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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (84 page)

BOOK: Reamde
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El descubrimiento de la unidad wi-fi con disco duro incorporado bajo las escaleras de Peter colocó a Richard en una bifurcación distinta en el camino. Sabía que esta casa tenía tantos indicios de fechorías que la policía tendría que enviar a alguien a investigar. La relación física entre este escenario y Zula (su coche estaba aparcado justo en medio) podría insuflar un poco de energía al investigador de su desaparición. Pero Richard ya había recurrido a la policía y descubierto que no era tan productivo como ir por ahí con un martillo y conseguir los servicios de hombres con sopletes de oxiacetileno.

Sin embargo, por otro lado, si los policías se ponían por fin serios al respecto, podrían hacer cosas que él no podía, como acceder a los archivos telefónicos y de vehículos.

Así que adoptó una estrategia de prevención. Desenchufó el wi-fi, lo metió en su coche y se dirigió a las oficinas en Seattle de la Corporación 9592. Allí había un departamento de informática, que tenía un pequeño laboratorio donde montaban y reparaban ordenadores. No había nadie: era domingo. De una manera que levantaría chispas al día siguiente por la mañana cuando los técnicos que vinieran a trabajar advirtieran sus manejos, Richard abrió las cajas de herramientas y sacó ordenadores del inventario y causó un grave alboroto en las mesas de trabajo de todo el mundo. Abrió el receptor wi-fi y sacó el disco duro. Siguiendo instrucciones sacadas de Internet, incluyendo incluso un vídeo de You Tube, lo conectó a un ordenador e hizo una copia de todos los archivos en el disco duro. Luego devolvió el aparato al edificio de Peter, donde lo enchufó y lo dejó tal como estaba antes.

Y entonces llamó a la policía.

Por mucho que quisiera quedarse por allí y verlos investigar el escenario del delito, sabía que lo primero que harían sería expulsarlo del lugar y rodearlo de cinta amarilla. Así que se quedó el tiempo suficiente para contarle al primer policía que llegó una versión drásticamente recortada de lo sucedido en el día. Admitió haber cortado el candado y luego haber deambulado un rato por el apartamento, pero no dijo nada de sus otras actividades.

Luego regresó a la Corporación 9592. Por el camino, se le ocurrió que acababa de confesar haber sido protagonista de una allanamiento, pero de algún modo le parecía que Peter no iba a presentar cargos. Atascado en el tráfico por una inmisericorde combinación de un partido de los Sounders y un tren de carga lentísimo, llamó a C-plus. Tenía uno de esos artilugios donde su teléfono enviaba vía Bluetooth la conversación al sistema de radio del coche. El volumen estaba demasiado alto: una andanada de ruido casi voló las ventanillas del vehículo. Una mezcla muy poco habitual de gritos, estrépito de metal, y respiración entrecortada. Lo bajó rápidamente.

—Richard.

—C-plus. ¿Ocupado?

—¿Y cuándo no?

Al fondo, alguien gritaba monosílabos en latín. Había un soniquete rítmico.

—¿Qué demonios estás haciendo?

—Maniobras —dijo C-plus. Luego hubo algún tipo de interrupción, el sonido de una mano cambiando el teléfono.

—¿Estás con la Guardia Nacional?

—Grupo de recreación de la legión romana —explicó C-plus.

—¿Entonces estás haciendo maniobras con sandalias y faldita?

—La
caliga
romana es mucho, muchísimo más que una sandalia, al menos en lo que se refiere al término según lo interpretan los contemporáneos —contestó C-plus—. Para empezar...

—De acuerdo, cierra el pico.

C-plus suspiró.

—¿Quieres implicarte en algo mucho más interesante que en lo que te pagan?

—Richard, si estás intentando atraparme para que deje mi trabajo...

—Nada más lejos de mis intenciones.

—Incluso así, déjame decirte que mi trabajo es increíblemente interesante e inspirador.

—Tomo nota —dijo Richard—, pero necesito tu ayuda con un proyecto personal. Una especie de investigación detectivesca.

—¿El proyecto REAMDE?

La pregunta le pareció un poco extraña a Richard y la sopesó durante unos segundos.

—No —dijo—. Si fuera cosa de virus informáticos, ni siquiera habría intentado engañarte para que pensaras que es interesante.

—¿De qué se trata entonces?

—Ven al laboratorio informático y te lo explicaré.

Corvallis alzó la voz.

—¡Mi legión lleva tres meses preparándose para estas maniobras! Tengo responsabilidades como
pilus posterior
de mi cohorte...

—Se trata de Zula —dijo Richard—. Es importante.

—Estaré ahí dentro de media hora.

Richard llegó a la oficina unos quince minutos después, recuperó el ordenador del laboratorio y lo llevó a una pequeña sala de reuniones, donde lo enchufó y lo conectó a un monitor. Corvallis apareció vestido con una túnica de lana blanca gastada que Richard temió que se hubiera tejido él mismo en un telar de estilo romano. Había cambiado sus
caligae
por zapatillas deportivas. Sin perder el tiempo, se acomodó ante el ordenador y empezó a rebuscar en los archivos que Richard había copiado del aparato wi-fi de Peter. Los archivos y directorios tenían nombres no intuitivos generados por ordenador, y Richard no reconoció ninguno de los formatos empleados.

Mientras tanto, la curiosidad pudo con Richard.

—Oye, dime, cuando te dije lo del problema detectivesco, ¿cómo pensaste que tenía que ver con REAMDE?

Corvallis se encogió de hombros.

—Sé que Zula ha estado trabajando en eso contigo.

—¿De veras?

Richard se sobresaltó, pero entonces recordó algo que Corvallis había dicho hacía unos cuantos días, en el Prius, respecto a que Zula había ayudado de algún modo a estrechar a Xiamen la localización del autor del virus.

—¿Cuánto tiempo hace que conoces esta supuesta colaboración entre Zula y yo?

—Desde el martes por la mañana.

—¿El martes por la mañana?

—Oh, Dios mío, Richard, tranquilízate.

—¿A qué hora el martes por la mañana?

—Temprano. Podría comprobarlo en mi teléfono.

Silencio.

—¿Qué coño está pasando, Richard?

—Es lo que dije por teléfono: Zula y su novio han desaparecido. Nadie ha visto ni ha sabido nada de ellos desde hace casi una semana.

Esto hizo que Corvallis se diera la vuelta y dijera «Oh, Dios mío» en un tono completamente diferente.

—¿Cuándo desaparecieron?

—Bueno, C-plus, resulta que uno de los problemas de desaparecer es que resulta difícil establecer el momento exacto en que se produce. Si me hubieras preguntado hace veinticuatro horas... —Richard hizo una pausa, repasando los recuerdos del último día.

Veinticuatro horas antes, ni siquiera era consciente, todavía, de la desaparición de Zula.

—Digamos que, por lo que sé, eres la última persona que habló con ella.

—Oh.

—¿Así que de qué coño hablaste con ella?

—Suéltame los hombros, por favor.

—¿Hmm?

—No me ayuda, y además me dificulta teclear.

—De acuerdo —Richard relajó su tenaza sobre la túnica de lana y se apartó de Corvallis, las manos al aire.

—Zula había estado despierta toda la noche (la del lunes al martes), jugando.

Richard comprendió que se refería a jugar a T’Rain.

—Dijo que estaba investigando algunos movimientos de oro conectados con REAMDE.

—Parece un poco extraño —señaló Richard—. Localizar virus no es su departamento.

Corvallis oyó una refutación en eso y se ruborizó un poco.

—Es difícil de creer, pero en ese momento yo no había oído hablar de REAMDE. ¿Y tú?

—No —confesó Richard.

—Así que acepté a pies juntillas lo que ella dijo. Era un proyecto especial que tú le habías encargado.

—Muy raro por su parte mentir de esa manera —observó Richard.

—Sea como sea, necesitaba identificar a un jugador que le había lanzado un hechizo en algún momento de la sesión de juego.

Corvallis sacó su portátil y empezó a teclear mientras hablaba; y al hacerlo, sus frases pasaron a ser fragmentos.

—En las montañas Torgai —tecleaba, tecleaba, tecleaba—. Masacre total.

—¿Era un miembro de su partida?

—No. Luchaban unos con otros. Murieron muchos. No entendí por qué en ese momento.

—Porque no sabías nada de REAMDE y los bandidos y todo eso.

—Sí —dijo Corvallis, ausente. Tras teclear unos quince segundos, añadió—: Ya.

Richard se inclinó hacia delante, buscó en el hueco que corría por el centro de la mesa, y sacó un cable de vídeo, que le lanzó a Corvallis, quien lo enchufó a su portátil. La pantalla de proyección situada al fondo de la sala se iluminó con una imagen que era principalmente líneas de texto inescrutable (para Richard), el resultado de diversas búsquedas que C-plus había estado haciendo en la base de datos. En ese momento se mostraban los perfiles de dos personajes. Eran solo largas cadenas de números y palabras. Corvallis tecleó una orden que hizo que dos ventanas aparecieran en la pantalla, cada una mostrando el perfil del personaje de una manera más cómoda para el usuario: una versión en 3D de una criatura de T’Rain, el nombre del personaje en un pequeño recuadro, tablas y datos de estadísticas vitales. Como un dosier policial que hubieran hecho de forma artística unos clérigos medievales. Una de las ventanas mostraba a un personaje femenino a quien Richard reconoció como perteneciente a Zula. El otro estaba presentado en una ventana cuya paleta de colores, tipo de letra y arte decían «Mal». El retrato no era fijo, sino que seguía cambiando entre diversas especies distintas, una de las cuales era un t’kesh pelirrojo.

—¿Quién es el Metamorfo t’kesh maligno? —preguntó Richard.

—El personaje que acompañó a Zula todo el tiempo que estuvo conectada esa noche —dijo C-plus—. Pertenece a un cliente antiguo llamado Wallace, de Vancouver. Pero la noche en cuestión —(tecleo)— Zula y él estuvieron conectados desde el mismo lugar —(tecleo)— en Georgetown.

—Eso concuerda con lo que he visto hoy. El coche de Zula y un coche deportivo de Columbia Británica están los dos aparcados en el
loft
de su novio en Georgetown.

—Así que deben de haber estado allí la noche en cuestión...

—Y ese es el lugar donde «desaparecieron». Una palara que me gusta menos cuanto más la utilizo. ¿Puedes decirme algo más sobre ese Wallace?

—No sin violar la política de privacidad de datos de la compañía.

Corvallis se encogió ante la mirada que le dirigió Richard y volvió a teclear.

Un perfil de cliente apareció en la pantalla, mostrando el nombre completo de Wallace, su dirección, y algunos datos sobre sus hábitos de juego en T’Rain. Una estadística llamó la atención a Richard.

—Comprueba su última conexión.

—El martes por la mañana —dijo C-plus—. No ha vuelvo a entrar desde entonces.

Tecleó un poco más y recuperó una ventana que mostraba las estadísticas de uso de Wallace, cubriendo todo su tiempo como cliente de T’Rain.

—No ha estado tanto tiempo sin conectarse desde hace dos años.

—¿Y Zula?

—Lo mismo —dijo C-plus—. No ha vuelto a conectarse. Y una cosa más. Ninguno de los dos desconectó limpiamente el martes por la mañana. Sus conexiones se interrumpieron al mismo tiempo, y el sistema los expulsó automáticamente.

—No me sorprende —dijo Richard, recordando los cables cortados en el taller de Peter—. Alguien entró y cortó el cable de Internet con un cuchillo mientras estaban jugando.

—¿Quién haría eso? —preguntó Corvallis.

—Peter frecuentaba gente poco recomendable —dijo Richard.

Esto se parecía obviamente tanto a la clásica invasión del hogar/asesinato múltiple típico del negocio de la droga que Richard tuvo que recordarse por qué se molestaba en seguir pensando siquiera en ello.

—Zula quería algo de ti. Justo antes de que todo esto pasara.

—En realidad fue después —dijo Corvallis.

—¿Qué quieres decir?

—La conexión se cortó a las 7.51 —Corvallis cogió su teléfono y comprobó las llamadas durante unos minutos—. Zula me llamó a las 8.42.

—Muy bien. Eso es interesante. Te llamó a las 8.42 y te contó esa historia de que estaba trabajando conmigo en la investigación de REAMDE y dijo que tenía que saber quién le había lanzado un hechizo a su personaje.

—Sí, y resultó que era un jugador chino que conectaba desde Xiamen.

—Y así fue como te diste cuenta de que el virus se originaba allí.

—Sí.

—Entonces me estás diciendo que Zula fue la primera persona en descubrirlo.

—Sí.

—Eso me parece superraro.

—¿Y eso?

—Porque si dejas fuera toda la parte de REAMDE y Xiamen de la historia, esto parece muy sencillo. Peter tenía líos de drogas o algo. Se metió a hacer negocios con la gente equivocada. Esa gente entró en su apartamento y lo secuestró y se lo llevó y lo mató, y como Zula estaba allí casualmente, hicieron lo mismo con ella. Pero eso no encaja con ese tal Wallace, y desde luego no encaja con el hecho de que Zula al parecer rastreó REAMDE en Xiamen casi en el mismo momento exacto en que ella y todos los demás del apartamento desaparecieron.

—Wallace parece tener un perfil de Internet muy bajo.

—Sí.

Richard había estado observando la gran pantalla mientras Corvallis buscaba al tipo en Google y encontraba muy poco: casi todo páginas genealógicas que no les servían de nada.

—Apuesto a que sé qué aspecto tiene —dijo Richard, recordando al tipo con el que Peter había mantenido la misteriosa conversación en el Schloss—. ¿Qué sabemos de la gente que creó REAMDE?

—Ese no es mi departamento —le recordó Corvallis—. Lo está investigando gente especializada en esas cosas.

—Chavales hackers de China, es lo que he oído.

—Yo también.

—Parece improbable que tuvieran los medios para organizar una invasión doméstica en Seattle con unas pocas horas.

—A menos que tenga amigos o socios que vivan aquí. Hay gente patibularia en D. I.

Corvallis se refería al Distrito Internacional, no muy lejos de Georgetown. Tal como eran las Chinatowns de la Costa Oeste, era pequeña (nada comparada con la de San Francisco o Vancouver) pero seguía siendo capaz de causar la ocasional masacre en los garitos de juego surgida de una novela de Fu Manchú.

—Pero aunque la gente de REAMDE supiera que Zula los había localizado, ¿cómo pudieron encontrarla en el
loft
de Peter en Georgetown?

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