Psicoanálisis de los cuentos de hadas (47 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

BOOK: Psicoanálisis de los cuentos de hadas
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Después de haber sentido compasión por el miserable estado de Cenicienta, se produce el primer desarrollo positivo de su vida. «Un día, el padre tuvo que partir para dirigirse a una feria y, entonces, preguntó a sus dos hijastras qué deseaban que les trajera "Hermosos trajes", dijo una. "Perlas y brillantes", dijo la otra. "Y tú, Aschenputtel, ¿qué quieres?" "Padre, yo sólo te pido que me traigas la primera rama de avellano que te dé en el sombrero cuando estés de regreso por el bosque".» El padre cumple su promesa; una rama de avellano no sólo roza su sombrero, sino que se lo hace caer. Entonces la corta y se la lleva a Aschenputtel. «La muchacha se lo agradeció enormemente y se dirigió a la tumba de su madre, donde plantó la ramita; lloró tanto que sus lágrimas, al regarla, la hicieron crecer hasta convertirse en un hermoso árbol. Cada día acudía tres veces a ese lugar, donde lloraba y rezaba, y cada vez se le aparecía un pájaro blanco sobre el árbol, que cumplía todos los deseos que Cenicienta expresaba.»

El hecho de que Cenicienta pidiera a su padre la ramita que quería plantar en la tumba de su madre y de que él se la trajera significa un primer intento de restablecer una relación positiva entre ambos. Por lo que dice la historia, podemos suponer que Cenicienta ha de haber sufrido una grave decepción respecto a su padre, por haberse casado con semejante arpía. Pero los padres son todopoderosos a los ojos del niño; por lo tanto, si Cenicienta quiere ser dueña de sus actos y de su propio destino, debe esperar a que se debilite la autoridad que aquéllos ejercen sobre ella. Esta disminución y transferencia de poder podría estar representada por la rama que hace caer el sombrero del padre y por el hecho de que esta misma rama dé lugar a un árbol con poderes mágicos para Cenicienta. Así pues, lo que desvalorizó al padre (la rama de avellano) es utilizado por Cenicienta para incrementar el poder y el prestigio de la madre original (muerta). Parece ser que el padre aprueba el paso del estrecho vínculo que Cenicienta mantenía con él a la relación original no ambivalente con la madre, por el hecho de que es él quien le ofrece la rama que ensalza la memoria materna. Esta disminución de la importancia emocional del padre en la vida de Cenicienta prepara el camino para la transferencia de su amor infantil por el progenitor a un amor maduro por el príncipe.

El árbol que Cenicienta planta en la tumba de su madre y riega con sus propias lágrimas es uno de los aspectos más poéticos, conmovedores y significativos, desde el punto de vista psicológico, que encontramos en esta historia. Nos sugiere que el recuerdo de la madre idealizada de la infancia puede, y de hecho lo hace, ayudarnos en las circunstancias más adversas si se mantiene vivo como parte fundamental de la propia experiencia interna.

En otras versiones este simbolismo queda todavía más patente al transformar la figura de la madre buena, no en un árbol, sino en un animal benefactor. Por ejemplo, en la primera variante china que se ha recopilado, la heroína cuidaba de un pececillo, que empezó a crecer hasta que alcanzó tres metros de longitud. La perversa madrastra descubre la importancia que este pez tiene para la niña y, a sus espaldas, lo mata y se lo come. La muchacha se desespera y llora desconsoladamente hasta que un hombre sabio le revela dónde se hallan enterradas las espinas del pescado y le indica que las recoja y las guarde en su habitación. Le asegura que, si implora a estas espinas, obtendrá cualquier cosa que desee. En muchas versiones europeas y orientales, la madre se transforma en un ternero, una vaca, un carnero o en algún otro animal para socorrer a la heroína mediante la magia.

El cuento escocés «Rashin Coatie» es más antiguo que el de Basile y el de Perrault, pues ya en el año 1540 encontramos referencias sobre él.
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Una madre, antes de morir, regala a su hija, Rashin Coatie, un pequeño ternero que le concede todo lo que desea. La madrastra lo descubre y ordena que el animal sea degollado. Rashin Coatie se siente sumamente desgraciada, pero el ternero muerto le dice que recoja sus huesos y los entierre bajo una piedra gris. La niña cumple las indicaciones del animal y, a partir de entonces, consigue cuanto anhela con sólo pedírselo al carnero. En Yuletide, cuando todo el mundo se viste con sus mejores galas para ir a la iglesia, la madrastra de Rashin Coatie no le permite ir con ellos porque sus ropas no son adecuadas para esta ocasión y están demasiado sucias. El ternero muerto viste a la muchacha con un hermoso vestido y, en la iglesia, un príncipe se enamora de ella; al tercer encuentro, Rashin Coatie pierde una zapatilla, etc.

En otras muchas historias de «Cenicienta», el animal bondadoso llega incluso a alimentar a la protagonista. Por ejemplo, en un cuento egipcio, una madrastra y sus hijas maltratan a dos niños que suplican: «Oh vaquita, sé buena con nosotros como lo era nuestra madre». El animal los alimenta con lo mejor que tiene. La madrastra se entera de lo sucedido y sacrifica la vaca. Los niños queman los huesos del animal y entierran las cenizas dentro de una vasija; al cabo de un tiempo crece un hermoso árbol que provee de frutos a los niños, haciéndoles inmensamente felices.
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Así pues, en algunas historias del tipo de «Cenicienta» se combina la representación de la madre en forma de animal y de árbol, mostrando que uno puede ser símbolo del otro. Al mismo tiempo, estos cuentos son un ejemplo de la sustitución simbólica de la madre original por un animal que da leche, por ejemplo, una vaca o una cabra, en los países mediterráneos. Este simbolismo refleja la conexión emocional y psicológica de las primeras experiencias en la alimentación, que nos proporcionan seguridad en la vida posterior.

Erikson habla de «un sentido de
confianza básica
» que, según dice, «es una actitud, hacia uno mismo y hacia el mundo externo, que tiene su origen en las experiencias del primer año de vida».
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La madre buena que el niño experimenta durante las primeras etapas de su vida configura esta confianza básica. Si todo se desarrolla con normalidad, el niño adquirirá seguridad en sí mismo y en el mundo. El animal bondadoso o el árbol mágico no son más que una imagen, una encarnación y una representación externa de esta confianza básica. Es el objeto mágico que la madre deja a su hijo en herencia lo que le salvará de los peligros más espantosos.

Los relatos en que la madrastra da muerte al animal bondadoso, pero ni siquiera así consigue privar a Cenicienta de lo que le proporciona la fuerza interna, indican que lo que sucede en nuestra mente es más importante que lo que existe en la realidad si queremos triunfar y enfrentarnos con éxito a la vida. La imagen de la madre buena que hemos internalizado —de tal manera que la desaparición del símbolo externo no tenga mayor importancia— nos hace la vida más soportable, incluso en las circunstancias más adversas.
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Uno de los mensajes más importantes que nos transmiten las distintas versiones de «Cenicienta» es que estamos equivocados si pensamos que debemos aferrarnos a algún objeto del mundo externo para tener éxito en la vida. Todos los esfuerzos de las hermanastras por conseguir sus objetivos mediante cosas puramente materiales resultan inútiles; de nada les sirve elegir cuidadosamente los mejores vestidos, ni el engaño que pretenden llevar a cabo para que el zapato se ajuste a sus pies. Sólo aquel que es sincero consigo mismo, como lo es Cenicienta, alcanza la victoria final. La misma idea se transmite por el hecho de que no se necesita la presencia material de la madre o la del animal bondadoso. Este mensaje es correcto desde el punto de vista psicológico, ya que, para obtener la seguridad interna y la sensación de autoestima, no se precisa ningún objeto externo una vez se ha desarrollado aquella confianza básica. Los elementos del mundo externo no pueden sustituir ni compensar la falta de confianza básica que debía haberse adquirido en la infancia. Aquellas personas desafortunadas que han perdido la confianza básica al comienzo de su vida, sólo podrán alcanzarla, si es que lo logran, mediante cambios producidos en la estructura interna de su mente y personalidad, pero nunca aferrándose a cosas de aspecto atractivo.

La imagen que nos brinda el árbol, que se ha desarrollado a partir de una ramita, los huesos del ternero o las cenizas, representa los distintos seres que pueden surgir de la madre original o de la manera en que la experimentamos. La imagen del árbol es particularmente adecuada porque implica un proceso de crecimiento, tanto si se trata de la palmera de Gata Cenicienta, como del avellano de Cenicienta. Este símbolo demuestra que el mantener internalizada la imagen de la madre en una época anterior no es suficiente. A medida que el niño va creciendo, la madre internalizada debe experimentar cambios, al igual que los experimenta el niño. Se trata de un proceso de desmaterialización similar al que lleva al niño a sublimar a la madre buena real en una experiencia interna de confianza básica.

En la versión de los Hermanos Grimm, estos aspectos aparecen mucho más perfeccionados. Los procesos internos de Cenicienta comienzan con la desesperación que siente ante la muerte de su madre, que está simbolizada por el hecho de vivir entre cenizas. Si hubiera permanecido fijada en esta etapa de su vida, no se hubiera llevado a cabo ningún desarrollo interno. La aflicción, como transición temporal que nos obliga a seguir viviendo sin la persona amada, es algo absolutamente necesario; pero, para una supervivencia prolongada, este sentimiento debe convertirse en algo positivo: la formación de una representación interna de lo que se ha perdido en la realidad. Este objeto interno permanecerá intacto en nuestro interior, pase lo que pase en la realidad externa. Las lágrimas de Cenicienta que caen sobre la ramita plantada muestran que el recuerdo de la madre todavía permanece vivo; pero, a medida que el árbol va creciendo, la figura materna internalizada en Cenicienta crece también.

Las plegarias que Cenicienta dirige insistentemente al árbol expresan las esperanzas que cultiva también en su interior. Las oraciones siempre piden algo que confiamos en que llegue a realizarse: la confianza básica se restablece después de haber superado el trauma que las adversidades arrastran consigo; esta confianza nos permite mantener la esperanza de que todo vuelva a ser como en el pasado. El pajarillo blanco que acude a satisfacer los ruegos de Cenicienta es el mensajero del Señor: «Un pájaro transportará la voz por el aire, y aquel que tenga alas transmitirá el mensaje». Es fácil reconocer en el pájaro blanco el espíritu materno que se dirige a su hijo a través de los alimentos que le proporciona: no es otra cosa que el espíritu que en un principio se estableció en el niño, dando lugar a esa confianza básica. Como tal, se convierte en el propio espíritu del niño que lo alienta en todas sus dificultades, haciéndole concebir esperanzas en el futuro y proporcionándole fuerzas suficientes para crear una vida satisfactoria.

Tanto si somos capaces, como si no, de reconocer conscientemente el pleno significado de lo que expresa simbólicamente el hecho de que Cenicienta pida la ramita, la plante y la cultive con sus lágrimas y oraciones, y la imagen del pajarillo blanco que se le aparece cada vez que Cenicienta lo necesite, este aspecto del cuento nos impresiona a todos y nos hace reaccionar, como mínimo a nivel preconsciente. Es una imagen hermosa y eficaz que posee un hondo significado para el niño que está empezando a internalizar lo que sus padres representan para él. Posee la misma importancia tanto para los niños como para las niñas, porque la madre internalizada —o la confianza básica— es un fenómeno mental decisivo sea cual fuere el sexo de la persona implicada. Al eliminar el árbol y sustituirlo por un hada madrina, que aparece repentinamente y de modo inesperado, Perrault despojó a la historia de gran parte de su contenido más profundo.

La «Cenicienta» de los Hermanos Grimm transmite al niño, de modo sutil, el siguiente mensaje: por muy miserable que pueda sentirse en este momento —a causa de la rivalidad fraterna o por cualquier otro motivo—, si es capaz de sublimar su tristeza y dolor, al igual que Cenicienta hace al plantar y cultivar el árbol con sus sentimientos, el niño podrá, por sí mismo, solucionar los problemas, de manera que su vida en el mundo se convierta en algo realmente agradable.

En la versión de los Hermanos Grimm, inmediatamente después del episodio del pajarillo blanco que concede a Cenicienta todos sus deseos, se anuncia que el rey dará una gran fiesta de tres días para que su hijo pueda elegir novia entre todas las muchachas del reino. Cenicienta ruega que se le permita asistir al baile. Pero, a pesar de las negativas de la madrastra, insiste en sus súplicas. Finalmente, la madrastra le dice que, si es capaz de recoger y limpiar antes de dos horas un montón de lentejas que ha arrojado a las cenizas, le dará permiso para acudir a la fiesta.

Esta es una de las tareas aparentemente imposibles que los héroes de los cuentos de hadas han de llevar a cabo. En las versiones orientales de «Cenicienta», la muchacha se ve obligada a hilar durante algunas horas; mientras que en las versiones occidentales tiene que limpiar el grano.
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Este es otro ejemplo evidente de los abusos que se cometen en la persona de Cenicienta. Sin embargo, para la muchacha —después del cambio radical de su destino, al haber encontrado una ayuda mágica en el pájaro blanco que realiza todos sus deseos, y poco antes de ir al baile—, esta prueba representa las penosas y difíciles tareas que debe llevar a cabo antes de merecer un final feliz. Gracias a los pájaros que acuden en su ayuda, Cenicienta puede completar su trabajo, pero, después de esto, la madrastra vuelve a exigirle otra condición que entraña aún mayor dificultad: la segunda vez tiene que recoger dos platos de lentejas esparcidas por entre las cenizas en menos de una hora. Cenicienta lo consigue de nuevo gracias a la colaboración de los pájaros, aunque la madrastra sigue sin permitirle ir al baile a pesar de sus anteriores promesas. La labor que se le pide a Cenicienta parece absurda: ¿por qué arrojar lentejas a las cenizas sólo para volver a recogerlas otra vez? La madrastra está convencida de que es algo imposible, humillante y carente de sentido. No obstante, Cenicienta sabe que puede obtener algún resultado positivo de cualquier cosa que se realice, con sólo atribuirle un significado, incluso de algo tan degradante como hurgar en las cenizas. Este detalle estimula en el niño la convicción de que el vivir en lugares considerados mezquinos —jugar entre y con la porquería— puede tener gran valor, si se sabe cómo extraerlo. Cenicienta llama a los pájaros para que acudan en su ayuda, diciéndoles que pongan las lentejas buenas en el puchero y que se coman las malas.

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