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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

¿Quién es el asesino? (16 page)

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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La autopsia

Los forenses informaron de que la muerte le había llegado a la víctima de forma fulminante. El cadáver presentaba dos heridas de bala. Una de ellas localizada en la muñeca derecha, con orificio de salida en el antebrazo, y otra en el corazón. Esta última era mortal de necesidad.

Más pistas


En las ropas del muerto se encontró una importante cantidad de dinero. Exactamente, 2.156 pesetas. Tal vez la noche que murió se preparaba para liquidar alguna deuda o conceder un nuevo préstamo.


Junto al cadáver fue hallado un peine pequeño, de los que utilizan las mujeres en sus peinados. Estaba a unos 60 centímetros del pie derecho.


Alrededor del cuerpo se detectó cierto desorden. En la pequeña estancia donde se habían producido los disparos fueron encontrados los casquillos de bala y junto a ellos diversos objetos esparcidos por el suelo, quizá derribados por la caída de la víctima al ser herida de muerte.


A la puerta del establecimiento estaba aparcada una furgoneta que pertenecía al asesinado. Una vez registrada, se hallaron en su interior una cartera con documentación y unas gafas.

Más sobre los sospechosos

• Ramona
era una mujer de fuerte carácter. En varias discusiones que había tenido con la víctima se la había oído amenazarle, incluso de muerte. Dada su dedicación, estaba relacionada con el mundo del hampa. Y uno de sus conocidos le había regalado un arma, precisamente una pistola del nueve corto. Quizá muy similar al arma del crimen.

• Francisco
era un hombre de buen carácter. Amigo de arreglarlo todo por las buenas y de no dejar malas amistades ni enemigos. Por su antiguo empleo en el Ejército disponía de una pistola, precisamente del mismo calibre que la utilizada para dar muerte a Julio.

• Herminia,
perdida y arruinada por Julio, se encontraba al borde de la desesperación. Sola y desamparada en la vida, había decidido no amilanarse y se había provisto de una pistola, de la que se ignora marca y calibre, para exigirle una reparación al hombre que se había aprovechado de su ingenuidad.

Más pistas

• Francisco
había conocido a Julio de forma casual a través de un anuncio insertado en el diario
Ya.
El texto de este reclamo publicitario solicitaba dinero en préstamo ofreciendo a cambio un puesto de trabajo. Cuando acudió a la cita no imaginaba que el anuncio no era más que una estratagema.

• Ramona
se encontró con Julio en uno de los locales nocturnos donde solía ir. Le pareció un hombre adinerado y decidido. Pero esa impresión no la mantendría durante mucho tiempo. En seguida se dio cuenta de que era una persona con pocos escrúpulos dispuesta a beneficiarse siempre de todas las situaciones.

• Herminia
acudió a Julio a través de un amigo. Se entregó a él confiada, dejándose llevar por su instinto, que le jugó una mala pasada. Prácticamente firmó los documentos que le puso delante sin leerlos siquiera. No pasaría mucho tiempo antes de que se enterara de que el amigo que la había encaminado a Julio no era de fiar y que todavía menos formal y fiable era el prestamista.


Los encargados del caso descubrieron que tanto las bodegas como el despacho de la víctima no eran más que «una fachada» para ocultar la auténtica actividad de Julio Sánchez: captar dinero de inversionistas valiéndose de engaños e invertirlo realizando operaciones de préstamo con réditos de hasta un cien por cien.


La oscura actividad y la falta de escrúpulos de Julio Sánchez le habían llevado a varias situaciones comprometidas. Tenía varios pleitos con acreedores a los que no les daba mayor importancia porque en su beneficio sabía evitar el acoso de los que le reclamaban, a la vez que exigir de forma implacable a los que desgraciadamente para ellos habían caído en sus redes.


Julio era, a su manera, muy «popular». En el barrio donde fue muerto era tenido por uno de esos hombres a los que conoce mucha gente pero a los que muy pocos miran con afecto.


Según había trascendido, la víctima no hacía mucho tiempo que había sufrido un percance en el que medió una pistola. Sucedió que estaba con una persona a la que le debía dinero, tal vez de la forma acostumbrada, es decir, porque había conseguido engañarle para que le diera alguna cantidad importante a cambio de falsas promesas. Durante la discusión que se produjo, Julio aprovechó un descuido de su interlocutor para robarle el recibo que le había entregado, en reconocimiento de la deuda, con la intención de introducírselo en la boca y hacerlo desaparecer tragándoselo. Pero el otro sacó el arma y le obligó a devolverle el recibo. El incidente no quedó entre ellos, presentando el presunto estafado una denuncia que se añadió a los muchos otros líos en los que estaba metido Julio.


A raíz de algunos percances desagradables, la víctima había pensado en disponer de un arma, tal vez una pistola, ignorándose si llegó a comprarla o incluso si fue con esta supuesta pistola de su propiedad con la que se cometió el homicidio.

Los sospechosos y la noche del crimen

• Ramona,
la tarde-noche en la que murió Julio, había tomado la determinación de resolver su deuda de una vez por todas. Confiaba en sus armas de mujer y en someter a Julio, que en cuanto a su vida afectiva tenía el mismo desorden y confusión que en su vida financiera, pero si debía recurrir a otros procedimientos, incluida la violencia, estaba dispuesta a ello.

• Francisco
tenía acordada una cita con Julio la noche que murió. Primero le había dado hora para las cinco de la tarde, pero aquel mismo día por la mañana le llamó un empleado del prestamista para pedirle que retrasara la cita. La nueva hora que le dio por la noche, una vez cerrado el negocio, se aproximaba peligrosamente a la que según el dictamen forense debió suceder el crimen.

• Herminia
se había propuesto demostrar la catadura moral del sujeto que tan vilmente la había engañado. Primero, lo denunció en los tribunales, pero por si eso fuera poco, se había predispuesto a hacer todo lo que estuviera en su mano para recuperar lo que era suyo. A la hora en que debió de producirse la muerte de Julio,
Herminia
carecía de coartada firme. Sumida en su obsesión por recuperar lo que le había sido arrebatado con malas artes, pasaba horas paseando y maquinando en solitario. Aquella noche, según su testimonio, había estado sola dándole vueltas a la cabeza. Preguntada por la pistola que se había procurado, dijo que la había perdido hacía poco, echándola de menos precisamente unos días antes del crimen.

Solución del enigma

Éste es el homicidio sucedido en la calle Luisa Fernanda de Madrid el 14 de noviembre de 1955, a las nueve y cuarto de la noche. La víctima fue Julio Sánchez Rodríguez, de 48 años, una persona que se dedicaba a actividades indeseables como la usura. El autor de su muerte fue un hombre de conducta intachable,
Francisco Núñez Marín,
también de 48 años, casado, maestro herrador del Ejército, en situación de disponible forzoso. Su hoja de servicios era impecable y estaba considerado como padre responsable y esposo modelo. La noche del crimen acudió a una cita que tenía con Julio Sánchez para obtener de él un documento en regla por el dinero que le había confiado, 20.000 pesetas, o en su defecto la devolución del mismo. Pero Julio no accedió a ninguna de las dos cosas. Le recibió displicente y le colocó entre la espada y la pared. Entre ambos se produjo primero un forcejeo, y luego, una lucha que terminó con las manos de Julio en el cuello de
Francisco,
momento en el que este último hizo uso de su pistola que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón, apretando el gatillo dos veces. Una de las balas lo mató en el acto.

¿Y el misterio del peine de mujer?

Tiene una explicación muy sencilla.
Francisco Núñez
acudió a la cita con Julio Sánchez acompañado de su mujer, Justa García, quien intervino en la discusión entre los dos hombres siendo maltratada y golpeada por el prestamista, momento en el que perdió uno de los peinecillos que llevaba en el peinado. Aquella forma que tuvo Julio de tratar a su esposa enardeció todavía más a
Francisco,
quien intentó en principio impedir que aquel desagradable encuentro degenerara en violencia, pero que finalmente le decidió a sacar su pistola. Julio, que era fuerte y violento, le sujetaba en ese momento por el cuello, apretando como para estrangularle y causándole marcas que tardaron varios días en desaparecer. En el mismo instante en que sonaron los disparos, el prestamista trataba de arrebatarle el arma a
Francisco.
Murió sin conseguirlo.

La muerte viaja en taxi

L
a llamada al teléfono del poste sobresaltó a los conductores que se agrupaban en animada charla. José estaba el primero; por eso, a él, le correspondía el servicio. Cuando descolgó el auricular no podía saber que habría de escuchar la voz de su asesino. En principio se trataba de una carrera más, por lo que apuntó la dirección de recogida y se despidió de sus compañeros. Tenía 49 años. Llevaba dos meses al volante de aquel coche pequeño, de servicio público, en una ciudad de provincias, a veces demasiado cerrada sobre sí misma, pero agradable y tranquila. José iba al volante con veteranía y prudencia.

En pocos minutos recogía a su cliente. Un hombre que le resultaba conocido, al que saludó con cierta familiaridad. Intercambiaron algunas palabras corteses y el cliente le indicó la dirección a la que quería que le llevara. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que iba escaso de combustible. Tendría que detenerse a repostar. Afortunadamente en la carretera que debía tomar hasta el punto de destino había una gasolinera donde José solía recalar porque tenía buenas amistades. El trabajo nocturno de taxista provocaba muchos sinsabores, pero también algunas recompensas como las buenas amistades que se hacen en la soledad de la noche. Las reflexiones del taxista no eran interrumpidas en ningún momento por el cliente, que se mantenía distante, reconcentrado en sí mismo, como si estuviera sopesando algo de gran importancia. José no quiso distraerle, así que simplemente le comunicó que tenían que echar gasolina. De la parte de atrás llegó una sola palabra de asentimiento que revelaba, a la vez, indiferencia y un deseo de permanecer al margen refugiado en sus propias cavilaciones. José estaba acostumbrado a aquella actitud que podía deberse a simple cansancio. Preocupado por llevar cuanto antes al pasajero a su destino, detuvo el vehículo en la gasolinera sólo el tiempo suficiente para repostar y continuó inmediatamente el camino. A los pocos kilómetros llegaron a las proximidades de una curva llamada el Cantil, arriba de un barranco. Cuando entraban en ella, el viajero le sorprendió con una voz firme y autoritaria. «Pare ahí mismo y baje del coche». Iban solos por la carretera. José se dio cuenta de que nadie podría ayudarle. Hizo lo que le pedía el cliente que le amenazaba con la manivela de puesta en marcha del vehículo, una barra de hierro de medio metro. Cuando José puso el pie en tierra, el otro ya estaba junto a él. La noche era oscura. Ni siquiera pudo ver que traía la manivela en alto hasta que sintió que se hundía el universo en su cabeza. El asesino le golpeó varias veces hasta dejarlo sin vida. Después le arrastró por los pies arrojándolo al precipicio. El cuerpo de la víctima quedó enganchado en unas ramas salientes, mientras el asesino huía a pie a campo traviesa. Un taxista había sido asesinado, pero ¿quién lo había matado? ¿Por qué le habían quitado la vida?

Sospechosos

• Alberto,
un atracador habitual de paso por la ciudad. Entre una gran variedad de recursos para obtener dinero, su fórmula favorita era la de subir a un taxi y hacer que le llevara hasta un lugar apartado donde le quitaba al conductor la recaudación y, a veces, también el vehículo.

• Julián,
el hijo de otro taxista con el que la víctima se llevaba mal debido a que le acusaba de haber invadido su zona de trabajo, por lo que había jurado vengarse. El padre de
Julián
y toda su familia eran una especie de organización mafiosa.

• Rubén,
un joven con antecedentes penales por intento de chantaje a los cosecheros de vino de la localidad en la que residía. Cumplió un año de cárcel. Normalmente trabajaba como minero y se ganaba bien la vida. Pero su carácter rebelde e indisciplinado le había traído muchos problemas. La policía le incluyó en la lista de sospechosos porque alguien creyó ver su rostro en el interior del taxi la noche del crimen.

Pistas


El cadáver fue descubierto pendiente de una forma casi inverosímil sobre el abismo. Fue a las nueve y cinco de la mañana del día siguiente.


El vehículo fue encontrado con las portezuelas abiertas y las luces encendidas. Junto al asiento del chófer fue hallada una gabardina perfectamente doblada, sin señales de violencia.


El cuerpo de la víctima tenía el bolsillo interior de la chaqueta vuelto, como si su asesino le hubiera registrado. No tenía cartera, dinero ni documentación y en la muñeca izquierda mostraba la honda huella de la correa de un reloj.


El asesino no debió de contar con ningún cómplice, puesto que la posición del cadáver indicaba que no había tenido suficiente fuerza ni ayuda para lanzarlo al fondo del barranco como era su intención, quedando cabeza abajo, colgado de las ramas.


Las primeras pesquisas policiales tuvieron que realizarse en la más absoluta desorientación, por lo que indagaron en la vida del asesinado, en sus costumbres y amistades. José tenía una hija, la mayor, casada, y dos varones, ya criados, cursando estudios. La conducta de la víctima no presentaba ninguna irregularidad ni incidente, señalándose como un hombre al que no le gustaban los portes que no fueran claros ni legales. En su larga trayectoria como chófer jamás tuvo ningún mal encuentro con la policía o la justicia.


El taxista llevaba, cuando fue asesinado, un reloj de chapa dorada y abrazadera de metal. También una cartera con 50 pesetas.

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