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Authors: Álvaro Naira

Politeísmos (58 page)

BOOK: Politeísmos
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No podía olvidar las palabras de Fran. Se le repetían en las sienes.

Paula empezó conmigo porque te echaba de menos, Álex. Y yo era lo más parecido que tenía. Pero un perro no es un lobo. No le doy la talla y lo sé.

—Álex, no voy a hablar de eso —respondió la chica evasivamente.

—Pero yo sí. Y te voy a decir una cosa: a Fran le estás destrozando. Déjale de una puta vez, Paula, y para de hacerte daño y de hacérselo a él. Y de paso vente conmigo, hostia, y deja de hacerme daño a mí también.

—No quiero oír eso.

—Vale —le dio una leche a la tabla—. ¿Quieres que te aconseje? ¿Que te haga de amigo? Pues habla con él. No te puedo decir más —aspiró el cigarro—. Pero eso no es lo que quiero decirte —expulsó el humo con una sonrisa tenue—. Y eso no es lo que quieres oír.

—Álex, no lo estás entendiendo.

—Lo entiendo a la perfección. ¿Qué es lo que quieres? ¿Quieres que lo hable yo con él? Voy, le doy dos hostias y le obligo a jurarme que te va a hacer feliz. Yo lo hago. Ahora, que me haga caso...

—Álex, como si las cosas fueran tan simples.

—Paula, las cosas son simplísimas. La vida te maneja o la manejas tú. Yo todo lo divido en términos de
domesticación
. Te tiran la pelota y la recoges o le arrancas la mano al que la lanzó. Desde mi punto de vista, princesa, llevas desde hace mucho tiempo jugando con la pelota. Ha llegado el momento de volver a cazar, Paula. Ya no somos cachorros.

Ella apartó la vista.

—¿No te das cuenta de que así sólo te estás engañando? Álex, yo no voy a volver contigo. Yo quiero cosas que tú no puedes darme.

—Pues entonces, Paula, no me cuentes historias y apechuga. Tú te has buscado el problema y no quieres resolverlo. Sigue toda tu puta vida atada a la caseta sintiéndote desgraciada, teniendo hijitos y cuidando de Fran, que todos sabemos que lo que necesita no es una novia sino una mamá. ¿Te mola el plan? ¿No? Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Rompe la cadena, Paula.

—Otra vez. Otra vez me sales con ésas. “Domesticación”. ¿Lo haces con la intención de hacerme sentir una mierda o sólo te divierte llamarme cobarde? No sabes el daño que me hiciste en COU, Álex.

—Parece que no el
suficiente
, Paula. Estabas cagada de miedo, igual que ahora. No sabías qué hacer. Te aterrorizaba lanzarte a la piscina; arriesgarte; luchar. Tú querías irte a hacer la carrera a Lisboa y estar de voluntaria en el Centro del lobo los fines de semana. ¿Por qué no te fuiste? —antes de que ella abriera la boca, Álex continuó hablando—. Vale; tus padres consideraban que eras una puta veleta: de Oviedo a Madrid, de Madrid a Lisboa y luego lo mismo les salías con que te ibas a las islas Fidji, así que te pagaba los estudios tu primo. Bueno, pues a currar; ni que fuera una novedad. Yo te he visto dejarte los nudillos desde que te conozco. ¿Que es otro país? Qué le vamos a hacer. También decías que Madrid era otro planeta —el lobo dio una calada—. Es como si la vida te pusiera dos caminos delante, Paula, y tú escoges. Para no equivocarte, basta con levantar el hocico y olfatear. ¿Huele bien? Para dentro. ¿Huele a mierda? Media vuelta. Te dije todo lo que te dije porque lo pensaba. Tú te lo tomaste como insulto en lugar de ponerle solución. Y así estamos, después de siete años, Paula. Destrozados, pero todavía trotando. Yo, me temo, a cuatro patas. Tú a dos. Valora a quién le va mejor.

—Sólo tenías que haberme pedido perdón, Álex —susurró ella con la voz fina, luchando por normalizarla—. Con eso bastaba. Con decirme que sentías lo que me habías dicho.

—Pero es que no lo sentía. Ni lo siento ahora. Si lamento algo, es no haberte dicho
más
. Paula, joder. ¿Sabes cómo te veo yo? Derrotada. Apaleada. Rendida. Lamiendo la mano que te da de comer. Con un precioso collar con tu nombre y el chip bajo la piel para que te localicen si te pierdes, en plan
1984
.

—Álex, ya vale...

Él entrecerraba los párpados y la miraba de forma hundida, lejana, detrás de las pupilas.

—Te veo mil veces peor que la última vez que hablamos de esto —susurraba él gravemente—. ¿Cómo era tu refrán favorito? “La loba y la espada...”. ¿Cómo seguía?

—“Si no encuentran presa, muerden la tierra de rabia” —finalizó ella en un suspiro.

—Eso. En COU tú casi me despedazas la cara con los dientes cuando discutimos, y ahora sólo me miras con ojos de cordero degollado. Y lo siento, pero no me das ninguna lástima, Paula. Te has metido tú en la trampa: arráncate la pata si es necesario para salir. Si no te atreves... para eso estoy yo. Yo te la arrancaré. Aunque te duela.

La chica tenía los ojos un poco húmedos. Le cogió un cigarro del paquete y se puso a fumar mirando por el cristal a la calle: las vallas amarillas y las zanjas de las obras, la pizzería de enfrente, la gente que pasaba, las manchas de las gotas de lluvia que tenía el vidrio, la grieta, la tira de silicona que sujetaba la cristalera al marco.

—Paula, no tienes que esconderte —dijo él al cabo de unos segundos, tomando aire—. Ya te he visto llorar más veces. Y no me enternece. Me jode, no sabes cuánto me jode. Probablemente más que a ti.

—¿Recuerdas cómo terminamos? ¿Cómo acabó la pelea? —preguntó con la voz rehilada, pronunciando muy despacio para que no se le rompiera.

—Sí. Claro que sí.

—Te lo dije. Te lo advertí. “Si me vuelves a llamar perra, no me volverás a ver nunca”. Y tú, Álex, apretaste la mandíbula con la sonrisa más desagradable que te he visto en la vida. Hasta te
lamiste
los dientes, joder. Cogiste aire, lo saboreaste y me escupiste a la cara:
PERRA
. Se acabó la discusión. Tú cumpliste, yo también. Te dije que no me volverías a ver nunca y así fue. Al día siguiente fui a clase, como todos los días, y me senté a tu lado.

—Pero no te volví a ver nunca —murmuró Álex, y la miró a los ojos—. Estuviste dos meses sin hablarme, Paula... Sin ni siquiera mirarme.

—Y tú siete años en paradero desconocido —replicó ella con rencor.

—Paula. Lo siento. Siento haber tenido que decírtelo. Siento que fuera verdad.

—Álex —gimió ella—, ¿cuándo vas a crecer?

—Yo ya he crecido, Paula.

—No. Tú lo has tenido todo facilísimo. Las cosas te han venido en bandeja. ¿Cuándo vas a comprender lo que es la vida? Cuando te dé un palo así de gordo y te tire al suelo.

Al lobo eso le cabreó de verdad. Apretó los dientes.

—Ah, sí. Yo, claro, he tenido una vida que es un camino de rosas, con capullos a los lados tocando los violines, no te jode. ¿De qué vas, Paula? ¿Tú qué te crees? ¿Que me colocó mi papá en una empresa, me puso un pisito y desde entonces me he rascado el escroto y me he dedicado a componer música? Pues sí, podría haberlo hecho. Elegí no hacerlo. Yo no soy como Jaime, me cago en la puta. Si te crees que me he tirado todos estos años viviendo en el mundo de la piruleta, me temo que te equivocas. Yo lo he pasado de culo y me he bajado de la nube, no una: cien veces. Me estuve un año entero comiendo sólo arroz blanco porque no tenía pasta para más, ¿me oyes? Arroz blanco solo, arroz blanco con tomate, arroz blanco con mayonesa, arroz blanco en forma de vasito y arroz blanco en forma de plato, aplastado con el tenedor y pintando dibujos con el cubierto: arroz blanco relleno de arroz blanco y rodeado de arroz blanco. No quiero volver a ver un puto grano de arroz en mi vida... —asqueado sólo de recordarlo, le dio una calada al cigarro para quitarse el sabor imaginario y pastoso del cereal cocido de la boca.

—Álex —interrumpió Paula con seriedad, apagando el pitillo—. Yo te he visto pulirte cincuenta mil pesetas en una tarde entre libros, discos, tebeos y trapitos para disfrazarme de Barbie gótica. En las tiendas de cómics de la calle Luna sólo les faltaba ponerte una alfombra roja cuando te veían entrar. Y todo ese dinero no era tuyo porque tú no trabajabas ni en repartir propaganda un fin de semana, no se te fueran a estropear tus manitas de pianista —el lobo se sonrió, pero Paula elevó el mentón—. Ten los cojones de decirme que miento. Yo no sé a qué te has dedicado desde el día en que decidiste desaparecer sin decir ni pío, como si todos te importáramos una mierda, ¿recuerdas? Ni siquiera sabía si seguías viviendo con tu padre...

—Paula, las pelas que le sacaba a Gonzalo eran la paga por soportarle. ¿Dejo de aguantarle? Pues no quiero ver más su dinero ni en pintura, que no vivo en su casa. Mira: me ha costado un cojón llegar a donde estoy, he tenido que renunciar a un huevo de cosas y puedo entender perfectamente que “la vida te va llevando”. Pero no me vale. Lo hace si te dejas. A mí también me han pasado los años por encima como un coche, ¿de acuerdo? Pero de pronto... te paras y dices: ¿Qué coño estoy haciendo? Todo esto es
circunstancial
. Paula, lo que hagas o lo que dejes de hacer... es accesorio. La vida son cuatro días y, luego, a por otra. ¿Qué más dará? Y si es así, ¿para qué voy a andar sufriendo, flagelándome y poniéndome cilicios en la polla? Mejor hago lo que me salga de la punta del capullo en cada momento, lo que le desagrade menos al lobo que llevo dentro. Aunque en la escala, ya sabes, a un cánido se la pela que trabaje en repostería o levantando cajas: bastante le jode caminar a dos piernas. Pero sí sé una cosa, Paula: me gusta obedecer pocas órdenes. Y eso es lo que intento. Vivir a mi aire.

Ella meneó la cabeza. Sonrió.

—Álex. Todo eso está muy bien. Muy bonito: las religiones están para eso. Para consolarse. Para seguir adelante. Para dar respuestas. Pero esto es la
realidad
. Aquí no pinta nada un lobo.

—¿Ah, no? —rugió él—. ¿No
pinta
? Ni pinta ni deja de pintar.
Es
. Pensaba que me habías dicho que creías. Así que no crees una mierda. De puta madre. Pues entonces estoy haciendo el gilipollas, Paula. ¿En cuántas cosas más me has mentido, princesa?

—No te he mentido.
Creo
. De una forma distinta a la tuya: de acuerdo. Pero yo nunca he dejado de creer, ¿me oyes?, aunque no hablara jamás de ello y pudiera hasta llegar a olvidarlo a ratos, durante un tiempo. Hablar de ello era hablar de ti, Álex; y cuando dejas de hablar de algo... es como si dejara de ser cierto —la chica le dio un trago al café—. De todas formas, para la vida diaria, poco importa que lleve dentro un caribú o un perrito de las praderas. Yo trabajo en un VIPS con veintiséis años, y sin perspectivas de buscar otra cosa. ¿Qué tiene que ver que lleve dentro un lobo o un perro? Lo que yo soy es... camarera.

—¡JA! Y una puta mierda, Paula. Tiene que ver en
todo
. ¿Así que a ratos crees y a ratos no? ¿Crees cuando te acuerdas de ello? Mira: ahí tienes el problema. A ti, princesa, te ha pasado lo más trágico que puede pasarle a un lobo. Te has domesticado. Y lo has hecho tú sola, dando las indicaciones a los demás. Fran te pidió que jugaras con él y tú le respondiste: “No puedo, no estoy domesticada”. Como el zorro del principito.

La chica sonrió lánguidamente.

—“¡Por favor, domestícame!”. Yo lloraba como una magdalena con ese episodio de niña.

—Y yo también. Y espero que por el mismo motivo —dio un tiro y aplastó la colilla—. Entonces la pregunta es la de siempre:
¿crees?
No me vale que cuando te hace falta sí y cuando no que le den por culo. Si crees, llevas el lobo dentro. Si no crees, el hombre te lo ha matado. Paula, uno no juega si no quiere ganar; esto no es como el tres en raya. Así que lo que nos interesa es: ¿crees o no?

—Álex... No tiene nada que ver con lo que te estoy contando...

—¿Que no tiene nada que ver? Es lo
esencial
. Estás atrapada por el collar y no eres capaz de romperlo: ¿es eso de lo que querías hablar con
alguien
? ¿Quieres que me encargue yo? Yo me encargo. Sólo déjame que lo haga. Pídeme que lo haga —le exigió con la voz muy ronca y los ojos suplicantes—. No te digo que te quites la correa; sé que no eres capaz de hacerlo.
Te pido que me la des
. Cambia de dueño, princesa. Cuando estés preparada para ir suelta, nada me hará más feliz que cargármela a dentelladas. Entonces, correremos juntos. ¿Te parece bien?

Ella le había escuchado estrechando la expresión un poco más a cada frase. Cuando oyó la palabra “dueño”, apretó los puños. Se puso de pie.

—Que te follen, Álex. No sé quién te crees que eres, te lo digo de verdad.

Él se quedó mirando cómo recogía el bolso de la silla, se ponía la rebeca retorciéndole las mangas de cualquier manera y se marchaba a trancos ofendidos, dejando el peluche y las rosas.

—Paula.

La chica se paró. Álex apretó los labios con inseguridad antes de seguir hablando.

—Te quiero muchísimo.

Ella bufó una carcajada seca. Se dio la vuelta. El lobo bajó la vista a la mesa.

You must follow her. Always.

Álex se incorporó, la alcanzó y le cogió la muñeca.

—No te vayas. Por favor. Por favor, quédate conmigo. Querías hablar; no te he dejado. Habla. Te juro que no vuelvo a abrir la boca. Dime todo lo que me tengas que contar. Desahógate.

—Álex —de nuevo tenía el aspecto apático y cansino del que se resigna—; no tengo nada más que decir.

—Paula. Siéntate, por favor —dijo casi arrastrándola hasta la mesa—. Pido otro café.

—Álex. Quiero que me dejes en paz —le suplicó, sin molestarse en resistirse—. No sé ni por qué te he contado todo esto.

Él se mordió el labio. Pensó lo siguiente que iba a decir. No le había soltado la mano.

—Mírame a los ojos y dime que quieres que salga de tu vida. Hazlo, y no te volveré a molestar. Te lo juro.

—Quiero que salgas de mi vida, Álex.


No
. Mírame —la obligó a subir la cabeza—. Mírame, y repítelo.

La chica apartó la vista. Él soltó el aliento de alivio. Le temblaban un poco las piernas.

—La huida, siempre hacia delante, Paula —sentenció Álex separando la silla—. Siéntate. Hablemos. De Fran, si quieres. De ti. De lo que quieras.

Paula se dejó caer. Apoyó los codos y se apartó el pelo con las dos manos, con un gesto de angustia, frotándose la cara.

—Yo creo que todo se arreglará en cuanto me quede embarazada. Lo digo de verdad. Estoy segura de ello.

A él se le escapó una mueca.

—¿Intentas convencerme a mí o convencerte a ti misma?

—No lo sé, Álex. Pero sé que Fran sería un buen padre.

—¡JA! ¿Buen padre, un perro? Venga ya. Se la soplaría, Paula, que lo sé yo. ¿No dices que no quiere tenerlo? Lo hace por ti, mira tú qué bonito. ¿Para qué, para luego no hacer ni caso al puto crío? Para eso mejor no producirlo. Igual sí, igual juega con él y todo, si no está muy cansado y tiene ganas: pero los problemas te los comerías tú. El perro no otorga cuidados parentales; lo dicen los expertos, no yo. No es un lobo, princesa, lamento decepcionarte, así que no esperes que se comporte como tú crees que debe hacerlo —
ya lo sé, mejor que tú, Álex
, suspiraba Paula con desaliento—. Para empezar, el perro es un promiscuo de cojones. Ni siquiera reconoce a sus crías. Va por ahí follando y que los cachorros se los coma la perra. Y vaya pedazo de zorras, las perras. ¡Dos celos, hasta tres al año! Joder. ¿No les basta con uno, como a los animales decentes?

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