tarde calurosa y bochornosa del 11 de agosto de 2134. El Comité de Especies Solicitadas de las N.U.N. decidió no restituir la familia
Delphinidae
a partir del ADN almacenado sino permitir que la especie se uniera a los otros
Delphinidae
y a otros grandes cetáceos marinos en su pacífica extinción.
]
Los datos en sí, descubrió Harman mientras miraba, desnudo, desde el centro de su propio cristal, eran tolerables. Era el constante dolor del contexto en expansión nerviosa, como una telaraña, lo que lo mataría.
Me esforcé por captar la Forma más íntima
con fiero ardor y llamas de fuego.
Pero estalló el armario de cristal
y como un bebé sollozante se tornó
Un bebé sollozante en el bosque
y una pálida mujer sollozante reclinada,
y en el aire exterior de nuevo
llené de pesares al Viento de paso.
Harman llegó al límite de su capacidad para absorber dolor y complejidad. Sacudió los miembros en el denso líquido dorado, descubrió que tenía menos movilidad que un embrión, que sus dedos se habían convertido en aletas, que sus músculos se habían atrofiado en débiles harapos y que aquel dolor era el verdadero medio y el líquido amniótico del universo.
«
¡No soy una tábula rasa!», quiso gritarles a aquel bastardo de Próspero y a la perra definitiva, Moira. Esto lo mataría.
«Cielo e Infierno nacen juntos», pensó Harman y supo que Blake lo había pensando negando la creencia calvinista de Swedenborg en la predestinación:
Verdaderamente mi Satán eres pero además idiota
y no distingues el hábito del hombre.
¡Basta! ¡Basta! Por favor Dios.
Tú eres adorado por los nombres divinos
de Jesús y Jehová: tú aún eres
el Hijo de la Mañana en el cansado declive de la Noche.
Los viajeros perdidos sueñan bajo la colina.
Harman gritó a pesar de que no había aire en sus pulmones para formar el grito, ni aire en su garganta para permitir el grito, ni aire en el tanque para conducir el grito. [
El aparato desnudo, uno de seis trillones, consta de cuatro dobles hélices conectadas en el centro por dos secuencias de ADN sin pareja. La región intermedia puede asumir dos estados diferentes: el universo a menudo disfruta adoptando una forma binaria. Rotar las dos hélices media vuelta a un lado del puente central crea la llamada PX o estado intermedio paranémico.
] Esto tres mil millones de veces por segundo y se consigue una pureza de tortura nunca soñada por los diseñadores más fanáticos de las máquinas de tortura más ingeniosas de la Inquisición.
Harman trató de gritar de nuevo.
Habían pasado quince segundos desde el inicio de la transferencia. Faltaban cincuenta y nueve minutos y cuarenta y cinco segundos.
Me llamo Thomas Hockenberry. Tengo un doctorado en estudios clásicos. Mi especialidad es estudiar, escribir y enseñar la
Ilíada
de Homero.
Durante casi treinta años fui catedrático, la última década y media en la Universidad de Indiana, en Bloomington, Indiana. Luego fallecí. Me desperté (o fui resucitado) en el monte Olimpo... o en lo que seres que se hacían pasar por dioses llamaban el monte Olimpo, aunque más tarde descubrí que se trataba del gran volcán de Marte, el Olympus. Estos seres, estos dioses, o sus superiores (personalidades de las que he oído hablar pero sé poco o nada, una de ellas llamada Próspero como el personaje de
La Tempestad
de Shakespeare), me reconstruyeron para que fuera escólico, o sea, un observador de la guerra de Troya. Presenté mis informes durante diez años a una de las musas. Registraba mis relatos diarios en piedras parlantes, pues incluso los dioses de aquí son analfabetos. Estoy registrando esto en una pequeña grabadora electrónica de estado sólido que robé en la nave moravec llamada la
Reina Mab
.
El año pasado, hace justo nueve meses, todo se fue a hacer puñetas y la guerra de Troya tal como se describe en la
Ilíada
se salió de madre. Desde entonces ha habido confusión, una alianza entre Aquiles y Héctor (y por tanto entre todos los troyanos y los griegos) para luchar contra los dioses; más confusión, traiciones, el cierre del último Agujero Brana que conectaba el Marte actual con la antigua Ilión y que hizo que los soldados y técnicos moravec huyeran de esta Tierra-Ilión. Sin Aquiles (desaparecido al otro lado del Agujero Brana en un ahora lejano Marte del futuro) la guerra de Troya se reemprendió, Zeus desapareció y, en su ausencia, los dioses y diosas bajaron a combatir junto a sus respectivos campeones. Durante un tiempo pareció que los ejércitos de Agamenón y Menelao habían tomado Troya. Diomedes estuvo a punto de tomar la ciudad. Entonces Héctor abandonó su reclusión (es interesante cómo esta parte de nuestra historia reciente corre en paralelo a la larga reclusión de Aquiles en su tienda en la
Ilíada
) y el hijo de Príamo en seguida mató al aparentemente invulnerable Diomedes en combate singular.
Al día siguiente, según me han contado, Héctor derrotó a Ayax: Ayax
el Grande
, el gran Ayax, el Ayax de Salamina. Helena me cuenta que Ayax suplicó por su vida pero que Héctor lo mató sin piedad. Menelao (el ex marido de Helena y la parte agraviada que inició esta maldita guerra) murió por un impacto de flecha en el cerebro ese mismo día.
Entonces, como había visto tantos cientos de veces en mis más de diez años de observación de campo, la iniciativa de la batalla cambió una vez más. Los dioses que apoyaban a los aqueos dirigieron el contraataque tras las diosas Hera y Atenea, con el rugiente Poseidón destruyendo los edificios de Ilión y, durante un tiempo, Héctor y sus hombres tuvieron que retirarse de nuevo a la ciudad. Me han dicho que Héctor llevó a su hermano herido, el heroico Deífobo, sobre sus espaldas.
Pero hace dos días, justo cuando Troya estaba a punto de caer de nuevo (esta vez ante un ataque combinado de los furiosos aqueos y los más poderosos e implacables dioses y diosas, con Atenea, Hera, Poseidón y los suyos dándoles una paliza a Apolo y los otros dioses que defendían la ciudad), reapareció Zeus.
Helena me cuenta que Zeus hizo pedazos a Hera, lanzó a Poseidón al pozo infernal del Tártaro y ordenó al resto de los dioses que volvieran al Olimpo. Dice que los dioses antaño poderosos, docenas y docenas de ellos, se teletransportaron cuánticamente en sus dorados carros voladores y con sus hermosas armaduras doradas, obedientes, de regreso al Olimpo, como niños culpables que esperan la azotaina de su padre.
Y ahora los griegos están recibiendo la del pulpo. El mismísimo Zeus, más alto que las nubes, según dice Helena, mató a miles de argivos, hizo retroceder al resto hasta los barcos y luego los quemó con sus rayos. Helena dice que el señor de los dioses envió una enorme ola que hundió las negras quillas de los barcos. Luego Zeus desapareció y no ha vuelto desde entonces.
Dos semanas más tarde (después de que ambos bandos hubieran encendido hogueras para incinerar a los miles de caídos y observado los ritos funerarios de nueve días), Héctor lideró con éxito un contraataque que ha hecho retroceder a los griegos aún más. Parece que unos treinta mil de los aproximadamente cien mil argivos iniciales han sobrevivido, aunque muchos de ellos (como su rey Agamenón) están heridos y desmoralizados. Sin barcos para escapar ni forma de conseguir que sus leñadores lleguen a las laderas boscosas del monte Ida para cortar madera con la que construir otras naves, han hecho todo lo posible por resistir, cavando profundas trincheras, cubriéndolas con estacas, lanzando flechas de madera, excavando una serie de zanjas que conectan con sus propias líneas, construyendo montículos de arena, reuniendo sus escudos y lanzas y letales arqueros en una sólida pared alrededor de este semicírculo de muerte cada vez más reducido. Es la última resistencia de los griegos.
Es la tercera mañana desde mi llegada y estoy en el campamento griego, un arco amurallado y atrincherado de poco más de medio kilómetro, con los miserables aqueos amontonados y acorralados por las ruinas humeantes de sus naves. Están de espaldas al mar.
Héctor tiene todas las ventajas: más hombres, en una proporción de casi cuatro a uno, con la moral más alta y bien alimentados. Los griegos empiezan a pasar hambre mientras huelen los cerdos y vacas asándose en las hogueras de los sitiadores troyanos. Helena y el rey Príamo estaban seguros de que los griegos serían derrotados hace dos días, pero los hombres desesperados son valientes, hombres que no tienen nada que perder, y los griegos han estado luchando como ratas acorraladas. También han tenido la ventaja de líneas interiores más cortas y de luchar tras defensas fijas, aunque es cierto que estas ventajas de poco les valdrán sin comida ni suministro de agua, ya que los troyanos han cortado el río a un kilómetro de la playa y el tifus empieza a hacer mella en la multitud del insalubre campamento aqueo.
Agamenón no combate. Durante tres días el hijo de Atreo, rey de Micenas y comandante en jefe de esta fuerza expedicionaria, antaño enorme, se ha estado ocultando en su tienda. Según Helena Agamenón resultó herido durante la retirada general de los griegos, pero por los capitanes y guardias de aquí me entero de que sólo se rompió un antebrazo y no hay que temer por su vida. Parece que fue la moral de Agamenón la que resultó gravemente herida. El gran rey, la némesis de Aquiles, no pudo recuperar el cadáver de Menelao cuando su hermano fue alcanzado en un ojo por una flecha, y aunque Diomedes, Ayax
el Grande
y los otros héroes griegos caídos han tenido los funerales apropiados y cremaciones en sus altos túmulos en la playa, el cuerpo de Menelao fue arrastrado tras el carro de Héctor alrededor de las murallas vitoreantes de Ilión. Parece que fue la gota que colmó el vaso del tenso y arrogante Agamenón. En vez de enfurecerse y luchar, Agamenón se ha hundido en la depresión y la negatividad.
Los otros griegos no han necesitado de su liderazgo para saber que tienen que luchar por sus vidas. Su estructura de mando ha sido severamente reducida: Ayax
el Grande
muerto, Diomedes muerto, Menelao muerto, Aquiles y Odiseo desaparecidos al otro lado del Agujero Brana cerrado... El viejo Néstor dirige la mayor parte de la lucha desde hace dos días. El guerrero antaño reverenciado ha vuelto a ser reverenciado, al menos en las débiles filas de los aqueos. Aparece con su cuádriga cada vez que las líneas griegas parecen a punto de ceder, urgiendo a los cavadores de trincheras a sustituir las picas y rellenar las zonas de arena desplomadas, a mejorar las trincheras internas con bloques de piedra y huecos por donde poder disparar a salvo las flechas, enviando hombres y muchachos como exploradores nocturnos para robar agua a los troyanos, y pidiendo siempre a los hombres que tengan valor. Antíloco y Trasimedes, los hijos de Néstor, que tuvieron pocos momentos de valor durante los primeros diez años de guerra o durante la breve guerra contra los dioses, han luchado espléndidamente estos dos últimos días. Trasimedes fue herido ayer dos veces, una por una lanza y la otra por una flecha en el hombro, pero continuó combatiendo, dirigiendo a sus brigadas pileas para contener la ofensiva troyana que amenazaba con cortar en dos el semicírculo defensivo.