¿Quién es el asesino? (18 page)

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Authors: Francisco Pérez Abellán

Tags: #Ensayo, #Intriga, #Policiaco

BOOK: ¿Quién es el asesino?
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El cuerpo de Manuela fue hallado en posición decúbito prono. Llevaba una falda oscura y una blusa blanca, zapatos de tacón alto, medias de las entonces llamadas «kimbo» y ropa interior de nailon. Junto a su cuerpo fueron encontrados un pañuelo multicolor para el cuello y un bolso negro.


Dentro del bolso fueron halladas treinta y cuatro pesetas y setenta céntimos, además de un décimo de lotería para el sorteo del día siguiente, con el número 35.470, que no salió premiado. En su Documento Nacional de Identidad quedaba claro que nació en Gijón, el 16 de agosto de 1933.


En el cuello del cadáver fue encontrada una cadena de oro con una medallita que tenía inscrito lo siguiente: «Manolita 22-8-53».

Solución del enigma

Éste es el crimen de la madrileña estación de ferrocarril de Peñuelas, que no tenía servicio de viajeros, ocurrido en el interior de un vagón de mercancías aparcado en vía muerta, el 25 de octubre de 1957. La victima fue la joven asturiana Manuela Fernández Fernández, quien se casó muy
joven
en Gijón, siendo su unión desastrosa, de la que tuvo como fruto un niño. Manuela era físicamente agraciada y estaba dispuesta a retomar las riendas de su vida. Se trasladó de Gijón a Madrid, donde entró a trabajar en la cafetería Noche y Día de la Puerta del Sol. Allí, en Gijón, había interrumpido unas relaciones amorosas que estableció poco después de la separación de su marido. Aquel novio circunstancial fue Daniel Sánchez Martín, un violento y apasionado joven que no podía sufrir que ella mirara a otro hombre. Su decisión de romper y marcharse a Madrid desencadenó la tragedia. Daniel acabó matándola por no poder soportar los celos.

Pero ¿cómo fue descubierto?

La rápida investigación policial estableció que
Daniel Sánchez
había amenazado de muerte a Manuela, quien no le había hecho mucho caso. Entonces, el asesino, dispuesto a llevar hasta el fin su ciego propósito, se trasladó a la capital, donde localizó a la mujer engañándola al principio respecto a sus intenciones, puesto que gozaron de unas horas de charla y paseo. Incluso la llevó a almorzar a una venta de la carretera de Segovia. De vuelta, la arrastró a la estación de Peñuelas, donde quiso que se sometiera a sus deseos, negándose la víctima, por lo que tuvo lugar la reacción del hombre que terminó con su vida de varios navajazos. El asesino fue detenido de madrugada en casa de una tía suya.

Se entregó sin resistencia y confesó fríamente su delito.

Asesinato en la escalera

E
l hombre bordeó la amplia plaza hasta alcanzar la gran avenida. Caminaba lentamente. Avanzaba con la cabeza baja como si lo hiciera reconcentrado en sus pensamientos. Llevaba puesto un traje de color azul claro y en la cabeza se protegía del frío con una boina negra. Su aspecto era amenazador. No desviaba la mirada de su camino. Tal vez le delataba como individuo siniestro la mano derecha que llevaba metida en el bolsillo de la chaqueta como si portara un arma. Con seguridad sabía lo que iba a hacer y dónde se dirigía. Sin alterar en ningún momento su paso, lentamente, se dirigió a un portal sobre el que estaba pintado el número 184. Subió por la escalera hasta el segundo piso, parándose ante la puerta señalada con la letra A. Después de dudar unos segundos, llamó al timbre. Le abrió una mujer de pelo negro que al verle se mostró muy sorprendida.

Probablemente muy asustada, intentó cerrarle la puerta en las narices, pero el hombre no la dejó reaccionar empujándola hacia dentro. Lo hizo con tanta rapidez y violencia que logró llevarla hasta la cocina, donde otra mujer, hermana de la anterior, se encontraba fregando. Allí sacó por primera vez la mano derecha del bolsillo y se vio que se aferraba a un cuchillo de monte con el que atacó a las dos mujeres. La más joven rompió a gritar pidiendo auxilio a la vez que huía hacia el exterior tirando de su hermana. Derribando varias sillas a su paso, las dos lograron ganar el pasillo de la escalera, aunque una de ellas ya iba herida. El agresor las seguía de cerca. Las dos mujeres, en su loca huida, corrieron hacia el interior gritando socorro, El hombre las acorraló volviendo a acuchillar a la que iba herida, arrastrándola por el suelo hasta el descansillo de la escalera donde le infirió una nueva tanda de pinchazos. La otra mujer trató de sujetarle el brazo y de impedir que siguiera en su salvaje propósito. El agresor se volvió hacia ella alcanzándola con una cuchillada en la ingle izquierda. Cuando se dio cuenta de que una de las dos mujeres estaba muerta, y la otra muy gravemente herida, el hombre del cuchillo se separó de ellas a la vez que numerosos vecinos acudían a los gritos de las desgraciadas. Dos hermanas habían sido salvajemente agredidas. Una de ellas, muerta en el acto. Pero ¿quién era el asesino? ¿Por qué la había matado?

Sospechosos

• Antonio,
atracador «sirlero», es decir, aficionado a las armas blancas, que solía asaltar a sus víctimas con un puñal de grandes dimensiones.

• Luis,
enamorado de Angustias, la chica muerta en el acto, hombre violento que había sido despreciado por la víctima muy recientemente.

• Jesús,
otro viejo amor de Angustias, dependiente de profesión, con quien había vivido varios años hasta que decidió separarse de él para seguir su vida.

Pistas


La mañana del crimen muchas personas del vecindario sabían que las dos chicas, Angustias y María, de 33 y 40 años, respectivamente, estaban solas porque sus ancianos padres, con los que vivían, solían ir los domingos a misa a esa hora. Y aquel día era domingo.


Cuando la policía llegó hasta el asesino, éste llevaba en la cartera 1.000 pesetas, que eran un auténtico capital por aquel entonces.


La chica muerta era soltera, bordadora, natural de Navalavaquilla (Ávila). En las épocas que tenía mucho trabajo ganaba bastante dinero, que solía guardar en casa.


El arma del crimen fue un cuchillo nuevo, de 30 centímetros, desde el principio de la empuñadura hasta la punta de acero. La hoja tenía una longitud de 18 centímetros. El cuchillo fue recuperado por la policía. La hoja estaba doblada en sus tres cuartas partes, especialmente la punta.


La víctima era una morena atractiva de ojos negros, hacendosa y hogareña.

• Antonio,
el atracador, había sido detenido con anterioridad a este crimen y encarcelado por un delito en el que apuñaló brutalmente a su víctima.

• Luis,
el enamorado, tenía en su ficha policial un antecedente por malos tratos reiterados a una joven que había sido su novia durante varios años.

• Jesús,
su viejo amor, tenía antecedentes de 1950 por revender localidades de fútbol.


El móvil estaba centrado en dos posibilidades: robo y despecho amoroso.


El crimen se desarrolló en unos cinco minutos, ante el asombro y terror de todos los vecinos de la finca que escucharon los gritos de las víctimas y no pudieron hacer nada.


La fallecida, según los médicos forenses, había sido literalmente acribillada a cuchilladas.


Poco tiempo antes la joven muerta se sentía amenazada hasta el punto de que tenía que salir siempre acompañada de su anciano padre, incluso cuando debía entregar alguna de las prendas que le confiaban para que las bordase.


En algunas ocasiones había advertido a su familia de que se sentía espiada y seguida. Según contaba, recientemente había tenido que salir corriendo y refugiarse en una carbonería para evitar así que le diera alcance quien, según ella, la perseguía. Algunos que sabían esta historia la tachaban, antes del suceso, de fantasiosa y exagerada.


En la inspección ocular, los investigadores establecieron con todo cuidado la posición de los cuerpos de las víctimas: Angustias, la fallecida, estaba en el descansillo del segundo piso, en posición decúbito prono (es decir, tendida sobre el pecho, apoyada sobre el vientre) y María en posición sedente, es decir, sentada, sobre uno de los escalones.

• Antonio,
el atracador, fue capturado con más de 500 pesetas que pertenecían a un tobo reciente. Junto al dinero se encontró un pantalón manchado de sangre.

• Luis,
el enamorado despechado, pese a la ruptura de relaciones solía pasear por los alrededores del domicilio de la víctima. Hay quien dice que no había perdido las esperanzas.

• Jesús
había decidido últimamente volver a dedicarse a su antigua ocupación de compraventa de frutas, dejando su empleo de dependiente.

Solución del enigma

Éste es el crimen ocurrido en la madrileña calle de Embajadores, en el número 184, piso segundo, cuarto A, el 2 de noviembre de 1958, a las doce y diez de la mañana. Las víctimas fueron las hermanas Angustias y María Gamo Cerrudo. La primera resultó muerta, y la segunda, con heridas de gravedad, de las que tendría que sanar después de haber estado a las puertas de la muerte. El móvil de este acto criminal fue el despecho amoroso que acentuó la personalidad psicopática del agresor. El criminal fue
Jesús Manrique Rodríguez,
de 43 años, el viejo amor de Angustias que había vivido con ella varios años, acostumbrándose a no trabajar y existir gracias a los ingresos de la muchacha bordadora, y a la que daba muy mala vida, por lo que ella le abandonó. El caso, aunque se presentaba como un arrebato pasional, pudo probarse que se trataba de un asesinato premeditado.

¿Cómo se llegó a saber que era un asesinato?

Porque se descubrió que el criminal había comprado el cuchillo, que era de los de monte y caza, especialmente para el crimen, así como que en efecto espiaba y seguía a su víctima, redondeándose la investigación al hallarse una carta del asesino al juez, en la que confesaba sus intenciones, que había sido escrita el 28 de octubre, es decir, que durante varios días estuvo fraguando el grave delito. Después de cometerlo llevó a cabo un intento de suicidio que resultó fallido, recuperándose de sus heridas y respondiendo de su vil acción ante la justicia.

El desaparecido

S
on las horas finales de una jornada de sábado. José Caraballo, un hombre casado y con una hija de catorce años, que ha estado bebiendo y divirtiéndose por los bares de la localidad, regresa a casa algo mareado y se acuesta en seguida. Cae en un sueño profundo del que no despertará. Su casa está solitaria. El hombre duerme a pierna suelta cuando una sombra que ha entrado sigilosamente en la vivienda penetra en la habitación. Observa por un momento a la figura que yace en la cama y rápidamente se dirige hacia ella empuñando una barra de hierro con la que golpea su cráneo con fuerza y contundencia. El hombre está profundamente dormido. La sombra le da golpes con saña hasta estar bien segura de que ha muerto. Luego, sin perder un instante, le mueve con eficacia aunque con cierta dificultad. Envuelto en las mismas sabanas con las que dormía, coloca el cadáver en el suelo, donde acaba de empaquetarlo y cubrirlo con una manta. Retira el cuerpo y lo saca de la casa. Después lleva a cabo una cuidadosa limpieza de la habitación para que no queden rastros de sangre. Incluso se molesta en poner sábanas nuevas y vestir y hacer la cama por completo hasta simular que nadie ha dormido allí aquella noche.

La sombra recorre el dormitorio hasta tener la certeza de que ha borrado todo rastro del crimen. Sólo cuando es evidente que no ha quedado nada al azar abandona la habitación.

José Caraballo Bonastre, el hombre que había sido asesinado y cuyo cadáver se había hecho desaparecer con tanto cuidado, contaba 40 años y había pertenecido a la Guardia Urbana. Hasta el momento de su desaparición se ocupaba de una pequeña tienda de comestibles. Tenía para ir de compra al mercado un carrito con un borriquillo. Su vida era aparentemente normal. No había levantado grandes recelos entre el vecindario ni se le conocían enemigos.

Su desaparición se produjo en las horas en las que su mujer y su hija estaban fuera del hogar. No iba a crear gran inquietud porque no era la primera vez que se marchaba durante cierto tiempo, aunque siempre acababa volviendo al hogar. Este extraño comportamiento de la víctima, José Caraballo, se había agudizado desde que salió de la Guardia Urbana. Desde que dejó ese empleo sus asuntos económicos no iban bien.

También la relación matrimonial se había deteriorado. La mujer, Piedad Pablo, de 41 años, todavía atractiva y con una gran vitalidad, no se resignaba a que su vida fuera la rutina triste a la que su marido quería llevarla.

Por otro lado, José Caraballo pasaba mucho tiempo con Honorato Herrera, un hombre mucho mayor que él, que aparentaba ser su amigo pero que estaba enamorado en secreto de su mujer. La Guardia Civil se encontró con un enrevesado asunto difícil de averiguar.

Se había producido un crimen, pero no aparecía el cadáver. Se sospechaba de personas muy vinculadas a la víctima, pero no había ninguna prueba en la que sustentar las hipótesis. Tanto su mujer como Honorato pudieron haberlo matado, pero en la localidad en la que sucedió el grave delito, los dos estaban considerados como honrados, trabajadores y, sobre todo, buenas personas. Estamos, pues, ante uno de los más misteriosos casos de la historia criminal española. Los investigadores se enfrentan a estas tres preguntas: ¿Quién ha matado a José Caraballo? ¿Por qué? Y lo más misterioso: ¿Dónde está el cadáver?

Sospechosos

• Piedad,
la esposa de la víctima, de 41 años. Esforzada, trabajadora. Vivía en constante sobresalto debido al mal carácter de su marido, con el que reñía con frecuencia.

• Martín,
un compañero de la prisión en la que la víctima, José Caraballo, estuvo cumpliendo condena por robo, y al que había dicho que tenía oculto un botín del que ambos podrían disfrutar cuando salieran libres.

• Honorato,
conserje de un colegio. Un hombre mayor que se acercó a la víctima porque estaba enamorado de la esposa. Durante varios meses le acompañaba cuando salía en su ronda habitual por los bares de la localidad.

Pistas

• Piedad,
la mujer, había ido al cine con una amiga. Desde hacía un tiempo, y debido a la poca ayuda del marido, estaba obligada a trabajar como asistenta.

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