Peluche (2 page)

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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—Ya

—A que les entre un drogadicto y les metan en problemas

—¿A ti no te importa?

—¿Un cigarro?

—Gracias

Intenta sacar el paquete de tabaco del bolsillo pero le aprieta demasiado el pantalón. Me apresuro a sacar el mío. Fumamos. Bajo la ventanilla. El humo sale fuera.

—¿Qué edad tienes?

—Veinticuatro —contesto

—¿Y usted?, ¿tú?

—Cuarenta y uno

Se lleva la mano al cuello y desabrocha un par de botones de la camisa que se abre por el peso de sus pechos.

—¿La gente que hace autostop suele fiarse de quien para? —pregunto

—Ese es su problema

—¿No escuchas música?

—Venía con la radio puesta

Subo el volumen. Una voz masculina anuncia el último lanzamiento de un cantante solista. Susurro la melodía. Me mira. Sonrío.

—¿Te gusta? —pregunta

—No me mata

—A mí me hubiera gustado cantar

—¿En un grupo?

—Grupo, orquesta, banda

—¿Sabe?

—No. Canto en la ducha. Cuando no hay nadie en casa

Baja la ventanilla hasta abajo y saca el codo. El aire entra por la camisa y mueve el pelo de su pecho. Golpea con la mano a ritmo de la música. Me mira. Sonrío. Sonríe.

—Debe ser más fácil tocar la batería —observa

—Eso creo

Golpea más fuerte sobre la puerta. Acelera. Apaga el cigarro en el cenicero y desabrocha otro botón de su camisa...

—Abre la guantera —me ordena

—¿Qué quieres? —bajándola

—Un pañuelo

Abro el paquete y se lo doy. ...que se llena de aire. Dejo el paquete en la guantera sobre una revista de sexo. La miro.

—Cógela si quieres —me dice cuando ya he cerrado la puerta

Abro. Meto la mano. El paquete de pañuelos se desliza sobre la foto de dos hombres gordos vestidos de romano. Me pide tabaco y se lo doy sin poder apartar la vista de la portada. Trago saliva y salgo del trance. La hojeo. Más chicos gordos desnudos. Publicidad, entrevistas, contactos: Rafa, 35 años, 1,80, moreno, fuerte, grandote, gordito, con vello, busco chico entre 18-30 años para relación. Hombre de 37 años, 1,75, 70 Kg, busca osazo para encuentros esporádicos, no exentos de ternura.

—¿La has leído? —pregunto

—Acabo de comprarla

Busco caballero activo, entre 55-65 años, discreto, para relación continuada, yo 60 años, ojos azules, 95 Kg, pasivo. Casado cincuentón, activo, oso maduro, sin experiencia, busca pasivo joven, con poco vello, no importa gordito o afeminado.

—Está bien —digo

—Cuidado con el cigarro

La mano me tiembla. La llevo hasta la guantera pero la ceniza cae por el camino.

—Lo siento —guardando la revista en el cajón

Miro hacia la carretera.

—Siempre —continúa—, siempre que paso por aquí me acuerdo de una vez que me quedé tirado con el coche

—¿Sin gasolina?

—Tenía estropeada la manecilla que señala el depósito. Te confías, te confías. Creo que es la primera vez que me tocó hacer autostop. Al cabo de un buen rato paró una chica y me acercó a una gasolinera. Volví con un camionero que le venía de paso —recuerda acariciándose un pecho—, qué cachondo el tío

Otra canción en la radio. Tarareo.

—Te las sabes todas —me dice

—Qué va

—Voy a parar aquí a comer —dice reduciendo la velocidad—, luego igual me quedo a hacer la siesta. Si tienes prisa sigue tu camino

—Tengo hambre

Intermitente y aparca entre dos camiones. Bajamos.

—¿No coges la mochila? —me pregunta

Entramos. Hasta arriba de gente. Nos acercamos a la barra. Un camarero habla con mi acompañante. Parece que se conocen.

—Luego hablamos —se dicen con gestos

El camarero entra en la barra. Corta el chorro del café. Dos tazas con azúcar y cucharilla sobre la bandeja. Sale disparado hacia fuera. Sirve. Esperamos. Nos hace una señal con la mano a una mesa libre y allá vamos.

—Ahora os tomo nota —secándose las manos en el delantal

Se apoya en la barra. Pide un poleo y un cortado descafeinado de cafetera corto de café con leche fría y sacarina. Entra en la cocina. Sale. Se acerca. Mi acompañante le pregunta:

—¿Cómo estás?

—Ya ves, liado, ¿qué vais a tomar?

—Queríamos comer

—De primero tenemos...

—Pon lo que quieras

Apunta rápido en la libreta estrujada en su mano apoyada sobre la barriga que abre la camisa y muestra un ombligo de pelo blanco.

—¿Para beber?

—Vino y gaseosa

—¿Y usted, joven?

—Lo mismo, gracias

Entra en la cocina y canta. Sale con pan y vinajeras. Seca la frente con una servilleta que lleva colgando del antebrazo cubierto de pelo negro. Coge el poleo y el cortado descafeinado de máquina corto de café con leche fría y sacarina de la barra y lo sirve. Nos pone pan y vinajeras en la mesa. Vuelve a entrar en la cocina con una suave patadita a la puerta.

—¿Es amigo tuyo?

—Se puede llamar así

—Van de culo

—Es difícil encontrar camareros en pleno mes de julio

Miro alrededor. Cuento. Tres, y uno que se ha metido en la barra, cuatro. Sale el quinto del aseo. Nos traen los cubiertos. El amigo de mi acompañante es calvo por el cogote. El sexto deja la jarra de cerveza bajo el chorro. Y pelo negro a los lados. Lo abre y se gira hacia la cafetera. Bigote negro. Cierra antes de que se salga la cerveza. Barriga por encima del delantal. Sale de la barra con las dos manos llenas y resbala. Y caderas anchas. A punto de caer, logra mantener el equilibrio y todo queda en un susto. Pierdo la cuenta. Se acerca el camarero y nos sirve.

—Que aproveche

—Gracias —decimos

Sobre la mesa una ensalada de lechuga, tomate, cebolla, huevo y olivas, y dos platos de fideuá. Y qué culo. Echo gaseosa y vino en los dos vasos. Brindamos.

Picamos de la ensalada. El camarero retira los platos y sirve los segundos. Carne y arroz blanco.

—Qué bien huele —digo

—Oso buco

—¿Cómo?

—Rodilla de ternera

Terminamos. Mientras retira la mesa, el camarero nos pregunta si tomamos postre. Pedimos café.

—¿Un cigarro?

Fumamos. Qué placer. Me levanto. Voy a la barra. Traigo cenicero, tapete verde y cartas.

—¿Un guiñote?

—Tú das —me dice

Barajo. Corta. Reparto. Siete de bastos sobre la mesa. El resto encima. Jugamos. Me gana. Jugamos otra. Vuelve a ganarme. Se acerca el camarero. Canto las cuarenta. Ha terminado. Que sube a ducharse. Que si queremos hacer la siesta. Mi contrincante que sí. Yo espero su aprobación. Tarda. Estiro el silencio. Da por supuesto que iba a subir. Nos levantamos.

Paso la mano por el estrecho pasillo que conduce a la pensión. Segundo piso. Habitación doscientos quince en la puerta que se abre a un amplio recibidor. Cama de matrimonio, dos sillas, mesita y televisor. A mi izquierda el aseo.

El camarero sube la persiana y apaga la luz. Entra la tarde por la ventana.

—Podéis continuar la partida —nos dice—, hay una baraja en el cajón.

Coge una toalla. Nos sentamos alrededor de la mesa. Conecto el flexo que ilumina las cartas. Entra en el aseo. Barajo. Abre la manecilla del agua. Reparto. Chapotea sobre la bañera. Tira el caballo de bastos. Yo el cuatro del mismo palo. Robamos. Su cuerpo bajo el agua. Tira el cinco de oros. Mato con el tres. Champú. Tiro el dos de espadas. Baza suya con el uno. Siete de copas. Cinco de bastos. Robamos. Caballo de oros. Mato con el rey. Cierra el grifo. Sale de la bañera. Dejo caer el dos de bastos. Mata con el tres. El secador. Robo el seis de espadas y lo tiro. Mata y canta en copas. Marca. El camarero sale del aseo y se tumba en la cama. Mi adversario deja las cartas sobre la mesa y se tumba con él.

Recojo las cartas. Barajo. Miro de reojo. Se observan sin hablar. Extiendo sobre la mesa cuatro cartas y juego al solitario. Voy sacando cartas de cuatro en cuatro, cuando no me equivoco. Mis ojos suben por los pies de la cama hasta los del camarero. Sigo lanzando cartas. Calzoncillos blancos. Caballo de espadas encima del rey de bastos. Me mareo. Cojo aire y me adentro de nuevo. Se besan. Lento. Seco la palma de mis manos en los piratas. Siete de copas. No me sirve de nada. Se pellizcan los pezones. Echo agua en el vaso y bebo. Me siento mejor. Se acarician el cuerpo. Hincho los pulmones de aire. Hace calor. Dejo el uno de oros en la parte derecha de la mesita. Suelto el aire. Me distraigo con las líneas de la chapa de roble del marco de la ventana. Les oigo follar.

—¡Ven! —me dice el que recibe a cuatro patas

Me abraza. Cierro los ojos. Su respiración en mi cuello. Golpea fuerte el de atrás. Se duele mi abrazado. Mi pene en su barriga. Terminan. Me suelta. Voy al aseo y me corro en el urinario apenas tocarme. Respiro. Salgo. Están tumbados sobre la cama. Me acuesto con ellos. Duermo. Sueño con gatos. Despierto. Me levanto. Bebo agua. Duermen. Uno boca bajo. Les observo.

Nos despedimos con un beso. Ascensor. Parking. Dejo la mochila en el asiento de atrás. Arranca. Bajamos las ventanillas. Acelera. El aire entra fuerte. Fumamos. Conecto la radio. Tarareo la canción. Sonríe. Sonrío. Saco la cabeza fuera. La entro. Bajo el parasol. Me veo en el espejo. Aplano el pelo con la mano. Me mira. Le miro el cuello. Desabrocho un par de botones de su camisa. Me baja la cremallera de los piratas. Masturbo. Abro la guantera. Saco un pañuelo de papel. Miro su pecho y la revista y me corro. Tiro el pañuelo por la ventana. Le toco. Se recuesta hacia atrás. Agacho la cabeza. Mamo. Chorro en la garganta. Trago. Me reincorporo. Le miro. Sonríe. Le acaricio la barba.

—¿Tienes pareja? —me pregunta

—No, ¿y tú?

—Hace dos años que no

—¿Duró mucho?

—Quince años

—¿Erais fieles?

—No

—¿Lo dejasteis por eso?

—No

—¿Vais a volver?

—No

—¿Seguro?

—Sí

Suena en la radio
Náufragos
de La Habitación Roja.

—¿Falta de comunicación? —insisto

—No

—¿Por culpa de...

—¿Por qué te interesa tanto?

—No quiero que me ocurra a mí

La canción crece.

—Sólo tienes que quererle —me dice

—¿Sí?

—Para que no te ocurra

—¿Y si me deja él?

—Eso nunca lo podrás saber

—Pero uno sabe cuando le quieren

—Es lo más bonito del mundo

—¿Y tú, le querías?

—Mucho

—¿Y él?

—También

—¿Entonces?

—No tengo nada que explicarte

—Pero habrá algún motivo

—¿Por qué no tarareas esta canción?

Canto el estribillo.

—Eso es justo lo que pasó —me interrumpe

—¿El qué?

—Que no quise dar mi brazo a torcer

Se pincha una rueda. Reduce la velocidad. Paramos en la cuneta. Salimos del coche. Señalizo. Golpea la herramienta con el pie hasta que afloja los tornillos. El gato. Enrosca. Sube el coche. Quita la rueda. Le paso la nueva. Enrosca. Baja el coche. Aprieta. Mea en la cuneta. El chorro en las piedras. Yo a su lado. Meo. Recogemos. Subimos. Enciende dos cigarrillos y me pasa uno. Fumamos. Le sonrío. Me guiña un ojo. Quita las luces de emergencia y salimos.

—¿Cómo es la vida en pareja? —pregunto

—Qué quieres que te diga

—Cómo es

—Ja, ja

—Es que me gustaría saber

—Cada pareja es un mundo, lo que yo te diga no te va a servir de mucho

—Pero, entre dos chicos

—Depende del carácter, normalmente los chicos pecamos de obsesión y cabezonería, pero no sé, hay otros que no

—¿Y tú?, ¿cómo eres?

—Buena pregunta, eso te lo podría decir muy bien mi ex

—¿Cómo era tu ex?

—Un chico sencillo

—¿Guapo?

—Sí

—¿Quién lo dejó?

—Vuelta otra vez

—Perdona

—¿Es que tú no has tenido pareja?

—Salí un tiempo con una chica

—¿Y?

—No funcionó

—¿Por?

—No me atraía

—¿Y eso?

—Creo que no la quería como ella a mí

Enciendo un cigarro. Me mira.

—No sé —continúo—, nos besábamos, nos decíamos cosas bonitas. Ella estaba muy enamorada

—¿Cómo estás tan seguro?

—Por lo que me decía y eso

—¿Qué pasó?

—La dejé —pego una calada al cigarro—, le dije que no estaba enamorado, que no quería hacerle daño

—¿Y?

—Pues, que se lo hice

—¿Tú no sufriste?

—Después

—¿Qué te hizo?

—Ella, nada

—¿Quién?

—Un chico

—¿Qué hizo?

—Me devolvió la tortilla

Me mira.

—Con aceite hirviendo —le digo

Paramos en una gasolinera. Baja del coche hacia la tienda. Salgo. Estiro las piernas. Pienso en él. Me desperezo. Se acerca el gasolinero.

—¿Cuánto le pongo? —me pregunta

—No sé, el dueño ha ido a pagar

Sale de la tienda. Se acerca.

—Veinte de diesel, por favor

Esperando a que se llene el depósito, el gasolinero muestra un pecho arropado en pelo. Se me hace eterno. Suelta el gatillo y saca la manguera. Se cobra. Subimos, primera, salimos.

—¿Qué te ha parecido?

—Uf —le digo

—Sin palabras, ¿no?

—Uuff

—Pues si llegas a ver al de dentro

—Frena

—Aquí cerca hay un bar de camioneros

—¿Conoces a alguien?

—No es difícil hacerlo

—¿Por?

—Hay mucho tráfico en el aseo

Mete la quinta. Llegamos. Derrapa. Salimos del coche sin hablar. Abre la puerta del bar.

—¿Quieres tomar algo?

—Luego —digo abriendo la puerta del aseo

Cuarto alargado y estrecho. Seis urinarios de pie a la derecha. A la izquierda lavamanos y tres puertas al fondo. Dos señores meando en los urinarios. Mi acompañante se coloca junto a ellos y baja la bragueta. Abro el grifo y me lavo las manos. De reojo por el espejo un señor gordo que acaba se la mete en los calzoncillos, baja la camisa, abrocha el pantalón y se acerca al lavabo. Le da al grifo. Me mira. Sus manos bajo el agua. Me distraigo limpiando la cal incrustada en el metal. Me da conversación con la mirada. No logro elevar la mía hasta su cara. Golpea con el codo en la máquina de aire. El agua se escapa entre mis dedos. Me sonríe acariciándose las manos. Le sonrío degollado. Se va. Intento cazarle con la mirada. Sale por la puerta. Grito por dentro. Mi acompañante y el señor de su lado cada uno con la vista fija en el urinario del otro. Echo jabón en las manos. El señor baja más la bragueta. Por detrás se le ven los calzoncillos blancos. Me froto. Mi compañero entra en un aseo del fondo. Entorna la puerta. El señor se abrocha la correa y se coloca a mi lado. Me mira el paquete con descaro. Yo empalmado. Moja las manos y se seca en la entrepierna. Miro pasmado. Abre la puerta de mi acompañante que lo está esperando. Me dice que vaya con ellos con la mirada. Espero. Cierra la puerta. Vuelvo a mirarme en el espejo. Mojo el pelo por los lados. Se abre la puerta de entrada. Dos hombres de golpe. Respiro entrecortado. El más gordo me ha mirado. Disimulo. Mojo la cara. Entra otro. Los tres en el urinario. Me giro. Agarro papel de la máquina y estiro. Seco la cara. Tiro el papel y da en el borde. Me agacho. Dentro. Camino desabrochándome los piratas. Apoyo los muslos en el urinario. No tengo ganas de mear. Miro hacia abajo. Me tapo. A mi lado un señor de ciento ochenta y nueve. Miro a su urinario. Acaba. Mueve su grueso pene con la mano hasta que cae la última gota de líquido verde. Lo introduce a cámara lenta en el calzoncillo. Sube la cremallera hasta la barriga y se va. Miro al otro lado. Se abrocha la correa y se va. Me miro. Giro la vista al señor de la punta. También se va. Me siento espantapájaros. Empalmado. Solo en el cuarto de baño. Oigo como follan. Me arrimo. Pego la oreja a la puerta. Suena la ropa. Entran dos hombres. Cierro la puerta del aseo de la izquierda como si saliera. Me abrocho. No se han dado cuenta. Mojo de nuevo las manos. Uno se va y el otro se queda. Miro hacia atrás donde su mirada espera. Bajo, calvo, gordo. Se la menea. Salto a su lado. Nos miramos. Le muestro el pene. Se la mueve. Pelos negros en la nuca. Trago saliva. Miro el pecho. Se desabrocha. Me dejo ver. Se corre a chorros contra el urinario. Masturbo rápido. Se va. Me quedo a medias. Mi compañero y el señor salen del aseo como si no se conocieran. Miro al señor. Si me hace el favor. Entramos los dos. Se abre de piernas. La meto. Viajo al cielo y la tierra. Me besa. Subo la cremallera. Salimos. Mi compañero espera.

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