Authors: Dan Simmons
La criatura no se acercó a la hoguera del campamento ni al cobertizo. Se internó veinte metros en la oscuridad del prado occidental. Luego corrió hacia una de las antiguas trincheras defensivas (una trinchera de llamas que Ada había ayudado a excavar) y pareció colocarse en cuclillas sobre sus manos extendidas.
Dos nuevos orificios aparecieron a cada extremo de la pequeña criatura y tallos sin manos, probóscides latientes, emergieron, temblaron y de repente se pegaron al suelo. Entonces se produjo un sonido que era mezcla de cerdo hozando y bebé mamando.
—¿Qué demonios...? —dijo Tom. Apuntaba con el rifle, la culata de plastimetal apoyada firmemente contra su hombro. Ada sabía que el primer disparo arrojaría varios miles de serradas flechitas de cristal contra la pulsante monstruosidad rosa a una velocidad superior a la del sonido.
Ada empezó a temblar. Su constante dolor de cabeza se convirtió en una oleada de náusea.
—Conozco este lugar —susurró, la voz temblando—. Aquí es donde Reman y Emme murieron durante el ataque voynix... murieron quemados aquí.
El engendro de Setebos continuó hozando y sorbiendo.
—Entonces está... —empezó a decir Daeman, y se detuvo.
—Comiendo —terminó Ada. Tom colocó el dedo en el gatillo.
—Déjame matarlo, Ada
Uhr
. Por favor.
—Sí —dijo Ada—. Pero todavía no. No tengo ninguna duda de que los voynix regresarán en cuanto esta cosa muera. Y todavía está oscuro. Y distamos mucho de estar preparados. Volvamos al campamento.
Regresaron juntos. Daeman tiraba del reacio Setebos, que arrastraba los dedos tras ellos.
Harman se ahogaba.
Sus últimos pensamientos antes de que el agua llenara sus pulmones fueron: «Esa zorra de Moira me ha mentido.» Y entonces tosió y se atragantó y se ahogó en el rebullente líquido dorado.
El dodecaedro de cristal se había llenado hasta un palmo del techo mientras Harman contemplaba el líquido dorado fluir. Savi-Moira-Miranda había dicho que el rico fluido era el «medio» por el que sigleería (aunque ese no era el término) la gigantesca colección de libros del Taj. Harman se había despojado de todas sus prendas excepto de la termopiel.
—Eso también tienes que quitártelo —dijo Moira. Ariel se había perdido en las sombras y sólo la joven permanecía a la intensa luz de las ventanas de la cúpula. La guitarra reposaba en una mesa cercana.
—¿Por qué? —dijo Harman.
—Tu piel tiene que estar en contacto con el medio —dijo Moira—. La transferencia no funciona a través de una capa molecular enlazada como la termopiel.
—¿Qué transferencia? —preguntó Harman, lamiéndose los labios. Estaba muy nervioso. Su corazón redoblaba.
Moira señaló las infinitas filas de estantes de libros que cubrían los cien pisos curvos de la pared interior de la cúpula que se ensanchaba bajo ellos.
—¿Cómo sé que hay algo en esos viejos libros que me vaya a ayudar a regresar con Ada? —dijo Harman.
—No lo sabes.
—Próspero y tú podríais enviarme allí ahora mismo si quisierais —dijo Harman, apartándose del tanque de cristal que se llenaba—. ¿Por qué no lo hacéis para que podamos saltarnos todas estas tonterías?
—No es tan fácil —dijo Moira.
—Y una mierda que no —gritó Harman.
La joven continuó como si Harman no hubiera hablado.
—Antes que nada, sabes por el turín y por lo que te contó Próspero que todos los faxnódulos y faxpabellones del planeta han sido desconectados.
—¿Quién lo ha hecho? —dijo Harman, volviéndose a mirar de nuevo el armario de cristal. El fluido dorado se agitaba a un palmo del techo pero había dejado de llenarse. Moira había abierto un panel de arriba (una de las caras de cristal facetado), y él vio los cortos peldaños de metal que le permitirían subir hasta esa abertura.
—Setebos o sus aliados.
—¿Qué aliados? ¿Quiénes son? Dime lo que necesito saber. Moira negó con la cabeza.
—Mi joven Prometeo, llevan casi un año diciéndote cosas. Oír cosas no significa nada a menos que tengas el contexto para situar la información. Es hora de que consigas ese contexto.
—¿Por qué sigues llamándome Prometeo? —le gritó él—. Todo el mundo parece tener diez nombres por aquí... Prometeo, no conozco ese nombre. ¿Por qué me llamas así?
Moira sonrió.
—Te garantizo que comprenderás eso al menos, después del armario de cristal.
Harman inspiró profundamente. Una sonrisita más de aquella mujer, advirtió, y sería capaz de abofetearla.
—Próspero dijo que esta cosa podría matarme. —Miró el armario más que a la cosa posthumana con la forma humana de Savi.
Moira asintió.
—Podría. No creo que lo haga.
—¿Cuáles son las probabilidades? —dijo Harman. Su propia voz le sonaba quejumbrosa y débil.
—No lo sé. Muy buenas, creo, o no te habría sugerido que pasaras por esta... incomodidad.
—¿Lo has hecho?
—¿Meterme en el transferidor de cristal? —dijo Moira—. No. No tenía ningún motivo.
—¿Quién los tiene? —exigió Harman—. ¿Cuántos vivieron? ¿Cuántos murieron?
—Todos los Bibliotecarios Jefe han experimentado la transferencia del armario de cristal —dijo Moira—. Todas las generaciones de Mantenedores del Taj, y son muchas. Todos los descendientes del Khan Ho Tep original.
—¿Incluido tu amado Ferdinand Mark Alonzo?
—Sí.
—¿Y cuántos de esos Mantenedores del Taj sobrevivieron a la transferencia? —preguntó Harman. Todavía llevaba puesta la termopiel, pero sus manos y su rostro al descubierto sentían el terrible frío del aire tan cerca de lo alto de la cúpula. Se esforzó para no temblar.
Harman temía que si Moira simplemente se encogía de hombros, él se daría la vuelta y se marcharía para siempre. Y no quería hacer eso... todavía no. No hasta que supiera más. Aquel embarazoso armario de cristal con su brillante líquido dorado podía matarlo... pero también podía llevarlo antes con Ada.
Moira no se encogió de hombros. Lo miró a los ojos (tenía los ojos de Savi) y dijo:
—No sé cuántos murieron. A veces el flujo de información es demasiado... para las mentes inferiores. No creo que tú tengas una mente inferior, Prometeo.
—No me vuelvas a llamar así —Harman cerró los puños. Sentía las manos congeladas.
—De acuerdo.
—¿Cuánto tiempo tarda? —preguntó.
—¿La transferencia? Menos de una hora.
—¿Tanto? —dijo Harman. Se imaginó lo que sería flotar o colgar en el interior del armario-tanque durante una hora con aquel frío.
—El medio fluido es cálido —dijo Moira, como si le leyera la mente. Él se había despojado de la termopiel, avergonzado por estar desnudo delante de aquella desconocida con quien había mantenido una extraña relación sexual dos horas antes. Y sí que hacía frío.
Subió rápidamente por el costado del dodecaedro, usando los cortos peldaños para las manos y los pies, sintiendo lo frío que estaba el metal contra las plantas descalzas de sus pies.
Fue un alivio cuando se introdujo en el panel abierto y cayó en el líquido dorado. Como ella había prometido, el fluido estaba caliente. No olía a nada y las pocas gotas que le cayeron en los labios no tenían ningún sabor.
Y entonces Ariel salió levitando de las sombras y cerró el panel sobre la cabeza de Harman.
Y entonces Moira tocó una especie de control en el panel vertical y el control virtual donde estaba.
Y entonces una bomba cobró de nuevo vida en la base del armario de cristal y más fluido empezó a llenar el contenedor cerrado.
Harman les gritó entonces, gritó para que lo dejaran salir, y cuando la posthumana y la biosfera no humana lo ignoraron, Harman golpeo y pataleó, tratando de abrir el panel, de romper el cristal. El fluido continuó subiendo. Durante algunos segundos Harman encontró las últimas pulgadas de aire en la faceta superior del dodecaedro y la inhaló profundamente, todavía golpeando los paneles superiores. Y entonces el fluido se alzó y ya no quedaron más bolsas de aire, ni más burbujas excepto las que escapaban de los labios y la nariz de Harman.
Contuvo la respiración todo lo que pudo. Deseó que su último pensamiento pudiera haber sido para Ada y su amor por ella, y su pesar por haberla traicionado, pero aunque pensó en ella, su último pensamiento mientras contenía la respiración hasta que los pulmones le ardieron fue una confusa mezcla de terror y furia y pesar.
Y entonces ya no pudo contener más la respiración y, todavía golpeando el panel de cristal, exhaló, tosió, se atragantó, maldijo, se atragantó un poco más, inhaló el denso fluido, sintió la oscuridad cubrir su mente mientras un pánico abrumador continuaba llenando su cuerpo de inútil adrenalina, y luego sus pulmones ya no contuvieron aire en absoluto, pero Harman no lo sabía. Más pesado sin aire en los pulmones, sin que su cuerpo pataleara ya, ni se moviera, ni respirara, Harman se hundió hacia el centro del dodecaedro.
En el puente de la
Reina Mab
se desencadenó otro hervidero de actividad y conversaciones por tensorrayo cuando llegó un tercer mensaje vía máser de la Voz de la ciudad asteroidal de la órbita polar terrestre. Se trataba de una repetición de las coordenadas de encuentro y, al cabo de cinco minutos sin que llegara otro mensaje, los principales moravecs se reunieron de nuevo alrededor de la mesa de mapas.
—¿Dónde estábamos? —preguntó Orphu de Io.
—Estabas a punto de exponer tu Teoría del Todo —dijo el Integrante
Primero Asteague/Che.
—Y has dicho que sabías de quién es la Voz —repuso Cho Li—. Quién o qué es.
—No sé de quién es la Voz —respondió Orphu, vocalizando con murmullos suaves en vez de tensorrayar o transmitir por los canales de comunicación internos de la nave—. Pero tengo una idea bastante aproximada.
—Cuéntanoslo —dijo el general Beh bin Adee. El tono del moravec del Cinturón no sugería una petición amable, sino más bien una orden directa.
—Preferiría explicar mi... Teoría del Todo... primero, y luego hablaros sobre la Voz —dijo Orphu—. Tendrá más sentido en el contexto.
—Adelante —dijo Asteague/Che.
Mahnmut oyó a su amigo tomar una profunda bocanada de O-dos, aunque el ioniano tenía semanas o meses de reserva en sus tanques. Quería tensorrayar a su amigo la pregunta
(¿Estás seguro de que quieres seguir adelante con esta explicación?
), pero como el propio Mahnmut no tenía ni idea de lo que iba a decir Orphu, guardó silencio, aunque estaba nervioso por su amigo.
—Lo primero —dijo Orphu de Io—, todavía no nos habéis confiado la información, pero estoy seguro de que habéis identificado la mayoría del millón aproximado de satélites que componen los anillos polar y ecuatorial a los que nos acercamos tan rápidamente... y apuesto a que la mayoría de los objetos no son asteroides ni habitáculos.
—Eso es correcto —dijo Asteague/Che.
—Algunos de ellos sabemos que son primeros intentos de los posthumanos para crear y contener agujeros negros —continuó Orphu—. Aparatos enormes como el acumulador de agujero de gusano que nos mostrasteis chocando contra esa otra ciudad asteroide orbital hace nueve meses.
¿Pero cuántos de esos hay? ¿Unos miles?
—Menos de dos mil —confirmó Asteague/Che.
—Apuesto a que el resto del millón de... cosas... que los posthumanos pusieron en órbita son aparatos de almacenamiento de datos. No sé de qué tipo... de ADN tal vez, aunque eso requeriría soporte vital constante, así que probablemente sean burbujas de memoria combinadas con algún tipo de ordenador cuántico avanzado con algún complicado almacenamiento de memoria posthumano que los moravecs no hemos descubierto todavía.
Orphu se detuvo y se produjo un silencio que a Mahnmut le pareció que se extendía durante horas. Los diversos Integrantes Primeros y los líderes moravecs no se miraban entre sí, pero Mahnmut dedujo que tenían un canal de tensorrayo privado y que estaban conferenciando.
Asteague/Che finalmente rompió el silencio... que en realidad probablemente sólo había durado unos minutos en tiempo real.
—Son principalmente aparatos de almacenamiento —confirmó el Integrante Primero—. No estamos seguros de su naturaleza, pero parece que son algún tipo de unidades de almacenamiento cuántico de burbujas magnéticas.
—Y cada unidad es esencialmente independiente —dijo Orphu—. Tiene su propio disco duro, como si dijéramos.
—Sí.
—Y la mayoría del resto de los satélites de los anillos (probablemente no más de diez mil) son transmisores de energía básicos y transmisores de ondas taquiónicas moduladas.
—Seis mil cuatrocientos ocho transmisores —dijo el navegante Cho Li—. Exactamente tres mil transmisores de ondas taquiónicas.
—¿Cómo sabes eso, Orphu de Io? —preguntó Suma IV, el poderoso ganimediano—. ¿Has hackeado en los canales de comunicación o los archivos de los Integrantes?
Orphu alzó dos de sus brazos manipuladores multisegmentados delanteros, las palmas hacia arriba.
—No, no —dijo—. No tendría suficiente conocimiento de programación para hackear el diario de mi hermana... si tuviera una hermana y si ella llevara un diario.
—¿Entonces cómo...? —empezó a preguntar el Retrógrado Sinopessen.
—Tiene sentido —respondió Orphu—. Me interesan mucho los seres humanos y su literatura. A lo largo de los siglos, he prestado atención a esas observaciones de la Tierra, los anillos posthumanos y los datos sobre los pocos humanos que quedaron en el planeta que el Consorcio de las Cinco Lunas ha hecho de dominio público.
—El Consorcio nunca ha hecho pública ninguna información sobre los aparatos de almacenamiento de memoria en órbita —dijo Suma IV.
—No —reconoció Orphu—, pero tiene sentido que esas cosas sean eso. Toda las pruebas de hace catorce siglos, cuando dejaron la superficie de la Tierra, indicaban que sólo existían unos pocos miles de entidades posthumanas, ¿no es así?
—Es correcto —dijo Asteague/Che.
—Nuestros expertos moravec de la época ni siquiera estaban seguros de que los posthumanos tuvieran cuerpo... no un cuerpo tal como nosotros los concebimos —dijo Orphu—, así que seguro que no necesitaban construir un millón de ciudades en órbita.
—Eso no lleva a la conclusión de que la mayoría de los objetos que están en órbita de la Tierra sean aparatos de memoria —dijo el general Beh bin Adee.
Mahnmut se preguntó cuál era en la nave el castigo por espionaje.