Órbita Inestable (36 page)

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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Órbita Inestable
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—¿Qué…? ¡Oh, sí, naturalmente!

—Entonces vamos allá —dijo autoritariamente Conroy—. No creo que su equipo pueda compararse con el del Ginsberg, pero a menos que él ponga alguna objeción deseo que su recomendado electrónico nos acompañe: aparte otras consideraciones, sólo tengo hasta mañana por la noche en esta ciudad, y me gustaría asegurarme de que cuando regrese a casa haya aquí algún ingeniero capaz cuidando del problema de esas interferencias en sus programas, independientemente de que sean o no obra de su esposa como dicen las máquinas. También quiero que nos acompañe la señorita Clay, a menos que tenga alguna otra cosa que hacer. A veces tengo corazonadas. En este preciso momento tengo una que…

Se interrumpió, casi como avergonzado por su propio tono de voz.

—¡Infiernos, tengo una corazonada, y es tan intensa que prácticamente duele! Tengo la loca idea de que hay algo preciso y coherente bajo todo esto, y de que utilizándolo adecuadamente torpedeará de forma muy satisfactoria a Mogshack. ¡Pero es algo que hay que hacer aprisa!

Alzó las manos hacia su cabeza como agobiado, y Reedeth se lo quedó mirando sorprendido.

Lyla, que había permanecido en silencio durante todo el rato, dijo de pronto:

—Sí, profesor.

—¿Qué? —Conroy se volvió hacia ella, parpadeando—. Oh. Oh, sí. Quiero decir…, sí. Madison, ¿quién demonios es usted?

—Prof —dijo Reedeth—, no creo que yo…

—¡Me importa un pimiento lo que usted crea! —restalló Conroy—. Sé lo que creo yo, y eso es lo que cuenta. ¿Viene usted o no?

—¡A la oficina de Flamen! —ladró Conroy—. Usted sabe lo que está ocurriendo, ¿verdad? —añadió, dirigiéndose a Lyla.

—Yo…, no estoy completamente segura, pero… —Lyla se puso en pie, vacilante—. To-do lo que sé es que estoy asustada, pero voy con usted.

—Estoy aturdido —dijo Flamen—. ¿Qué ha ocurrido?

—Si usted también se ha dado cuenta, es que es grande —dijo Conroy, y se dirigió hacia la puerta—. ¡Vamos!

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Moción aceptada por setenta votos contra dos en la conferencia celebrada a través de una comred de seguridad entre representantes de todos los más importantes enclaves nigblancs de Norteamérica, con excepción de Blackbury

Se ha decidido:
Que en vista del grave perjuicio ocasionado a la causa de la autodeterminación negra por la confianza depositada por el Mayor Black en un experto racial sudafricano para la ejecución de su política promelanista, ya que ella ha ocasionado la expulsión de Pedro Diablo, que es bien conocido como un firme e irreemplazable defensor de los puntos de vista compartidos por todos los participantes en esta discusión, se tomarán todas las medidas posibles para rectificar las consecuencias de ese desafortunado acto a la menor oportunidad que se presente, incluida si es necesaria una evaluación psíquica forzada del Mayor Black para determinar si su comportamiento se halla en concordancia con los intereses del melanismo norteamericano.

83
Utilización idiomática del siglo XXI, tan nueva que aún no ha sido incorporada en ningún glosario reconocido, pero lo suficientemente común como para haber llamado la atención por vía oral a un cierto número de lexicógrafos.

«Nig distendido» (de nigblanc, del afrikaan nieblanke, persona no blanca): persona de color obligada a vivir y/o trabajar en un entorno dominado por los blancos antes que en un enclave o un país con un gobierno de color.

84
Un nig distendido, un tiempo enormemente dislocado

Flamen no tenía la menor idea de qué era exactamente lo que estaba ocurriendo, pero Conroy parecía persuadido de que era mucho más probable que condujera al derrocamiento de la autoridad de Mogshack que su plan original, y aferrándose con optimismo a ello se dejó arrastrar por los acontecimientos. Seguido por su variado surtido de compañeros, condujo el pediflux del Pozo Etchmark desde el ascensor hasta la puerta de su oficina, buscando en su bolsillo la llave a código que les permitiría entrar.

Pero cuando la aplicó, se dio cuenta de que la puerta estaba ya abierta.

—¿Qué demonios? —dijo, casi para sí mismo.

El panel se deslizó silenciosamente a un lado ante su contacto, antes de que tuviera tiempo de pensar que si había algún intruso en la oficina lo más prudente era retirarse discretamente y enviar a buscar a la policía antes que entrar y enfrentarse a él. Pese al hecho de que su profesión lo exponía a la furia potencial de un gran número de sus víctimas, nunca llevaba un arma encima para protegerse, y dudaba de que ningún otro componente de su grupo fuera armado en aquel momento.

Mientras estaba aún reponiéndose de su sorpresa inicial, sin embargo, una de las puertas interiores se abrió, y un rostro oscuro apareció por ella, con una expresión azarada, como la de un niño descubierto robando un caramelo.

—¡Buen Dios! —dijo Conroy por encima del hombro de Flamen; era el más alto de los dos, por media cabeza—. ¿No es usted Pedro Diablo? ¡Bien, parece haber aterrizado usted sobre sus dos pies después de haber sido pateado tan poco ceremoniosamente de Blackbury!

Diablo asintió, ausente, los ojos fijos en Flamen.

—Oh…. espero que no le importe —dijo—. La IBM no ha podido proporcionarme una de las unidades de práctica que usted sugirió, han dicho que hasta el lunes no podían hacer nada, y después de haber visto de lo que su equipo era capaz simplemente no pude resistir la tentación de venir a juguetear un poco con él. Puse el código para aislar la unidad, por supuesto… No me fue difícil, después de todo…. y le prometo que no he causado ningún desastre.

—¡Al menos hubiera podido tener la cortesía de hacérmelo saber! —restalló Flamen—. ¡Estuve a punto de confundirle por un ladrón, e iba a marcharme y avisar a la policía! De todos modos, ahora tenemos cosas más importantes en que utilizar nuestros ordenadores, así que le agradecería que nos dejara solos.

De mal humor, pasó junto a Diablo y se metió en su propia oficina.

—Tonterías —dijo Conroy, siguiéndole.

—¿Qué?

—He dicho tonterías. Por un lado, llevo años deseando conocer a este hombre…. probablemente es el mejor psicólogo intuitivo del planeta, y regularmente utilizo grabaciones de sus emisiones como temas de estudio, para ilustrar cómo un individuo determinado puede manipular las masas de audiencia. Y por otro lado, se siente usted furioso y frustrado, yo mismo estoy tremendamente agitado, y tenemos que enfrentarnos a un problema infernalmente complejo. Puede sernos condenadamente útil tener a alguien con nosotros con un punto de vista imparcial, y no puedo pensar en nadie más imparcial que alguien que nunca ha deseado en absoluto estar en Nueva York, y que preferiría a todas luces seguir en su casa de Blackbury. ¿Correcto? —preguntó al nig.

—¿Quién demonios es usted? —preguntó asombrado Diablo.

—Oh…, lo siento. Me llamo Xavier Conroy.

—¿De veras? —La actitud abiertamente hostil de Diablo cambió mágicamente. Tendió su mano—. Maldita sea, ¡yo también llevo años deseando conocerle! ¿Por qué demonios les permitió que lo desterraran a esa remota universidad en Manitoba?

—Me siento excesivamente apegado a mis propias opiniones —dijo Conroy irónicamente—. En general los estudiantes se sienten demasiado impresionados por sus profesores como para hacerles caso, y siento una falsa realización de que estoy cumpliendo algún objetivo cuando veo mis propias doctrinas llegándome de vuelta en sus hojas de examen. Pero quizá me he pasado un poco dando por supuesto que usted desearía seguir aquí. Sólo que…, bien, como ya he dicho, tenemos un problema, y… ¿Tiene usted alguna vez corazonadas, señor Diablo?

—Supongo que sí, de tanto en tanto. Nada parecido a auténticas premoniciones, si es eso lo que quiere usted decir. O de otro modo aún seguiría en mi casa y mucho más feliz.

Pero uno nota claramente el valor de propaganda de cualquier nuevo dato que recibe, por ejemplo.

—Ese es el tipo de cosa al que me refiero —asintió Conroy—. Durante la última hora o dos he estado viendo y escuchando algunas cosas absolutamente extraordinarias, y tengo la tentadora impresión de que de todo ello está surgiendo un esquema coherente. ¿No tiene usted la misma sensación. Flamen?

Un poco irritado por ser relegado a un segundo plano en su propio terreno, Flamen asintió secamente; un segundo más tarde lo pensó mejor y, con expresión ligeramente desconcertada, se explicó un poco más:

—Sí, allá en el hospital sentí aquel momentáneo acceso de…, de excitación, creo que era. Fue tan fuerte que me sentí como mareado.

—Yo sigo sintiéndolo —dijo Lyla, muy pálida. Estaba de pie junto a la puerta, como si dudara en entrar—. Nunca antes había sentido nada así…, al menos, no desde que era una chiquilla y todo el mundo a mí alrededor se estaba preparando para una inminente guerra. No comprendía lo que estaba ocurriendo, por supuesto, pero lo asocio claramente a la misma mezcla de miedo y excitación.

—La señorita Clay es una pitonisa —le dijo Conroy a Diablo—. ¿Cuál es su opinión acerca de las pitonisas?

Hubo una pausa. Finalmente, con una risita, Diablo se alzó la manga izquierda de su bien confeccionada chaqueta a la última moda de Nueva York y reveló que justo debajo del codo llevaba un brazalete juju de la Conjuh Man Inc: un aro intrincadamente trenzado de pelo de la cabellera de un león.

Ese es el tipo de cosas que supongo que nosotros conocemos mejor que los blancos —dijo—. ¿Toma usted píldoras sibilinas, señorita Clay?

—Oh…, sí.

—Nosotros los nigblancs acostumbrábamos a utilizar el mismo tipo de fuerzas mentales mucho antes de que llegaran a ser sintetizadas las drogas que utilizan ustedes en sus limpios y modernos laboratorios. Tengo…, quiero decir, tenía, una vidente en mi equipo allá en Blackbury, que era capaz de hacer casi todo lo que hacen estos ordenadores, excepto por supuesto reconstruir escenas para su transmisión. La utilizábamos muy a menudo, digamos que como mínimo una vez al mes, cuando necesitábamos datos que no podíamos obtener a través de los canales oficiales. Y acertaba al menos cuatro de cada cinco veces. De hecho, me alegra ver cómo la sociedad blanc está volviendo en estos últimos años a la intuición humana en vez de aferrarse únicamente a las máquinas.

—Eso es fascinante —dijo Conroy—. Nunca había oído nada al respecto.

Diablo frunció los labios.

—Ni era probable que lo oyera. Llevamos años haciendo correr en círculos a las autoridades federales intentando encontrar fugas que no existen. Y seguirán haciéndolo, no tengo la menor duda al respecto, aunque usted les llamara inmediatamente ahora por la comred y les repitiera lo que yo acabo de decirle. Eso es lo que ocurre cuando alguien confía demasiado en las máquinas…, siempre terminas siguiéndolos viejos senderos mecánicos que ellas te han marcado. Los automatismos son incapaces de diferenciar personalidades. Uno establece para ellos una serie de principios inmutables, y ellos los siguen ciegamente hasta las más absurdas conclusiones, y finalmente lo arrastran a uno en su propia estela.

—Tiene malditamente razón —dijo Conroy—. Sabía que era usted un hombre que pensaba, señor Diablo, y me alegra más de lo que esperaba el haberle conocido. Mire, ¿por qué no nos sentamos y hablamos acerca de todo eso en lo que nos vemos implicados?

—Por supuesto —asintió Diablo—. Si es algo que usted se toma en serio, estoy seguro de que a mí me interesará también. —Echó una ojeada a su reloj—. De todos modos, me gustaría comer algo… Hoy no he desayunado.

—Estoy seguro de que podremos hacer que nos traigan algo. ¿Flamen?

—¡Oh, por el amor de Dios! ¡Por supuesto que podemos! —Con el ceño fruncido, Flamen rodeó su escritorio y se sentó en su sillón—. Pero le advierto, profesor, que si esto resulta ser una pérdida de tiempo, lo cual espero a medias, voy a irritarme tremendamente.

—Eso es algo que no me preocupa —dijo Conroy con perfecta tranquilidad—. Pero ga-rantizo que hay grandes posibilidades de que no sea una pérdida de tiempo, en un sentido que aún no podemos ver enteramente, y si eso es así, usted no va a ser el único que va a sentirse tremendamente irritado.

85
Reproducido del
Observer
de Londres del 24 de marzo de 1968

La bomba de tiempo norteamericana

por Colin Legum

… «Yo no creo en nada», dice un joven negro en un disturbio urbano. «Creo que deberían prender fuego a todo el mundo. Simplemente prenderle fuego, colega…»

86
Hipótesis relativa a lo anterior, para los propósitos de esta historia

No es el único.

87
Confusión peor que confundido

El reloj señalaba las dieciséis y diez, y permanecían sentados entre un amasijo de carto-nes vacíos de leche y de cerveza y multicolores envoltorios de bocadillos.

—Esto no tiene sentido —dijo Pedro Diablo con tono ofendido, como si el mundo entero estuviera conspirando para ocultarle un secreto—. No deja de hincharse e hincharse, y cada vez conecta con un nuevo absurdo. Necesito recapitular…, tengo la sensación de que no he asimilado todo lo que he oído porque mi subconsciente piensa que la mayor parte de ello es basura.

—¿Acaso no hay nada que tenga sentido? —preguntó Conroy.

—Oh… —Diablo dudó—. Bueno, algunas cosas dispersas, supongo. ¡Pero incluso esas se hallan profundamente enterradas entre otras cosas que simplemente suenan ridículas!

—¿Por ejemplo?

—Bueno… —Otro momento de duda; luego—: ¡No, maldita sea! ¡Las cosas que deseo tomar en serio están completamente envueltas en basura! Como lo que se supone que Harry dijo después de terminar de hacer picadillo a esos macuts de Mikki Baxendale.

—¿Qué quiere decir? —intervino Lyla—. ¿Cómo se supone que están «envueltas en basura»? ¿Acaso no me cree?

—Creería mucho más fácilmente a Harry —dijo Diablo—. No se ofenda. Pero usted misma ha admitido que tomó una dosis subcrítica de una droga muy poderosa, y no podía funcionar adecuadamente a todos los niveles mentales. Y Harry no quiere o no puede recordar haber dicho lo que usted nos ha dicho que dijo, así que… —Abrió las manos—. Incidentalmente, ¿cómo es que después de arrojar a un hombre por una ventana de un piso cuarenta y cinco Harry Madison se encuentra aquí en vez de hallarse en prisión?

Reedeth suspiró, reclinándose en su silla para permitirse estirar las piernas.

—¿Qué es lo que cree que estuve haciendo antes de que Flamen y Conroy acudieran a buscarlo al hospital? Estuve a punto de cometer perjurio para impedir que lo metieran en prisión, enterrando a los polis bajo un montón tan grande de complejos informes acerca de los efectos en el hombre de engullir una píldora sibilina de 250 miligramos que tuvieron que admitir su libertad bajo la justificación de trastorno mental temporal. Estoy acostumbrado a sacar a los pacientes del Ginsberg de esos embrollos, y hoy en día se ha convertido en una segunda naturaleza para mí atacar con contraacusaciones, aunque no siempre están tan bien documentadas como la acusación de secuestro contra Mikki Baxendale y sus macuts. Todo lo que he hecho de todos modos ha sido retrasar los acontecimientos. Claro que eso puede significar semanas, porque sé positivamente que los tribunales llevan treinta días de retraso en sus procedimientos incluso en las acusaciones de asesinato en primer grado, pero de todos modos al final deberemos enfrentarnos a ello.

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