Preludio a la fundación (50 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Preludio a la fundación
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La sonrisa de Rashelle se ensanchó, se puso a mirar a Raych con benevolencia y le pellizcó la mejilla.

–Si creéis que nuestro alcalde es un autócrata y que no hay más que una voluntad que pese en Wye, quizá tengáis razón. Pero, de todos modos, yo puedo seguir haciendo uso del pronombre personal, porque mi voluntad cuenta.

–¿Por qué la suya? – preguntó Seldon.

–¿Y por qué no? – preguntó Rashelle a su vez, mientras los sirvientes empezaban a levantar la mesa-. ¡Yo soy el Alcalde de Wye!

86

Raych fue el primero en reaccionar ante esa declaración. Olvidándose por completo del barniz de corrección que tan incómodo le hacía sentir, lanzó una risotada.

–¡Eh, señora, no pué ser alcalde! – exclamó-. Los alcaldes son tíos.

Rashelle lo miró, divertida, y respondió, imitando a la perfección su tono de voz:

–¡Eh, chico! Algunos alcaldes son tíos y otros son tías. Métete esto en el caldero y déjalo que cueza.

Los ojos de Raych se desorbitaron y se quedó estupefacto.

–Eh, así se habla, mujer -consiguió sonriendo.

–Vaya acento que ha sacado, Rashelle -comentó Seldon tras aclararse la garganta.

Rashelle echó la cabeza ligeramente hacia atrás.

–Hace muchos años que no he tenido ocasión de sacarlo a relucir; sin embargo, uno no lo olvida nunca. Una vez tuve un amigo, un buen amigo, que era dahlita…, cuando yo era muy joven. – Suspiró-. No se expresaba de ese modo, claro (era muy inteligente), aunque sabía hablar así si se lo proponía y me enseñó. Me divertía mucho charlar de esta forma con él. Creábamos un mundo que excluía todo lo que nos rodeaba. Fue maravilloso. E imposible también. Mi padre lo expuso con toda claridad. Y ahora llega este chiquillo, Raych, para recordarme aquellos días lejanos. Tiene el mismo acento, los ojos, el aspecto descarado…, y dentro de seis años, más o menos, será el encanto y el terror de las jovencitas. ¿No es así, Raych?

Raych contestó:

–No lo sé, sen…, hum,
Madam
.

–Yo estoy segura de que sí y de que te parecerás mucho a mi…, a mi viejo amigo. Entonces, no verte será más cómodo para mí. Y ahora, la cena ha terminado y es hora de que te vayas a tu habitación, Raych. Si quieres, puedes ver un rato la holovisión. Supongo que no sabes leer.

Raych se ruborizó.

–Pero pronto sabré. El doctor Seldon dice que lo haré.

–Entonces, estoy segura de que lo conseguirás y leerás muy bien.

Una joven se acercó a Raych; y se inclinó, respetuosa, en dirección a Rashelle. Seldon no pudo adivinar cuándo se hizo la señal que la reclamó.

–¿No puedo quedarme con el doctor Seldon y la señora Venabili? – protestó Raych.

–Los verás después -repuso Rashelle con dulzura-. Ahora tengo que hablar con ellos… Así que, debes irte.

Dors le hizo una seña silenciosa de que se fuera, y Raych, con una mueca, bajó de la silla y siguió a la doncella.

Una vez el niño hubo salido, Rashelle se volvió hacia Seldon y Dors.

–El chiquillo estará seguro, por supuesto, y bien atendido -les dijo-. Por favor, no temáis por él. También yo estoy segura. Lo mismo que mi servidora ha venido ahora mismo, de igual manera lo harían una docena de hombres armados, y con mayor rapidez, al llamarles. Quiero que lo entendáis bien.

–No se nos ha ocurrido pensar en atacarla -declaró Seldon sin inmutarse-, Rashelle…, ¿o debo decir Señora Alcaldesa?

–Sigue con Rashelle. Tengo entendido que eres un buen luchador, Hari, y que tú, Dors, tienes gran habilidad con las navajas, que, por cierto, hemos retirado de tu habitación. No deseo que confíes inútilmente en tus habilidades, dado que quiero a Hari vivo, ileso y amistoso.

–Siempre he entendido a la perfección, Señora Alcaldesa -dijo Dors, con su falta de cordialidad bien patente-, que el auténtico gobernante de Wye, ahora y en los últimos cuarenta años, es Mannix, cuarto de su nombre, y que sigue vivo y en plena posesión de sus facultades. Entonces, yo me pregunto: ¿Quién es usted en realidad?

–Exactamente quien digo que soy, Dors. Mannix IV es mi padre. Está, como dices, vivo y en posesión de sus facultades. Ante los ojos del Emperador y de todo el Imperio, él es el Alcalde de Wye, pero se encuentra agotado por la tensión del poder y ha decidido, por fin, dejarlo en mis manos, que se encuentran, igualmente, dispuestas a recibirlo. Soy su única hija y se me ha educado para gobernar. Mi padre es, por lo tanto, el Alcalde, legalmente y de nombre; yo lo soy de hecho. Es a mí, ahora, a quien las Fuerzas Armadas han jurado lealtad, y, en Wye, eso es lo único que cuenta.

Seldon asintió.

–Sea como dice. Pero, de todos modos, que sea Mannix IV o Rashelle I, porque supongo que es la primera del nombre, no tienen por qué retenerme. Ya le he dicho que mi psicohistoria no es práctica y pienso que ni yo ni ningún otro llegaremos a conseguirla. Así se lo dije al Emperador. No puedo servirle ni a usted, ni a él.

–Qué ingenuo eres. ¿Conoces la historia del Imperio?

Seldon sacudió la cabeza.

–Hace poco tiempo he llegado a desear conocerla mejor.

–Yo conozco bien la Historia Imperial -le interrumpió Dors-, aunque la época pre-Imperial es mi especialidad, Señora Alcaldesa. Sin embargo, ¿qué importa que la conozcamos o no?

–Si conoces tu Historia, sabrás que la Casa de Wye es antigua y honorable, descendiente de la dinastía Dacian.

–Los dacianos gobernaron hace cinco mil años -observó Dors-. El número de descendientes en las ciento cincuenta generaciones que han vivido y muerto desde entonces puede sumar la mitad de la población de la Galaxia, si todas las reclamaciones genealógicas, por descaradas que sean, son aceptadas.

–Nuestras reclamaciones genealógicas, doctora Venabili -repuso ella, y el tono de voz de Rashelle fue, por primera vez, glacial y hostil, y la mirada de sus ojos, acerada-, no son descaradas. Están perfectamente documentadas. La Casa de Wye se ha mantenido en el poder a lo largo de todas esas generaciones y ha habido ocasiones en que nosotros hemos ocupado el trono Imperial y gobernado como Emperadores.

–La Historia suele referirse a los gobernantes de Wye como «anti-Emperadores», jamás reconocidos por el conjunto del Imperio.

–Depende de quién escriba la Historia. En el futuro, nosotros lo haremos, porque el trono, que fue nuestro, volverá a nuestras manos de nuevo.

–Para conseguir eso tienen que provocar una guerra civil.

–Es un riesgo que no correremos -afirmó Rashelle, al tiempo que volvía a sonreír-. Esto es lo que debo explicaros para que sepáis por qué quiero la ayuda del doctor Seldon, a fin de evitar dicha catástrofe. Mi padre, Mannix IV, ha sido un hombre de paz toda su vida. Leal a quienquiera que estuviera gobernando en el Palacio Imperial, ha mantenido a Wye como un pilar fuerte y próspero de la economía trantoriana para bien del Imperio.

–Tengo entendido que el Emperador no ha confiado más en él porque haya sido así -observó Dors.

–Tenlo por seguro que no. Los Emperadores que han ocupado el Palacio en vida de mi padre saben que son unos usurpadores, pertenecientes a un linaje de usurpadores. Los usurpadores no pueden permitirse confiar en los verdaderos gobernantes. A pesar de eso, mi padre ha mantenido la paz. Por supuesto, él ha formado y entrenado unas magníficas Fuerzas de Seguridad para así poder mantener la paz, prosperidad y estabilidad del Sector. Las autoridades Imperiales se lo han permitido porque querían un Wye pacífico, próspero, estable…, y leal.

–¿Y es leal? – preguntó Dors.

–Al verdadero Emperador, desde luego, y ahora hemos llegado al punto en que nuestra fuerza es tal que podemos apoderarnos del Gobierno rápidamente, en una acción relámpago, a decir verdad… De tal forma, que antes de que nadie pueda decir siquiera «guerra civil», habrá un verdadero Emperador, o Emperatriz, si lo prefieren, y Trantor seguirá tan pacífico como antes.

Dors sacudió la cabeza.

–¿Puedo, como historiadora, aclarar unos puntos?

–Siempre estoy dispuesta a escuchar -respondió Rashelle, e inclinó la cabeza hacia Dors.

–Por importantes que sean sus Fuerzas de Seguridad, por bien entrenadas y equipadas que estén, no pueden, en modo alguno, compararse en número y resistencia a las Fuerzas Imperiales, respaldadas por veinticinco millones de mundos.

–Ah, pero tú misma acabas de señalar el punto débil del usurpador, doctora Venabili. Hay veinticinco millones de mundos, con las Fuerzas Imperiales desperdigadas entre todos ellos. Esas fuerzas están repartidas sobre incalculable espacio, mandadas por infinidad de oficiales, ninguno de los cuales ha sido especialmente preparado para cualquier acción ajena a sus propias provincias, y muchos de ellos dispuestos a actuar más en interés propio que en el del Imperio. Nuestras fuerzas, por el contrario, están todas aquí. Todas en Trantor. Podemos actuar y concluir antes de que lejanos generales y almirantes puedan conseguir entender que se les necesita.

–Pero la respuesta llegará en cualquier momento y con fuerza irresistible.

–¿Estás segura? Accederemos al trono. Trantor será nuestro y habrá paz. ¿Por qué iban a actuar las Fuerzas Imperiales si, manteniéndose al margen, cada jefecillo militar puede tener su propio mundo que gobernar, su propia provincia?

–¿Es eso lo que desea en realidad? – preguntó Seldon, desconcertado-. ¿Me está diciendo que ansia gobernar un Imperio que se dividirá?

–Exactamente -afirmó Rashelle-. Gobernaría Trantor, sus colonias espaciales circundantes, y algún pequeño sistema planetario que forma parte de la provincia trantoriana. Preferiría ser Emperador de Trantor, antes que Emperador de la Galaxia.

–¿Se conformaría sólo con Trantor? – insistió Dors, con profunda incredulidad en su tono de voz.

–¿Y por qué no? – saltó Rashelle, súbitamente iluminada. Se inclinó hacia delante, con las palmas de las manos presionando sobre la mesa-. Eso es lo que mi padre ha estado planeando durante cuarenta años. Ahora, se agarra a la vida sólo para ver cómo se cumple. ¿Para qué necesitamos millones de mundos, mundos distantes que no significan nada para nosotros, que nos debilitan, se llevan a nuestras Fuerzas Armadas lejos de aquí, perdidas en insensatos pársecs cúbicos de espacio; nos ahogan en un caos administrativo, nos arruinan con sus incesantes peleas y problemas, cuando no son otra cosa que vacíos distantes por lo que a nosotros se refiere? Nuestro propio y populoso mundo, nuestra propia ciudad planetaria, es suficiente Galaxia para nosotros. Tenemos todo lo que necesitamos para mantenernos. En cuanto al resto de la Galaxia, que se divida. Cada jefecillo militar podrá tener su propia astilla. No necesitan luchar. Habrá suficiente para todos.

–Pero, así y todo, lucharán -aseguró Dors-. Cada uno rehusará sentirse satisfecho con su provincia. Cada uno temerá que su vecino no esté satisfecho con su provincia. Cada uno se sentirá inseguro y soñará con un gobierno galáctico como única garantía de su seguridad. Téngalo por seguro, Señora Emperadora de Nada. Habrá guerras interminables a las que usted y Trantor habrán contribuido y en las que se verán mezclados…, constituyendo la ruina para todos.

–Así podría parecer, si una no pudiera ver más lejos que tú, si una confiara en las lecciones corrientes de la Historia -repuso Rashelle con claro desprecio en su voz.

–¿Y qué se puede ver más allá? – replicó Dors-. ¿En qué puede una confiar más allá de las lecciones de la Historia?

–¿Me preguntas qué hay más allá? – exclamó Rashelle-. ¡Está él!

Y su brazo saltó hacia delante, con el dedo índice señalando a Seldon.

–¿Yo? – dijo Seldon-. Ya le he dicho que la psicohistoria…

–No me repitas lo que ya has dicho, mi buen doctor Seldon -le interrumpió Rashelle-. No ganamos nada con ello… ¿Supones, doctora Venabili, que mi padre no se dio cuenta del peligro de una interminable guerra civil? ¿Crees que no doblegó su brillante mente para encontrar algún medio de evitarla? En estos últimos diez años ha estado preparado, en todo momento, para apoderarse del Imperio en un día. Sólo precisaba que le confirmaran la seguridad después de la victoria.

–Algo que no puede tener -observó Dors.

–Algo que tuvimos en el momento en que oímos al doctor Seldon en su comunicación en la Convención Decenal. Al instante comprendí que eso era lo que necesitábamos. Mi padre es demasiado viejo para ver el significado. Pero, cuando se lo expliqué, él lo vio también y fue entonces cuando, de manera oficial, él me traspasó sus poderes. Así que de ti depende, Hari, que yo tenga este cargo, y a ti deberé mi superior posición en el futuro.

–Le estoy diciendo que no se puede… -empezó Seldon, molesto.

–No importa lo que se pueda o no se pueda hacer. Lo que en realidad importa es lo que la gente crea o no crea que puede hacerse. Ellos te creerán, Hari, cuando les expliques que la predicción prehistórica es que Trantor puede autogobernarse y las provincias transformarse en reinos que, juntos, vivirán en paz.

–No haré semejante predicción -dijo Seldon- en ausencia de la verdadera psicohistoria. No quiero hacer de charlatán. Si usted desea algo como eso, dígaselo usted.

–Hari, a mí no querrán creerme. Es a ti a quien creerán: al gran matemático. ¿Por qué no darles gusto?

–Resulta que también el Emperador quiso utilizarme como fuente de útiles profecías a su servicio. Y me negué a hacerlo para él, ¿cómo cree que puedo aceptar hacerlo por usted?

Rashelle guardó silencio durante unos instantes, y cuando habló de nuevo, su voz había perdido su intensa excitación, volviéndose casi suplicante.

–Hari -dijo ella-, piensa un poco en la diferencia entre Cleon y yo. Lo que, indudablemente, Cleon quería de ti era propaganda para conservar su trono. Sería una tontería dársela porque el trono no puede conservarse. ¿No sabes que el Imperio Galáctico está en plena decadencia, que no puede durar mucho más? El propio Trantor se está arruinando a causa del peso, cada vez mayor, de la administración de veinticinco millones de mundos. Lo que tenemos ante nosotros es dolor y guerra civil, no importa lo que tú hagas por Cleon.

–He oído decir algo parecido a eso. Tal vez sea cierto, pero, ¿qué nos queda entonces? – murmuró Seldon.

–Ayudar a romperlo en fragmentos sin ninguna guerra. Ayúdame a quedarme con Trantor. Ayúdame a establecer un Gobierno fuerte sobre un reino lo bastante pequeño para que sea gobernado con eficacia. Déjame liberar al resto de la Galaxia, que cada porción siga su camino según sus costumbres y cultura propias. La Galaxia se transformará de nuevo en un todo que volverá a trabajar a través de las agencias de comercio libres, de turismo, y de comunicaciones, y el destino de sumirse en el desastre bajo el mandato actual, que apenas lo mantiene unido, podrá evitarse. En realidad, mi ambición es moderada; un mundo, no millones; paz, nada de guerra; libertad, no esclavitud. Piensa en todo y ayúdame.

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