Authors: Matthew Stover
Sin duda.
Era una notable muestra de confianza por parte de los técnicos de sensores, ya que esos mismos satélites detectores de los que dependían estaban tan anticuados como el resto del equipo planetario del gobierno local. Sus infrarrojos y detectores de luz visual eran incapaces de traspasar el caliente remolino de
la sopa
, y hasta los sensores más sutiles de los satélites resultaban inútiles ante el extremadamente elevado contenido de metal en los gases. Si las lanchas conseguían internarse a suficiente profundidad, desaparecerían de la faz del planeta.
Por eso, cualquier técnico de sensores del espaciopuerto de Pelek Baw con la disciplina necesaria para mantener la vista fija en los monitores de corto alcance podría haber visto indicios de algo extraordinario.
Pelek Baw se extendía a lo largo de la ribera occidental del Gran Caudal, el río más caudaloso de Haruun Kal. Se alimentaba de afluentes procedentes de toda la Tierras Altas, que venían desde lugares tan al Este como el paso de Lorshan, y tan al Norte como las tierras situadas sobre los infranqueables riscos conocidos como el Muro de Trundur. Cuando llegaba a la capita, el Gran Caudal tenía un kilómetro de anchura. La impresionante y rugiente catarata que formaba al caer de los riscos que limitaban la ciudad por el Sur era una de las grandes maravillas naturales de la zona; espumeaba, formaba una neblina permanente y se prolongaba a lo largo de una caída de kilómetros y kilómetros, convirtiéndose en un abanico de nieve que agitaba la arremolinada
sopa
de abajo en impredecibles y frutales remolinos y en surtidores de coloridos gases inmiscibles.
Lo que habrían visto los técnicos de sensores, de ser lo bastante disciplinados y atentos a su deber como para mirar su monitor de corto alcance, eran diez lanchas clase Jadthu de la República ascendiendo desde las profundidades de la catarata del Gran Caudal. Iban en una única fila, castigadas por el agua atronadora, pero perfectamente protegidas de la detección a largo alcance. Si el técnico de sensores las hubiera visto, el resultado habría sido muy diferente.
Esa fue la única posibilidad que tuvieron a su alcance.
Pero la atención del técnico estaba centrada en el drama de ver si la averiada fragata conseguía aterrizar antes de estallar.
Por no mencionar el hecho de que uno o dos segundos antes de aterrizar abrió fuego contra los cuarteles que rodeaban el centro de control del espaciopuerto, y un instante después, siete inmensos korunnai medio desnudos y con la cabeza afeitada saltaron de ella, aterrizaron en el permeocemento como felinos de las lianas y cargaron contra el centro de control con las manos llenas de rifles láser que escupían fuego.
Esos inesperados korunnai iban seguidos por un hombre y una mujer que llevaban el tipo de arma personal sin duda más representativa y reconocible de toda la galaxia, y la menos bienvenida cuando uno se encontraba en el lado contrario a la misma.
El sable láser Jedi.
El personal del espaciopuerto estaba tan alterado que ni uno sólo de sus componentes se molestó en alzar la mirada, hasta que la luz que Al'har derramaba sobre sus posiciones se vio eclipsada por la sombra de las flotantes lanchas clase Jadthu.
Fue entonces cuando los técnicos miraron, justo a tiempo de ver diez nubes de duracero derramando una lluvia de soldados clon con armadura pertenecientes al Gran Ejército de la República, cuya llegada fue tan rápida, eficiente, disciplinada y abrumadora, que las baterías antiaéreas fueron tomadas sin que se perdiera un solo soldado.
Pero no puede decirse lo mismo del personal de la milicia.
Los soldados clon, nada sentimentales al respecto, ni se molestaron en limpiar la sangre de suelos y paredes antes de reemplazar a los técnicos con sus propios hombres.
La lucha en el centro de control fue más cruda y duró unos cuantos segundos más, pero el resultado fue el mismo, dado que los atacantes eran guardias akk y Jedi, y, después de todo, los defensores sólo eran seres corrientes.
La captura del espaciopuerto de Pelek Baw duró menos de siete minutos desde el instante en que la fragata abrió fuego, y el resultado fue la captura de 286 miembros del personal militar, de los cuales treinta y cinco estaban heridos de gravedad. Murieron cuarenta y ocho. Se detuvo a sesenta y un empleados civiles del espaciopuerto, que no sufrieron daño alguno. Todas las unidades defensivas aeroespaciales del espaciopuerto fueron capturadas intactas, al igual que todas las naves aparcadas en ese momento.
De haberse desarrollado según lo previsto, la toma del espaciopuerto de Pelek Baw, unida a la batalla del paso de Lorshan, habría sido considerada una de las operaciones magistrales de la distinguida carrera del general Windu.
Pero hay una máxima que dice que ningún plan de batalla sobrevive mucho tiempo al contacto con el enemigo.
Y éste no fue la excepción.
***
Mace no tuvo ni que salir del búnker de mando para ver cómo empezaban a salir mal las cosas.
El búnker de mando era un enorme hexágono acorazado lleno de hileras de inclinadas consolas, y situado en medio del centro de control del espaciopuerto. La sala sólo estaba iluminada por la luz que derramaban los monitores de cada consola y las enormes holoproyecciones que cubrían cada una de las seis paredes. La penumbra generalizada se espesaba por debajo de la altura de las consolas, de modo que todo el mundo parecía caminar hundido en sombras hasta las caderas. El espacio muerto bajo las holopantallas de las paredes se empleaba ahora como zona de contención para los prisioneros, y como enfermería improvisada, donde hombres y mujeres se sentaban o tumbaban heridos para que soldados clon les curasen las heridas con gesto inexpresivo.
Kar Vastor y sus guardias akk se paseaban de un lado a otro del perímetro de la sala, inquietos como los animales salvajes que casi eran. La Fuerza se arremolinaba a su alrededor mientras se movían entre los aterrados prisioneros. Mace pudo sentir cómo chupaban miedo, dolor y angustia de los prisioneros, absorbiendo las sensaciones en su interior y acumulándolas como si fueran células energéticas vivientes.
Mace no había preguntado a Kar Vastor lo que planeaban hacer con ese poder. Tenía un problema más acuciante.
En el rincón más oscuro de la sala se alzaba una consola acorazada y aislada de las demás, cubierta con una funda de duracero que había sido sellada con un código para impedir manipulaciones. Esa consola era un añadido reciente al centro de mando, ya que había sido instalada por los especialistas de la Unión Tecno cuando modernizaron las defensas del espaciopuerto. Se le llamaba la caja del motín, y contenía detonadores individuales para cada una de las cargas explosivas instaladas en todos los turboláseres y cañones de iones de la base, en todos los lugares estratégicos y en todas las torretas anticazas.
La Confederación parecía no confiar en que su causa fuera lo bastante justa como para asegurarse la lealtad de sus tropas.
Depa Billaba yacía a la sombra de esa consola, casi ciega por el dolor, en una plataforma improvisada con el acolchado de las sillas cercanas. Se había ido debilitando desde que tomaron el centro de mando, y ahora yacía tumbada, cubriéndose los ojos con un brazo. La sangre formaba un hilillo en la comisura de sus labios, allí donde se había mordido el labio hasta descarnarlo.
Los soldados controlaban los puestos esenciales del centro de mando. Varios de ellos se habían quitado los cascos para poder ponerse auriculares o anteojos, y Mace evitaba mirarlos. Los cascos vacíos apoyados en las consolas se parecían demasiado al casco lleno que había dejado en la arena del circo de Geonosis.
Mace estaba parado ante la consola de los satélites. Tras uno de sus hombros estaba Nick, profiriendo un susurro continuado de obscenidades. Detrás del otro, CRC-09/571 se mantenía inmóvil.
CRC-09/571 seguía con el casco puesto, lo cual facilitaba a Mace el hablar con él. No tenía especial deseo de verle la cara.
La recordaba demasiado bien de la primera vez que la vio.
Saber que esa cara estaba allí, bajo la ahumada máscara del casco, era como un dedo burlón que le daba golpecitos en la nuca recordándole Geonosis. Recordándole todo lo que había pasado allí.
Todo lo que había iniciado su fracaso.
No quería que le recordaran Geonosis. Y menos ahora.
No podía apartar los ojos del monitor. La pantalla mostraba, en tiempo real, el despliegue de los satélites detectores en órbita geosincrónica.
—Siete-Uno.
La voz del comandante clon crepitó por el altavoz de su casco.
—Señor.
—Vayan calentando los motores de las lanchas. De todas ellas. —No los hemos apagado, señor.
—De acuerdo —el ceño habitual de Mace se intensificó—. Si salimos tendremos que proporcionarles muchos blancos. Pongan en marcha todas las naves que haya en el puerto. Ponga un artillero en todas las que estén armadas. ¿Cuántos de sus hombres son pilotos cualificados?
—Todos ellos, señor.
Mace asintió.
—Destaque los mejores... No —se regañó a sí mismo. Aunque la mayoría de las naves del espaciopuerto fueran armadas, sólo las lanchas eran naves de guerra. Prácticamente sería una misión suicida—. Solicite voluntarios.
—El resultado sería el mismo, señor.
—¿Perdón?
—Siempre nos presentamos voluntarios. Todos nosotros. Es lo que somos.
—Entonces, los mejores.
—Sí, señor.
CRC-09/571 se giró y dio órdenes cortantes al comunicador de mando de su casco.
—¿Es que nos vamos? —preguntó Nick, interrumpiendo su letanía de maldiciones.
—No hay tiempo —dijo Mace, mirando todavía al monitor. Mostraba el espacio aéreo sobre Pelek Baw.
—¿Tan malo es? —Nick abrió los brazos—. Bueno, tienes un plan, ¿verdad? ¿Algún truco para sacarnos de ésta?
—No tengo más trucos.
El cielo estaba lleno de cazas droides.
Aproximándose.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
Mace volvió a negar con la cabeza.
—Siete-uno, tenemos al oficial de mayor graduación de la milicia, ¿no?
—Sí, señor. El mayor Stempel.
—Tráigamelo.
CRC-09/571 saludó rígidamente. Mace devolvió el saludo con un gesto de despedida, y el comandante clon se alejó hacia el grupo de prisioneros.
—¿De qué va a servirnos ése?
Mace señaló a una consola situada a unos metros de distancia.
—¿Ves eso? Está conectado mediante una línea terrestre a un transmisor seguro debajo de este búnker. Motivo por el cual es el único de este planeta que puede dar órdenes a esos cazas. Por eso este búnker es tan seguro. Cualquiera que los llame de vuelta tiene que estar aquí.
Nick asintió, comprendiendo.
—El código de control.
CRC-09/571 volvió acompañado de dos soldados que sostenían a un hombre tembloroso y de rostro ceniciento, que vestía un uniforme manchado de sudor de un mayor de la milicia.
—Mayor Stempel, soy Mace Windu —empezó a decir Mace, pero el hombre tembloroso lo interrumpió.
—Sé..., sé lo que quiere, pero no puedo ayudarle. ¡No los sé! Lo juro. No los he sabido nunca. Los códigos están en un datapad. En un sencillo datapad personal con una cobertura blindada. El lo lleva consigo. Ni siquiera sé lo que él hace. Se limitó a ordenar que transmitiera su señal por la consola de control.
Mace cerró los ojos y le puso la mano en la frente.
Notó que iba a tener un dolor de cabeza.
—Por supuesto. Debía haberme esperado esto —murmuró para sus adentres—. Sigo olvidando que es más listo que yo.
—¿Él? ¿Quién? —exigió saber Nick—. ¿De quién habláis?
—Recibo una señal de prioridad —anunció el soldado de la consola de comunicaciones. Tenía el casco en la consola, a la altura del hombro. Un casco cibernético le rodeaba la frente y continuaba por la línea de la mandíbula: pero, incluso así, cuando le devolvió la mirada. Mace siguió viendo a Jango Fett.
—Dice ser el coronel Geptun —afirmó ese extraño con el rostro de un hombre muerto—. Pregunta por usted, general. Llama para aceptar su rendición.
***
Un Lorz Geptun inmenso, translúcido y azul, sonreía con su sonrisa de lagarto bien alimentado y desde la principal pantalla holoproyectora del búnker de mando. La camisa de su uniforme caqui seguía estando impecablemente planchada, y llevaba los cabellos de color aluminio peinados hacia atrás.
—General Windu —dijo con el mismo tono alegre—. La última vez que nos vimos no tenía ni idea de que estaba reunido con un Maestro Jedi tan distinguido. Por no decir famoso. Es un honor, señor. ¿Qué tal su viaje por la Tierras Altas de Korunnal?
Depa se había incorporado y estaba sentada, apoyándose en un escritorio y mirando deslumbrada a la pantalla. La luz que arrojaba la imagen de Geptun proyectaba negras sombras que se tragaban sus ojos.
Kar y sus akk seguían moviéndose. Los clones permanecieron inmóviles.
—Asumo que no recibió mi mensaje —dijo Mace Windu.
—¿El mensaje? Oh, el mensaje. Sí, sí que lo recibí. Mi problema Jedi y todo eso. Fue un detalle. Lo aprecié mucho.
—Entonces no lo creyó.
—¿Debí hacerlo?
—Le di la palabra de un Maestro Jedi.
—Ah, sí. Honor, deber, justicia. La moda del mes. No sé cómo no pude aceptar la palabra de un Maestro Jedi. ¿En qué estaría yo pensando?, me pregunto. Mmm, por cierto, ¿qué tal está la Maestra Billaba? No le habrá afectado a su salud el matar en masa a nuestros ciudadanos, ¿verdad?
—Ha dicho algo sobre rendirse.
Geptun apretó los labios como si saboreara algo amargo.
—La verdad, Maestro Windu, es que un hombre de mi posición no obtiene una victoria tan clamorosa todos los días. En cualquier sociedad civilizada se me debería conceder un momento para saborearla.
—Tómese todo el tiempo que quiera y vuelva a llamar cuando acabe.
—Ah, bueno. Después de todo, no he llamado para vanagloriarme. Bueno, no del todo. En fin, ésta es su situación: Tienen encima varios cientos de cazas droides. Cualquier cosa que despegue del espaciopuerto será derribada sin previo aviso. De hecho, se derribará a todo lo que sobrevuele la capital. Mientras tanto..., ah, por cierto, ¿le he felicitado ya por su maniobra en el paso de Lorshan? Fue brillante, Maestro Windu. Una verdadera obra de arte. Debe de ser un gran jugador de dejarik —sus pálidos ojos brillaron con alegría—. Yo también suelo disfrutar con ese juego. Si nuestra conversación concluye hoy de una forma provechosa, quizá podamos jugar una partida en alguna ocasión.