Authors: Matthew Stover
Geptun parecía pálido y desaliñado ante la luz blanca de las pantallas. Tenía los ojos rojos y ojerosos, y los labios hinchados como si se los hubiera mordido. Un sudor negro manchaba su camisa desde los sobacos al cinturón.
—Puede intentar una cosa más —dijo Mace.
—Ilumíneme.
—Rendirse.
Geptun se rió con amargura.
—Oh, desde luego. ¿Por qué no se me ocurriría eso? —meneó la cabeza—. ¿Rendirme a quién?
—A la República —dijo Mace—. A mí.
—¿A usted? Si es mi prisionero. Y me está haciendo perder el tiempo —le hizo una seña al teniente, con la mano temblorosa—. Llévenselos de aquí.
—Ya le han oído —empezó a decir el grandullón tras encogerse de hombros, pero acabó la frase con un repentino gañido de sorpresa y dolor cuando el sable láser que sostenía se encendió en su mano, extendió la hoja hacia abajo y le abrió un humeante agujero en el muslo.
Abrió las manos. Las pistolas cayeron al suelo y el sable láser voló hasta Mace.
—Se sujeta así —dijo Mace, con la siseante hoja colocada a un centímetro de la punta de la nariz del grandullón.
Los dos milicianos que tenían detrás lanzaron una maldición y movieron los rifles. Nick giró, dispuesto a enfrentarse a ellos, y extendió los brazos mientras sus pistolas volaban por el aire hasta pegarse a sus manos.
—No hagamos eso, ¿vale?
Los dos hombres, parpadeando y bizqueando al intentar fijar la mirada en un cañón distinto con cada ojo, decidieron asumir la mejor parte del valor. El teniente, pálido, se derrumbó contra la holopantalla que tenía detrás, aferrándose el muslo con una mueca de dolor.
—Estas son mis condiciones —dijo Mace con calma—. La milicia planetaria cesará de inmediato todas las operaciones en el paso de Lorshan. Usted me entregará los códigos de control de los cazas. Y como oficial militar de mayor rango y oficial de la Confederación, firmará una rendición formal entregando Haruun Kal y todo el sistema Al'har a la República.
—Coronel... —el gruñido del teniente estaba ahogado por el dolor—. Igual debería meditarlo. Piénselo. Todos los hombres... tenemos familias ahí fuera...
Geptun, lívido, se agarró al borde de la mesa.
—¿Y si no lo hago?
Mace se encogió de hombros.
—Entonces no salvaré su ciudad.
—¿Y cómo puedo confiar en que lo hará? ¿En que puede salvarla?
—Ya sabe quién soy.
Geptun temblaba, y no de miedo.
—¡Esto es extorsión!
—No —dijo Mace—. Es la guerra.
***
La rendición formal se redactó y firmó ante testigos y en la misma estación del Servicio de Inteligencia.
—Sabe que esto no tiene ninguna validez legal —dijo Geptun mientras firmaba y fijaba su sello retinal—. Firmo esta rendición bajo presión...
—La rendición siempre se hace bajo presión —comentó Mace con sequedad—. Por eso se llama rendición.
Mace utilizó el sistema de comunicaciones para preparar una serie de transmisiones que se emitirían en cuanto desapareciera la señal interferidora. La mayoría de las transmisiones eran simples órdenes a los diferentes batallones de la milicia para que depusieran las armas. De mayor importancia era un informe por HoloRed a Coruscant, con una copia del acuerdo de rendición adjunto a una petición urgente de unidades de la República. Si la República conseguía llegar antes de que 10 hiciera la Confederación no encontraría oposición en su aterrizaje. Mace esperaba tener el control de los cazas cuando desapareciera la señal interferidora. En ese momento estaría en posición de convertir el sistema Al'har en un lugar incómodamente peligroso para los separatistas, en caso de que llegasen primero.
Y en caso de que intentasen aterrizar, las defensas planetarias también se controlaban desde el espaciopuerto.
Sólo le quedaba controlar el espaciopuerto.
Tenían a su disposición el pelotón entero y la brigada del terracoche acorazado para escoltarlos por el caos que era Pelek Baw.
Geptun les hizo atravesar el perímetro de la milicia, que formaba un grueso arco entre los almacenes en llamas, y entonces Mace salió del terracoche
—Tú conduces, Nick.
Hizo salir a los demás milicianos. Geptun empezó a seguirlos.
—Usted no, coronel. Entre en el coche.
—¿Yo? —el viaje hasta el espaciopuerto había proporcionado tiempo a Geptun para recobrar la compostura: casi volvía a parecer su antiguo yo—. ¡No puede decirlo en serio! ¿Qué espera que haga?
—Transmitir los códigos de desactivación. Asegurarse de que nada salga mal.
—¿Y por qué debo hacerlo yo? ¿Qué estarán haciendo ustedes dos?
—Matar gente —repuso Nick, mirando hacia las puertas del espaciopuerto a través del parabrisas.
Geptun se le quedó mirando, pestañeando como si esperase el remate de un chiste.
—Suba al coche —dijo Mace.
—De verdad, digo, por favor, no sé qué clase de hombre se cree que soy yo...
—Creo que es usted un hombre muy inteligente —dijo Mace—. Creo que tiene más valor del que se cree. Creo que de verdad le importa esta ciudad y las personas que hay en ella. Creo que su cinismo es un fraude.
—¿Cómo...? ¿Cómo...? Esto es, de verdad, asombroso...
—Creo que si de verdad fuera usted tan venal y corrupto como pretende, ahora mismo estaría en el Senado.
La pasmada mirada de Geptun pendió en el aire todo un segundo de silencio, antes de dar paso a una brusca risotada. Rodeó el terracoche y entró por el otro lado, meneando la cabeza y riéndose todavía.
—Venga, joven, échese a un lado. Conduciré yo.
—¿Ah, sí?
—Usted tendrá que disparar contra gente, ¿no?
Nick miró a Mace, que se encogió de hombros, luego se deslizó al asiento del pasajero. Geptun ajustó el asiento del conductor hasta sentirse cómodo tras el mando de control.
—Supongo —dijo con un suspiro enormemente teatral— que estoy tan preparado para esto como puedo estarlo.
Mace encendió el sable láser.
Alzó el arma y se quedó un momento inmóvil, mirando su brillo como si pudiera leer su futuro en él.
Igual podía verlo.
Esa llama asesina podía ser el único futuro que le quedaba.
Dejó que cayera a un costado, pero la mantuvo encendida. Caminó hacia las puertas del espaciopuerto.
—Seguidme.
Geptun encendió los motores del terracoche y dejó que el vehículo acorazado rodara tras el paso deliberadamente lento del Maestro Jedi.
Las torres de turboláseres se alzaban a ambos lados de ellos. El chillido de las naves de combate cortando el aire, el martilleo de las armas y las explosiones de los edificios al explotar llegaban hasta ellos procedentes de la ciudad que tenían detrás, pero todo era silencio y quietud al otro lado de las barras de duracero de la puerta.
Mace llegó hasta la puerta y miró al centro de control situado al otro lado del desierto campo de aterrizaje.
Vacío. Silencioso. Vasto. Los focos arrojaban una luz blanca y fuerte.
Su sable restalló. El duracero cayó al permeocemento con un ruido metálico.
Mace entró en el espaciopuerto.
El terracoche rodó tras él.
No sabía lo que podía encontrar allí. Creía estar preparado para cualquier cosa. Y casi acierta.
Lo que no se esperaba era el crepitar del altavoz de un casco procedente de una escotilla situada a nivel de tierra en la torre turboláser de su izquierda.
—¡General Windu! ¿Es usted, general Windu?
Tres soldados se agazapaban en el umbral.
—Sí —gritó Mace.
—Permiso para acercarme, señor.
Les hizo una seña para que se acercasen, y llegaron corriendo. Se pusieron firmes en una fila perfecta.
—Con el permiso del general... ¡El sargento nos envía a comprobar si es usted, señor!
—Y lo soy. Yo.
—Dijeron que su nave había volado por los aires.
—¿Dijeron eso?
—¡Sí, señor! ¡Nos dijeron que había muerto!
—Todavía no —repuso Mace Windu.
***
Mace miró el liso duracero de la puerta acorazada mientras el capitán le ponía al día.
La puerta acorazada tenía un metro de grosor y estaba cerrada con cerrojos internos de neutronium. Su superficie era lisa y de apagado color gris mate. Un panel de códigos la abría desde fuera. Una rueda manual desde dentro. El panel de códigos era inútil cuando se empleaba la nada.
El búnker de mando era más seguro que muchas bóvedas del tesoro. Sólo lo vertiginoso de su ataque había permitido que Mace, Depa y los guardias akk llegaran a capturarlo. Los defensores no habían tenido tiempo de cerrarlo.
El pasillo, fuertemente iluminado, parecía irreal. Un pelotón completo de tropas de asalto se agazapaba sobre las baldosas blancas, formando un estrecho arco alrededor de la puerta acorazada, montando trípodes en el suelo y cargando las armas. Cuatro pelotones más esperaban en la reserva, dos en cada dirección del pasillo. Mace estaba parado ante la puerta. Geptun se sentaba en la carga de fusión de un repetidor pesado, aferrando su datapad blindado con nudillos blanquecinos. Nick estaba sentado en el suelo, junto ala puerta, apoyando la espalda contra la pared y con los ojos cerrados. Podría haber estado dormido.
El capitán, que tenía la designación CC-8/349, dijo a Mace que el regimiento no tenía comunicación con el búnker desde que les dieron la noticia de que habían matado al general. Eso fue poco después de que la Maestra Billaba ordenase que emplearan las naves del espaciopuerto para atraer el fuego de los cazas droides sobre la ciudad. Los demás soldados clon habían recibido la orden de permanecer atentos y preparados para repeler un asalto de la infantería miliciana.
Desde entonces no habían tenido comunicación alguna con el búnker. Nadie había entrado en él. Nadie había salido de él.
Mace tenía una idea muy clara de lo que debía parecer el búnker en ese momento. Demasiado clara.
Un impulso de poder oscuro se propagaba lor la ciudad como la onda expansiva de una bomba de fusión.
Tras esa puerta estaba el punto cero.
—Te hace preguntarte qué estarán haciendo ahí dentro —dijo Nick despacio, con los ojos aún cerrados.
—Esperar —dijo Mace.
—¿A qué?
—A ver si vuelvo —respondió, mirando el sable láser de su mano.
Nick pareció meditarlo. Abrió los ojos y se puso en pie. Se sacudió los brazos para aflojarlos y enganchó los pulgares en el cinturón de las cartucheras.
—Entonces, supongo que no debemos decepcionarlos.
Mace frunció el ceño ante las pistolas de cartuchos enfundadas en los muslos de Nick.
—Deberías coger un láser.
—Estoy bien con éstas.
—Los láseres son más precisos. Tienen más poder de contención —la voz de Mace era seca—. Más disparos.
Nick sacó el arma de su derecha y le dio la vuelta, como admirándola por primera vez.
—Lo que tienen los cartuchos es que sólo van en una dirección —dijo con distensión—. Los láseres están muy bien y son muy útiles, pero no me apetece mucho comerme mi propio disparo. Los cartuchos no rebotan.
—Sí contra un vibroescudo.
—No contra un sable láser —repuso Nick, encogiéndose de hombros.
Mace agachó la cabeza. No tenía respuesta.
El peso enfermizo que llevaba tanto tiempo acumulándose en su pecho amenazaba con aplastarlo.
—Capitán Cuatro-Nueve —dijo despacio—. De ahí no saldrá nadie que no seamos nosotros. ¿Me ha entendido? Nadie.
—General, deberíamos entrar nosotros primero.
—No.
—Que el general me disculpe, pero estamos para eso.
—Su propósito es luchar. No morir inútilmente. Cuando luchamos en Geonosis, el Maestro Yoda sabía muy bien que no se debía enviar soldados contra un único enemigo usuario de la Fuerza; en ese búnker puede haber hasta siete.
—Ocho.
Mace miró a Nick, que se encogió de hombros.
—Sabes que es verdad.
El Maestro Jedi apretó la mandíbula.
—Ocho.
Volvió a dirigirse a CC-8/349.
—Yo entraré primero. Sus hombres entrarán en cuanto yo lo ordene. Dos pelotones. Entren disparando. Acaben con todo lo que se mueva, pero no entren a buscar y matar. Estarán sólo para cubrir al coronel Geptun. Tomarán todas las medidas necesarias para protegerlo y asegurarse de que complete su misión. Su misión es el objetivo de esta operación, ¿entendido? Si fracasa, todo lo demás no importará nada.
—Sí, señor. Entendido, señor.
—Los demás se quedarán aquí para defender la puerta. Si hace falta. Y si pueden.
—Esto, ¿puedo interrumpir...? —repuso Geptun con una tos delicada—. ¿Ha pensado alguien en cómo vamos a entrar ahí?
—Tal y como hemos hecho todo lo demás —dijo Nick—. Por el método difícil.
—¿Perdón?
—Con cargas direccionales —le dijo Mace. Se volvió hacia el capitán de la tropa—. Granadas de protones. Vuelen la puerta.
—¡General...! —repuso CC-8/349, poniéndose firme—. Con el perdón del general, señor, ¡el comandante Siete-Uno sigue dentro! Con más de veinte hombres. Sin olvidar a los prisioneros, señor. Incluyendo los civiles. Si usamos granadas de protones, las bajas...
—En esa habitación sólo hay muertos —dijo Mace con gravedad—. Y las personas que los mataron.
A continuación se dirigió a Nick.
—Cúbreme la espalda desde la puerta.
El joven korun desenfundó la pistola de Chalk de la cartuchera izquierda, mantuvo las dos pistolas bajas y asintió en respuesta.
—Coronel Geptun.
El balawai gordito se puso en pie. Sujetaba el datapad bajo un brazo, pero continuaba agarrándolo con manos de blancos nudillos. Una de sus rótulas le dio un tirón y se estremeció, pero habló con voz tan alegre y firme como siempre.
—Estaré listo cuando usted lo esté. Maestro Jedi.
—No podré protegerlo ahí dentro.
—Qué bien.
—No usará la consola. La unidad transmisora-receptora está en una cámara situada bajo el búnker. Yo le proporcionaré acceso a ella. Quédese allí hasta que llame a los soldados.
—Muy bien. No tengo ninguna, ah, prisa, ya me entiende. Nunca he sido nada que se pareciera remotamente a un héroe.
—La gente cambia —dijo Mace con trágica convicción.
Encendió su arma y la sostuvo con ambas manos.
—Que la Fuerza nos acompañe.
Miró a CC-8349.
—Muy bien, capitán. Vuele la puerta.