Authors: Laura Gallego García
—Toma —le dijo—, póntelo. Con esto, hablarás nuestro idioma.
Assher lo miró, desconfiado, pero la sonrisa de Victoria pareció relajarlo un tanto. Aún vacilante, se puso el colgante.
—¿Qué tal ahora? —preguntó Jack. Assher lo miró, un poco sorprendido, y volvió a contemplar el amuleto, con cierto respeto.
—Puedo hablar como lossss ssssangrecaliente —dijo, con cierta cautela.
—Con un acento atroz, pero sí —asintió Jack—. No sé por qué no se me ha ocurrido antes.
Assher le disparó una mirada llena de antipatía. Pero en aquel momento, el bebé empezó a hacer pucheros otra vez, y Jack lo meció de nuevo.
—No lloressss —dijo el szish—. El cuento essss bonito. Era mi favorito cuando era un niño.
Ni Jack ni Victoria dijeron una palabra. Pensativo, Assher empezó a hablar.
—Hubo una vez una Sssombra Ssssin Nombre. Vagaba por el mundo, sssola y confusssa. No sssabía de dónde venía, ni quién era, ni sssi había otrasss ssssombrasss como ella. Ssse había perdido.
»Había intentado hablar con lasss ssssombrassss que proyectaban lossss objetossss, pero eran sssombrasss muertassss que no resssspondían a sssusss preguntassss. «¿No habrá en el mundo nadie como yo?», sssse preguntaba la ssssombra.
»Por un tiempo, dessseó ssser como aquellassss ssssombrassss mudassss. Cualquier cosssa, con tal de esssscapar de la ssssoledad. Assssí que le preguntó a una roca ssssi podía sssser ssssu ssssombra. «Yo ya tengo mis tressss ssssombrassss», dijo la roca. «No ne-cesssito ninguna mássss». La Ssssombra Ssssin Nombre preguntó: «¿Y por qué?». «Porque hay tresss ssssolesssss», dijo la roca, «y por esssso todassss lasss rocasss hemossss de tener tresss ssssombras». La Ssssombra Sssin Nombre dijo que quizá hubiera otra roca con ssssolo dossss ssssombras, o inclusssso una, y que necesssitasssse una tercera sssombra. La roca le recomendó que preguntasssse al Amo de la Montaña, que conocía todas lasss rocasss del mundo.
»La Sssombra Ssssin Nombre busscó al Amo de la Montaña; pero, cuando por fin lo encontró, essste no fue nada amable con ella. «¿Qué hacesss tú aquí?», le preguntó, con una voz terrible que ssssonaba como cientossss de piedrasss rodando por una ladera. «Eressss ssssolo una sssombra, no puedesss dejarte ver bajo lossss ssssolessss. Tu lugar essss la ossscuridad de la que procedessss».
»El Amo de la Montaña assssussstó tanto a la Ssssombra Ssssin Nombre que essssta sssalió huyendo, y no volvió a acercarsssse a lassss rocassss. Asssí que continuó ssssu camino. Y un día ssse atrevió a acercarsssse a un árbol y preguntarle ssssi podía ssser ssssu ssssombra. «No lo ssssé», dijo el árbol, «puessss yo ya tengo missss tressss ssssombrassss, y no ssssé ssssi el Amo del Bosssque me permitiría tener una cuarta sssssombra». La Ssssombra Ssssin Nombre fue a ver al Amo del Bosssque, pero essste gritó al verla. «¡Vete! ¡Vete! ¡Largo de aquí! ¡No deberíassss exisssstir!». El Amo del Bossssque era terrible y poderossso, y la Ssssombra Ssssin Nombre esssscapó de allí, y no volvió a acercarssse a los árbolesssss.
»Pero el tiempo passsaba, y la Sssombra Sssin Nombre esssstaba cada vez mássss confusssa y perdida. Como tenía miedo de lassss rocasss y de lossss árbolessss, quissso esssscondersse en lassss profundidadessss del mar, y le preguntó a un pez ssssi podía sssser ssssu sssssombra. «No hay muchosss pecessss que tengan ssssombra», dijo el pez. «Ssssolo aquellosss que nadan en aguasss poco profundassss, donde puede llegar la luz de lossss ssolessss. Pero ellosss ya tienen todassss ssusss ssssombrasss». La Sssombra Sssin Nombre fue a ver al Amo del Mar. Y el Amo del Mar ssse sssorprendió mucho cuando la vio. «¡Ah, de modo que essstásss aquí!», dijo, y quisssso encerrar a la Sssombra en una prisssión húmeda y ossscura. La Ssssombra Ssssin Nombre, assussstada, huyó de allí, y no volvió a acercarssse al mar.
»Penssssó entoncesss que podía sssser la ssssombra de un ave. Lassss ssssombrasss de lasss avesss sson cambiantessss y esssquivasss, parecían tener una perssssonalidad propia, como ella. Asssí que le preguntó a un pájaro sssi podía sssser ssssu ssssombra. El pájaro no lo sssabía. Ni sssiquiera se había dado cuenta de que tenía tressss sssssombrassss. Losss pájarossss no ssse fijan mucho en essassss cossassss. De modo que la Sssombra fue a ver al Amo del Viento. Tenía miedo, pero le habían dicho que el Amo del Viento era un tipo ssssimpático. Cuando la vio, el Amo del Viento ssse burló de ella. «¡Eressss tan poca cosssa!», le dijo. «¡Ssssolo una ssssombra, no eressss nada, nada importante! ¡Y te hassss atrevido a presssentarte ante mí! Ah, ssssí, eressss muy graciosssa....» El Amo del Viento ssseguía riéndosssse cuando la Ssssombra ssse fue de allí. Tampoco volvió a hablar con lossss pájarossss.
»Sssse dijo que lossss ssssolesss eran los ressponssablesss de todo aquello. Ellossss creaban lassss ssssombrasss de las cosssasss y habían decidido que sssolo eran tressss. Quizá ellosss pudieran darle nombre o decirle de qué manera podría ssser como lasss otrasss sssombrasss.
»Pero los sssolesss le dijeron que debía hablar con el Amo de los Sssolessss, el máss poderossso y temible de todossss. Y la Ssssombra Ssssin Nombre sssse presssentó ante él.
»Nada mássss verla, el Amo de los Ssssoles montó en cólera. «¡Bassssura, basssura!, ¿qué esssstásssss haciendo aquí?». Trató de aplassstar a la Sssombra con sssu fuego abrassador, pero la Ssssombra esscapó. Y dessssde aquel día, dejó de sssalir a la luz de loss sssolesss.
»Una noche habló con lassss lunasss. Lassss lunassss también producían ssssombrasss, no tan nítidasss como lass sssombrasss diurnasss, pero ssssí másss bonitasss. Lasss lunasss le dijeron que hablara con el Amo de lasss Esstrellasss. La Sssombra Sssin Nombre estaba canssada, pero no ssabía qué otra cossa hacer.
»El Amo de lasss Esstrellassss no le gritó ni le inssultó. Ssse limitó a mirarla y a essscucharla. «Yo no quiero ssser una Sssombra Sssin Nombre», dijo ella. «Sssi sssoy la ssssombra de algo, quiero sssaber de dónde procedo, y por qué no esssstoy unida a essse algo, como todassss lassss demásss ssombrassss». «Ah», dijo el Amo de lassss Esstrellassss, «¿no lo entiendesss? Eresss la Ssssombra del Amo de la Montaña, del Amo del Bossssque, del Amo del Mar; eressss la Ssssombra del Amo del Viento, del Amo de lossss Ssssolesss, y del Amo de lassss Esssstrellasss. Pero losss Amosss no debemosss tener ssombrassss, y por esssso, tú no debesss exissstir».
»Y el Amo de lasss Essstrellasss brilló con tanta fuerza que sssu luz essstuvo a punto de dessshacer a la Sssombra Ssssin Nombre. Pero ella resssissstió, y huyó de allí... y fue a ocultarsse en lo máss profundo del mundo, lejosss de la sssuperficie, en un lugar donde nadie pudiera encontrarla.
»Allí quedó un tiempo, sssumida en la ossscuridad. Hasssta que un día topó con una criatura en uno de losss túnelessss. Era una ssserpiente.
»La Ssssombra Ssin Nombre no había hablado nunca con lassss sssserpientesss. Reptaban demasssiado cerca del ssssuelo como para tener una ssssombra grande, una sssombra en la que valiera la pena fijarsssse. Pero aquella sssserpiente ni ssssiquiera ssssabía lo que era una sssombra, puessss vivía en la ossscuridad, como ella, y nunca había vissssto la luz de losss sssolessss. Asssí, la ssserpiente y la Ssssombra Ssssin Nombre ssse hicieron amigasss. Y un día, la Ssssombra le preguntó a la ssserpiente sssi podía sssser ssssu ssssombra. «Claro que ssssí», resssspondió ella, «puessssto que nunca he tenido una ssssombra».
»Y, a partir de entonces, la Ssssombra Ssssin Nombre dejó de sssser la Ssssombra Ssssin Nombre, para convertirsssse en la Ssssombra de la Sssserpiente. Y dice la hisssstoria que, cuando la ssserpiente murió, la sssombra sssse había hecho tan fuerte a ssssu lado que ssssiguió exissstiendo, y dessssde entonces posssee la forma de una sssserpiente, no importa cuántosss ssssolessss la iluminen, ni a qué cuerpossss y objetossss sssse acerque.
Assher calló. Hacía rato que Saissh se había dormido, arrullada por la susurrante voz del szish. Jack y Victoria, en cambio, se habían cogido de la mano, y tenían el rostro pálido y la mirada perdida.
—¿Dices que es un cuento para niños? —murmuró entonces Jack, rompiendo el silencio—. Te equivocas, Assher. Es vuestro génesis. El origen de vuestra especie... y de vuestro dios.
El szish lo miró un momento, sin comprender.
—La Sombra Sin Nombre es el Séptimo, el dios sin nombre —explicó Jack—. Y los Amos son los otros Seis dioses. Sabíamos que siempre han estado enfrentados, que el Séptimo andaba buscando su lugar en el mundo y que tiene una curiosa afinidad con las serpientes, pero lo que no imaginaba... era que el Séptimo nació de los otros Seis. La Sombra de los Seis. Algo de lo que los dioses quisieron desprenderse, y que cobró vida de alguna manera. Assher le dirigió una mirada llena de odio.
—Essstúpido ssangrecaliente —escupió—. Tan arrogante como todosss los tuyosss. Nuesssstro diosss no esss una ssimple sssombra, ess tan poderossso como todossss vuessstross engreídosss diosssesss juntosss.
—Por supuesto que lo es —asintió Jack—, porque procede de todos ellos. No de uno, ni de dos, sino de los Seis.
—¿Para esssto me pidesss que cuente un cuento? —replicó Assher—. ¿Para insssultar a mi diosss y a nuesstrasss creenciass? No quiero ssseguir hablando contigo.
Se arrancó el colgante, con cierta violencia, y lo arrojó a sus pies. Después, volvió a su lugar, lejos de ellos, y allí se hizo un ovillo y fingió que dormía. Jack lo contempló un momento, pensativo. Le tendió la niña a Victoria, que la sostuvo con cuidado para no despertarla, recogió el amuleto de comunicación y volvió a colgárselo al cuello.
—¿De veras crees que ese cuento infantil es una especie de metáfora del origen del Séptimo, o lo has dicho solo para molestarlo? —preguntó Victoria.
—Lo creo de verdad. ¿Tú no has encontrado nada familiar en esa historia?
Victoria inclinó la cabeza.
—La referencia a la serpiente que vivía en las cavernas me ha recordado a Shaksiss, la serpiente legendaria que veneran los sheks —dijo, y acarició, casi sin darse cuenta, la piedra de Shiskatchegg—. Pero podría ser una coincidencia; no es tan extraño que Shaksiss aparezca en los mitos de los szish. Por otra parte, que esos malvados Amos sean precisamente seis tampoco tiene nada de particular. Para las serpientes, el seis es un número de mal agüero.
Jack rodeó sus rodillas con los brazos y apoyó la cabeza en ellas, pensativo.
—Es posible —admitió—, pero explicaría muchas cosas. ¿Recuerdas lo que te conté que me dijo Domivat, acerca del origen de los Seis? Bien, en un mundo donde solo hay un dios, este no encuentra competencia. Pero donde hay varios, tiene que encontrarse con límites y restricciones, a la fuerza. Mira a Wina; está expandiendo el bosque de Alis Lithban, pero llegará un momento en que tope con el mar, o con la montaña. Los dioses se contienen unos a otros, cada uno marca los límites de los demás. Por eso Um y Erna quisieron destruirse mutuamente; por eso los Seis destruyeron Umadhun con sus disputas.
»Después crearon Idhún, y para evitar que sucediera lo mismo, se alejaron de él... pero dejaron a los unicornios en su lugar para que siguieran moviendo esa energía que mantenía vivo al mundo. Y, sin embargo...
—...Sin embargo, eso no evitó que siguieran peleando, ¿verdad?
—No. Pero imagínate que tuvieran la posibilidad de extraer de sí mismos esa parte destructiva.
—¿Se puede hacer eso?
—Desde que comprendí la naturaleza de mi odio hacia las serpientes no ha habido un solo día que no haya deseado arrancármelo del corazón —replicó Jack, con una cansada sonrisa—. Pero claro, yo soy solo un dragón, y ese tipo de cosas están fuera de mi alcance. Sin embargo... si fuera un dios... si pudiera hacerlo... lo haría.
—«Los Amos no deben tener sombras» —recordó Victoria, con un estremecimiento—. ¿Quisieron ser solamente dioses creadores, y se «liberaron» de su parte destructiva, del odio, la oscuridad y todo eso?
—O al menos lo intentaron. Tal vez creyeron que habían acabado con ello, pero lo cierto es que, de alguna manera, dieron vida a un nuevo dios. Un dios que concentraba todo lo malo que había en ellos. Y desde entonces, por lo visto no han vuelto a pelearse entre ellos, así que supongo que sí tuvieron éxito en cierto modo. Pero ahora tienen que acabar con esa «parte mala» que se les ha rebelado. Por eso crearon a los dragones, y el Séptimo respondió creando a los sheks, o tal vez fuera al revés.
Victoria movió la cabeza, no muy convencida.
—¿Crees que no fue así? —preguntó Jack.
—No sé. Lo cierto es que yo tenía mi propia teoría, ¿sabes? Acerca del meteorito que cayó en Idhún en tiempos remotos. Pensaba que había traído consigo al Séptimo, que era un dios... «extraidhunita», por así decirlo. Por eso no pertenecía a este lugar. Pero tu versión lo hace tan idhunita como los otros Seis.
»Por otro lado, a mí los Seis me siguen pareciendo un tanto destructores. El Séptimo también es un dios creador, a su manera. ¿No creó a los sheks y a los szish, después de todo? Además, yo sigo sin ver que las serpientes sean completamente malvadas. Las cosas no son tan sencillas.
—Los unicornios dijeron que las serpientes eran la encarnación de todo lo malo —le recordó Jack.
—Eso fue hace mucho tiempo —protestó Victoria—, y además, puede que los dragones malinterpretaran sus palabras. ¿En serio crees que son tan malos? ¿Qué me dices de Christian, o de Sheziss, por ejemplo? Incluso Assher... míralo —añadió, señalando el lugar donde el szish dormía, o fingía dormir—. ¿Tan diferente es de cualquier chico humano? Si eres capaz de mirar más allá de su aspecto de serpiente, ¿qué ves en él?
Jack la miró largamente.
—No, no creo que ellos sean tan malos —dijo, con suavidad—, pero tampoco tan buenos como tú pareces creer. ¿No será que en el fondo tratas de justificar a Christian, de disculparlo por habernos dado la espalda para regresar con las serpientes?
—No, no es eso —se enfadó Victoria—. Y no cambies de tema.
De pronto, Jack se incorporó de un salto, sobresaltándola.
—¿Qué...? —empezó ella, pero se calló de pronto.
Había algo en el ambiente, una presencia tan poderosa que la hacía estremecer. Al mismo tiempo percibió otra cosa a través del anillo. «Christian», pensó, inquieta, y se incorporó también, estrechando a Saissh entre sus brazos.
Jack había desenvainado a Domivat y escudriñaba la penumbra. Assher, por su parte, se había despertado y retrocedía, alerta.