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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

Órbita Inestable (44 page)

BOOK: Órbita Inestable
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—¡Por supuesto, por supuesto!

Los ojos de Flamen estaban clavados en la Tri-V, no en la pantalla de la comred, y allí había otra escena reconstruida, esta vez mostrando al bien conocido presidente de Lares y Penates Inc, caminando por una fábrica llena de obreros nigblancs donde se producían en cadena Lars de plástico. Lamentó haber perdido la oportunidad de presentar él mismo aquella historia en particular, pero había sido una elección juiciosa para mantener la atención de la audiencia en aquella semana de transición. Además, el detalle era excepcional, quizá debido a que Diablo había estado realmente en la fábrica en cuestión.

—Incidentalmente, ¿cómo lo ha estado haciendo? —preguntó.

—Muy bien, según tengo entendido. La audiencia blanc se ha sentido naturalmente in-trigada al ver trabajar al celebrado hurgón nig, y los índices han subido en un ocho o nueve por ciento. Y a propósito, un detalle que no dudo que le interesará: no ha habido ninguna interferencia en la emisión esta semana.

—¡Eso significa que el antiguo directorio de la Holocosmic estaba saboteándome!

—Puede computarlo usted como quiera, señor Flamen. Yo simplemente menciono el hecho.

Flamen dudó. Volviendo al tema más importante, dijo:

—Pero…, pero dígame: ¿cómo consiguió usted hacer cambiar de opinión a los Gottschalk? O menor, al grupo disidente, al que supongo que forzó la compra de la Holocosmic.

—Creo que fue cosa de ellos mismos, señor Flamen. —Voigt se tironeó de nuevo con aire ausente el lóbulo de su oreja derecha, lo desprendió por error, y volvió a colocárselo con un asomo de azoramiento—. Lo lamento. Pero todo esto es muy peculiar, señor Flamen. Sigo aún intentando obtener algo de sentido de lo que nos dicen nuestros propios ordenadores, puesto que de la noche a la mañana nuestros circuitos se han visto alimentados con algunos datos adicionales altamente improbables. ¿Sabe lo de la crisis nerviosa del doctor Mogshack?

—Acabo de verlo en la Tri-V.

—Bien, eso representa por supuesto un enorme escándalo, y los expertos federales en higiene mental han sido llamados para investigar. Entre otras cosas abrieron los bancos de datos del Ginsberg a la red de proceso de datos federal, y el análisis de la información que hemos adquirido va a llevarnos un tiempo muy largo. Parece como si…, probablemente debido a que alguno de los internos había estado encargándose del mantenimiento…, han sido integradas algunas nociones completamente carentes de sentido, como si fueran puro evangelio. Por ejemplo…

—¿Qué?

—Bien, llevo intentando extraerle algún sentido a todo ello durante toda la mañana, y hasta ahora no he hecho más que darme de cabezazos contra una pared de ladrillos. He preguntado acerca del cese de las interferencias en la emisión del mediodía de la Holocosmic, y he sido remitido a un bloque de datos recientemente adquirido del Ginsberg. —Voigt se le quedó mirando—. ¿Ocurre algo, señor Flamen?

—No…, no sé.

Vivido en su memoria, reprimió el recuerdo de los automatismos en la oficina de Reedeth diciéndole que la señora Celia Prior poseía la habilidad de interferir con las radiaciones electromagnéticas en las bandas utilizadas para…

Pero aquello era absurdo. Tenía que ser absurdo.

Sin embargo, pudo oír a Voigt que seguía hablando, mientras en la pantalla de la Tri-V un anuncio se desarrollaba en silencio…, no el de las trampas Guardian que normalmente llenaba aquel bloque publicitario. Por supuesto, difícilmente podía esperar uno que Diablo aceptara un spot que mostraba a un compañero nigblanc siendo conducido a una dolorosa muerte.

—Y todo aquello conducía finalmente a un diagnóstico referido a su esposa, señor Flamen, una afirmación de que ella podía de algún modo…, esto…, interferir con sus aparicio-nes en las ondas de la Tri-V, y que se sentía resentida de su propia habilidad debido a que a nivel consciente sabía cuánto valoraba usted su trabajo. Luego afirmaba que cuando ella encontrara una forma de emplear su talento en favor, antes que en contra, de usted, se recuperaría por completo. —Voigt exhibió una sonrisa de disculpa—. Pensar que algo de este tipo esté realmente incorporado a los bancos de datos de un importante hospital del estado… Eso es típico de lo que estamos descubriendo en la investigación sobre la administración de Mogshack, por lo que considero que es un alivio poder habernos librado de él.

Pero Flamen no estaba escuchando. Ahora estaba mirando a Celia, completamente rela-jada en el largo sofá, los ojos cerrados.

Haciendo un esfuerzo, dijo:

—Señor Voigt, ¿me haría usted un favor?

—Si está en mi mano —aceptó Voigt educadamente.

—¿Puede usted comprobar los ordenadores federales acerca de…? —Se detuvo. ¡Era tan ridículo! Iba a mostrarse como un estúpido si decía una palabra más. Y sin embargo, no pudo impedir que sus labios y su lengua terminaran la frase—: ¿Podría comprobar acerca de la crisis nerviosa de Robert Gottschalk, ver si por azar es remitido usted al mismo bloque de datos?

—Oh… Bien, no hay ningún inconveniente, si cree usted que vale la pena… —Voigt fue quien se interrumpió ahora—. Señor Flamen, estoy acostumbrado a pensar en usted como en una persona particularmente bien informada, pero, ¿cómo demonios sabe usted que la computadora Gottschalk era apodada «Robert»? ¡Incluso los miembros del trust eran mantenidos en la ignorancia de ese hecho, a menos que hubieran jurado su inquebrantable apoyo a la facción capitaneada por Anthony Gottschalk!

«Me lo dijo un loco salido del Ginsberg.»

Pero Flamen no se sintió con valor para admitir aquello. Mantuvo un silencio enigmáti-co, mientras su mente trabajaba. «Si Madison estaba en lo cierto respecto a eso, ¿no podría haber estado también en lo cierto respecto a otras cosas? ¿Y podían los automatismos del Ginsberg…?»

Miró a Celia, preguntándose si aquella sería la verdad…, preguntándose si la cura se había producido en el momento en que ella había acudido a mirar por encima del hombro de su hermano y le habían dicho que la Holocosmic había sido comprada por los Gottschalk y ya no habría más programas de Matthew Flamen.

Aquella podía ser una forma de hacer que su talento trabajara para él, en vez de contra él: interfiriendo con la ultracompleja computadora…

Pero no se sintió capaz de convencerse a sí mismo. Sólo podía aceptar el fantasma de una sospecha de que las cosas podían haber ocurrido de aquel modo.

Con una renovada energía, Voigt dijo:

—Bien, eso deja tan sólo otro punto, señor Flamen, aparte mis felicitaciones por su vuelta a su programa el próximo lunes. ¿Estaría usted…, esto…, estaría usted dispuesto a seguir trabajando en colaboración con el señor Diablo? Lo he sondeado de una manera informal, y él dice que está dispuesto si usted lo está también. Por alguna razón, pese a la destitución del Mayor Black…

—¿Él también?

—Realmente ha estado usted apartado de las noticias, señor Flamen —dijo Voigt con una franca sorpresa—. Sí, el Mayor Black fue juzgado mentalmente incapaz de seguir os-tentando su cargo ayer por la tarde. Pero estoy aguardando su respuesta.

—Sí, me encantará —dijo Flamen firmemente—. He estado observando su trabajo mientras hablaba con usted. Me gusta. Es condenadamente bueno. ¿Por qué no desea volver a su casa, sin embargo, si el Mayor Black ya no está allí?

—Parece que recientemente ha habido algunas…, esto…, fricciones dentro de los círculos nigblancs —dijo Voigt—. Es posible que hayan tenido su origen en la invitación del Mayor Black de que Uys acudiera al país. Sea lo que sea, nosotros al menos ya no tendremos más problema con la presencia aquí de Morton Lenigo, gracias a Dios.

Flamen se llevó una vacilante mano a la cabeza.

—Tengo la sensación como si apenas hubiera parpadeado, y todo el mundo fuera distinto a mí alrededor.

—Es distinto —dijo Voigt con una inesperada gravedad—. Hemos tenido una semana de alivio de algo que durante mucho tiempo he estado esperando que tuviera usted el valor de atacar.

—¿Qué?

—La propaganda Gottschalk. Ni yo mismo hubiera llegado a creer lo eficiente que era hasta esta semana, cuando se vieron directamente involucrados en el mundo de las comunicaciones y se encontraron con el hecho de que la Carta prohíbe a las corporaciones que controlan servicios públicos de transmisiones televisivas utilizarlas para la promoción de sus propios productos. No sé cuánto tiempo durará esto, pero… Señor Flamen, ¿puedo hacer algo ilegal, no ético, y enteramente personal? ¿Puedo pedirle que me devuelva el pequeño favor que haya podido hacerle consagrando tanto tiempo como le sea posible en su emisión, a partir de ahora, a un análisis detallado de las técnicas Gottschalk para fomentar el descontento, el odio y la sospecha?

Aquella era la primera vez en su largo contacto que Flamen veía a Voigt desplegar una tal emoción. Estaba casi temblando.

—Puedo mantenerlos encallados donde están ahora durante semanas como mínimo, quizá meses, antes de que puedan librarse de sus obligaciones y vender sus acciones de la Holocosmic. Hasta entonces, tenemos una posibilidad de luchar contra ellos.

—¡Pero ellos seguirán siendo mis empleadores!

—Tendrán que tragarse todo lo que usted elija poner en las ondas. La Carta dice también que ningún programa de noticias, y el suyo está considerado como un programa de noticias, podrá ser censurado debido a que los propietarios de la cadena deseen proteger a un anunciante de una publicidad desfavorable relativa a sus productos o servicios. —Voigt sonrió como un gato gordo—. Podemos pasearlos de una apelación a otra antes de que puedan alcanzarnos, señor Flamen. He hecho computar el asunto, y funcionará. Así que quizá usted pueda, esto…, realizar el servicio público que acabo de sugerirle.

—Sí —dijo fervientemente Flamen.

—Gracias, muchas, muchas gracias. Yo… ¡Oh, pero si es la señora Flamen! —Los ojos de Voigt se abrieron mucho, y en aquel mismo momento Flamen se dio cuenta de que Celia se había levantado de su sofá y se había situado silenciosamente junto a él—. Hace un montón de tiempo que no nos vemos. Me alegra saber de su recuperación.

—No sabe usted ni la mitad de ello —dijo Flamen, y rodeó a su esposa por la cintura.

—¿Quizá el resto no pueda…, esto…, publicarse? —dijo Voigt. Alzó una de sus pobla-das cejas—. Bien, voy a volver a mis propios problemas personales y así dejaré de molestarles. Y una vez más, gracias por aceptar la sugerencia que le he hecho.

—¿Qué sugerencia? —dijo Celia cuando la pantalla se apagó—. Me temo que estaba medio dormida. No he oído mucho de lo que estabais hablando.

—¡Vuelvo a mi trabajo! —dijo Flamen, exultante—. ¡Y lo que es más, voy a tener la oportunidad de torpedear a esos bastardos que intentaron eliminarme! Créeme —apretó los puños—, ¡voy a hacer que sigan el mismo camino que Mogshack y el Mayor Black!

98
Lejos de ser algo extraordinario, el sabio idiota que puede realizar notables hazañas mentales sin saber ni cómo lo hace ni cuáles van a ser sus consecuencias es más bien algo excesivamente típico de la especie humana

En el agradable estudio con aire acondicionado y amueblado a la antigua que tenía en el campus de la universidad de Manitoba Norte, Xavier Conroy permanecía sentado ante su antigua máquina de escribir eléctrica ponderando las líneas generales de la serie de conferencias televisadas que había sido invitado a dar durante el próximo año académico. Seguía teniendo problemas en organizar su argumentación; una cosa era dirigirse a un grupo de estudiantes cautivos en una relativamente oscura universidad, y otra muy distinta tener que presentarla de una forma clara a millones de telespectadores.

Sospechaba que el contrato había sido firmado por puro pánico… El escándalo de descubrir que el director del mayor hospital mental del hemisferio estaba sufriendo él mismo de megalomanía avanzada había alterado a todo el mundo, incluidos los directores de las más importantes cadenas de Tri-V, haciéndoles terriblemente conscientes del problema de la higiene mental que hasta entonces había sido domesticado por doctrinas tan fáciles como las de Mogshack acerca de la naturaleza cambiante de la normalidad.

Fuera debido al pánico o no, sin embargo, la oportunidad era demasiado buena como para dejarla pasar. ¿Cuál era la mejor forma de hacer ver claro a los espectadores que…?

La comred zumbó. Volviéndose, vio que la pantalla señalaba el color amarillo claro que indicaba larga distancia, y admitió la llamada.

Ante su sorpresa, apareció el rostro de Lyla Clay: hermosa como siempre, mostrando las huellas de la tensión, pero sonriendo al verle.

—¡Señorita Clay! ¡Buen Dios! —Hizo girar su silla para enfrentarse directamente a ella—. ¿A qué debo el placer?

—Me gustaría acudir a estudiar con usted este año —dijo Lyla.

Hubo un momento de completo silencio. Finalmente, Conroy dijo:

—Me siento…, esto…, muy halagado, pero…

—Profesor. Estoy mejorando mucho en controlar mi talento —dijo Lyla—. No he tomado ninguna píldora sibilina en más de un mes, y estoy sintiendo cosas que… —Se mordió el labio—. Bueno, creo que tengo un montón de cosas que decirle. ¿Puede perder usted un poco de tiempo escuchándome? Quiero decir, si dice usted que no, lo comprenderé, porque la última vez que hablamos todo estaba tan desorganizado, y si usted prefiere olvidar todo el episodio, simplemente dígalo.

Conroy permaneció inexpresivo por un momento. De pronto se echó a reír.

—Señorita Clay, debo confesar que me impresiona usted enormemente. No recuerdo haber hecho nunca nada tan estúpido en mi vida como enfrentarme al señor Flamen y asegurar que creía en lo que Madison nos estaba diciendo, cuando tan sólo unos momentos más tarde se hundía en la locura permanente. Oh, lo siento. Él era amigo suyo, ¿verdad?

—Harry Madison no sólo era la persona más sana, sino la más agradable que jamás haya conocido —dijo Lyla firmemente—. Me sacó de una terrible situación inmediatamente después de la muerte de Dan, y pese a que ha sido internado de nuevo en el Ginsberg desde entonces he seguido comportándome de la forma en que él me enseñó, y debo decir que los resultados han sido sorprendentes. Creo que estaba usted equivocado, profesor… Quiero decir, creo que está equivocado ahora y tenía razón entonces.

—No acabo de seguirla —dijo Conroy tras una pausa.

—No estoy segura de seguirme yo misma —se alzó de hombros Lyla—. Es algo que está tan…, tan dentro de mí, que no puedo explicarlo. Tiene algo que ver con haber intentado ganarme la vida como pitonisa…

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