¿Quién es el asesino? (13 page)

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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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Los sospechosos y el dinero

• Juan,
el soldado, necesitaba un préstamo de su amada para sobrevivir en Madrid. Era de una familia muy modesta y la «mili» lo había dejado arruinado.

• Claudio,
el seductor, estaba acostumbrado a darle aire a cuanto dinero caía en sus manos. Últimamente gastaba mucho más que nunca.

• Jorge,
el barbero, había gastado todo el dinero que traía para pasar el fin de semana y ver triunfar a su equipo. En Sevilla le esperaba una orden de desahucio de su barbería por no pagar el alquiler. La mayor parte del dinero que traía se le había ido «al descorche» en la tarde que había pasado con Irene en el bar. Era un despilfarrador.

Más pistas


Ni la encargada ni las compañeras de Irene sabían cuál era el nombre del individuo que había salido con ella la noche del crimen.


El hombre que mató a Irene estaba en ese momento abrumado por los gastos.


El criminal había llamado por teléfono a Irene al bar, al principio de la noche del crimen, y ella no había querido ponerse.


El asesino la había amenazado de muerte varias veces, pero Irene nunca creyó que sería capaz de matarla.


La trampa para asesinarla fue cuando la invitó a tomar café fuera, momento en el que la encargada del bar le pidió que le trajera otro para ella.


El asesinato se produjo cuando volvían de tomar café y traían lleno el vaso para la encargada.


El asesino se dio cuenta de que lo poco que Irene podía sentir por él había terminado.

Solución del enigma

Éste fue el conocido crimen de la Plaza de Santa Ana. Ocurrió en Madrid a las nueve y media de la noche del 4 de junio de 1955. La víctima, Irene López Navarro, de 31 años, trabajaba en el bar de alterne Asturias, situado en el callejón de Fernández y González, muy cerca de la plaza de Santa Ana. El asesino fue
Claudio Díez Royo,
un seductor muy especial porque aparentemente no disponía de cualidades para serlo. Tenía entonces 53 años de edad, era muy bajo, 1,56 de estatura, y tan calvo que le habían puesto como sobrenombre «El Pelón». Su cara tampoco era nada especial: tenía los ojos pequeños y achinados, los labios gruesos y el de arriba partido. El óvalo del rostro era afilado y delgado. Es decir, que a priori carecía de cualidades físicas para ser un conquistador y tampoco estaba en edad de serlo. Pero alguna cualidad extraordinaria debía poseer porque tenía el pupilaje de nada menos que seis mujeres, media docena de desgraciadas a las que sacaba los cuartos y dominaba con sus continuos actos de violencia. Porque, además,
Claudio
tenía mal carácter. Habitualmente las amenazaba de muerte si pensaba que no le daban cuenta de todo lo que habían ganado. Tenía seis mujeres a sus pies, aunque eso sí, sólo una de ellas, que se llamaba María Amor, confesaba hallarse verdaderamente enamorada de él. La profesión de
Claudio Díez
era la de ebanista y estaba considerado como un auténtico manitas trabajando la madera, aunque era un oficio que tenía totalmente abandonado.

La noche del crimen, salió con Irene del bar Asturias. Por la plaza iba con ella aunque sólo por un instante se abrazó amorosamente con el lado izquierdo de su cuerpo mientras con el brazo derecho, en un golpe rápido y traidor, le seccionaba el cuello con la navaja barbera que había comprado esa misma tarde. Luego se escapó de la escena del crimen gritando: «¡Ése ha sido! ¡Ése ha sido!». Él era el hombre calvo que vieron correr.

Posibles móviles

El motivo del asesinato fue el trato amoroso que
Claudio
mantenía con Irene. Aunque en un principio habían llegado a sostener una relación normal, ésta se había enfriado. En los últimos tiempos, ella no le hacía mucho caso y además se negaba a darle dinero para sus necesidades y gastos. Por su parte,
Claudio
pasaba la mayor parte de su tiempo en el bar Asturias, donde ella trabajaba, y se encelaba cada vez que Irene era amable con un cliente.

La condena

Aunque el fiscal solicitó pena de muerte para
Claudio Díez Royo
por considerar el hecho «asesinato con agravante de desprecio de sexo», el tribunal de la Audiencia de Madrid lo condenó sólo a 30 años de reclusión, pena que le fue reducida en el Supremo al estimarse el recurso de la defensa representada por Álvaro Núñez Maturana, quien sostuvo que en los crímenes pasionales, como el presente, no había agravante de desprecio de sexo sino que, por el contrario, el sexo opuesto está supervalorado, no despreciado.

Posiblemente, el criminal con redenciones de pena por el trabajo y los indultos que se sucedieron habría de gozar de libertad en pocos años.

La viuda engañada

T
eresa, una mujer rubia, que se gusta a sí misma, arreglada, peripuesta, entra en su casa, ubicada en la calle principal de la población. La vivienda está situada en el primer piso. En el bajo tiene abierta una peluquería que atiende personalmente. Es un negocio que no resulta muy boyante. La peluquera no goza de muchas simpatías entre sus convecinos.

Pero ella, que es mujer de carácter, no se deja intimidar. Procura hacer su vida sin limitaciones ni cortapisas. Lo viene haciendo desde que murió su marido, quince años atrás. Fue la protagonista involuntaria de un extraño suceso que se le vino encima como si le hubiera atropellado un trolebús. Sin que ella pudiera saberlo, su marido estaba viviendo una ardiente pasión con una artista de variedades. Teresa se había casado muy enamorada. Todavía estaba ciegamente sumida en la relación con su esposo cuando se desencadenó la tragedia: de repente se enteró de que su marido, poseído por un arrebato de celos o por un afán de venganza, había disparado dando muerte a su querida. Poco después volvió la pistola contra sí mismo, quitándose la vida. A partir de ese acontecimiento, Teresa cambió radicalmente. Hasta entonces su existencia se limitaba a estar siempre al cuidado de su esposo, dispuesta para cuando él la necesitara. Pero la contundencia del golpe la transformó en una mujer egoísta, pendiente de la satisfacción de sus deseos, encerrada en sí misma. Teresa se propuso entonces recuperar los años que pasó engañada, siendo una simple ama de casa que no tenía más horizontes que los azulejos de la cocina.

Desde la muerte de su marido, aunque se había quedado viuda con dos hijas, su principal preocupación fue cuidar de su persona, estar pendiente del mínimo detalle para resultar atractiva, retardando los síntomas de la edad como si fuera posible atrapar para siempre una tardía juventud. Pero no puede decirse que ella no hubiera tenido desde entonces ningún gesto de humanidad o de amor familiar. Por ejemplo, fue capaz de ofrecer su casa a su hermano, Pascual, su mujer e hijos, que viven con ella, aunque, eso sí, como realquilados, ocupando una de las habitaciones del piso a cambio de compartir el alquiler, situación que en el momento en el que transcurre esta historia dura ya nueve años. Por cierto, que en los últimos tiempos no soporta esta convivencia, que se le ha vuelto muy pesada. Teresa, que al quedarse viuda imprimió un nuevo rumbo a su vida, quiere ahora quedarse sola en el piso. Lleva muchos años haciendo lo que quiere, dedicada a satisfacer sus impulsos. Ahora además está empeñada en que su hermano se lleve a su familia, con lo que logrará estar sola. Así conseguirá una libertad todavía mayor. Teresa está atacada por el síndrome de la fugacidad de la vida. Nota que se le escapa, aunque si se esfuerza, todavía le quedan unos años para disfrutar plenamente. Siente su corazón como si fuera el de una jovencita. Tiene ganas de volar, de enamorarse. Todas esas ansias le traen problemas. Los hombres le juegan malas pasadas. Pero Teresa ha decidido pasar por encima de todo, distinguiendo perfectamente a los aprovechados que quieren explotarla, porque tiene una peluquería, de los que buscan diversión o los que ofrecen una relación estable. Ella no quiere compromisos, quiere estar libre, sola en su piso. Vivir sin agobios, huyendo de parejas que la esclavicen. Teresa ha aprendido la lección aunque no debería confiarse porque imponer su santa voluntad puede condenarla a pagar un alto precio.

Ahora está en su piso transportada por un sentimiento de autosatisfacción del que debería desconfiar porque… un hombre con un cuchillo fuertemente empuñado entra en la estancia en la que ella se encuentra. Al verlo no puede reprimir un grito de horror. Escapa hacia el patio interior de la vivienda, pero el hombre le da alcance. Ella se retuerce defendiendo su vida fieramente mientras recibe varias puñaladas. El hombre la derriba y se sube a horcajadas sobre su cuerpo infiriéndole nuevas heridas. Teresa grita, trata de soltarse, pero sucumbe ante las puñaladas. Una de ellas le alcanza la yugular, provocándole la muerte. Una rubia atractiva, de fuerte carácter, ha sido víctima de un homicidio, pero ¿quién la ha matado? ¿Por qué la han asesinado?

Sospechosos

• Jacinto,
el peletero, un cincuentón que aspiraba a vivir de la victima. Las relaciones entre ambos se habían deteriorado semanas antes del homicidio. Teresa llegó a la conclusión de que era de esa clase de hombres que buscaban apoderarse de sus bienes: negocio, piso…

• Pascual,
el hermano, un hombre adusto, enemigo de entretenimientos, entregado a su trabajo. La decisión de Teresa de obligarle a dejar la casa le causaba un grave problema. Además, como hermano se sentía herido al ser expulsado del que había sido su hogar durante tanto tiempo (9 años) por su propia hermana.

• Ernesto,
el proxeneta, un ladrón reconvertido, un explotador de mujeres que trataba de sumar a Teresa a la larga lista de sus conquistas. Era un tipo de unos 40 años, bien plantado, del que la víctima trataba de huir negándose a su acoso.

Pistas


El asesino llevaba un mono de mecánico, probablemente iba disfrazado. Era de complexión fuerte. Utilizó un cuchillo de cocina.


La víctima fue identificada como Teresa Ferrer. Su cuidado aspecto físico hizo dudar de la edad que tenía. Aunque eran en realidad 51, no aparentaba más de 40.

La autopsia

El cadáver fue encontrado por el juzgado de instrucción tendido en el suelo de un pequeño patio interior de la vivienda. Examinado por los forenses, se apreciaron diez heridas practicadas con un objeto inciso-cortante. Una de ellas le había seccionado el cuello, provocándole la muerte de forma instantánea. El asesino debía de ser un hombre fuerte, de estatura mediana.

Más pistas


Hacía un año que Teresa urgía a su hermano a abandonar la vivienda que compartían. Como éste se oponía a sus deseos, le provocaba insultándole.


El día que se produjo el crimen, Teresa estaba sola porque la esposa de Pascual había salido a buscar un lugar en el que cobijarse cuando finalmente abandonaran la habitación de realquilados.


La casa en la que fue asesinada la ocupó Teresa a la muerte de su marido, momento en el que también montó la peluquería en la planta baja. El negocio no daba los beneficios apetecidos pero permitía vivir holgadamente a la propietaria.

Más sobre los sospechosos

• Jacinto,
el peletero, sufría una crisis en su tienda. Una fuerte inversión que había realizado le dejó sin reservas económicas. Hasta el momento de romper con Teresa se había hecho a la idea de que remontaría la crisis gracias a ella.

• Pascual,
el hermano, pensaba al principio que las reiteradas invitaciones de Teresa para que se marchara de la casa no eran otra cosa que un impulso pasajero que acabaría en nada. Pero había tenido que rendirse a la evidencia cuando ella emprendió acciones judiciales para desalojarle. Finalmente, ante el apremio de haber señalado una fecha para el desahucio, la relación fraternal había quedado destruida.

• Ernesto,
el proxeneta, se confundió con Teresa. Al conocerla pensó que sería buena idea invertir en ella. Teresa ignoraba a lo que se dedicaba el que actuó como un seductor ávido de relaciones con una mujer madura. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que se hallaba ante una persona que no pertenecía a su mundo. Una persona que no se hallaba dispuesta a dejarse explotar.
Ernesto,
violento por naturaleza, necesitaba demostrarle a aquella mujer que nadie podía escapar así como así de su dominio.

Más pistas


Teresa era muy amante del cuidado de su físico. Llamaba la atención con su rostro maquillado, sus ropas elegantes. La base de su distinción era una gracia natural en el rostro, complementada con un cuerpo que se conservaba bien ante el paso del tiempo.


El gran anhelo durante los meses anteriores a su muerte era quedarse sola en su piso. Probablemente para escapar de la agobiante presencia de su hermano, un hombre adusto, serio, trabajador.


La víctima conocía a una gran cantidad de hombres. La mayoría de ellos pasaban por ser amigos ocasionales. Muy pocos de esos hombres podrían afirmar que habían tenido con ella una historia con cierta base sentimental. Teresa había permanecido fiel a su idea de no volver a comprometerse ni unirse de forma permanente a ningún otro hombre, por mucho que eso le hubiera valido hasta amenazas de los despechados.

La extraña muerte de su marido

¿Tenía algo que ver el desenlace del adulterio de su marido con su propio fallecimiento?

Los investigadores se vieron obligados a examinar el pasado de Teresa. El vuelco de su existencia se produjo el 21 de septiembre de 1940, cuando su marido, un hombre envuelto en turbios asuntos de negocios, mató a tiros a una mujer en la calle Conde de Asalto, en Barcelona. La fallecida resultó ser su amante, una artista de variedades. Nadie pudo conocer las auténticas razones de aquel crimen porque el agresor volvió la pistola contra sí mismo acabando con su vida antes de que llegara la policía. Los rumores indicaron que quizá el móvil no habían sido los celos sino el hecho de que ella le hubiera denunciado por negocios ilegales.

Más pistas


En la investigación se tuvo en cuenta la íntima relación que los personajes de los dos dramas tenían entre sí.

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