Authors: Matthew Stover
Las erupciones son lo bastante regulares como para que la jungla no tenga tiempo de reclamar la explanada formada por la lava. Árboles chamuscados por el calor se alinean en el borde de esa explanada, con las hojas cocidas por el lado de la lava. Las erupciones no deben de ser muy importantes por esta zona. ¿Por qué, si no, levantar aquí un campamento?
Bueno...
Supongo que igual fue por la vista.
El búnker en sí está ligeramente más elevado que el resto del campamento. Desde donde estoy sentado, en medio de los restos de la puerta, puedo ver abajo la mezcolanza quemada de chozas prefabricadas, rotas y derribadas, y la destrozada valla del perímetro. La pálida luz de las lumilianas revela el gris del camino trazado por las orugas de los rondadores, que serpentea bordeando las montañas.
Y que atraviesa la jungla...
Puedo ver a kilómetros de distancia. Ante mí veo agitarse de forma fantasmal la cúpula de árboles, plateada y negra, con venas de lumilianas y picada por parpadeantes ojos escarlata, carmesí y de apagado rojo. Son los cráteres abiertos, activos y burbujeantes de esta volátil región. Quita el aliento.
O puede que sólo sea el olor.
Es otra de las ironías que han acabado por acumularse en mi vida. Toda mi preocupación por los civiles, por las batallas y las masacres; por tener que luchar y quizá matar a hombres y mujeres que quizá sólo fueran civiles, inocentes testigos; todas mis discusiones con Nick y todo lo que me dijo...
Todo ello para nada. No tenía por qué haberme preocupado. Cuando llegamos aquí no quedaba nadie con quien luchar.
El FLM ya había pasado por aquí. No había ningún superviviente.
No describiré el estado de los cuerpos. Ya fue bastante malo ver lo que se había hecho aquí, no siento la necesidad de compartirlo, ni siquiera con los Archivos.
Concedo a Nick que los balawai de este campamento no eran civiles inocentes. Los korunnai dejaron los cuerpos envueltos en lo que debían de ser las piezas más preciadas de la joyería jup: collares de orejas humanas.
Orejas korunnai.
A juzgar por la escasa descomposición y el daño limitado que habían hecho los carroñeros, Nick conjeturó que la banda del FLM responsable de aquello había pasado por allí poco más de dos o tres días antes. Y había ciertas, mmm, señales —cosas hechas a los cuerpos— y ecos en la Fuerza que no parecían desvanecerse, una oleada permanente de poder que sugería que había sido obra del propio Kar Vator.
Los guerrilleros del FLM habían saqueado ese lugar a fondo. No habían dejado en ninguna parte ni una migaja de comida, sólo objetos y piezas inútiles de equipo y tecnología. Los restos de dos rondadores de vapor yacían ladera abajo. El equipo de comunicaciones también había desaparecido, claro, y por eso soy el único aquí en velar a Besh y Chalk.
Nick se hundió cuando descubrimos que el equipo de comunicaciones había desaparecido. Parecía alternar la desesperación con esa alegría maniaca suya, y no siempre resulta fácil adivinar cuál de las dos cosas acabará provocándole uno u otro estado. Se derrumbó en el suelo manchado de sangre y nos dio por muertos. Volvió a su mantra del pasado:
—Mala suerte —murmuró entre dientes—. Sólo mala suerte.
La desesperación es el heraldo del Lado Oscuro. Le toqué el hombro.
—La suerte no existe —le dije en voz baja—. La suerte sólo es una palabra que empleamos para describir nuestra ceguera ante las sutiles corrientes de la Fuerza.
Su respuesta fue amarga.
—¿Sí? ¿Qué corriente sutil mató a Lesh? ¿Es eso lo que planea tu Fuerza para ti? ¿Para Besh? ¿Para Chalk?
—Los Jedi dicen que hay preguntas para las que nunca tenemos respuestas; sólo podemos ser respuestas.
Me preguntó furioso qué se suponía que significaba eso.
—Yo no soy científico ni filósofo. Soy Jedi. No tengo por qué explicar la realidad, sólo enfrentarme a ella.
—Eso es lo que yo hago.
—Eso es lo que evitas hacer.
—¿Tienes un poder Jedi que pueda llevarnos a todos junto a Depa y Kar en un solo día? ¿O en tres? Se están alejando de nosotros. No podremos alcanzarlos. Ésa es la realidad. La única que existe.
—¿Lo es? —dejé que una mirada pensativa se posara en el ancho lomo de Galthra—. Se mueve bien por entre la jungla. Ya sé que los akk no son bestias de carga, pero sí que podría llevar a un hombre solo a gran velocidad.
—Bueno, sí. Si no tuviera que preocuparme por vosotros... —se detuvo. Sus ojos se estrecharon—. Ni de lejos. ¡Ni de lejos, Windu! Olvídalo.
—Yo cuidaré de ellos hasta que vuelvas.
—¡He dicho que lo olvides! ¡No voy a dejarte aquí!
—Eso no depende de ti —di un paso hacia él. Nick tuvo que torcer el cuello para mirarme a los ojos—. No voy a discutirlo contigo, Nick. Y no te lo estoy pidiendo. Esto no es una discusión. Es un informe de la situación.
Nick es un joven testarudo, pero no es estúpido. No necesitó mucho para darse cuenta de que hasta conocerme a mí no había sabido lo que era realmente la testarudez.
Nos las arreglamos para improvisar una silla para Gakthra. Nick, Chalk y yo convencimos a Galthra mediante la Fuerza para que llevase a Nick sobre su lomo, tal y corno me había llevado a mí, y que lo transportara con rapidez por la jungla, tras las huellas de los korunnai. Los tres observarnos cómo desaparecían en la noche viviente. Entonces, Besh y Chalk se colocaron lo más cómodamente posible en el suelo del búnker, y yo les inyecté la thanatizina.
Esperarnos aquí, juntos, con la esperanza de que Nick atraviese la jungla; con la esperanza de que pueda encontrar y traer a ese Kar Vastor —ese peligroso lor pelek, ese terror de los vivos y mutilador de los muertos—, y con la esperanza de que ese hombre sin conciencia ni sentimientos humanos pueda emplear su poder para salvar dos vidas.
Me pregunto lo que pensará Kar Vastor cuando llegue y descubra lo que he hecho con el escenario de su victoria.
He dedicado varias horas, todas las transcurridas desde que Nick se fue hasta que me senté aquí a grabar esta entrada, a dar un entierro decente a los muertos. Sin duda Nick se reiría y baria algún comentario burlón sobre lo poco que comprendo, lo ingenuo y poco preparado que estoy para tomar parte en esta guerra. Probablemente me preguntaría si enterrar a esta gente los hace estar menos muertos. Sólo pudo replicar a esa burla imaginaria con un encogimiento de hombros.
No lo hice por ellos. Lo hice por mí. Lo hice por que es la única forma que tengo de expresar mi reverencia por la vida que se les quitó, fueran o no enemigos.
Lo hice porque no quiero ser la clase de hombre que dejaría a alguien... así...
A cualquiera.
Y ahora estoy aquí sentado, sabiendo que Depa pasó a unos pocos kilómetros de distancia, que quizá se paró en este mismo lugar. En las últimas cuarenta y ocho horas estándar. Por muy profundamente que busque en la Fuerza, por muy profundamente que busque en la piedra que tengo bajo mí y en la jungla que nos rodea, no consigo sentir nada de ella. No he sentido nada de ella en este planeta.
Lo único que siento es la jungla, y la oscuridad.
Pienso mucho en Lesh. No dejo de ver cómo se agitaba en el suelo, estremecido por las convulsiones, con los dientes apretados y los ojos en blanco. Todo su cuerpo se retorcía con furiosa vida, pero la vida que lo retorcía no era la suya. Era algo que lo devoraba por dentro. Cuando entré en la Fuerza, buscándolo, lo único que sentí fue la jungla. Y la oscuridad.
Y entonces vuelvo a pensar en Depa.
Quizá deba escuchar más y pensar menos.
La erupción parece ir en aumento. El ruido es tan fuerte como el de una avenida de Pelek Baw, y los temblores empiezan a hacer vibrar el suelo de piedra. Mmm. Y ahora, tal y como suele suceder en estos casos, empieza a llover debido a las partículas suspendidas en la columna de humo del cráter.
Hablando de humo...
Entre el equipo saqueado por el FLM debía de haber, sin duda, máscaras respiratorias. Las echaré de menos más que cualquier otra cosa. Debo tener cuidado con mis pulmones. En este saliente corro poco peligro frente a la lava, pero los gases que descienden ladera abajo en estas erupciones suelen ser cáusticos, además de asfixiantes. Besh y Chal estarán más a salvo que yo. Igual debería arriesgarme a pasar por un trance de hibernación. Ningún depredador llegaría hasta aquí con la erupción. Los depredadores también necesitan respirar.
Y no...
Es...
Un momento, eso parecen...
Qué siniestro. Hay depredadores en las selvas de Haruun Kal que pueden imitar los gritos en celo o de alarma de sus presas para atraerlas o alejarlas. Me pregunto qué clase de depredador era ése, seguramente uno que caza humanos. Ese grito casi me engaña. Sonaba igual que el grito de terror de un niño.
Pero igual.
Como este otro...
Oh.
Oh, no.
Eso es idioma básico. Eso son gritos.
Ahí abajo hay niños.
***
Mace corrió ladera abajo moviéndose medio a ciegas por entre la lluvia, el humo y el vapor, y navegando, guiado por el oído, en dirección a los gritos.
El humo del cráter de arriba había apagado el brillo de las lumilianas, y la única luz de que disponía era la del infernal fulgor escarlata que se filtraba por entre las grietas de las costras negras que flotaban en los ríos de lava. La lluvia se convertía en vapor a un metro sobre las explanadas. Una remolineante nube iluminada de rojo convertía la noche en sangre.
Mace se entregó a la Fuerza, dejando que lo llevara saltando de roca en rama yen roca, dando volteretas sobre grietas, pasando junto a troncos de árboles ennegrecidos por las sombras y debajo de las ramas bajas con apenas milímetros de margen. Las voces se oían de forma intermitente. Entre un grito y otro, y a través del chaparrón de la erupción y del martilleo de su propio corazón, Mace escuchaba un rechinar de acero contra piedra y el tamborileo mecánico de un motor forzado al límite de su potencia.
Era un rondador de vapor.
Estaba ladeado en peligroso ángulo sobre un precipicio, y sólo una cornisa de ruca impedía que cayera a la oscuridad sin fondo. Una oruga giraba en el aire, la otra estaba enterrada en la lava endurecida. La lava no se comporta como un líquido, sino como un plástico blando. Se enfría a medida que se desliza ladera abajo, y su transición parcial a roca sólida puede producir cambios impredecibles en su dirección. Forma diques y obstáculos, y excava canales que pueden alterar su serpenteante curso a lo largo de varios kilómetros, e incluso obligarle a retirarse e inundar alguna depresión, ladera arriba. El inmenso vehículo debía de dirigirse al campamento cuando uno de los ríos de lava alcanzó al camino trazado por las orugas. El ardiente flujo creó un dique en él y se desvió, arrastrando al rondador fuera del camino y empujándolo a ese barranco azotado por la lluvia, con la fortuna de que la cornisa de roca había detenido su caída. El fluir y serpentear de la lava se abría paso por los parches negros de piedra solidificada, precipitándose barranco abajo; y el flujo escarlata ascendía lentamente, al acumularse en la parte inferior del vehículo.
Aunque los rondadores de vapor eran de baja tecnología —para reducir su vulnerabilidad a los hongos comemetales—, estaban lejos de ser primitivos. El río de lava, a un kilómetro de distancia del cráter, no alcanzaba el punto de fusión de las aleaciones avanzadas que componían las orugas y el blindaje del rondador, pero estaba llenando el hueco que separaba el suelo de su plana superficie inferior, y la única duda consistía en si la lava, al ascender, acabaría por empujar el rondador de vapor más allá de la cornisa, antes de que el calor que se transmitía por su fuselaje asara a quien fuera que estuviera dentro.
Pero no todo el mundo estaba dentro.
Mace se deslizó y se paró en la ladera, a un metro de donde la lava había barrido el camino. Esta se había abierto paso por la arena del suelo hasta llegar al lecho de roca, convirtiendo el lugar donde estaba parado Mace en el borde de un risco inestable situado a ocho metros de altura de un lento río de piedra fundida. El rondador de vapor estaba a su derecha, diez metros más abajo. Sus faros arrojaban una luz blanca hacia el vapor y la lluvia. Mace apenas distinguía las dos pequeñas formas que se abrazaban agazapadas en el punto más alto de la cabina: la esquina trasera del techo fuertemente inclinado. Otra más se arrastró entre la oblonga luz amarilla procedente de una escotilla lateral abierta y se unió a ellos.
Tres niños aterrados sollozaban en el techo de la cabina. Mace pudo sentir en la Fuerza que dentro había dos más. Uno herido, con un dolor que le dejaba casi sin conocimiento: y otro inconsciente. Mace pudo sentir la desesperada determinación del niño herido para sacar al oto por la escotilla abierta antes de que se volcara el rondador. El niño herido no podía saber que a ninguno de los dos le serviría de nada salir por la escotilla. Seguían enfrentándose a una simple elección entre dos finales: el precipicio o la lava.
Muertos en ambos casos.
Si, como argumentan algunos filósofos, los Jedi tienen una finalidad más profunda en el universo al que sirven, más allá de su aparente función social de preservar la paz de la República; si de verdad había una razón cósmica para la existencia de los Jedi, un motivo por el que se les otorgó poderes fuera del alcance de otros mortales, debía de tener algo que ver con situaciones como ésta.
Mace se abrió a la Fuerza. Podía oír la voz de Yoda: "
el tamaño no importa
". Algo que Mace siempre había pensado que era más aplicable a Yoda que a cualquiera de sus estudiantes. Probablemente, Yoda se habría limitado a alargar la mano, levantar al rondador de vapor del barranco y hacerlo flotar montaña arriba hasta el campamento, mientras emitía alguna máxima enigmática sobre que "
Ni siquiera un volcán puede compararse al poder de la Fuerza
...". Mace tenía mucha menos confianza en su propio poder.
Pero tenía otras habilidades.
Un nuevo temblor provocado por la erupción hizo temblar el suelo del risco sobre el que estaba. Sintió que la roca se hundía. Los temblores estaban destruyendo rápidamente la integridad estructural del risco socavado por el río de lava. Se colapsaría en cualquier momento, arrojando a Mace al río, a no ser que él hiciera algo antes.
Lo que hizo fue ahondar aún más en la Fuerza hasta percibir una estructura de roca diez metros más abajo y a cinco metros de él.
¿Por qué esperar?,
pensó, y saltó.