Reamde (5 page)

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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Reamde
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De niño, Richard creía que este rifle era El Rifle, pero más tarde Bud Rorgeson (el más longevo de los camaradas de papá) se rio al enterarse. Pero le explicó pacientemente que sujetar un rifle M1 descargado por el cañón y blandirlo como una porra para golpear los excelentes cascos de acero Krupp estaba muy por encima de las posibilidades de este equipo concreto y normalmente quedaba inútil. Después de que El Rifle fuera diligentemente inspeccionado por quien fuera que estuviese a cargo de repartir las medallas, fue desguazado. Este M1 de la pared, junto con la placa, había sido comprado como sobrante, limpiado, y entregado a papá por los soldados que sirvieron a sus órdenes y, según la historia, fueron salvados de la muerte o de una larga estancia en un campamento de prisioneros por el mencionado espasmo enloquecido de aplastamiento de cabezas estilo Berserker.

Sin sentirse demasiado amargado al respecto, Richard siempre se había preguntado por qué los hijos de Nicholas que se habían asentado y llevaban vidas ejemplares y estables en el Medio Oeste, incluso acudiendo a la iglesia, eran considerados como portadores de la herencia del hombre y que vivían siguiendo su ejemplo, puesto que el episodio más celebrado de la vida de ese hombre había sido matar a golpes a un puñado de soldados de asalto con una porra improvisada.

Tras la muerte de Patricia, cuando el largamente ausente Bob, o un abogado que lo representaba, les envió una carta con la sorprendente noticia de que reclamaba la custodia de Zula, la familia celebró un pequeño cónclave. Richard asistió por medio de un teléfono manos libres desde Columbia Británica. Los teléfonos manos libres eran una mierda, pero la tecnología le sirvió bien en este caso, ya que le permitía poner los ojos en blanco, llevarse las manos a la cabeza, y cuando la cosa se ponía realmente mal, pulsar el botón de silencio y ponerse a dar vueltas cabreado. John y Alice y sus abogados se comportaron de manera perfectamente racional, por supuesto, pero a él le parecieron un concilio de hobbits redactando una resolución para exigirle disculpas a los nazgul. Richard, en esa época, mantenía contacto regular con moteros entusiastas que tenían una rama en el sur de California eufemísticamente descrita como «activa». A través de sus buenos oficios, contactó con unos investigadores privados, poco convencionales en su aspecto y sus métodos. Estos hombres se dedicaron a descubrir cosas sobre la vida privada de Bob. Cuando el dosier que recopilaron tuvo un grosor aceptable (lo bastante pesado para lastimarte el pulgar cuando lo lanzabas casualmente a una mesa), Richard se subió a su viejo Land Cruiser y fue directamente de Elphinstone a Los Ángeles. Allí se registró en un hotel, se dio una ducha, y se puso exactamente el tipo de gruesa cazadora de cuero que usaría para ocultar una pistolera, si tuviera una. Dejó el Land Cruiser para que le hicieran un cambio de aceite y tomó un taxi hasta un establecimiento de alquiler de coches que le había recomendado un actor que había conocido en una taberna en el Schloss cuando este y su séquito estuvieron en Elphinstone para rodar una película. Allí alquiló un Humvee. No un Hummer, que era el pseudo-Humvee de entonces (era 1995), disponible en el mercado civil, sino un Humvee militar de verdad, de más de dos metros de ancho e, incluido el peso de los subwoofers, de tres toneladas de peso. Haciendo sonar el «Know your enemy» de Rage Against the Machine con su formidable equipo de segunda mano, apareció media hora más tarde para el encuentro en Denny’s y aparcó en el espacio reservado para discapacitados. Supo, desde el momento en que divisó el perfil encogido de Bob a través del escaparate del restaurante, que ya había ganado.

Fue una desgracia. Un puñado de los trucos más burdos imaginables. Eso solo habría convencido a un hombre mejor de que Richard iba de farol.

La futura ex novia de Richard de aquel momento se pasó varios años con la nariz apretada contra el cristal del hinduismo, y él se había visto sometido a conversaciones sobre avatares, maias, y todo lo demás. Al aparecer con este avatar, Richard estaba manifestándose exactamente del modo en que Bob lo había imaginado siempre. Y en tanto que Bob era ahora un enemigo declarado de la familia, Richard se convertía así en su peor pesadilla hecha carne.

El gambito funcionó. Pero Richard no se sentía cómodo con aquel avatar, hasta el punto de que acabó preguntándose de dónde demonios había salido. ¿Qué se había apoderado de él? Solo más tarde, después de hablar con Bud y meditar sobre la historia tras la Medalla de Honor comprendió que se había manifestado no como avatar de Richard, sino como avatar de toda su familia.

El partido de fútbol no terminó exactamente, pero como la mayoría, alcanzó un punto donde fue simplemente imposible verlo. Casi todos se marcharon. Richard acercó una silla y se sentó a la izquierda de su padre. Solo quedaron entonces los tres: John, Nicholas, y Richard. Patricia había muerto hacía catorce años. Jacob nació mucho después que los demás, cuando mamá casi estaba al borde de la menopausia, y todos comprendieron que fue un embarazo no deseado. No estaba muerto ni aquí, sino en Idaho, un estado a menudo confundido, por la gente de la costa, con Iowa, pero que de hecho era anti-Iowa en muchos aspectos, un lugar que la gente de Iowa solo visitaba para hacer algún tipo de declaración de principios.

Richard no tenía ni idea de cuál era el verdadero estado de consciencia de su padre. Desde el último puñado de miniembolias, había tenido poco que decir. Pero sus ojos seguían las cosas con bastante cuidado. Sus expresiones faciales y sus gestos sugerían que sabía lo que estaba pasando. Se sentía feliz ahora sentado entre sus dos hijos mayores. Richard se acomodó en su silla, cruzó los tobillos sobre la piel de oso, y se dispuso a pasar sentado un buen rato. Alguien le trajo una cerveza. Papá sonrió. La vida era bella.

Richard despertó y trató de hacer callar su teléfono, solo para descubrir que el clima local había absorbido toda la humedad de la yema de sus dedos, que no podían conseguir la presión virtual de las diminutas teclas de su interfaz de usuario. Después de lamer y soplar sus dedos pudo humedecerlos lo suficiente para que la máquina los reconociera a regañadientes como carne humana, respondiera a sus órdenes, y guardara silencio.

Buscó a tientas sus gafas de leer y pulsó la tecla de Calendario. Un recuadro verde brotó de la oscuridad e hizo que los vellos blancos de su pecho brillaran como matorrales verdiazules. Enfocó la mirada y leyó la etiqueta: VIAJE: SKELETOR.

Tras ampliar a una escala horaria mayor, vio buenos presagios de color: no había nada rojo para la siguiente quincena, y cuatro sólidos días en verde (el color de los negocios) a la vuelta de la esquina.

El azul era el color de la familia y otras actividades personales. Ayer, por ejemplo, fue una placa azul de dieciséis horas etiquetada RE-U.

Después de VIAJE: SKELETOR había otras enormes placas verdes etiquetadas → IDM, que, como Richard sabía bien, era el código del aeropuerto de la Isla de Man. Luego VASALLAJE D2 y finalmente → MAR.

El rojo era para las visitas médicas y el pago de impuestos. Una semana que estuviera aunque fuese levemente moteada de rojo era un alivio cuando llegaba a su fin. El azul no era tan malo como el rojo, pero tendía a infiltrar regiones vecinas de verde y fastidiarlas. Eran raros los momentos en que el tiempo azul podía convertirse en verde; por ejemplo, ayer cuando se dio cuenta de que Zula debería estar trabajando para la Corporación 9592.

Despertar en modo verde y luego pasarse todo el día así era la única forma de hacer algo. Así que la física del color dictaba que tenía que largarse del hotel sin tener ninguna relación más con la gente de la reunión que ya llenaría el salón de desayunos del Ramada y ocuparía el vestíbulo.

Comprobó por el teléfono y permaneció de pie en absoluto silencio, mirando por la cámara, hasta que ya no pudo ver a ningún Forthrast en miniatura en traje de baño yendo o viniendo de la piscina. Luego salió del motel por una puerta lateral y dirigió el Grand Marquis hacia una gasolinera un kilómetro más abajo, solo para quitarse de en medio claramente. Echó gasolina a la máquina y compró una taza de café y un plátano para el camino. Conectó el GPS de a bordo y empezó a copiarlo con su interfaz de usuario.

El Aparcamiento de tráileres Possum Walk ya no estaba incluido en la base de datos de los «puntos de interés», así que tuvo que contentarse con repasar la región Nodaway del noroeste de Misuri. Como no esperaba ver más que una oficina de correos y tal vez un parque estatal, se sintió desazonado y fascinado cuando apareció un icono a baja resolución de un humanoide de orejas puntiagudas con largas trenzas azules con la etiqueta de REINO DE KSHETRIAE. Una búsqueda posterior le informó que era parte de un complejo superior de temática K’Shetriae que incluía un parque de atracciones y una tienda de saldos. No fue capaz de elegir este lugar como destino y permitió tímidamente que la máquina lo dirigiera hacia la capital del condado.

Al salir de la ciudad, profundamente preocupado por el hecho de que la raza cuasi-élfica conocida como los k’shetriae estuviera imbuida (aunque sin el controvertido apóstrofe) en los chips de memoria de los sistemas de GPS del mundo real, casi se empotró en la parte trasera de lo que hacía las veces de un atasco de tráfico por aquí: compradores del Viernes Negro
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intentando meter sus vehículos en el aparcamiento, y sus cuerpos por la puerta, del Walmart. En los viejos tiempos habría frenado juiciosamente, deteniendo el enorme vehículo, pero en ese momento sabía que podía confiar en los frenos ABS, así que tan solo pisó el pedal a fondo y esperó. El pedal tembló bajo su pie. La blanca teta de plástico de su taza de café para llevar descargó una burbuja de café y su plátano rebotó como un bumerán en la tapa de la guantera. Richard observó sin pasión ninguna cómo la parte trasera de una camioneta se volvía cada vez más enorme ante su parabrisas, no muy distinta a un artículo de calendario al aparecer en la pantalla de su teléfono. No hubo ninguna colisión. El conductor le hizo un gesto obsceno con el dedo. Un semáforo cambió y el tráfico aceleró. Poco después, Richard se encontró en la interestatal, rumbo al sur. Pronto se aburrió, y pasó a carreteras de dos carriles, para gran decepción de su GPS.

A pesar de su azarosa escapada del Ramada, su cerebro estaba repleto de cosas de la familia. ¡Se había despertado en el color equivocado! Tenía que borrar de su mente todo rastro de azul y conseguir verde pleno antes de llegar a la frontera Iowa/Misuri.

Porque esto no era solo una reunión amistosa. Los detalles de la conversación de hoy, las cosas que se quedaron por decir, o se dijeron de forma equivocada, podrían haber tenido caras consecuencias. El día después de Acción de Gracias podía ser festivo para la mayor parte del país, pero no para Skeletor. La pueblerina costumbre estadounidense de comer pavo no interesaba en absoluto a la clientela hiperinternacional que Richard y él compartían. E incluso sus jugadores americanos, aunque podían haber dedicado unas cuantas horas ayer a las obligaciones familiares, dedicarían la mayor parte del día de hoy a buscar oro virtual y perseguir la gloria vicaria en el mundo de T’Rain, haciendo de este uno de los días más intensos para los servidores de la Corporación 9592 y los administradores del sistema que los mantenían en funcionamiento.

Pero su mente seguía pasando al azul. Era como un puzle en un videojuego: tenía que descubrir qué era realmente lo que le estaba molestando. No eran las Musas Furiosas; después de un breve aullido de furia cuando casi chocó contra la parte trasera de la furgoneta, habían permanecido en silencio durante horas.

En algún lugar en las cercanías de Red Oak, finalmente sumó dos y dos: fue la breve pero incómoda conversación con el pariente político respecto a la Wikipedia.

El contenido de la entrada en Wikipedia no era el tema. Lo que le molestaba a Richard era el simple hecho de que una cosa así existiera y que le hubiera recordado bruscamente un momento en que solo quería ser Dodge y visitar la antigua casa y hacer cosas normales de Iowa.

La entrada en cuestión comenzaba con un resumen de lo que Richard era ahora, y se completaba con detalles biográficos solo cuando parecían relevantes a los misteriosos acosadores/eruditos que compilaban esos documentos. No era lo suficientemente importante, y la entrada era insuficientemente larga, para incluir una sección bibliográfica que cubriera toda la historia de forma narrativa. Cosa que le parecía un error, ya que la única forma de encontrar sentido a lo que era ahora era contar la historia de cómo había llegado hasta ahí.

Cuando pasó aquella piel de oso por los montes Selkirk, lo hizo sin ningún plan (incluso sin un motivo), y desde luego sin mapa. Los montes eran empinados y rocosos. El sol brillaba en ellos como una antorcha. No había arroyos. Los intentos por descender a aquellos valles de frío aspecto quedaron frustrados por la intensidad de la vegetación, llamada «pelaje de perro» por las pocas personas que vivían en estos parajes, al parecer porque hacían sentirse al viajero como una pulga que deambulara por los cuartos traseros de un chucho. Medio loco de hambre y cansancio, atravesó una larga pendiente rocosa que desembocaba en los restos de una mina de plata muerta, y luego bajó por un cinturón de pelaje de perro y, sorprendentemente, llegó a un bosquecillo de viejos cedros. Décadas más tarde aprendería el término «microclima». En ese momento, solo sintió que había atravesado un agujero de gusano para llegar a un húmedo y helado bosque tropical encaramado sobre el Pacífico. El dosel de la vegetación era tan denso que ahogaba el suministro de energía de todo lo que había debajo, así que el lugar estaba piadosamente libre de matorrales, y un arroyuelo corría por el centro desde un manantial situado más arriba en la pendiente. Tal vez fue solo un golpe de calor y una bajada de azúcar en la sangre, pero sintió algo sagrado. Se quitó la mochila y se sentó en el arroyo y dejó que su fría agua explorara sus ropas, se tendió de espaldas, jadeó de frío, se volvió boca abajo, bebió.

Su fantasía de que era el primer humano que ponía el pie en este sitio se quebró momentos después cuando advirtió, a pocos metros del arroyo, los cimientos de una antigua cabaña de una sola habitación. Ahora mismo la ocupaban los restos de su propio tejado. La putrefacción y las hormigas carpintero la habían reducido a una masa de astillas que apartó con sus manos desnudas, hasta que una fría sensación de corte le advirtió que acababa de rebanarse un dedo con algo innaturalmente afilado. Investigando con más cuidado después de vendar el corte, encontró una caja de whisky que había sido reducida a añicos por el desplome del tejado. Había seguido sin saberlo un antiguo sendero de contrabando de whisky de los días de la Prohibición. Esta cabaña era un depósito de contrabandistas.

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