Authors: Matthew Stover
Nick se aferraba a los respaldos de los asientos de Mace y Chalk. Estar justo ante el agujero del parabrisas le hacía pestañear dubitativo.
—Esto, oye, si no te importa que lo pregunte, ¿estás seguro de que esos cazas droides no atacarán también a los vehículos de tierra?
—Estoy seguro.
—Pero, bueno, ¿cómo lo sabes?
—Te lo demostraré.
Empleando los cohetes. Mace hizo girar el Turbotrueno para ayudarle a sortear una esquina muy cerrada, y chocó chirriante contra un almacén con fuerza suficiente para mellar el blindaje del vehículo y abrir un agujero en la pared del tamaño de un rondador de vapor. El Jedi luchó con los controles y enderezó la nave, y entonces hizo un gesto con la cabeza en dirección a la larga calle que tenía delante.
A medio kilómetro de distancia, la gigantesca ladera acorazada de un vehículo terrestre de asalto (VTA) salía emitiendo un chasquido metálico de una calle lateral.
—Por eso lo sé —dijo Mace.
Su torreta ya había rotado un cuarto de giro para apuntar al Turbotrueno.
—Chalk —dijo Mace, pero ella ya se le había adelantado.
Las torretas cuádruples de ambos lados de la fragata cobraron vida y llenaron la calle con relampagueantes pulsos de energía...
...Que dieron en el VTA sin arañarlo siquiera.
—¡Nunca atravesarás su blindaje! —gritaba Nick, mientras Chalk dejaba que su mirada se desenfocara y sus manos se relajaran en el mando.
—No disparo al blindaje, yo —murmuró, mientras apretaba el gatillo. El cañón del VTA retrocedió al lanzar un obús antiblindaje...
...Que recibió un disparo láser en el morro cuando aún seguía dentro del cañón.
La explosión fue gratificante.
Dejó el cañón abierto sobre sí mismo en medio de una lluvia de duracero ennegrecido y retorcido, como si el VTA fuera un androide fumando un puro explosivo.
—Vale —dijo Nick—. Ahora sí que estoy impresionado.
Los artilleros del VTA replicaron con sus repetidores pesados de cartuchos, haciendo que viajar en el Turbotrueno fuera semejante a meter la cabeza dentro de un cubo de basura de duracero apaleado por una banda de vándalos borrachos. El impacto de los cartuchos abrió melladuras prismáticas en el parabrisas de transpariacero.
—Es hora de salir de la calle —dijo Mace.
—¡No puedes! —gritó Nick—. ¡Nos derribarían!
—He dicho salir, no despegar. Abre fuego.
Chalk mantuvo el gatillo apretado. Mace tiró del mando de control y movió lateralmente el Turbotrueno para desatar toda la potencia de los láseres cuádruples contra el almacén que tenían al lado. De pronto, una enorme boca con dientes de durocemento que colgaban de barras reforzadas se abrió en la pared. Mace hizo que la fragata entrara por la abertura como un ariete.
Hasta el interior del edificio.
—¡Guau!
—¿Sabes lo que estás haciendo, tú?
—Sigue disparando.
Contenedores de carga iluminados de rojo por las descargas de los cañones relampaguearon a ambos lados de la fragata. Mientras, otra boca creada por un proyectil se abría en la pared de enfrente y les permitía salir a la siguiente calle...
También ocupada por la milicia.
Al menos por una compañía de infantería pesada con un par de piezas móviles de artillería y puede que algo más que Mace no tuvo tiempo de identificar. El Jedi mantuvo la fragata rugiendo en línea recta, pasó entre ellos y llegó hasta el almacén que había al otro lado de la calle antes de que alguno de los sorprendidos balawai pudiese siquiera cargar las armas.
Se abrieron paso por la ciudad luchando, atravesando edificios cuando tenían que hacerlo, recorriendo calles abiertas cuando podían, zigzagueando y deshaciendo el camino para encontrar aberturas en el cerco que cada vez se cerraba más sobre el barrio de los almacenes, y dejando atrás una estela de sorprendidos balawai y un inmenso rastro de puntos conectados en línea y formado por los almacenes en llamas.
***
A veces, cuando las cosas salen mal, lo hacen de una en una, en una cadena de desgracias de las que hay que ocuparse eslabón a eslabón. Esos son los momentos sencillos.
A veces los problemas llegan juntos y de golpe.
Cuando por fin dejaron atrás el barrio de almacenes. Mace puso la fragata a velocidad de marcha. Las calles de la noche de Pelek Baw estaban tan abarrotadas como siempre, pero seres de todas las especies se echaban apresuradamente a un lado para que la lenta fragata pudiera recorrer la ciudad al nivel de la calle.
Al menos cuando se paraban a mirar con tiempo suficiente para moverse.
—Nick, ¿sabes dónde estamos?
El joven korun se inclinó hacia delante para mirar por el parabrisas; por el lado de babor, la luz de los incendios que habían dejado atrás pintaba el cielo de rojo.
—Ahí se va el elemento sorpresa...
—Nick.
Nick negó con la cabeza, derrotado.
—¿Es que no lo entiendes? Ahora saben que vamos hacia allá. El Ministerio de Justicia es como una fortaleza. Diablos, es una fortaleza. Ni siquiera tú puedes entrar en ella. Ahora no. Ahora nos estarán esperando.
—Siempre nos han esperado —dijo Mace—. No pasa nada, no vamos allí.
—¿Eh?
—Geptun es listo. Puede que demasiado para su propio bien. Sabe que iremos a por él. Es el único movimiento que nos queda. Por eso rastreamos su señal con tanta facilidad. Quiere que ataquemos el Ministerio de Justicia. Si de verdad estuviera allí habría buscado un modo de ocultar su señal. En el Ministerio no habrá nada aparte de un gran número de tropas. O puede que sólo una bomba muy grande.
—Entonces, ¿qué puñetas estamos haciendo aquí? ¿Dónde está?
—En un lugar con el equipo electrónico necesario para simular los datos de origen de una señal comunicadora. Quizá yo no sea tan buen jugador de dejarik como nuestro coronel, pero a mi memoria no le pasa nada. La única vez que nos vimos fue con motivo de la muerte de alguien a quien describió como "una vieja amiga".
Nick estrechó los ojos.
—Tenk... —dijo entrecortadamente—. Crees que está en la Lavaduría. —¿Puedes llevarnos hasta allí?
—Claro. Es fácil. Sólo hay que dirigirse al Nordeste...
La mano de Chalk le interrumpió, tocándole el brazo.
Ella le dirigió una sonrisa enfermiza, y su garganta se movió como si se esforzara por contener el vómito.
—Quizá..., quizá sea mejor... —dijo con una tos húmeda.
De sus labios brotó sangre.
—¡Chalk!
Los dedos de ella se hundieron en su brazo con un espasmo. Tenía la otra mano pegada al cuerpo, el rostro gris y los ojos nublados.
—Quizá sea mejor que te ocupes de la navegación, tú —dijo, y se desplomó.
Su mano se apartó de las costillas, revelando un deshilachado agujero bajo el pecho. Se derrumbó hacia delante, contra el arnés de seguridad del asiento. Tenía una herida de salida en la espalda por la que Nick habría podido meter el puño. En el respaldo del asiento se veía un agujero aún mayor, y la pared de la cabina de detrás mostraba una salpicadura de sangre, tejidos y restos de sintocuero negro.
Nick la rodeó con los brazos, manteniendo su cabeza en alto y suplicando a sus ojos vacíos.
—Chalk, no, tú no, vamos, tú también no, vamos, Chalk, por favor...
Mace miró al parabrisas, a la línea de melladuras causada por los cartuchos del primer VTA, una línea interrumpida por el corte del sable láser.
Ya hacía varios minutos que Chalk había recibido ese cartucho. Sin decir palabra. Sin un sonido. Había aguantado, había luchado... Porque la gente a la que quería corría peligro.
—El centro médico —la voz de Nick era ronca—. El centro médico sólo está a uno o dos kilómetros de aquí...
Mace no tardó ni un segundo en tomar la decisión. General o no, seguía siendo un Jedi.
—Dime por dónde debo ir.
—Vale, vale —Nick se obligó a separarse de Chalk y señaló la intersección que tenían delante—. Tuerce por esa esquina y entonces...
La calle que tenían ante ellos se levantó como una cordillera de volcanes, debido a explosiones nacidas en los puntos de impacto de rayos de partículas escarlatas que llovían sobre ellos desde el cielo nocturno, apuntando no a la calle, sino a una forma oscura que se movía en barrena sobre los edificios. Dicha forma oscura encajó un impacto directo y se convirtió en una bola de fuego que se estrelló contra un bloque de apartamentos situado a apenas unas docenas de metros de donde estaba el Turbotrueno.
La onda expansiva alcanzó a la fragata y la hizo girar calle abajo.
Los terracoches no blindados y los peatones, los taxicarros y los vendedores callejeros, los ancianos en sus bancos y los niños que corrían juguetones alrededor de las altas pértigas luminosas...
No quedó nada de ellos salvo humeantes escombros y metal retorcido.
—¿Qué diablos... —Nick soltó una impresionante ristra de obscenidades— ...ha sido eso?
Mace sacó el Turbotrueno de su giro y apagó los motores. La nave resbaló calle abajo, arrastrando una fuente continuada de chispas. El Jedi se inclinó hacia delante, con los nudillos pálidos en el mando de control, y miró por el parabrisas.
—Que la Fuerza me dé energías... —susurró, en lo más parecido a una maldición que había pronunciado nunca.
Esa forma oscura había sido uno de los saltadores Incom del espaciopuerto. El fuego de cañones que había llovido sobre la calle y había derribado el saltador procedía de los cazas droides.
El cielo de la noche estaba lleno de naves.
Sobre la ciudad.
—Oh, Depa... —dijo Mace con un suspiro.
En Pelek Baw vivían más de cuatrocientas mil personas. Atraer el fuego de los cazas podía hacer arder toda la capital.
No, no podía.
Ya lo había hecho.
El saltador no era la primera nave que se estrellaba esa noche en las abarrotadas calles de la capital. Y había más de un centenar de naves en el aire, desde pequeños yates de carreras a inmensos cargueros.
Sintió la ciudad en la Fuerza: un holocausto de fuego y tinieblas.
Pánico. Rabia. Pena.
Horror.
No quedaba nada más.
Pero el espaciopuerto producía una sensación por completo diferente.
—Depa, ¿qué has hecho?
El panel del comunicador tintineó para anunciar la llegada de un mensaje con imagen y sonido. Mace, aturdido, alargó el brazo más allá de Nick y Chalk y conectó el receptor. Los láseres exploradores de la unidad comunicadora trazaron la sombra azul de una imagen en el parabrisas, un eco electrónico previo de la imagen más grande que se proyectaba en la ardiente noche del exterior.
La imagen de un enorme korun con la cabeza afeitada y una sonrisa llena de agujas de hueso.
Lanzó un gruñido, y Mace se preguntó cómo esperaba Vastor que le entendiera, ya que su semitelepatía en la Fuerza no podía modular una señal comunicadora, pero ese pequeño misterio se solventó por sí solo al instante.
Cuando el lor pelek gruñó, la oscura tormenta que había engullido a Pelek Baw gruñó con él.
Gracias por darnos la ciudad, dôshalo
. Su sonrisa se amplió como llamas propagándose sobre gasolina.
Hemos decidido redecorarla
Mace abrió la boca para preguntar por CRC-09/571, pero la cerró. El comandante sabía que no podía aceptar órdenes de ellos.
Debían de haberle matado.
—Kar, ¿dónde está Depa? —Mace mantuvo su horror desesperado en lo más hondo del pecho—. Déjame hablar con ella.
No quiere hablar contigo. No quiere verte. Nunca. He arreglado las cosas para que no tenga que hacerlo.
—Kar, detén todo esto. ¡Tienes que detenerlo!
Y lo haré
. Los labios de Vastor se separaron de esos dientes de aguja, y pareció simular una sonrisa.
Cuando todos hagan muerto
.
—No comprendes lo que estás haciendo...
Sí lo comprendo. Igual que tú.
La mirada de Mace era ardiente como la ciudad que lo rodeaba.
Lo comprendió. Por fin. Demasiado tarde.
No tenía palabras para lo que sentía. Quizás es que no había palabras.
He llamado para decirte adiós, dôshalo. Depa te recordará con afecto. Igual que todos. Vas a tener una muerte de héroe, Mace de los Windu.
Mace enseñó sus propios dientes.
—Aún no estoy muerto.
La cabeza azul de la imagen de Vastor se inclinó un centímetro a la derecha.
¿Qué hora es?
Mace se quedó helado.
Un golpe metálico resonó en su memoria.
Un golpe que pudo estar provocado por unos vibroescudos desactivados al chocar con el blindaje del morro de un Turbotrueno Sienar.
O...
No.
—¡Nick! —el repentino grito de Mace estremeció al joven korun como la descarga de un bastón aturdidor—. ¡Agárrate!
—¿Agarrarme a qué?
Las palancas de los asientos eyectores se movieron, y Nick lanzó un juramento y rodeó a Chalk con los brazos medio segundo antes de que los detonadores se conectaran. Las descargas explosivas volaron el parabrisas hacia fuera y arriba, y su asiento salió disparado hacia las azoteas, desequilibrado y hundiéndose en el cielo nocturno. Fue justo cuando el circuito temporal de la granada de protones que Vastor había pegado magnéticamente al morro del Turbotrueno para que su carga proyectase lateralmente una docena de kilos de chatarra al interior de la cabina...
...detonó.
***
Mace los encontró siguiendo su conexión en la Fuerza con Nick.
La silla eyectora de Chalk, sobrecargada y desequilibrada, los llevó hasta una azotea negra, plana y pegajosa por el alquitrán, donde se estrellaron y rodaron por el suelo. Las llamas de los edificios circundantes iluminaban sus paredes y proyectaban su sombra cuadrada hacia las estrellas.
La silenciosa silueta de Nick estaba arrodillada, con la cabeza gacha, al lado de la mujer. Le apartaba de la cara con suavidad los ensangrentado mechones de pelo. Las lágrimas de sus ojos caían sobre las mejillas de ella como si la muerte hubiera permitido por fin que esa valiente chica pudiera llorar.
Mace se paró al borde de la azotea y contempló la ciudad.
Su asiento le había dejado a unas doce manzanas de distancia, pero había llegado hasta allí a pie.
Las calles eran una pesadilla.
Los disparos de los cañones llovían al azar. Misiles que habían perdido su objetivo reventaban terracoches y puestos de vendedores callejeros. La gente corría y gritaba. Había muchas personas con armas. Más aún llevaban hatillos con las posesiones salvadas, muy a menudo saqueadas, de los edificios en llamas. El pavimento estaba cubierto de cadáveres, que eran ignorados salvo cuando provocaban una maldición en quien tropezaba con ellos, presa del pánico.