Authors: Laura Gallego García
—¿Saber, qué? —preguntó Qaydar, con impaciencia.
El Custodio se volvió hacia él y se retiró la capucha, con brusquedad.
—¡Esssto es lo que quiero saber! ¡Si sirvió de algo! ¡Si mi existencia tiene algún sentido! ¡Cuánto tiempo... voy a continuar en la oscuridad... siendo único... siendo un monsssstruo!
Qaydar se había quedado mudo de horror.
Sabía lo que era el Custodio. De niño, había creído que los szish, los hombres-serpiente que habían servido a Talmannon y a los sheks, no eran más que leyendas... hasta que había visto a aquella criatura.
Pero el Custodio no era exactamente un szish. Era, tal vez, el único hombre-serpiente de Idhún que merecía realmente aquel nombre.
Porque tenía un rostro que era más humano que reptiliano. Tenía unos ojos con iris, pupilas y un brillo de emoción humana. Y, no obstante, también mostraba rasgos de serpiente y toda su piel estaba cubierta por una fina película escamosa. Qaydar sabía que, bajo la túnica que usaba, lucía una cola anillada, como la de cualquier szish.
—«Sssangretibia», solía llamarme —dijo el Custodio, y Qaydar vio esta vez, con claridad, que su lengua mostraba una pequeña muesca que no llegaba a ser una lengua bífida, pero que tampoco era del todo redondeada—. El estaba orgulloso de mí, decía que era el futuro, y que pronto todos se darían cuenta de que los szish no eran tan diferentes a los sangrecaliente, puesto que pueden mezclarse con ellos. Pero para el resto del mundo yo no era más que una aberración, un monstruo. Por eso, para protegerme de los demás, mi Amo me hizo inmortal. Nada ni nadie podría dañarme, ni siquiera el tiempo... viviría eternamente... aguardando el día en que habría en Idhún más criaturas como yo. Pero llevo aguardando más de dos milenios, y solo siguen entrando aquí los magos sangrecaliente.
Qaydar recordó de pronto lo que sabía de Kirtash: que Ashran lo había creado fusionando el alma de un ser humano y el alma de un shek. ¿Había sido una idea suya, o seguía un plan que el Séptimo llevaba acariciando desde hacía siglos... cuando, bajo la identidad de Talmannon, cruzaba humanos con hombres-serpiente?
—Querías preguntarle por qué te creó, ¿no es cierto?
—¿Crearme? ¿A mí? —el mestizo rió sin alegría—. Yo no soy una criatura suya. Soy fruto del amor que existió entre una hechicera humana y un capitán szish. Nací de forma natural, y el Amo me adoptó.
—¿Amor? —repitió Qaydar, y no pudo evitar una mueca de repugnancia—. ¿Entre una humana y una serpiente?
De nuevo volvió a pensar en Kirtash... y en Victoria.
—No nací de la violencia, ni de la pasión de una noche —insistió el Custodio—. Mis padres se amaban. Los recuerdo a ambos. Formábamos una familia. Pero ahora... ya no queda nadie. Ni mi padre, ni mi madre, ni el Amo están aquí. Así que, cuando Ashran me dijo que quería invocar a Talmannon... quise estar presssente. Para pedirle que me retirara el don que me había concedido, y que me permitiera morir.
—Invocasteis a Talmannon, pues. ¿Qué le preguntó Ashran?
—No lo recuerdo. Salí de la habitación después de hablar con el Amo, y los dejé a solas.
—¿Por qué? ¿Qué te dijo a ti?
El Custodio tardó un poco en responder.
—Me dijo que ya no tenía poder para retirarme el don y permitirme morir. Que perdió ese poder al abandonar su cuerpo. Y que solo alguien con el mismo poder podría concederme mi mayor deseo.
Qaydar lo miró largamente.
—Sabías que Ashran adquirió ese poder a lo largo de su vida, ¿verdad?
El semiszish inclinó la cabeza.
—Me dijo que lo intentaría —murmuró—. Y me prometió que volvería cuando lo consiguiera.
—Hace casi veinte años que lo logró, si no me han informado mal —dijo Qaydar con suavidad—. Nunca regresó a buscarte.
Se preguntó por que no lo había hecho. Tal vez la existencia de aquel extraordinario mestizo seguía suponiendo un logro para él, pero, en tal caso, ¿por qué no lo había sacado de aquella cripta y lo había mantenido a su lado, tal y como hiciera Talmannon?
También existía la posibilidad de que se hubiese olvidado de él. Podía parecer cruel, pero, al fin y al cabo, Ashran había llegado a ser un dios. Tal vez el tiempo ya no tuviese la misma importancia para él, o quizá la lucha contra la profecía de los Oráculos hubiese sido entonces un asunto de tal prioridad para él que todo lo demás quedó en segundo plano.
—Y ahora está muerto —concluyó el Custodio.
Qaydar se preguntó si debía decirle que existía otra persona en el mundo que atesoraba ese poder. Tal vez el semiszish reuniría el valor suficiente como para salir de aquella tumba en la que llevaba dos mil años encerrado, y buscar a Gerde para pedirle clemencia. Descartó la idea. Si el Custodio moría, no habría nadie encargado de guardar las reliquias de la Orden Mágica.
—Lo siento —murmuró Qaydar—. Tal vez el Séptimo dios tenga todavía planes para ti.
—Si es asssí, no los ha compartido conmigo.
El mestizo se volvió a echar la capucha sobre la cabeza, dio media vuelta y se encaminó de nuevo hacia la puerta. Qaydar sintió entonces un leve temblor en el suelo, pero no le concedió importancia.
—Aguarda, Custodio —lo detuvo por segunda vez—. No he terminado. Deseo hacer una invocación.
El Custodio lo miró.
—Quiero invocar a Talmannon. Necesito parte de sus cenizas.
El semiszish negó con la cabeza.
—No, Archimago. Los restos del Amo permanecerán donde están. No volveré a cedérselos a nadie.
Qaydar frunció el ceño.
—¿Cómo vas a impedir que me lleve la urna?
—Protegiéndola con mi vida. Y, como ya sabes, mi vida es algo que nadie puede arrebatarme. Ni siquiera tú.
El suelo volvió a retumbar, esta vez con más fuerza. Los dos lo notaron y miraron a su alrededor, inquietos.
—Parece un temblor de tierra —murmuró Qaydar.
No había terminado de hablar cuando el seísmo se repitió, y toda la caverna rugió, con un sonido parecido al bostezo de un titán. Ambos, mestizo y hechicero, perdieron el equilibrio y cayeron al suelo.
—Algo se acerca —dijo el Custodio, nervioso.
El Archimago se levantó, a duras penas. El suelo seguía temblando. Algunas pequeñas piedras se desprendieron del techo y cayeron sobre ellos.
—¡Tenemos que salir de aquí! —lo apremió Qaydar, pero el semiszish lo miró, aturdido, sin ser capaz de responder.
Otro movimiento, más violento que el anterior, resquebrajó una de las paredes e hizo caer una urna al suelo. El hechizo de protección evitó que se rompiera y que las cenizas se desparramaran, pero el ruido hizo reaccionar al Custodio, que se volvió, sobresaltado.
De nuevo, las entrañas de la tierra parecieron crujir, como si se despertaran de un sueño de millones de años. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Qaydar; había pasado demasiado tiempo hablando con Shail en los últimos meses como para no reconocer lo que estaba sucediendo.
—¡Levántate! —le gritó—. ¡Todo esto se va a venir abajo!
El mestizo lo miró, anonadado.
—No puede ser. Tu magia...
—¡Mi magia no puede hacer nada contra lo que se nos viene encima! ¡Levántate y salgamos de aquí!
El Custodio sacudió la cabeza.
—No puedo... no puedo... el Amo... las cenizas...
Se incorporó de pronto y, desafiando al temblor sísmico, echó a correr hacia el fondo de la estancia. Qaydar gruñó por lo bajo, pero lo siguió.
Lo alcanzó cuando ya regresaba con una urna que oprimía contra su pecho como si fuese su posesión más preciada. Qaydar sabía qué llevaba allí dentro, y recordó de pronto su misión.
—¡Custodio! ¿Queda algo más de Talmannon que quieras rescatar?
El semiszish negó con la cabeza.
—Nada importante. Nada personal. La bruja de Awa lo destruyó todo cuando conquistó el castillo. Solo... conservaba un cinturón que le perteneció, pero Ashran se lo llevó. Le permití que lo hiciera porque prometió regresar...
Una nueva sacudida hizo que se desprendieran varios bloques del techo. Qaydar tiró del Custodio para apartarlo del peligro.
Juntos, salieron de la Sala de las Reliquias. Contemplando el largo corredor que los recibía, Qaydar comprendió que no saldrían vivos de allí a menos que usara la magia.
—Voy a teletransportarnos a ambos al exterior.
El semiszish lo miró, aterrorizado.
—¿Al... exterior? ¿Bajo los soles?
Se echó a temblar.
—¡Pero tienes que salir! —gritó Qaydar—. ¡Si te quedas aquí, las rocas te aplastarán! ¡Dudo mucho que ni siquiera tú seas capaz de sobrevivir al paso de uno de los Seis!
De pronto, el rostro del Custodio se iluminó con una amplia sonrisa. Tendió la urna a Qaydar.
—Toma —dijo—, llévatelo. Es lo único que quiero sssalvar de este lugar.
El Archimago sostuvo el recipiente entre sus manos, abrumado.
—¡Pero no puedes quedarte aquí!
El Custodio sacudió la cabeza.
—Realiza la invocación, si así lo deseas. Dile al Amo que espero volver a verlo pronto. Y utiliza todas sus cenizas, para que nadie más vuelva a molestarlo.
Qaydar quiso decir algo más, pero no tuvo ocasión. El Custodio dio media vuelta y corrió de nuevo hacia el interior de la Sala de las Reliquias. Uno de los arcos que sostenían el techo terminó de agrietarse y cayó, con estrépito, separando al mestizo del Archimago y sellando su destino para siempre.
Conmovido, Qaydar realizó el hechizo de teletransportación y salió de allí, llevando consigo la urna con las cenizas de Talmannon.
Varias toneladas de roca más arriba, el ermitaño contemplaba la destrucción de la montaña, sobrecogido. Había llamado a un pájaro haai al notar los primeros temblores y, por fortuna, había uno en las inmediaciones, uno que procedía de Alis Lithban y que había escuchado su canto. Y ahora, montado sobre el lomo del pájaro dorado, asistía a la devastación del lugar donde había nacido la magia, y se preguntaba si no sería aquello una señal de los nuevos tiempos que estaban por venir, tiempos donde los unicornios y los dragones serían leyenda, donde solo los dioses serían más poderosos que las personas.
Cuando estaba a punto de retirarse, aún conmocionado, percibió una intensa emoción que venía del corazón de la montaña: un miedo cerval, y después un inmenso alivio, y después, nada más...
Sacudiendo la cabeza, el celeste se alejó de allí, aún temblando de terror, dando la espalda al que había sido su hogar durante los últimos ochenta años.
La cercanía de Irial hizo que todos se olvidaran momentáneamente de la posible traición de Victoria: había mucho que hacer, y muchos otros problemas que solucionar. Lo más urgente era encontrar alojamiento y comida para todos los que llegaban a la ciudad a refugiarse en su acogedora semioscuridad. Pero también se estaban enviando mensajeros a distintos lugares de Idhún, para tratar de averiguar dónde estaban todos los dioses y qué estaban haciendo. Así, pronto tuvieron noticias que confirmaron lo que Victoria había dicho sobre lo que estaba sucediendo en Alis Lithban; también recibieron nuevas del derrumbamiento del monte Lunn, y pronto supieron que Karevan se desplazaba lentamente hacia la cordillera de Nandelt; si no cambiaba de rumbo, los gigantes tendrían que marcharse otra vez. Los mensajeros hablaron también de inundaciones en Raden, debidas a unas mareas especialmente violentas.
Así, poco a poco, fueron conformando el mapa de dioses, y no tardaron en darse cuenta de que les faltaba uno. Todavía no habían recibido noticias de ciclones ni tornados, ni de vientos huracanados, y eso los aliviaba, pero también los inquietaba. ¿Dónde podría haberse metido Yohavir?
Mientras, los magos seguían creando globos de oscuridad. La Torre de Kazlunn había quedado vacía, porque todos estaban poniendo su poder al servicio del resto del mundo. El único que faltaba era Qaydar; nadie sabía dónde había ido, ni cuándo volvería, pero no había tiempo para echarlo de menos.
La inminente batalla contra Gerde quedaba aplazada de forma indefinida mientras todos trabajaban frenéticamente en la búsqueda de una solución, y los sacerdotes mantenían larguísimas reuniones en las que se debatían, por primera vez, los fundamentos de unas cuestiones teológicas que habían permanecido estables durante milenios.
Jack no podía dejar de preguntarse, sin embargo, si Alsan habría actuado así de no haberse manifestado Irial en su propio reino. Estaba casi convencido de que, de no tener que proteger a su propia gente, se habría lanzado a la guerra de todos modos. Pero no pensaba preguntárselo y, de todas formas, aquello convenía a sus planes. Habían prometido a Christian que harían lo posible por entretener a Alsan y sus aliados para dar tiempo a Gerde y a los sheks a abandonar Idhún.
Aquella tarde, Jack encontró un momento libre para ir a hablar con Ha-Din. El celeste salía de una de sus reuniones con Gaedalu y con otros sacerdotes y sacerdotisas, con evidentes síntomas de estar padeciendo un terrible dolor de cabeza. Jack se detuvo en seco en mitad del pasillo, sin saber si era o no un buen momento para plantearle sus dudas. Ha-Din lo vio.
—Ven, Jack —dijo, con una sonrisa—. Acompáñame a las almenas, a que me dé un poco el aire. Me vendrá bien.
Jack aceptó, de buena gana.
—Estos... concilios... son largos y aburridos —opinó el Padre—. Antiguamente solían celebrarse en el Gran Oráculo, que era terreno neutral, más o menos. Hemos llegado a discutir sobre si deberíamos estar hablando de todas estas cosas en el Oráculo de Gantadd, o en el de Awa. Creo que al final hemos optado por quedarnos aquí porque a nadie le apetece viajar más —añadió, con una sonrisa—. Aunque no importa el lugar que elijamos, las conclusiones a las que lleguemos serán siempre las mismas: no tenemos ni la más remota idea de lo que está pasando.
Jack inclinó la cabeza.
—Nosotros hemos ido reuniendo información —dijo—, y hemos reconstruido lo que creemos que es una historia bastante aproximada de este mundo. Entre lo que sabe Kirtash, lo que Victoria ha descubierto, lo que Shail ha encontrado en los libros y lo que he averiguado yo... todas las piezas parecen encajar. Y, sin embargo... no estoy seguro de que todo lo que hemos aprendido pueda ayudarnos a afrontar el momento presente, o a tratar de averiguar qué nos deparará el futuro.
—Sabias palabras, Jack —sonrió el celeste—. No sé si estoy preparado para conocer toda esa información, y tampoco sé si me ayudaría en algo conocerla. Pero sí necesito saber una cosa: cuando Victoria sacó a Kirtash de las mazmorras, y se lo llevó para tratar de salvarle la vida, le pedí que buscara datos sobre ese objeto... que la Madre Venerable extrajo de las profundidades del mar, y que ha servido, a la vez, para reprimir la bestia de Alsan y subyugar a un shek. No he tenido ocasión de hablar con ella todavía. No sé si a ti te habrá dicho algo al respecto.