Authors: Juan Ernesto Artuñedo
—Pensaba
Le abrazo. Me acaricia la mano. Jugamos con los dedos. Acerca su mano a mi cara. Chupo el dedo gordo. Despacio. Lo mete y lo saca. Mis labios de agua. Muerdo. Saca y vuelve a meterlo. Con cuidado. Bajo la cabeza por su pecho hasta su barriga que sube y baja. Respira. Miro su sexo. Me saca el dedo de la boca. Paso la mano alrededor de su pene y lo muevo circularmente. Va creciendo. La piel deja el glande al descubierto. Me baja la cabeza hasta que lo siento en la garganta. Cierro los ojos. Presiono con la lengua y el paladar. Engorda. Me va abriendo la boca. Se corre. Disminuye. Sale de mí. Apoyo la cabeza en su hombro.
—Hace tiempo me enamoré de un chico como tú —dice todavía jadeando
Miro al techo.
—Perdidamente, como un loco —sentencia
—¿Por qué me cuenta esto ahora?
—Porque mañana no estarás
—¿Y qué pasó?
—Le conocí en un bar. Yo estaba sentado en una terraza tomando un café. Él se acercó y me pidió fuego, ya ves qué original, y seguimos hablando. Me acompañó a casa. Venía todas las tardes después de comer. Hablábamos, sólo hablábamos, al principio, claro
Miro su cara buscando verdad.
—Estudiaba Literatura Española en la universidad. Era un chico muy tierno, reía todas mis gracias, y eso que nunca he presumido de ello. Le contaba aventuras de juventud. Me leía pasajes del último libro que había caído en sus manos. Me vestía, me desnudaba. Le abrazaba. Así todas las tardes de invierno
—¿Este invierno? —concreto
—Sí, unos meses, hasta...
Enciendo otro cigarro. Miro el sol de la tarde.
—...que me enamoré...
Echo el humo.
—...de él, lo llevaba dentro, donde yo iba, él...
Tiro la ceniza en un trozo de papel que he doblado mientras escucho.
—...conmigo iba, y conmigo...
Doy una calada.
—...vivía, y le ahogaba...
Tiro el humo.
—...y me ahogaba y se...
Toso. Toso más.
—...pudría dentro de mí. Ya no sonreía. No le hacía reír como antes. Las cosas que compartíamos ahora me hacían...
Pego otra calada.
—...daño, y moría dentro...
Echo el humo.
—...de mí, y lo saqué fuera, como quien vomita...
Pego una calada superflua.
—...al diablo, y fuimos libres...
Tiro la ceniza.
—...otra vez, y volvió a sonreír, y ahora...
Escupo en el papel y apago el cigarro.
—...sigue viniendo cada tarde después...
Inspiro hondo.
—...de comer, sigue leyendo para mí, vistiéndome y...
Espiro ruidosamente para no escuchar el final de la frase.
—¿Y esta tarde? —pregunto
—¿Sí?
—¿Va a venir esta tarde?
—Puedo llamarle para que no lo haga
—No te molestes
—¿Y tú?
—Yo me voy
—No, si te has enamorado alguna vez
Lloro. Desconsoladamente. Me abraza. Lo siento dentro. Me duermo. No sueño nada. Despierto. Respiro. Mi pecho aliviado.
—¿Cómo estás? —me pregunta desde la puerta con un delantal de cocina
—Perdona, me he vuelto a dormir
—He preparado algo de comer
—Voy enseguida
Me levanto. Paso por el aseo. El agua fría de la ducha libera mi cuerpo de una piel muerta. Comemos en la cocina. Preparo dos tazas de café del tiempo. Nos sentamos en la mesita del comedor. Hablamos como buenos amigos, con música de Bach. Llevo las tazas a la cocina y friego los platos. Entro en el comedor. Está de pie junto a la ventana.
—Me marcho ya —le digo
—Como quieras
Le miro. Se acerca. Pongo mi mano en su hombro. Me abraza. Le abrazo. La música sigue sonando. Nos separamos. Abro la puerta.
—Gracias por todo —le digo
—A ti
Le doy un beso en los labios. Sonríe. Sonrío. Cierra la puerta. Bajo las escaleras a ritmo de cantata y llego abajo tarareando a Nirvana.
Estoy en la plaza de ayer. Compro golosinas. Me siento en un banco. Como. El sol en la cara. Me pesan los párpados. Cruzo las piernas. Me recuesto. Duermo. Abro los ojos. Me duele el cuello. Me levanto. Pregunto la hora. Camino. Llego al teatro. Pago el billete y entro. Empieza. Reímos. Alguien vuelve a llorar en la sala. Seco las lágrimas con la manga de la camiseta. Acaba. Aplaudimos. Fuerte. Me mira. Sonrío. Sonríe. Seguimos aplaudiendo. Encienden las luces y salimos. Saludo a Alejandro. Le digo que me marcho. Me estrecha la mano. Sale el actor. Saluda a los que están esperando. Se acerca. Me da un abrazo.
—Has venido —me dice
—Te lo prometí
—¿Te quedas un rato?
—Me voy ya
—¿Nos vemos en el FIB?
—Allí estaré
Se acercan amigos del actor. Me alejo. Cruzo la esquina. Oigo pasos. Me giro. El actor me besa. Nos separamos. Le acaricio la cara. Qué facciones más limpias. Nos miramos a los ojos. Me sonríe y le sonrío. Se va. Me giro y sigo caminando. Seco mis lágrimas. Respiro. Vuelvo a llorar. Cruzo la calle y me lavo la cara en una fuente. Miro al cielo. Todavía no ha oscurecido. Podría dar media vuelta. Saco un cigarro. Tengo el alma pegada a la espalda empujando hacia atrás. Lo enciendo. Podría volver. Fumo. Mi alma con el humo se va. Sigo andando. Empieza a llover.
Entro en un bar. Huele a tabaco y café. Me acerco a la barra. Pido un cortado. Espero. El camarero me sirve. Pago. Cojo el cortado y me siento en una silla. Me dicen que está ocupada. Me levanto y vuelvo a la barra. No cabe más gente en el bar. Hacen fútbol. Echo azúcar al cortado. Remuevo. Dejo la cuchara en el plato y doy un sorbo. Quema. Me limpio los labios con una servilleta. Resoplo. Los clientes miran con atención los televisores. La pareja de mi lado se levanta. Me siento. Sigo el partido. El equipo de casa pierde dos a cero. Ataca. Hacen falta a un delantero. Los compañeros piden penalti. El bar también. El árbitro muestra una tarjeta amarilla a un defensa por protestar y pita falta fuera del área. Se forma una barrera de jugadores siguiendo las instrucciones del portero. Los clientes discuten la jugada. Golpea el balón, rebota en el larguero, sale disparado hacia arriba y al caer un defensa introduce el esférico en su portería. El bar retumba. Un chico coge la otra silla libre y pide un gin-tonic. Se sienta a mi lado. El camarero le sirve. Se cobra. Guarda el cambio en el bolsillo del chándal. Mezcla. Bebe.
—El portero ha salido a coger higos —me dice con aliento a ginebra
—Sí —mirando cómo se le marcan las tetas en la camiseta
—A mí como si quiere hacerse una tarta
Bebo del cortado. Gordo con perilla. Se ha enfriado. Saco el paquete de tabaco. Le ofrezco. No fuma. Me enciendo uno y dejo el paquete en la mesa. Pego calada. El chico de mi lado ha sacado una quiniela de la cartera. Dentro una foto suya más joven y delgado. Comprueba los resultados con los de la pantalla. Guarda la cartera.
—¿No hay suerte? —pregunto
Ni respuesta. Miro el partido. Se gira y me mira a los ojos. Los suyos azules. El equipo local marca de nuevo. El bar se viene abajo. El chico vuelve a mirarme.
—Ya va cambiando —sonríe
Acaba la primera parte. Los clientes se aproximan a la barra a pedir. El camarero sirve y cobra rápido. Pido un gin.
—¿Hace otro? —pregunto al chico señalándole el tubo
—Estoy servido
Hablamos de fútbol. Comienza la segunda parte. El chico se gira hacia el televisor. Miro cómo le cae la barriga por encima del pantalón de chándal. Giro. El televisor apoyado sobre una madera y dos cuñas. Estanterías repletas de copas y medallas donde el polvo se acumula. Pido otro gin. Corner a favor del equipo local. El portero atrapa el balón y lo golpea con el pie. Contrataque. Falta dentro del área y penalti. El árbitro hace caso omiso de los insultos y abucheos de la afición. El portero para la pena máxima. El bar se levanta... saca el guardameta, llega el balón a un delantero, regatea, corre, esquiva al portero y marca ...y canta. El chico de mi lado me abraza. Voy a soltar una lágrima. Me contengo. Enciendo un cigarro. Fumo como un carretero.
—Ahora sí que tomaré otro gin —me dice
—Dos gin-tonic —pido al camarero con el signo de victoria
—Esta liga es nuestra
—Sí —mirando sus tetas
El árbitro pita el final del partido. Los clientes se acercan a la barra a pagar. Terminamos el cubata. El chico pide un pincho de tortilla, calamares, beicon, huevos fritos y dos cervezas. Cenamos. Pagamos a medias. Entramos en el aseo y me folla con las piernas abiertas. Se va. Me limpio. Me hago una paja en el urinario con el señor mayor y gordito que nos escuchaba desde afuera. Salgo del bar. Camino. Me cruzo con una pareja cogida de la mano. Miro al cielo. No se ven las estrellas. Espero en el semáforo. El muñeco verde se ilumina. Le guiño un ojo. Llego a la otra acera. Enciendo un cigarro. Noto la cena bajando por el estómago. Camino más ligero.
Llego a un cine. Miro la cartelera. Apago el cigarro. De ocho películas me gustan dos. Descarto una. Compro la entrada. Me siento en un banco. Otro cigarro. Va llegando gente. Forman cola. Lanzo el cigarro en un charco y entro. El revisor me rompe el billete y me dice sala siete. Las palomitas saltan por encima de una gran olla metálica. Entro en la sala de proyección. Oscura. Me guío por el resplandor de los anuncios publicitarios en pantalla. Elijo butaca. Apoyo la cabeza en el respaldo y estiro las piernas. Poca gente en la sala. Relajo los brazos. Respiro. Fin de anuncios. Música. Títulos de crédito. Un jardín. Una chica y dos chicos juegan a cartas en una mesita de plástico. Al fondo un señor de doscientos cubierto de pelo coge carrerilla y se lanza desnudo en bomba a la piscina. La cámara subacuática capta el movimiento amplio y ligero del señor. Saca la cabeza y respira. El agua chorrea por su barba. Se zambulle. Bucea despacio con las manos alante y atrás impulsando su cuerpo. Vuelve a salir. Se hace el muerto panza arriba. El agua escurriendo su pecho. Chapotea con los pies. A mi derecha se sienta un hombre como el que estoy viendo en la pantalla. Me giro dos veces para comprobar si se trata o no del mismo que se lanza chorros de agua sobre la barriga. Sobre la mesa un puñado de monedas. El señor del agua se acerca con un albornoz blanco. ¿Dónde están los fotogramas que faltan entre la piscina y la mesa! Se tumba en una hamaca al sol. La chica muestra dos cartas; sota y rey de bastos. Los chicos lanzan las suyas sobre la mesa y ella recoge las monedas. El señor de mi lado arremolina el pelo de su barba. La chica se desnuda y se lanza a la piscina en bomba. La cámara subacuática la graba. Ella sonríe bajo el agua. Los chicos comienzan una nueva partida de cartas. El señor de mi lado me mira. Aparto a la pantalla. El hombre del albornoz también me mira. Bajo la vista. Vuelvo a subirla. El hombre de la pantalla mira al jardinero sin camisa que poda un seto al otro lado de la valla mientras espía a la chica de la piscina. Ésta observa al chico que lanza el uno de espadas al chico que mira al señor de mi lado. Sobre la mesa el uno de copas. Fin de la partida. Fundido a negro.
Vapor de agua que se disipa. Aparece la chica sentada en la sauna desnuda la parte de arriba. Deja el cucharón en el cubo y se recuesta hacia atrás. Cierra los ojos. Respira. El plano se amplía. Entra el señor gordo. Desnudo. Respiro. La chica abre los ojos y le deja sitio para que se siente. Hablan. El señor de mi lado estornuda. Miro de reojo. Saca un pañuelo blanco del bolsillo y se suena. La chica está llorando. El hombre apoya la cabeza en su regazo. La chica lo acaricia. Él sonríe bebé. La cámara sale de la escena por la ventanilla de la sauna. A la derecha cuelga un albornoz blanco en una percha de pie.
En el comedor están los dos chicos; uno escuchando música y el otro leyendo. Suena el timbre. El chico que escuchaba se levanta y sale del comedor. Entra con una chica. El que leía hace una marca en el libro y lo cierra. Da dos besos a la chica y se presenta. Se sientan. Beben zumo de naranja. Conversan.
El hombre de la sauna se ducha con agua fría. Se le ponen duras las tetas. La chica se viste mientras. Giro la cabeza a la derecha. El señor de mi lado me guiña un ojo. Vuelvo a la pantalla y respiro hondo.
La chica del comedor abre una bolsa y saca un paquete envuelto en papel de regalo y se lo da al chico que escuchaba. Éste se levanta y le da dos besos en la cara. Abre el paquete. Un oso de peluche. El chico lo besa en el hocico y lo abraza con una sonrisa que enciende su cara. Entran el señor y la chica en el comedor. El chico del oso los mira. El hombre de mi lado me mira. Dejo la mano a la vista. La cámara se detiene en la radio y la música llena el espacio. El señor de mi lado junta su mano con la mía. Nos acariciamos. El chico que leía lleva una fuente de pasta a la mesa del jardín donde esperan los demás. Comen. Bebida y risas.
El señor de mi lado se levanta. Me levanto con él. Salimos. En la puerta del cine me golpea en la cara y me dice que otra vez le dejaré ver una película en paz. Me voy a la pensión llorando sin saber cómo termina.
Cojo la llave y entro en mi habitación. Aparto la mochila y me tumbo en la cama. Tengo ganas de mear. Salgo, cierro, baño. Ocupado. Abre la puerta. Le digo que espero. Me dice que pase. Estoy dentro. Enfrente del inodoro. Él con la cara cubierta de espuma blanca. Me concentro. Pantalón corto de pijama y toalla colgada en el hombro. No sale nada. Barriga apoyada en el lavabo. Hago esfuerzo. Y la espalda cubierta de pelo. Tiro de la cadena y salgo del baño. Me tumbo en la cama de nuevo. Cierro los ojos. Respiro. Casi me duermo. Oigo pasos cerca de mi puerta. Me meo. Cierro las piernas. Salgo. Nadie en el baño. El chorro contra el agua. Me relajo. Tiro de la cadena. Camino en silencio por el pasillo. Ruido en la habitación contigua a la mía. La puerta entreabierta. Dudo un momento. Asomo la cabeza. El señor del baño me saluda. Me asusto. Todavía me duele la cara. Está viendo la televisión. Le saludo. Meto la llave en la puerta de mi habitación. Respiro rápido. Vuelvo a asomarme.
—Hacen fútbol —me dice
—¿Tan tarde?
—Fútbol americano, rugby
—Buenas noches
—Pasa
—Tengo sueño
—¿Has cenado?
—Sí
—Entra, no te quedes ahí afuera
—Gracias
Aparto la toalla y me siento a los pies de la cama.
—¿De verdad que no quieres? —ofreciéndome chorizo en barra y pan de hogaza—, lo he traído de casa, no tenía ganas de restaurante
—No, gracias