Preludio a la fundación (51 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Preludio a la fundación
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–¿Por qué iba la Galaxia a creerme a mí, más de lo que la creen a usted? – preguntó Seldon-. No me conocen, ¿y quiénes de nuestros comandantes de la flota se impresionarán por la mera palabra «psicohistoria»?

–No serás creído ahora, pero yo no pido una acción ahora. La Casa de Wye, que ha esperado millares de años, puede muy bien esperar millares de días más. Coopera conmigo y haré que tu nombre sea famoso. Te prometo que la psicohistoria resplandecerá en todos los mundos y, a su debido tiempo, cuando yo juzgue que el movimiento está en su momento electo, pronunciarás tu predicción y daremos el golpe. Entonces, en un punto de la historia, la Galaxia existirá bajo un Nuevo Orden que la hará estable y feliz por eones. Vamos, Hari, ¿cómo puedes negarte?

18. Caída

Thalus, Emmer. – … Un sargento de las Fuerzas de Seguridad Armadas del Sector de Wye, en el antiguo Trantor…

… Aparte de estas estadísticas sin importancia vital, nada se sabe del hombre, excepto que, en cierta ocasión, tuvo en sus manos el destino de la Galaxia.

Enciclopedia Galáctica

87

A la mañana siguiente, el desayuno se sirvió en un gabinete cercano a las habitaciones de los tres cautivos y fue espléndido de verdad. Había enorme variedad de comida y más que suficiente de todo.

Seldon tenía ante sí una montaña de salchichas especiales, ignorando las oscuras predicciones de Dors Venabili sobre estómagos y cólicos.

–La mujer… -dijo Raych-, la Señora Alcaldesa, cuando vino a verme anoche, me…

–¿Vino a verte? – le interrumpió Seldon.

–Sí. Dijo que quería asegurarse de que estaba cómodo. También me prometió que, cuando pudiera, me llevaría a un zoológico.

–¿A un zoológico? – Seldon miró a Dors-. ¿Qué clase de «zoo» pueden tener en Trantor? ¿Gatos y perros?

–Hay algún animal aborigen -explicó Dors-, y me imagino que importan aborígenes de otros mundos. También están los animales compartidos que hay en todos los mundos…, otros mundos que tienen más que Trantor. En realidad, Wye posee un zoológico famoso, quizás el mejor del planeta, después del propio «zoo» Imperial.

–Es una vieja señora estupenda -observó Raych.

–No tan vieja -dijo Dors-, y nos alimenta bien.

–Algo es algo -comentó Seldon.

Cuando terminaron de desayunar, Raych se fue de exploración.

Una vez se hubieron retirado a la habitación de Dors, Seldon observó con marcado descontento:

–No sé por cuánto tiempo nos dejarán tranquilos. Seguro que ha estado tramando formas de ocupar nuestro tiempo.

–En realidad, no podemos quejarnos por el momento. Estamos mucho más cómodos aquí que en Mycogen o en Dahl.

–Dors, ¿no te habrás dejado embaucar por esta mujer?

–¿Yo? ¿Por Rashelle? Pues claro que no. ¿Cómo puedes pensar semejante cosa?

–Bueno, estás bien instalada. Bien alimentada. Sería natural bajar la guardia y aceptar lo que la fortuna nos depara.

–Sí, muy natural. ¿Y por qué no hacerlo?

–Mira, anoche estuviste diciendo lo que va a ocurrir si ella gana. Puede que yo no tenga mucho de historiador, pero estoy dispuesto a creerte, porque tus palabras eran muy sensatas, incluso para el que no es historiador. El Imperio se hará pedazos y sus astillas lucharán unas con otras por…, por,…, indefinidamente. Tiene que ser detenida.

–De acuerdo -asintió Dors-. Hay que detenerla. Lo que no acabo de ver es cómo podemos hacer esta insignificancia ahora mismo, en esté momento… -Miró fijamente a Seldon-. Hari, anoche no dormiste, ¿verdad?

–¿Y tú? – Era obvio que no había dormido.

Dors se quedó mirando, con el rostro ensombrecido por la preocupación.

–¿Has estado despierto pensando en la destrucción galáctica a causa de lo que dije?

–Por eso y por otras cosas. ¿Puedes ponerte en contacto con Chetter Hummin? – Esto último lo preguntó en un murmullo.

–Intenté ponerme en contacto con él cuando tuvimos que esquivar la detención, en Dahl. Y no vino. Estoy segura de que recibió el mensaje, aunque no acudiese. Puede ser que, por diversas razones, no pudiera hacerlo, pero lo hará tan pronto como le sea posible.

–¿Supones que puede haberle ocurrido algo?

–No -respondió Dors, paciente-. No lo creo.

–¿Cómo podemos saberlo?

–De un modo u otro su aviso me llegaría. Estoy segura. Y no me ha llegado nada.

Seldon frunció el ceño.

–No tengo tanta confianza como tú -insistió-. La verdad, es que no tengo la menor confianza. Incluso si Hummin viniera, ¿qué puede hacer en este caso? No puede luchar contra todo Wye. Si tienen, como Rashelle presume, el Ejército mejor organizado de Trantor, ¿qué podría hacer él contra esas Fuerzas?

–Es inútil discutirlo. ¿Crees que podrías convencer a Rashelle, meterle en la cabeza, de un modo u otro, que no tienes aún la psicohistoria?

–Estoy seguro de que sabe que no la tengo aún y de que voy a tardar muchos años en conseguirla…, suponiendo que la consiga. Pero ella dirá que la tengo, y si lo hace con suficiente habilidad, la gente la creerá y, con el tiempo, obrarán de acuerdo con lo que les comunique como mis predicciones y pronunciamientos…, incluso si yo no digo una sola palabra.

–Pero tardará cierto tiempo. No puede montar tu tinglado en una noche. Ni en una semana. Para hacerlo como es debido, debería tardar un año.

Seldon paseaba de una punta a otra de la habitación, girando bruscamente sobre los talones y volviendo a repetir el paseo.

–Puede que sí -musitó-, pero no lo sé. La presionarán para que haga las cosas deprisa. No me parece el tipo de mujer que haya cultivado el hábito de la paciencia. Y su anciano padre, Mannix IV, estará más impaciente aun. Debe presentir la cercanía de la muerte y, si toda su vida ha luchado por esto, preferirá verlo conseguido una semana antes de su muerte, que una semana después. Además… -Hizo una pausa y miró a su alrededor.

–Además, ¿qué? – preguntó Dors.

–Pues que necesitamos tener nuestra libertad. Verás, he resuelto el problema de la psicohistoria.

Dors abrió los ojos.

–¿De veras? ¡Lo has resuelto!

–No lo he resuelto del todo. Pero ahora sé que es práctica, no teórica. Sé que puede hacerse, así que necesito disponer de tiempo, de paz y de tranquilidad para trabajar. El Imperio debe mantenerse unido hasta que yo, o posiblemente mis sucesores, aprendan cómo mejor conservarlo, o cómo minimizar el desastre si se divide pese a nuestros esfuerzos. La idea de tener que empezar mi trabajo y no ver cómo podía hacerlo, fue lo que me mantuvo despierto anoche.

88

Era su quinto día en Wye, por la mañana, y Dors ayudaba a Raych a vestirse con ropa de ceremonia, con la que ni uno ni otra estaban familiarizados.

Raych se contempló dubitativo en el holoespejo y vio una imagen reflejada en él que lo miraba fijamente, imitando todos sus movimientos, aunque sin ninguna inversión de derecha o izquierda. Raych nunca hasta entonces se había servido de un holoespejo y se sentía incapaz de evitar tocarlo, luego se reía, casi avergonzado, cuando la mano de la imagen trataba inútilmente de llegar a su cuerpo real.

–Estoy raro -dijo al fin.

Miró su casaca, hecha de un material muy flexible, con un fino cinturón de filigrana; luego, pasó las manos por un cuello tieso que se alzaba como una corola más allá de las orejas, por ambos lados.

–Mi cabeza parece una pelota dentro de un bol.

–Pero éste es el tipo de ropa que llevan los niños ricos de Wye. Todo el que te vea te admirará y te envidiará.

–¿Con mi cabello todo aplastado?

–Claro. Llevarás este sombrero redondo.

–Mi cabeza se parecerá aun más a una pelota.

–No dejes que nadie te la golpee. Ahora, recuerda bien lo que te he dicho. No pierdas la calma y no te portes como un niño.

–Pero si soy un niño -protestó, mirándola con expresión inocente.

–Me sorprende oírtelo decir. Estoy segura de que te consideras un adulto de doce años.

Raych se rió.

–Está bien. Seré un buen espía.

–Eso no es lo que te he pedido. No te arriesgues. No te escondas detrás de las puertas para escuchar. Si te atraparan, no ayudarías a nadie…, en especial a ti mismo.

–¡Bah, venga, señora! ¿Qué se ha creído que soy? ¿Un niño o algo así?

–Tú mismo lo has dicho hace un momento, ¿no es así, Raych? Debes escuchar todo lo que se dice sin parecer que lo haces. Y acuérdate bien de lo que oigas. Y cuéntanoslo después. Es bastante fácil.

–Bastante fácil para usted decirlo, doctora Venabili -dijo Raych con un guiño-, y bastante fácil para mí hacerlo.

–Ten cuidado.

Raych le guiñó un ojo.

–¡Y que lo diga!

Un lacayo (tan fríamente y mal educado como sólo un lacayo arrogante puede serlo) acudió a recoger a Raych para acompañarlo a donde Rashelle lo esperaba.

Seldon los vio alejarse, pensativo.

–Probablemente no verá el zoológico, sino que lo escuchará todo sin perder palabra. No sé si está bien que metamos al niño en semejante peligro.

–¿Peligro? Lo dudo. Recuerda que Raych se ha criado en el arroyo de Billibotton. Supongo que tiene más recursos que tú y yo juntos. Además, Rashelle le tiene un cariño especial e interpretará a su favor todo lo que él haga… Pobre mujer.

–¿Acaso la compadeces, Dors?

–¿Quieres decir que no merece simpatía por el hecho de ser hija de un alcalde, considerarse alcaldesa por derecho propio, y estar decidida a destruir el Imperio? Quizá tengas razón, pero, pese a todo, hay aspectos en ella por los que uno puede mostrar simpatía. Por ejemplo, tuvo un amor desgraciado. Eso es evidente. Indudablemente, se le partió el corazón…, durante un cierto tiempo, por lo menos.

–¿Has tenido alguna vez un amor desgraciado, Dors?

Dors lo estuvo pensando.

–Creo que no -respondió-. Estoy demasiado sumida en mi trabajo para que se me parta el corazón.

–Ya me lo figuraba.

–Entonces, ¿por qué me lo has preguntado?

–Podía haberme equivocado.

–¿Qué hay de ti?

Seldon se vio incómodo.

–A decir verdad, sí. He reservado un poco de tiempo para romperme el corazón. Y de muy mala manera, además.

–Ya me lo figuraba.

–Entonces, ¿por qué me lo has preguntado?

–No porque pensara que podía haberme equivocado, te lo aseguro. Sólo quise saber si mentirías. No lo hiciste, y me alegro.

–Han pasado cinco días -dijo Seldon, después de una pausa- y no hemos sabido nada.

–Excepto que nos tratan muy bien, Hari.

–Si los animales pudieran hablar y pensar, dirían que están bien tratados cuando, en realidad, están siendo engordados para ser sacrificados.

–Admito que ella está cebando al Imperio para la matanza.

–Pero, ¿cuándo?

–Supongo que lo hará cuando ella se crea preparada.

–Presumió de que no tenía problema para completar el golpe en un día, y la impresión que a mí me dio fue que podía llevarlo a cabo en cualquier día.

–Incluso si eso fuera cierto, ella querría estar segura de poder cortar de raíz la reacción Imperial, y eso tiene que llevarle algún tiempo.

–¿Cuánto tiempo? Pretende impedir esa reacción Imperial, pero no hace ningún esfuerzo por conseguirlo. No hay indicios de que me esté dando ninguna importancia ante los demás. Vaya por donde vaya en Wye, nadie me reconoce. No hay masas de gente que me vitoreen. Nada sobre mí en las holonoticias.

Dors sonrió.

–Uno podría llegar a suponer que te duele que no te consideren famoso. Eres un ingenuo, Hari. O no eres historiador, lo cual viene a ser casi lo mismo. Creo que deberías sentirte más contento de que el estudio de la psicohistoria hará de ti un historiador, que de poder salvar al Imperio. Si todos los seres humanos comprendieran la Historia, podrían dejar de cometer los mismos estúpidos errores una y otra vez.

–¿Por qué dices que soy un ingenuo? – preguntó Seldon mirándola por encima de la nariz.

–No te ofendas, Hari. Creo que, en realidad, es uno de tus mayores atractivos.

–Lo sé. Despierta tu instinto maternal y además se te ha pedido que cuides de mí. ¿En qué soy un ingenuo?

–Al pensar que Rashelle trataría de hacer propaganda entre la gente del Imperio, en general, para que te aceptaran como vidente. De ese modo, ella no conseguiría nada. Es muy difícil poner rápidamente en marcha a cuatrillones de personas. Existe una inercia social y psicológica, así como una inercia física. Y, mostrándose a descubierto, no haría sino alertar a Demerzel.

–Entonces, ¿qué está haciendo?

–Sospecho que la información sobre ti (debidamente exagerada y glorificada) es servida a unos pocos importantes: a los virreyes de Sectores, almirantes de las flotas, esas personas influyentes por las que ella se cree mirada con estimación…, o que miran malignamente al Emperador. Un centenar, más o menos, de los que pueda fiarse lograran causar confusión entre los leales el tiempo necesario para que Rashelle I se permita montar su Nuevo Orden con la suficiente firmeza para resistir cualquier oposición que pudiera surgir. Por lo menos, así es como creo que ella razona.

–Entretanto, nada sabemos de Hummin.

–Pero tengo la seguridad de que estará haciendo algo. Esto es demasiado importante para ignorarlo.

–¿No has pensado que pudiera estar muerto?

–Es una posibilidad, pero no lo creo. Si lo estuviera, me habría llegado la noticia.

–¿Aquí?

–Incluso aquí.

Seldon levantó las cejas, pero no dijo nada.

Raych volvió a última hora de la tarde, feliz y excitado, con descripciones de monos y de seres bakarianos, y acaparó la conversación durante toda la cena.

Sólo después, cuando ya estuvieron en sus habitaciones, Dors preguntó:

–Ahora, cuéntame lo que ocurrió con la Señora Alcaldesa, Raych. Dime todo lo que hizo o dijo que tú creas que debemos saber.

–Una cosa… -exclamó Raych, iluminándosele el rostro-, y apuesto a que por eso no ha venido a cenar.

–¿Qué cosa?

–El zoo estaba cerrado, excepto para nosotros. Había mucha gente… Rashelle y yo, y toda clase de tíos de uniforme y mujeres muy elegantes y así. Entonces, un tío de uniforme…, un tío diferente, que no estaba allí antes, llegó hacia el final y dijo algo a Rashelle en voz baja, y ella se volvió a la gente y con la mano les indicó que no tenían que moverse, y la gente no lo hizo. Y se apartó un poco con ese tío nuevo, para hablar con él y que nadie los oyera. Sólo que yo me hice el distraído, seguí mirando las jaulas y me acerqué a Rashelle, así pude oír lo que decía: «¿Cómo se atreven?», preguntaba, como si estuviera furiosa. Y el tío de uniforme parecía nervioso. Yo sólo los veía de refilón porque figuraba que estaba contemplando a los animales, así que lo más que oí fueron palabras sueltas. Él dijo que alguien, no me acuerdo del nombre, pero era un general o algo así… Dijo que ese general dijo a los oficiales que él había jurado religión al viejo, al padre de Rashelle…

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