Authors: Laura Gallego García
Tenía que ser una casualidad, se dijo Victoria y, sin embargo, no dejaba de resultar siniestra. Bien; Alsan y Gaedalu estaban todavía atando cabos importantes de su plan, así que no estarían preparados para enfrentarse a él si llegaban a descubrirlo.
Victoria dio media vuelta y corrió al encuentro de Christian dejándose guiar por la señal del anillo.
Lo encontró en las almenas. Se había sentado entre dos de ellas, y la aguardaba, aparentemente en calma. Victoria sonrió para sí, recordando aquellos encuentros en la casa de su abuela. Se reunió con él.
—No deberías haber venido —fue lo primero que le dijo, sin embargo—. Estás en peligro.
Christian ladeó la cabeza.
—Qué curioso; yo creía que eras tú la que tenía problemas.
Victoria recordó la conversación que acababa de oír, y se estremeció.
—Hablo en serio, Christian. Tienes enemigos aquí, ya lo sabes. Y creo que pueden hacerte daño.
—Correré el riesgo, al menos por esta noche. Pero tenía que verte.
Victoria se derritió bajo la intensa mirada del shek, con la sinceridad que impregnaba sus palabras. Suspiró y se acercó un poco más a él. Era la primera vez que estaban a solas desde que habían regresado de la Tierra.
Trató de sobreponerse.
—Bueno, pues ya me has visto, estoy bien. Y ahora, vete.
Christian sonrió.
—No tan deprisa. He recorrido un largo camino, ¿sabes? He venido para verte, pero también porque tengo que hablar contigo..., acerca de lo de la otra noche.
Victoria suspiró.
—Jack no te perdonará que te quedases mirando cómo Gerde lo mangoneaba y lo torturaba —dijo, y algo en el tono de su voz alertó a Christian de que ella se lo reprochaba también—. Supongo que había una razón. Una de esas razones que solo conoces tú y que no revelas a nadie.
—Quería que Jack experimentara lo que supone enfrentarse a Gerde. No lo olvidará fácilmente, así que se mantendrá alejado durante un tiempo.
—¿Solo por eso? ¿Y si... y si lo hubiese matado?
—Sé que no lo habría hecho, por muchos motivos. Uno de ellos tiene que ver contigo y conmigo.
Victoria lo miró, interrogante.
—Jack ya no es rival para Gerde. Los Seis no han formulado una nueva profecía, y eso significa que han dejado de prestaros atención, que ya no contáis con su apoyo. Si os enfrentáis a Gerde, no podréis vencer.
»Gerde lo sabe. Sin duda disfrutaría matándoos a los dos, pero sabe que, si te hace daño, me perderá, y todavía me necesita. En cuanto a Jack... si él muere, yo acudiría a tu lado, y eso me obligaría a abandonar a Gerde, cosa que a ella no le interesa, de momento. Por otra parte, ella considera que Jack es lo único que se interpone entre tu y yo, así que no lo eliminará, solo para molestarme. Le gusta hacerme sufrir —añadió, con sorna.
—¿Te guarda rencor? Se supone que es una diosa, ¿no?
—Mientras no alteren significativamente sus planes, se permite a sí misma esos pequeños caprichos. Además —añadió—, creo que Jack le ha gustado. Supongo que la próxima vez que se enfrente a ella, no retirará el hechizo simplemente porque tú se lo pidas.
Victoria movió la cabeza.
—A veces me cuesta aceptar que seas tan frío... que racionalices de esa forma el miedo y el sufrimiento... que todo tenga un sentido para tu mente, incluso cosas que ningún corazón asimilaría con facilidad.
—La explicación más sencilla es que soy un traidor, ¿verdad? —sonrió él—. Debe de ser un alivio poder dividir el mundo en conceptos simples: traidor o no traidor... Hay una serie de requisitos; si los cumples, estás en un lado, y si no, en otro... Pero, ¿y si hubiera más variables, un comportamiento que no encaja con ninguno de esos dos conceptos contrapuestos?
—Sin duda todos te comprenderíamos mejor si nos explicaras qué variables son esas.
—No puedo hacerlo, Victoria. Debéis quedaros con los vuestros, con la Resistencia, con los sangrecaliente. No hay alternativa para vosotros. Por eso no tiene sentido que os cuente todo lo que sé.
Victoria desvió la mirada.
—Puede que ya sea tarde —murmuró—. Alsan está convencido de que yo sí soy una traidora.
Christian esbozó una sonrisa sarcástica.
—He oído que van a hacerlo rey —comentó, mordaz.
Ella le dirigió una mirada de reproche.
—¿Para eso has venido? ¿Para volver a repetirme que me mantenga al margen?
—No. —Christian se puso serio de pronto—, He venido porque Gerde sabe algo acerca de ti, algo importante que no me has contado. Y quiero saber qué es.
Victoria retrocedió un paso, turbada.
—Si es un secreto no tienes por qué confiármelo —prosiguió Christian—, pero desde el momento en que Gerde lo supo, ya no es un secreto. Me bastará con sostenerte la mirada un par de minutos para saberlo, pero prefiero que me lo cuentes tú.
Victoria inspiró hondo y alzó la cabeza.
—Iba a contártelo de todas formas —dijo—. Y no porque lo sepa Gerde, sino porque creo que debes saberlo. Estoy embarazada, Christian.
El no dijo nada. La miró fijamente, serio y sereno, y sus ojos azules parecieron atravesarla como una daga de hielo.
—No sé cómo lo supo Gerde —prosiguió Victoria, incómoda—. Cuando nos vimos, aún no se lo había contado a Jack, así que nadie lo sabía, aparte de mí.
—Entiendo —dijo Christian—. Imagino que Gerde seguirá tu embarazo con mucho interés, y eso significa que te dejará en paz, por lo menos en los próximos meses. Después, tendremos que poneros a salvo, a ti y al bebé.
—Jack había sugerido marcharnos a la Tierra.
—Puede ser una opción, pero no es viable ahora mismo.
—¿Por Shizuko?
—No; porque Gerde planea exiliarse allí con todos los sheks, así que te encontraría de todos modos.
Victoria no dijo nada. Se sentía cansada y a la vez aliviada, como si se hubiese liberado de una pesada carga..., aunque sabía que los problemas acababan de empezar.
Christian la miró un momento y la atrajo hacia sí para abrazarla.
—No tengas miedo —le dijo—. Te juro que haré lo posible por protegeros, a ti y a tu bebé. Pero ahora he de volver con Gerde. Por el momento tendremos que estar separados, pero vendré a verte...
—No —cortó ella, casi al borde de las lágrimas—. No vengas. Estarás en peligro si lo haces, y yo me las arreglaré bien, en serio.
Christian dudó un momento, pero finalmente asintió.
—Lo dejo en manos de Jack, pues. Pero prométeme que no volveréis a acercaros a Gerde. A veces es un poco imprevisible, ¿sabes? Y yo no soy rival para ella. Si cambia de idea y decide mataros, no habrá nada que yo pueda hacer. Así que no volváis a cruzaros en su camino.
Se puso en pie para despedirse de ella. Cruzaron una larga mirada que culminó con un beso. Victoria lo abrazó con todas sus fuerzas.
—Ten cuidado —le pidió.
Christian asintió.
Cuando estaba a punto de marcharse, Victoria lo llamó de nuevo. —No me has preguntado quién es el padre de mi bebé —le dijo en voz baja.
Él la miró, un tanto sorprendido.
—No me ha parecido un dato relevante —comentó. Victoria sonrió.
Al día siguiente, Alsan recibió noticias de Shail. A través de un mensajero, le hacía saber que el éxodo de los gigantes era totalmente pacífico, y que simplemente estaban de paso, cruzando Nandelt de camino hacia las montañas del sur. También le contaba que se había encontrado con Ymur, y que este se dirigía a la Torre de Kazlunn.
—Por lo visto, tiene intención de hablar con Qaydar —les explicó Alsan a Jack y a Victoria—. La situación en Nanhai se ha vuelto insostenible. Ymur está empezando a tomarse en serio la teoría de que Ashran se transformó en el Séptimo dios, allí, en el Gran Oráculo, y quiere investigar un poco más acerca de su pasado. Está convencido de que Qaydar tiene que saber algo de él.
»Shail lo acompaña, porque también siente curiosidad. Por otra parte, hace tiempo que no tenemos noticias de los magos de Kazlunn, y lo cierto es que también yo quiero saber qué están haciendo, si tienen algún plan para detener esto o simplemente prefieren actuar como si no pasara nada. El silencio de Qaydar me tiene intrigado, y a la vez me preocupa.
Victoria sonrió levemente. Alsan detectó el gesto y frunció el ceño, pero no dijo nada.
—Entretanto, los gigantes siguen avanzando, y la gente está asustada; incluso en algunas aldeas se han preparado para defenderse de lo que creen una invasión. Ya he hablado con Covan: vamos a dedicar los próximos días a asegurarnos de que no se producen incidentes. Tanawe enviará también un par de dragones, y no estaría de más que tú les acompañaras, Jack. Tu presencia tranquilizará a los habitantes de Les cuando los gigantes lleguen a las puertas de la ciudad.
—Claro, contad conmigo —asintió Jack—. ¿Eso quiere decir, entonces, que los preparativos para el ataque a Drackwen se retrasan?
Alsan lo hizo callar con una mirada feroz.
—Te agradecería que no divulgases nuestros planes, Jack —lo riñó, con sequedad.
El joven se mostró desconcertado.
—Pero si no he... —empezó—. Pero si no se lo he contado a nadie, salvo a... ah —entendió, dirigiendo una mirada fugaz a Victoria—. No encontré ninguna razón para ocultárselo —añadió, con más firmeza—. Ella sabe que hace tiempo que andamos buscando el modo de enfrentarnos a Gerde.
—¿Ninguna razón? ¿El hecho de que Kirtash esté en el bando enemigo no te parece una buena razón?
Victoria se levantó, con gesto cansado.
—No hace falta que discutáis por mí —dijo—. No es mi intención entrometerme en vuestros planes de batalla, ya lo sabéis.
Alsan le dirigió una larga mirada.
—Si conocieras los detalles —le dijo—, si supieses cuándo va a ser el ataque, con qué fuerzas contamos y cuál es nuestra estrategia... ¿no se lo contarías a Kirtash?
—Haría lo posible porque él no saliese perjudicado —replicó ella—, pero no tengo la menor intención de defender a Gerde. Y, si no me equivoco, lucháis contra ella.
—...Y contra sus aliados —matizó Alsan.
—Puede que para ti sea lo mismo, pero para mí, no lo es. Yo lucharé contra Gerde si hace falta. Y contra sus aliados. Pero no contra Christian.
Alsan sostuvo su mirada.
—No hace mucho me pediste ayuda para matar a Kirtash —le recordó—. Pensé que habías recobrado la cordura por fin, pero veo que me equivoqué.
—No fue así —respondió Victoria con suavidad—. Entonces no recuperé la cordura, sino que la perdí. Y tú lo sabías, y por eso no quisiste acompañarme.
Alsan no supo qué decir. Con un suspiro, Victoria abandonó la estancia, y los dos se quedaron a solas.
—¿Se puede saber qué te pasa? —estalló Jack—. ¡No dejas de meterte con ella!
—¿Has averiguado ya qué te ocultaba, Jack? —contraatacó Alsan, implacable.
—Sí —replicó el joven, con serenidad—. Y no tiene nada que ver con lo que tú sospechas. De todas formas, lo que ella me ha confiado es un asunto personal, así que no puedo contártelo. Sé que no confías en Victoria, pero... ¿confías en mí?
Alsan le dirigió una larga mirada.
—Sí —capituló, con un suspiro—. Confío en ti, Jack. Espero que sepas lo que estás haciendo.
«Yo también», se dijo el dragón para sí.
Allí..., un poco más lejos...
Siempre parecía estar un poco más lejos. Demasiado lejos para tratar de llegar rápidamente y en silencio. Gerde contempló aquellas luces que brillaban en la distancia, y deseó verlas más de cerca. Sospechaba que allí podía estar el objeto de su búsqueda. Si solo...
Estaba ya a punto de decidirse a dar un paso adelante cuando percibió que había alguien cerca de su cuerpo físico. Regresó inmediatamente. Tenía motivos para prestar atención a lo que sucedía en el plano material, pero en esta ocasión lo hizo con más alivio que alarma o enfado. Aunque había dejado claro que no quería que la interrumpieran, en aquel momento lo agradeció.
«Pero volveré», se dijo. «Tengo que ver si más allá se encuentra lo que estoy buscando».
Poco a poco, su esencia regresó a su cuerpo.
Christian se había quedado contemplándola, sentada en mitad de aquel hexágono, completamente inmóvil, con los ojos en blanco. Había clavado la vista en su esbelto cuello, deseando cerrar las manos en torno a él, y estrangularla... volver a matarla otra vez, y para siempre.
No había día que no lo deseara. Pero, al mismo tiempo, el poder que Gerde ejercía sobre él le impedía acercarse más... a menos que fuera para besarla.
El joven había logrado mantener las distancias. Sabía que, cuanto más se resistiera él, más disfrutaría Gerde. Podría haber hecho que cayera rendido a sus pies con apenas un gesto, como había hecho con Jack unos días atrás. Pero entonces el juego habría terminado.
Christian sabía que Gerde disfrutaba viendo cómo luchaba por su libertad, día tras día. El shek sufría con la idea de estar a su merced; en el momento en que eso dejara de importarle, dejaría de sufrir... y Gerde quería que sufriese, que supiera lo que era sentirse inferior, sentirse bajo el dominio de alguien.
No era este el único motivo por el que no trataría de matarla. Había uno que para él era más poderoso, más importante que el deseo.
Los ojos de Gerde recuperaron su color normal. Christian esperó mientras, lentamente, volvía en sí.
—Kirtash —murmuró el hada, aún un poco aturdida—. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me has interrumpido? Oh —dijo de pronto, al entenderlo; su rostro se iluminó con una sonrisa—. Ya has hablado con ella. ¿Y bien? ¿Te ha dicho quién es el responsable?
Christian la miró fijamente.
—Supiste que estaba embarazada con solo mirarla —dijo—. ¿Por qué necesitas que yo te diga quién es el padre de su hijo?
Gerde frunció levemente el ceño.
—No es tan difícil detectar una vida creciendo en el interior de una mujer, Kirtash. Pero es demasiado pronto para poder echar un vistazo a su alma. La esencia de esa criatura es en gran parte humana, y está arropada por la esencia de su madre. Hasta que no crezca y se desarrolle más no será posible detectar en ella vestigios de una esencia de dragón... o de shek. Supongo que entenderás la importancia que puede tener ese dato para el futuro de la criatura...
Los ojos de Christian se estrecharon hasta convertirse en dos finas rayas azules.
—No te atrevas a tocar a ese niño —siseó.
Gerde lo miró, divertida.
—¿Así que es tuyo, al fin y al cabo? Porque no creo que seas tan estúpido como para desafiarme por el hijo de un dragón.