Realidad aumentada (40 page)

Read Realidad aumentada Online

Authors: Bruno Nievas

Tags: #Ciencia ficción, Fantástico

BOOK: Realidad aumentada
7.34Mb size Format: txt, pdf, ePub

Alex pensó que eso explicaba algunos de los misterios mayas que aún estaban por resolver y, al hacerlo, se dio cuenta de que de alguna manera ellos no parecieron captar ese pensamiento. Ligeramente más animado, se dijo a sí mismo que probablemente se podían controlar las ideas que se deseaban transmitir y las que no. Eso era algo fundamental, se dijo a sí mismo con su pensamiento más profundo. De nuevo los seres no parecieron captar nada.


Hace unos meses, en vuestros términos cronológicos
—continuaron ellos—
, una persona hizo una serie de hallazgos sobre la zona. Al igual que vosotros, accedió a este lugar.

¡Skinner!
, pensó Alex, y notó cómo ellos asentían, también a través de una idea. Debía tener cuidado con lo que pensaba y en la forma de hacerlo, se dijo a sí mismo. Si no se andaba con cuidado, sería un libro abierto para ellos. Continuó recibiendo ideas:


Ese hombre logró acceder hasta esta misma sala, ya que los sistemas de seguridad estaban desactivados como consecuencia del accidente. Durante mucho tiempo esta zona estuvo protegida por humanos, que se entregaron a tal fin, pero cuando este hombre encontró la entrada de la cueva hacía ya mucho tiempo que nadie la protegía. Cogió los chips de una de las consolas dañadas
—Alex vislumbró el sitio exacto de donde Skinner había expoliado los procesadores, en un rincón de esa misma sala—
. Esos chips son avanzados para vuestro desarrollo, pero se acoplan y adaptan a cualquier sistema de computación conocido. Por eso se utilizaban en esta clase de… viajes. Su versatilidad los hace ideales para adaptarse a cualquier entorno de desarrollo tecnológico, por eso pudisteis usarlos, aun siendo vuestra tecnología tan inferior.

¿Y esos chips…
—pensó Alex, temeroso por la respuesta—
afectaron de alguna manera a los que estábamos cerca?

Lo hizo intentando imitar la forma en la que ellos le transmitían las ideas, visualizando recuerdos de los hechos acontecidos en el laboratorio del desierto de Tabernas, e incluso fuera, como su habilidad para localizar a Lia o intuir cosas. Les transmitió así —o al menos creyó hacerlo— escenas de las pruebas, las reuniones, las discusiones sobre las muertes, sus propias manos comprimiendo el pecho de Connor mientras le reanimaba…

Supo que lo había realizado correctamente cuando, de forma súbita, recibió un torrente de imágenes. En todas ellas la imagen que él había enviado se desviaba a otras, correspondientes al interior de tres cerebros: Vio una ideación de suicidio amplificada y circulando a una velocidad descomunal entre las neuronas del cerebro de Alexis; también pudo apreciar cómo una sobrecarga de trabajo de un determinado grupo de neuronas desembocaba en una descarga eléctrica que se expandió por uno de los hemisferios cerebrales de un nervioso Cole: estaba viendo, a nivel celular, el ataque de epilepsia que le costó la vida; por último, visualizó otro grupo de neuronas sobrecargadas de impulsos que empezaron a estallar en pedazos, rompiendo los vasos sanguíneos adyacentes, haciendo que aumentara la presión intracraneal del cerebro de Connor, hasta que una arteria con un aneurisma reventó y empezó a sangrar con cada latido, generando una hemorragia que en pocos segundos acabaría con su vida.

Finalmente vio que la imagen se alejaba de los cerebros afectados para seguir el trayecto de unas ondas de energía imposibles de detectar con su tecnología actual. Su mente voló hasta terminar en el chip, al que visualizaba emitiendo miles de millones de procesos por segundo, que eran captados por las neuronas de todas las personas que se encontraban en el laboratorio durante las pruebas. Vio sus cerebros, pero inmediatamente la imagen se alejó y pudo ver los cerebros de todas las personas del planeta: miles de millones de masas grises palpitantes, chorreando líquido cefalorraquídeo y recibiendo energía extraterrestre. Ante la que sufrían, se adaptaban… o incluso se rendían, reventando de cientos de miles de formas diferentes.

¡¡¡Basta, lo he entendido!!!

16
Pérdida

Cualquiera puede dominar el sufrimiento. Excepto el que lo siente.

WILLIAM SHAKESPEARE

Martes, 24 de marzo de 2009

¡Estaba en lo cierto!
, pensó mientras respiraba agitado y varias gotas de sudor frío le bajaban por la frente: el chip era la causa última de los accidentes, amplificando ideas que residían en lo más hondo de los cerebros de los afectados.
Y de los no afectados
, se recordó Alex, rememorando con un estremecimiento la última imagen que había contemplado, la de millones de toneladas de masa gris pulsando a la vez. Malditos procesadores, se dijo, y de repente supo lo que querían de él:

¡Queréis los chips!
, pensó, dirigiéndose a los seres.

Durante un par de segundos no percibió nada en el interior de su cabeza salvo un extraño silencio. Una oleada de ideas procedentes de los extraterrestres lo desgarró de forma súbita:


Hace unos mil seiscientos años nuestros antepasados cometieron un error: dar por sentado que nuestra aeronave se había desintegrado en su impacto con vuestro planeta. Eso ha sido así hasta hace poco.

Alex se preguntó cómo podían haber sabido de su existencia. La respuesta le llegó casi al mismo tiempo que se lo planteó:


Detectamos una señal emitida con nuestra tecnología, procedente de este planeta.

¿Que procedía de los chips?
, pensó Alex.


Exacto
—creyó captar un leve tono de aprobación en la respuesta, si es que eso era posible en esa forma de comunicación; las ideas continuaron llegando—
. Al comenzar a funcionar esos chips, emitieron una potente señal que captaron vuestros cerebros. Afortunadamente para nosotros atravesó la atmósfera y nuestras… sondas pudieron captarla.
—A Alex no le pasó desapercibida la difusa forma en la que le llegó la idea de «sondas»—
. Fuimos enviados aquí y encontramos los restos de la aeronave. Gracias a las emisiones de los procesadores localizamos el laboratorio donde trabajabas, junto a la mujer que te acompaña. Desde entonces te hemos vigilado, y a la vez hemos observado a decenas de posibles candidatos para ayudarnos, pero tú eres la persona que hemos seleccionado para cumplir con nuestra misión y desaparecer sin que nadie más note nuestra presencia.

¿Yo? ¿Qué tengo de especial yo? ¿Y por qué no Jules, por ejemplo? Al parecer su cerebro se había adaptado mejor a vuestro chip… Si es así, ¿por qué le habéis matado?


Él era igual de inteligente que tú y algo más hábil en ciertos aspectos útiles…
—de nuevo se hizo una llamativa pausa—
, pero sus intenciones con nosotros eran bastante complicadas de asumir.

Alex no comprendió el significado exacto de esta última idea. Disgustado apreció que en esa forma de comunicación no se usaban palabras sino ideas, por lo que podía resultar complicado extraer un significado literal. Quizá fuera por eso que a veces a ellos les costaba encontrar las ideas adecuadas para expresarse en términos comprensibles para él.

¿Y qué os hace pensar que yo sí os ayudaría con éxito?


Porque tú deseas algo, y lo obtendrás si nos ayudas.

Alex sintió cómo su corazón parecía detenerse dentro de su pecho. ¿Era posible que esos seres supieran…?

¿Y qué es eso que tanto deseo… como para traicionar a los míos?
—pensó, desafiante.

La respuesta llegó de muchas formas diferentes pero él la pudo resumir en una sola sílaba:


Lia.

Un estremecimiento le recorrió la piel, al ver la imagen de su compañera procedente del cerebro de unos seres de otro planeta. Sin apenas darse cuenta, tensó casi todos sus músculos, algo que sin duda los seres también debían de haber notado, pensó, con fastidio.


Y no traicionarás a nadie
—continuaron enviándole—:
colaboraréis en ayudarnos y eso a su vez os ayudará a vosotros. Sabes que esta tecnología en manos del hombre solo serviría para ayudarle a conseguir su autodestrucción. Y en cuanto a vosotros
—vio la imagen de Lia abrazándole—
, existe un sentimiento mutuo que se ve frenado por vuestra particular forma de racionalizar. El chip os ayudó a disminuir vuestras diferencias porque amplificó el deseo que ella siente. Eso volverá a ocurrir.

Alex se sintió ofuscado por el torbellino de ideas. Aturdido, intentó razonar: ¿ayudar a unos seres de otro planeta a permanecer ocultos para conseguir a una mujer? ¿Aunque esa mujer fuera Lia? Pensar en ella hizo que se le encogiera el estómago, ante la posibilidad de tenerla a su lado. Entonces comprendió el dilema al que se enfrentaba.

¿Y ocultar así el mayor descubrimiento de la Historia del hombre?


Pensar que el hombre no conoce nuestra existencia
—creyó captar un tono de reproche—
es un error bastante propio de tu especie: hace miles de años que tenéis constancia de ello, pero estáis tan recreados en vuestro egocentrismo que, a pesar de tener un rico legado en forma de leyendas, dibujos y otras historias que hablan de nuestra presencia aquí, os resistís a creerla. Sois como todas las especies inferiores, os creéis el mayor ser de la creación y no aceptáis a nadie por encima de vosotros, salvo unos dioses que os inventáis a medida para dominar a vuestros semejantes. La mera idea de un ser superior os asusta, dado lo que habéis hecho con el resto de las especies que pueblan vuestro propio planeta. Pero de resultas os habéis hecho un favor: para vosotros no existimos… aún, algo que disminuye el riesgo de vuestra autodestrucción. De ti depende que eso siga ocurriendo…

Alex suspiró, meditando sobre la profunda verdad que anidaba en el pensamiento que le acababan de transmitir: el hombre, egoísta y efímero por naturaleza, se cerraba en banda a la hora de aceptar que pudiera haber una inteligencia mayor en la naturaleza que la suya, a pesar de que era evidente que la había: de hecho, las pruebas estaban dispersas por todo el planeta, esperando a que alguien las aceptara de una vez. Y, por añadidura, estaba de acuerdo con los seres en que era mejor que su tecnología no cayera en manos equivocadas: básicamente, las de cualquier humano. Aun así había muchos cabos sueltos:

¿Y si os ayudamos nos vais a dejar vivir? ¿Cómo sé que no nos mataréis, al igual que hicisteis con Milas y…
—respiró hondo—,
Owl.


Al único ser humano al que hemos matado nosotros ha sido a ese hombre que yace en el suelo, que iba a…
—se hizo una pequeña pausa—
traicionarnos.

¿Entonces quién ha matado a Milas y a Owl?
—pensó desesperado—
. ¿Quién nos ha perseguido e intentado dispararnos?


Es algo que no nos concierne. Si tú no hubieras llegado, habríamos elegido a otro para nuestra misión.

Se dio cuenta de la inmensa crueldad que se escondía tras ese pensamiento.

¿Y… qué tendría que hacer?
, pensó, sin darse cuenta de que, implícitamente, estaba dando un importante paso.


Ayudarnos a recuperar los tres chips.

¿Y por qué no lo hacéis vosotros?
—esta vez el tono de furia lo puso él—
: estoy seguro de que tenéis tecnología suficiente para poder entrar donde os apetezca y coger lo que necesitéis. Acabáis de demostrarlo con Jules…
—la última imagen que les envió fue la de un Jules cociéndose en el interior de su propia piel, con los globos oculares estallando.


Nuestras armas son poderosas
—le interrumpieron ellos—
y nuestros camuflajes fiables, pero hay… unos límites físicos. Si entráramos en los complejos de seguridad donde están dos de los tres chips, tendríamos que erradicar a todos los que nos vieran o detectaran nuestra presencia. Necesitaríamos tiempo y asegurarnos de que no dejamos el más mínimo rastro. En otras circunstancias utilizaríamos armas mucho más potentes y efectivas que vuestras bombas nucleares o los pulsos electromagnéticos. Sin embargo, eso solo haría nuestra presencia más evidente, y nuestra misión es recuperar los chips sin dejar ninguna prueba de nuestra presencia. Si dejamos atrás una sola evidencia, habremos fracasado, por eso necesitamos recuperar los procesadores.

Al recibir aquellas últimas ideas, una luz se encendió en lo más hondo de su cerebro: ¡aún disponía de algo que podía usar contra ellos! Preocupado, trató de ocultar ese pensamiento en lo más profundo de su mente.


¿Qué pasará con esta nave?
—preguntó rápidamente e intentando dejar el resto de su mente en blanco.


Se desintegrará. Vosotros lo llamáis implosión.

¿Y Lia y yo? Si no queréis dejar pruebas de vuestra existencia…
—tragó saliva—
, indudablemente nos mataréis.

Un nuevo silencio se le hizo especialmente largo. Afortunadamente fue roto por un apresurado torbellino de ideas:

—Si recuperamos los chips…
—Alex retuvo el aire durante esta nueva pausa—
, eso no será necesario. En el poco probable caso de que os diera por relatar esta historia sin pruebas físicas, simplemente seríais dos personas más de las muchas que afirman haber entrado en contacto con seres de otro planeta. Nadie os creería, lo achacarían al estrés que habéis sufrido recientemente. El hombre no está dispuesto a aceptar nuestra existencia, y tampoco creemos que queráis correr el riesgo. Si volviéramos, entonces sí seríais un estorbo.

Alex tragó saliva a la vez que empezaba a vislumbrar una lógica demente en las ideas de esos seres. Sintió su cerebro excitado, en un estado casi febril, e intentó no llevarse por la euforia de lo que estaba viviendo. Intentando serenarse, pensó que, aparentemente, esos seres solo querían recoger las pruebas de su existencia y desaparecer. Si los ayudaba, privaría a la humanidad de uno de los mayores descubrimientos de la Historia. Pero él mismo había defendido frente a Jules —antes de convertirse en un guiñapo— que eso era lo mejor que podía ocurrir: si desvelaba la existencia de esos seres podría terminar desencadenando la desaparición del hombre, o al menos una de las etapas más oscuras de su existencia. Pero si los ayudaba, quizás evitaría eso…

Y conseguir a Lia
, pensó, ocultando inmediatamente esa idea en lo más hondo de su mente y dándose cuenta de que para él era imposible evaluar ese grave dilema con objetividad.

Other books

Whom Gods Destroy by Clifton Adams
The Sorceress of Belmair by Bertrice Small
Wicked Stitch by Amanda Lee
The Forbidden Temple by Patrick Woodhead
Ring of Truth by Ciji Ware