Read ¿Quién es el asesino? Online
Authors: Francisco Pérez Abellán
Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco
• Martín,
el colega carcelario, había salido de la prisión y había ido en busca de su amigo, a quien vio la noche del crimen en un bar de la localidad exigiéndole que cumpliera lo que le prometió en la cárcel.
• Honorato,
el conserje, había empezado a frecuentar la casa donde se hizo muy amigo de la víctima desde que le invitara
Piedad,
la mujer, que le había conocido cuando fue a trabajar de asistenta al colegio en el que él era conserje.
•
La víctima atendía con escasa dedicación las necesidades del hogar y la familia.
•
Era muy aficionado a la bebida. Bronco y siempre dispuesto a discutir y pelear.
•
Recordemos que José Caraballo se marchó de casa en varias ocasiones, estando ausente varios meses.
Dos meses antes de su desaparición, Caraballo tuvo un incidente en público que le marcó como mala persona para todos los amantes de los animales. Como su borrico no quisiera subir con el carro del que tiraba, muy cargado, la empinada cuesta de su calle, y se quedara clavado, lo golpeó con brutalidad, llegando a morderle y apuñalarle mientras que, preso de ira, destrozaba el carro y desperdigaba las verduras que cargaba.
•
Cuando la hija tenía 13 años, el padre le dio un puñetazo en un ojo que le causó una grave lesión.
•
La víctima debía de tener las facultades mentales alteradas.
•
Durante el cumplimiento de una condena por robo se relacionó con todo tipo de delincuentes a los que a veces se encontraba cuando salía de copas.
• Piedad,
la esposa, se había jurado a sí misma, por aquellos días, que la situación de golpes y gritos constantes en su casa tenía que cambiar.
• Martín,
el compañero de celda de Caraballo, era corpulento, conocía bien la localidad en la que vivía el fallecido y fue a buscarlo para que le ayudara.
• Honorato,
el conserje, había decidido que no podía seguir perdiendo el tiempo. Su vida había sido muy larga y si no quería que se le fuera el último tren sentimental tenía que decidirse a hacer algo. Hasta entonces había aceptado seguir emborrachándose con Caraballo para estar cerca de la esposa, pero eso ya no era bastante.
•
Poco después de «desaparecer» José Caraballo, su esposa
Piedad
y su hija dejaron la casa en la que habían vivido hasta entonces, trasladándose a otra.
•
La casa quedó a disposición de una nueva familia y nada hacía sospechar que allí se hubiera cometido un crimen horrendo.
•
La hija había estado varios meses en casa de sus tíos.
•
La tienda siguió abierta después de esfumarse José Caraballo.
• Honorato
comenzó a acompañar a la mujer a la compra en el carrito tirado por el burro. La mujer, el anciano y el burro parecían más felices que cuando era la víctima quien llevaba el carro.
• Piedad,
la mujer, la noche del crimen se había ido con una amiga al cine. No estaba en casa cuando su marido llegó. La hija tampoco, porque pasaba una temporada con sus tíos.
•
Algo después de la muerte, las relaciones entre
Piedad
y
Honorato,
tras observarse una mejoría repentina, cayeron en un largo período de distanciamiento.
• Honorato
siguió bebiendo y pasando mucho tiempo en bares y tabernas.
• Honorato
preparaba su documentación para hacer un largo viaje a Francia.
Ocurrió el 9 de junio de 1959, en la localidad barcelonesa de Santa Coloma de Gramanet, y fue descubierto por la Guardia Civil años más tarde, en 1963, cuando estaba prácticamente olvidado y casi nadie sospechaba que hubiera ocurrido un asesinato, dando por buena la versión de que José Caraballo había desaparecido. El cadáver no existía, pero los remordimientos hicieron aflorar el crimen que consistió en la muerte, descuartizamiento e incineración de José Caraballo, a quien todos creían culpable de abandono de su familia. Fue asesinado por su mujer mientras dormía.
Piedad Pablo Navarro
regresó al filo de la madrugada observando cómo su marido dormía envuelto en los vapores del vino que había trasegado. Sintió la fiereza del final de un largo camino de sinsabores, y cómo si lo tuviera pensado largamente, empuñó una pesada barra de metal y golpeó con fuerza en la cabeza a su marido, durante el sueño de éste. Luego sacó el cuerpo de la cama y, envuelto en sábanas y mantas, lo empaquetó. Una vez convertido en un bulto que podía arrastrar con cierta dificultad, lo llevó hasta el pozo negro de la vivienda. Allí lo descuartizó y en dos grandes sacos lo echó al pozo. Cuando terminó su tarea cubrió los restos con cal viva y sosa cáustica. Allí estuvieron un tiempo, hasta que los hizo desaparecer de forma definitiva cuando se encendió la calefacción de la caldera del colegio que ella limpiaba. De ese modo fueron eliminados todos los vestigios del crimen. Podía muy bien haber sido el «crimen perfecto».
Fueron los remordimientos.
Piedad
solicitó la ayuda de
Honorato,
una vez que cometió el crimen, y la obtuvo. Fue quien compartió las tareas de deshacerse del cadáver con la caldera de la calefacción del colegio donde ambos trabajaban. A partir de entonces, desde que llevaron los dos sacos con los restos de Caraballo al fuego,
Honorato
no podía descansar. En cuanto tomaba unos vinos se confiaba a las personas que estaban más cerca. Les explicaba que pensaba irse a Francia, y en cuanto emprendiera el viaje, podían contar lo que les había dicho del crimen a la Guardia Civil.
• Honorato
llevaba muchos años a
Piedad,
exactamente 37. En el momento del crimen, ella tenía 41 y él había cumplido 78. Su amor era pues algo incomprensible y sin esperanzas. Dejaba a
Honorato
en una posición muy débil, en la que ella hacía de él todo lo que quería. Incluso implicarle en un crimen. Las desavenencias entre ellos hicieron que se delataran cuando no existían rastros para acusarlos. Pero
Honorato
quería por el desapego que ella le mostraba que cumpliera su condena y pagara por lo que había hecho.
•
Las otras dos víctimas de este crimen fueron la hija del matrimonio, Nuria, y la mujer de
Honorato,
que estaba casado y su esposa muy viva y activa, pese a la avanzada edad. Las dos tuvieron que arrostrar todas las consecuencias del drama.
Piedad,
que tenía fama de ser buena con todo el mundo y de ayudar a muchos necesitados, una vez interrogada por la Guardia Civil, acabó por confesar su crimen. Primero lo negaba todo con una frialdad y tranquilidad que hacía dudar a los investigadores. Para ella su marido estaba trabajando fuera, y en cualquier momento, regresaría como siempre había hecho. También negó que hubiera relaciones íntimas entre ella y el anciano
Honorato.
Pero no pudo explicar por qué éste llevaba fotos de ella y de su hija en su cartera, y además,
Honorato,
facilitaba detalles difíciles de negar. Finalmente, acosada por tantos indicios y el hábil interrogatorio, confesó. Fue condenada a largos años de prisión. También fue condenado
Honorato,
a quien su avanzada edad le mantuvo en prisión atenuada, que no duró mucho tiempo. En el caso de
Piedad
tuvo a su favor, como no podía ser de otra forma, los maltratos que siempre recibió de su víctima.
Cosa, eso sí, que no justifica su horrendo crimen.
U
n alegre grupo de zagalas y mozos regresa de la romería del pueblo cercano a sus respectivas casas. Hacen parte del camino todos juntos. Van cantando y estallan las risotadas que muestran el ambiente de diversión y camaradería en el que se desenvuelven.
Entre las muchachas destaca una, Herminda, de 21 años, radiante, que ha pasado la fiesta con su novio, Emilio. El regreso a su domicilio, que cumple como una más entre los otros, es como una prolongación de la felicidad que ha disfrutado en la gran celebración de la que regresa. Herminda ha terminado con lo que cree una pesadilla, una mala mezcla de pretendientes no deseados y la envidia de una muchacha de su edad que siempre ha querido ser como ella, y que ahora, en vísperas de la formalización de su noviazgo, se le ha enfrentado definitivamente. Ella, que no quiere ponerse triste en este regreso a casa tan glorioso y distinto a todos, sacude la cabeza como si fuera un caleidoscopio para que se marchen sus pensamientos o dibujen otra cosa más lejana del fastidio que siente al pensar en la larga persecución de la que ha sido objeto. Todo parece ahora haberse acabado y Herminda hace un guiño a sus amigos escapando hacia el lado izquierdo del camino, justo donde hay un desnivel, en un recodo abrupto.
Por un momento, la joven se separa del grupo para sentir la libertad en medio de la noche silenciosa que sus amigos van rompiendo con gritos de alegría. Es un acto irreflexivo. Y peligroso. Porque de repente alguien armado y oculto como si fuera la prolongación de un vegetal sale del borde del camino, se acerca a Herminda y, sin hacer ningún ruido, le clava un cuchillo en el costado izquierdo. La afilada hoja penetra hasta el corazón de la muchacha, que cae muerta al suelo. Una joven ha sido asesinada en un oscuro camino, pero ¿quién la ha matado? ¿Por qué le han arrebatado la vida?
• Aurora,
una joven muy envidiosa. Precisamente con la que había roto la víctima días antes de formalizar su noviazgo. De la misma edad que Herminda, le envidiaba sus vestidos, sus padres y su novio. Habría dado cualquier cosa por borrarle la sonrisa de felicidad de la boca.
• José,
un hombre joven, de 33 años, soltero, labrador, con un defecto de nacimiento: es sordomudo. Estaba enamorado de la víctima. Había acudido a la romería, muy cerca ella, divirtiéndose. Por eso figuraba en el círculo de sospechosos.
• Rafael,
un navajero que había estado en la romería con la intención de sacar para todo el mes. Su forma de actuar era la amenaza a sus víctimas con un cuchillo de cocina. A veces pinchaba a las personas que conseguía atracar aunque ya le hubieran dado cuanto llevaban. Era una especie de sádico.
•
Herminda murió de una sola cuchillada en el corazón. Junto al cadáver no apareció ni dinero ni bolso con las cosas personales.
•
Cuando falleció estaba proyectando su boda, que habría de celebrarse a corto plazo.
•
Fue asesinada sin que sus amigos pudieran impedirlo ni detener al hombre o mujer que cometió el crimen.
•
Las horas anteriores a su muerte, la víctima estuvo disfrutando del sonido de la gaita y el tamboril. Bailó «agarrao» con su novio y fue la envidia de muchos que pudieron ver cómo se amaban.
• Aurora,
la amiga traicionera, había intentado estropear el noviazgo de Herminda levantando falsos rumores. Uno de ellos indicaba que la víctima había tenido un romance secreto con un mozo de la aldea
• José,
el labrador soltero y sordomudo, consideraba la asistencia a aquella romería como un gran regalo. Su presencia allí y algunas partidas de naipes o dominó eran las únicas distracciones que se permitía.
José
había requerido de amores, sin éxito, a Herminda.
• Rafael,
el navajero, consiguió dar un par de atracos a otros tantos participantes en la romería. Pero el dinero conseguido había sido muy poco, por lo que se dispuso al acecho para conseguir mayor botín de los que regresaban a casa.
•
Herminda tal vez fue objeto de una venganza.
•
Ninguno de sus compañeros estaba lo suficientemente cerca para ver la cara y las características de la persona que protagonizó la agresión.
•
El autor o autora del asesinato se había escondido al borde del camino sabiendo que por allí tendría que pasar el grupo que regresaba a las aldeas vecinas.
•
El mismo día de la muerte de la muchacha, una hora más tarde, fueron atacados sus padres en el dormitorio de su casa por alguien que quiso acabar con ellos.
Éste es el crimen ocurrido en el camino de Santiago de Reboredo, término municipal de Oza de Los Ríos, en la provincia de A Coruña, a medianoche del 26 de julio de 1959. Se produjo cuando un grupo de jóvenes marchaba a sus casas alborotando en la madrugada.
Entre ellos iba Herminda Mercedes Amor Mosteiro, de 21 años. En un recodo del camino fue sorprendida por un hombre que la había pretendido siendo rechazado por ella: el labrador
José Ponte Núñez,
de 33 años, sordomudo, que al decir de las crónicas de la época, era analfabeto y no había recibido ningún tipo de instrucción cultural ni religiosa.
José
se dedicaba en exclusiva al cultivo de la tierra y sus únicas distracciones eran el juego del dominó o los naipes que había aprendido observando a otros jugadores.
Pues
José,
que estaba resentido por haber sido rechazado por Herminda, acudió a la romería donde vio a la muchacha en brazos de su novio. Además creyó que mientras la pareja daba vueltas abrazada, ella le hacía gestos y se burlaba de él. Ofendido por lo que imaginó ver, fue a su casa, en la cercana aldea de Parada, se procuró un cuchillo de larga y ancha hoja y esperó a Herminda para darle muerte. La Audiencia coruñesa juzgó a
José
y lo absolvió por no creerlo responsable de sus actos debido a su minusvalía y su falta de formación. Pero el Tribunal Supremo corrigió esta sentencia, estimándole capaz de distinguir el bien del mal y lo condenó por un delito de asesinato consumado a quince años de cárcel y otro de asesinato frustrado a ocho años más de prisión, puesto que fue
José
quien intentó matar a los padres de Herminda, poco después de haber acabado con ésta. Sin embargo, los padres de la muchacha lograron escapar del asesino y lo echaron de la casa a golpes y patadas.