En el preciso momento en que el corazón de Alex dejó de latir, un monitor del Hospital Rafael Pascacio Gamboa de Tuxtla Gutiérrez detectó un súbito aumento de la frecuencia cardíaca de la paciente a la que estaba conectado. Nadie en el centro hospitalario conocía aún su identidad, a pesar de que llevaba nada menos que siete meses ingresada.
Ya estaba en coma cuando la encontraron unos turistas en las afueras de San Cristóbal de las Casas, una localidad ubicada a unos doscientos kilómetros de Palenque, al día siguiente de los extraños sucesos allí acontecidos. Sin embargo, nadie estableció una relación directa, ya que la CIA, como parte de su campaña de desinformación, propagó diferentes rumores en relación con los hechos, pero sin señalar muertos ni desaparecidos. Las autoridades locales tampoco pudieron ayudar demasiado, ya que nadie —ni en México ni en otros países con los que intercambiaban información— había denunciado la desaparición de una mujer de unos treinta años, con el pelo liso y los ojos azules.
Así que nadie sabía de dónde había salido aquella chica, cuya frecuencia cardíaca estaba aumentando por momentos, y que comenzó a sudar y a respirar de forma agitada.
La alarma del monitor saltó cuando la frecuencia alcanzó los ciento veinte latidos por minuto, y al mismo tiempo que una enfermera echaba a andar por el pasillo en dirección a la habitación, Lia abrió los ojos de par en par, incorporándose y sentándose como si alguien hubiera disparado un resorte. Respiró profundamente y, sin que nadie lo presenciara, profirió un grito agónico. En menos de cinco segundos volvió a caer de espaldas sobre el colchón, de nuevo inconsciente y agotada. No recordaba absolutamente nada.
Dos sanitarios de emergencias irrumpieron en el apartamento de Alex, acompañados por una pareja de agentes de la CIA.
—¡No tiene pulso! —dijo uno de ellos, arrodillándose junto al hombre que a todas luces debía de ser la víctima
—Pues no nos podemos permitir que muera… —respondió uno de los agentes entre dientes, mientras miraba a los hombres con una expresión que no dejaba lugar a dudas sobre el milagro que esperaba.
Los dos sanitarios captaron perfectamente la mirada que les había lanzado el hombre de raza negra, un gigante de casi dos metros que parecía dispuesto a asesinar si aquel individuo no salía adelante. Sin atreverse a decir nada más, y conscientes de sus escasas posibilidades de éxito, iniciaron las maniobras de reanimación.
Mail – Bandeja de entrada
De:
Alex Portago
Para:
Francisco Portago
Enviado:
jueves 15 de octubre de 2009 23:40
Asunto:
Por favor, entendedlo
Papá, Mamá:
Me resulta complicado escribir algo que probablemente haga que me odiéis durante el resto de vuestras vidas. Y sí, sé que va a ser así: aunque penséis que estoy enfermo, que necesito ayuda o que todo esto es culpa de «esa maldita chica», como decís vosotros, el único responsable de lo que va a suceder soy yo. Es algo que yo sé, y que vosotros entenderéis también con el tiempo. El problema es que lo que voy a hacer os va a destrozar vuestras vidas. No sabéis cuánto me gustaría que no fuera así, y que entendierais que es lo mejor para mí.
Sé que me queréis, y yo también a vosotros. Mucho. De hecho, es que os debo todo: he triunfado como médico y como informático, campos en los que además he logrado influir a nivel mundial. «Cambiar el mundo», es lo que siempre me decía papá. Y lo he hecho, pero ha sido gracias a vosotros: a los innumerables sacrificios y esfuerzos que habéis hecho por mí, a las horas de dedicación, desde pequeño, haciendo la tarea conmigo, pagándome los estudios universitarios y ayudándome luego para mi posterior viaje a Estados Unidos. Sé que siempre habéis estado a mi lado, pendientes de cada paso, cada clase, cada examen, cada triunfo. Y soy consciente de las alegrías que os han supuesto mis aciertos… y el sufrimiento de mis fracasos.
Uno de los mayores fracasos, precisamente, ha sido en la parte personal. Esta dependía de mí, y solo he podido ser feliz, en momentos determinados, con una mujer, que me ha correspondido de forma parcial y que ahora, desgraciadamente y por mi culpa, ya no existe. Sí, puedo seguir ayudando a los demás, podría incluso «salvar al mundo», como os dijo el presidente de Estados Unidos. El problema es que desde hace unas semanas mi vida se ha vuelto un infierno. Los dolores de cabeza y las pesadillas que os conté no han hecho sino aumentar, de forma que vivo en un limbo insoportable en el que apenas soy consciente de lo que ocurre a mi alrededor. Y por favor, entendedlo, no puedo más.
No penséis que lo que voy a hacer lo he decidido sin pensar antes en vosotros. Más bien al contrario, hacerlo es lo que me ha permitido seguir adelante estas últimas semanas sin rendirme. Os debo tanto y os quiero tanto que me resultaba un desprecio renunciar a todo lo que me habéis dado. Incluso la vida.
Pero desgraciadamente no puedo más, a pesar de toda la ayuda médica que me están proporcionando aquí. Y no puedo más, sabiendo que una mujer a la que quería ha muerto por mi culpa. Incluso sabiendo el daño que os voy a hacer con la decisión que he tomado. Así que imaginad lo desesperado que estoy.
Papá, mamá, sois de las pocas personas en el mundo que sabéis lo que realmente ocurrió hace siete meses. Y sé que nunca comprenderéis los motivos que me han llevado a tomar la decisión más dura y dolorosa de mi vida, más incluso que la que tomé en aquella maldita cueva. En ese momento arriesgué a Lia. Pero no sabía lo que iba a ocurrir.
Sin embargo hoy sé lo que va a ocurrir: mi muerte será un dulce alivio, dejaré de sufrir; pero sé el daño que os voy a hacer. Por eso os pido que no sufráis. Que comprendáis que lo hago por mí, egoístamente (como siempre he actuado), y que lo hago para dejar de sufrir. Porque estoy sufriendo. Y dudo que incluso vosotros prefiráis verme sufrir a dejarme descansar, que es lo que más deseo hacer, desde hace bastante tiempo.
Porque eso es lo que he decidido hacer, queridos papá y mamá: descansar. Lo necesito. No puedo más. Sé que os voy a hacer daño, y por eso solo os pido una cosa: llorad cuando leáis esto; llorad durante el funeral. Pero luego sonreíd, pensando en que estaré mejor. Porque os aseguro que voy a estar mucho mejor que ahora.
Por favor, hacedme caso. Y por favor, entendedlo.
Os quiero de verdad, de corazón, como solo un hijo puede querer a unos padres. En concreto, los mejores del mundo.
Alex.
Mail – Bandeja de entrada
De: Alex Portago
Para: Owl
Enviado: jueves 15 de octubre de 2009 23:54
Asunto: Game Over
Hola, Owl. O mejor dicho, hola, amigo.
Es curioso: te he escrito miles de correos de todo tipo, desde chorradas a problemas muy serios de mi vida. Pero con este voy a tener un serio problema. Porque no sé cómo voy conseguir explicarte por qué he decidido quitarme la vida.
Sí, es cierto, Owl, ya puedes cerrar la boca, que seguro que la tienes abierta de par en par. Y por favor, no intentes contactar conmigo, avisar a nadie, ni armar ningún follón. Ni siquiera a mis padres, que también habrán recibido un correo, y debes darles la opción de leerlo y asimilarlo en la intimidad. Cuando tú leas esto, probablemente mucho antes que mis padres (porque sé que siempre tienes el correo abierto), hará ya bastante rato que descanso, y por lo tanto nada que hacer.
Y digo descanso porque precisamente eso es lo que necesito. Estoy agotado, no solo en el plano físico. Ya te he contado miles de veces que no he logrado ser del todo feliz en mi vida. Sí, he pasado grandes momentos; de hecho, un buen puñado han sido contigo. Pero en el fondo (y lo sabes perfectamente) siempre me ha faltado algo: un título que conseguir, un premio que ganar, una publicación rechazada. Y, sobre todo, una persona. Ya sabes quién es.
Vale, es culpa mía haberme obsesionado con Lia. Pero es la única mujer por la que he vivido. Estoy de acuerdo en lo que siempre me decías, que había otras muchas dispuestas a hacerme feliz. Pero todas tenían el mismo inconveniente: no eran ella.
Y para colmo de males, cuando aparece la que podría ser la última oportunidad de lograr estar con ella, la embarco de forma egoísta y pueril en una aventura que todos sabíamos que iba a acabar mal. De hecho, tú has estado a punto de morir por mi culpa. Pero es que ella ya no está. Y sé que es duro, pero no logro concebir mi existencia sin Lia. Sin ella en este mundo, Owl, siento como si una parte de mí hubiera dejado de existir.
Para empeorar las cosas, ya sabes lo que estoy sufriendo por culpa de esos malditos dolores de cabeza. Eso, por no hablar de las pesadillas. Sé que me insistes en que seguro que tienen arreglo, pero lo siento, amigo. Cada día, desde que comenzaron, he estado menos convencido de ello, y hoy he llegado a la conclusión de que solo hay una solución posible para todo este sufrimiento.
Cuando leas esto ya estaré descansando, Owl. Solo te pido que releas el correo un par de veces antes de empezar a maldecirme, que entiendas bien mis motivos y, sobre todo, que me perdones el hecho de no haber podido más. Me conoces de sobra y sabes que soy un luchador. Pero hasta el luchador más fuerte se encuentra con ese duro momento en que siente que las fuerzas se le han agotado.
Owl, has sido uno de mis mejores amigos, probablemente el mejor. De mi paso por el mundo no me quedo con mis logros, triunfos o el maldito dinero que he ganado con mis ideas. Me quedo con el cariño de mis padres, lo que he vivido con Lia y con las tardes que he compartido contigo, la mayoría frente a un teclado, montañas de chips y una pizza. Me gustaría que compartieras ese recuerdo conmigo, si es que dondequiera que esté puedo verlo. Sé que esto es una chorrada, y que me maldecirás, a pesar de todo. Seguro que ya habrás pensado «¡Maldito estúpido!», o algo así. Y lo más probable es que lleves razón, que no haya nada «al otro lado» y que todo sea oscuridad. Pero, en caso de que lo que hay sea como lo que había antes de nacer, entonces tampoco será tan malo, ¿no?
Pero si lo hay, Owl —o mejor dicho, Jairo—, permíteme que lo alcance. No me maldigas ni me guardes rencor. Déjame irme como quiero, con el mejor recuerdo que puedo llevarme de esta vida, ese que tanto se me ha resistido durante toda mi existencia: el de las personas a las que he querido. Y tú eres una de ellas. Probablemente, ese hermano que no llegué a tener.
Ya sabes que no me gusta decir «adiós». Pero como no sabemos lo que hay después, me consolaré con un ilusionante…
… Hasta luego, amigo. Cuídate.
Alex.
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Edición en papel
Edición digital
BRUNO NIEVAS nació en Almería en 1973. Ha vivido unido a un teclado desde los diez años, cuando sus padres le regalaron un ZX Spectrum. Estudió Medicina en Granada y posteriormente en Madrid, donde obtuvo la especialidad de Pediatría. Tras volver a su ciudad natal, navegando por la red descubrió un programa para Mac que le ayudaría a lograr uno de sus sueños: escribir su primera novela,
Realidad aumentada
. Tras colgar la primera versión digital, logró 42.000 descargas y cosechó excelentes críticas en la red.
Gracias a este éxito fue poco tiempo después publicada por B de Books (sello digital de B), gracias a lo cual llegó a todas las plataformas de venta
online
de libros, copando durante meses las listas de más vendidos. Su fichaje causó sensación en el mundo literario español, pues por primera vez una editorial apostaba por una nueva generación de escritores independientes autopublicados.
Otros protagonistas de esta innovadora aventura editorial que llevará al papel los grandes
bestsellers
digitales son los escritores César García Muñoz, Antonia J. Corrales, Blanca Miosi, Esteban Navarro, Armando Rodera y Fernando Trujillo Sanz.
Bruno Nievas tiene su propia página web (
www.brunonievas.com
)
y una presencia muy activa en las redes sociales a través de sus cuentas en Facebook y Twitter (
@BrunoNievas
).