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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (79 page)

BOOK: Reamde
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—Entonces será difícil encontrarlo.

—No tan difícil. Verás —dijo Sokolov. Plantó ambas manos sobre la columna, se empujó, cayó al agua que ahora llegaba hasta las rodillas, miró por encima del hombro de Olivia, tratando de situar la localización del bote por el sonido—. Los servicios de inteligencia tendrán grabaciones del radar. Ahora que sabes dónde despegó, en qué dirección fue, puedes seguirlo en las cintas durante un tiempo. Encontrar pistas. Descubrir adónde puede haber ido. Estrechar el cerco. Y entonces —se volvió a mirarla a los ojos—, decirme adónde fue el hijo de puta.

—Si sigue vivo dentro de dos semanas, te lo diré.

—Adiós —dijo él—. Te daría un beso pero no quiero estropear ese maquillaje profesional.

—Ya está estropeado —señaló ella.

—Muy bien, pues.

La rodeó con los brazos y le dio un beso largo e intenso. Luego le hizo darse media vuelta y apoyó su espalda en la columna, apartándola de la corriente. Luego se volvió inmediatamente, se puso la capucha del impermeable y empezó a avanzar hacia el sonido del barco que ronroneaba en algún lugar de la niebla.

—Vete caminando ahora o tendrás que nadar más tarde —le advirtió, mientras desaparecía.

A pesar del buen consejo, Olivia esperó, pues quería oír el sonido del motor del barco acelerar para llevárselo de allí.

Lo que oyó en cambio fueron tres descargas de pistola ametralladora. Luego una serie de chasquidos esporádicos. Seguido del sonido del barco marchándose a toda velocidad.

Después de un par de horas, Marlon subió al puente con un servicio de té y un par de paquetes de raciones militares. Mientras las engullían, Csongor le mostró la carta de las Pescadores y explicó el rumbo que habían estado siguiendo, que esperaba que los llevara al centro del grupo de islas en unas cuantas horas más.

Csongor bajó entonces a uno de los camarotes, se metió en una cama y se acomodó con cuidado, ya que sabía que se quedaría dormido al instante y no se movería hasta despertar.

Lo que lo despertó fue una súbita sacudida del barco. Csongor fue incapaz de decir la hora, pero notó que había dormido durante un buen rato: tenía la vejiga llena y se sentía descansado. Pero la luz del día asomaba todavía a través de las portillas. Se levantó y se tambaleó hasta el baño y orinó, luego abrió la puerta del camarote contra las fuerzas del viento y (porque el barco estaba escorado) de la gravedad. Algo lo golpeó en la cara, a medio camino entre la lluvia y la bruma. No pudo ver más que unos pocos cientos de metros en cualquier dirección.

El motor seguía en marcha. Eso era buena señal.

Subió al puente donde Marlon estaba plantado exactamente como lo había visto por última vez. Según el reloj digital del mamparo, eran poco más de las tres de la tarde, lo que significaba que Marlon había estado pilotando el barco él solo durante siete horas. Apartó el rostro de la pantalla del GPS para mirar a Csongor, quien se inquietó al ver el aspecto de su cara: macilenta, demacrada por el cansancio y el estrés.

—Este es el peor videojuego de todos los tiempos —dijo.

—Bastante aburrido —reconoció Csongor.

—Aburrido y no funciona —coincidió Marlon—. La interfaz de usuario es una mierda.

—¿Qué clase de problemas tienes?

—No va adonde le señalas.

«No va adonde le señalas.» ¿Qué podía significar eso? Csongor se acercó y miró la pantalla del GPS, que mostraba el rumbo que habían estado siguiendo durante el tiempo que había pasado dormido. Esperaba ver una línea recta que apuntara directamente a las Pescadores. En cambio, vio un rumbo que se curvaba gradualmente hacia el sur, y luego se desviaba al norte para después curvarse de nuevo hacia el sur. Cuando se dio cuenta, intentó corregirlo apuntando el barco hacia el otro lado. Pero el resultado fue que estaban un poco al sur de la latitud de los Pescadores en este punto, quizás a diez kilómetros de la más cercana de las islas, con rumbo nor-noroeste en un esfuerzo de volver hacia ellas.

La bruma se había convertido en lluvia, que salpicaba las ventanas de proa y babor.

—Vamos contra el viento —dijo Csongor.

—Ahora sí —respondió Marlon—. Pero eso es nuevo. Algo más nos desviaba hacia el sur.

—Debe de ser alguna corriente del estrecho.

—¿Corriente?

—Como un río, un cauce de agua del sur.

—¡Mierda! —dijo Marlon—. Ya estaríamos allí si lo hubiera sabido.

—Bueno, no —respondió Csongor—. Va adonde quiere.

La vibración que habían estado sintiendo en los pies todo el rato se convirtió en una serie de toses y estertores, se restableció durante unos instantes, y luego cesó.

—Nos quedamos sin combustible —dijo Csongor.

—Fin de la partida —dijo Marlon.

—No —repuso Csongor—. La partida continúa. Solo hemos llegado al siguiente nivel.

El mango del martillo de herrero era de plástico amarillo brillante, un detalle escandaloso para Richard, que había recorrido todo el pasillo del Home Depot intentando encontrar algo menos dolorosamente embarazoso hasta que el encargado insistió en que hiciera su elección y se marchara: era la hora de cerrar, las nueve.

De pie ante la puerta del apartamento de Zula a las nueve y cuarto, agarrando la ridícula herramienta con guantes de trabajo flamantes, diseñados ergonómicamente (una compra impulsiva, cogida de los expositores al final del pasillo mientras el encargado lo apuraba hacia las cajas), advirtió por qué no le gustaba: parecía una martillo de combate de T’Rain. Darse cuenta de eso lo asaltó con tanta fuerza que falló su primer golpe, que rebotó en el marco de la puerta y casi se llevó su rodilla por delante. Entonces tomó el control, no solo del mango de plástico amarillo, sino de sí mismo, y golpeó de nuevo, incorporando las caderas al movimiento y acertando. La puerta prácticamente explotó. Suponiendo que Zula apareciera sana y salva, tendría una charla con ella sobre las virtudes de la seguridad física y dedicaría una tarde a arreglarle la puerta.

O reemplazarla, para ser exactos, ya que no quedaba mucho de esta.

—Podéis apagar la música ya —les dijo a James y Nicholas, que estaban cinco escalones más atrás, acobardados como uno solo. James y Nicholas, una pareja gay vecina de Zula, vivían en el apartamento de abajo y resultó que habían desarrollado un interés casi paternal en ella. Antes, en las horas olvidadas en que Richard intentó (¡ja!) hacer esto a través de los cauces oficiales, le habían asegurado a Richard que se pusiera en contacto con ellos a cualquier hora del día o de la noche si había algo que pudieran hacer para ayudarle a llegar al fondo de la desaparición de Zula. Tres minutos antes, Richard había puesto su ofrecimiento a prueba en múltiples niveles, llamando tarde para preguntar cómo se sentirían si oyeran varios golpes fuertes arriba. Resultó que cumplieron su palabra e incluso se ofrecieron a subir la música del tocadiscos durante un rato por si eso ayudaba a cubrir cualquier ruido que pudiera perturbar la paz nocturna de la vecindad. Aceptar los necios procedimientos policiales, al parecer, no tenía nada que ver con ser gay.

Ni con tener una sobrina desaparecida.

—Agradecería que la bajarais —dijo Richard, y entonces James y Nicholas comprendieron que quería que se fueran un minuto o dos. Se dieron media vuelta y bajaron las escaleras alfombradas. Ocupaban las dos primeras plantas, y Zula la tercera, de una gran casa antigua en Capitol Hill: el barrio de nombre más extraño de Seattle, ya que Seattle no era una capital y nunca había sido agraciada con nada que se pareciera a un capitolio.

Esta parte (entrar en el apartamento y encender las luces) fue con diferencia lo peor para él, ya que tenía miedo de lo que pudiera encontrar. Crecer en una granja lo había expuesto a unas cuantas visiones súbitas y desagradables que nunca había podido borrar de su memoria. Pero sabía que Zula apuñalada o estrangulada en el suelo de su apartamento sería lo último que recordaría en el momento de su propia muerte; y entre este y el presente lo asaltaría en momentos imprevisibles.

En cambio todo lo que encontró fue a un gato furioso maullando y dando vueltas a una bolsa de comida para gatos vacía cuyo contenido había desparramado por el suelo. Bebedor de taza de váter, por proceso de eliminación. Aparte de eso, todo estaba en orden: ningún resto de comida en la mesa, ninguna luz encendida. Comprobó el armario y advirtió que el abrigo grueso de Zula no estaba allí, no vio ningún esquí ni ninguna de las otras cosas que había traído en el viaje al Schloss. Todo lo cual confirmaba la sospecha, bastante grande de entrada, de que nunca había vuelto a su apartamento después de aquel viaje.

Eso no significaba que estuviera viva, ni siquiera bien. Pero aliviaba el más horrible de sus temores. Lo que le había sucedido no podía ser tan malo como aquello para lo que se había estado preparando hacía diez segundos.

Y le daba algo para escribir a casa. O lo que fuera el equivalente en la era de Facebook.

Sacó su teléfono, ignoró cuatro mensajes de texto de su hermano John, y tecleó uno: EN APTO DE Z. TODO NORMAL.

John, todavía en Iowa, parecía pensar que Richard olvidaría la seriedad de la situación sin recordatorios frecuentes. El maldito invento de los mensajes de texto había eliminado cualquier inhibición que John pudiera tener sobre lo que aún denominaba «llamadas de larga distancia». En la parte positiva, permitía a Richard enviar informes de situación como este sin tener que establecer contacto personal.

Sin embargo, a favor de John, había que decir que después de un par de palabras de protesta de Richard, se había nombrado el único punto de contacto de la familia con Seattle. Así que al menos Richard no tenía que explicar sus progresos, o su carencia de progresos, a todos los miembros continuamente. De esa tarea se encargaba John, a través de una página de Facebook.

Richard no había visto la página todavía (no le parecía bien dedicarse a eso en un momento como este), pero suponía que debía de contener un montón de información detallada sobre lo que el Departamento de Policía de Seattle estaba y no estaba dispuesto a hacer en respuesta a un informe de personas desaparecidas. Pues Richard había cometido lo que ahora le parecía un error imperdonable contactando con las autoridades y presentando una denuncia. Esto lo colocó en una situación en la que lo único que podía hacer era darle la lata al oficial encargado del caso; y dicho oficial ya le había explicado que, a menos que hubiera pruebas de un crimen real, no había mucho que pudieran hacer en cuanto a investigación directa y activa.

Tecleó un nuevo mensaje. Z NUNCA VOLVIÓ AQUÍ DESPUÉS DE C.B.

John contestó quince segundos más tarde: CONTACTA RPMC. Richard ya le había mencionado (y quizás había sido un error) que no pasaba un invierno en el Noroeste del Pacífico sin que al menos un coche se cayera desde una carretera de montaña y acabara atrapado en un banco de nieve, donde sus ocupantes, si habían sobrevivido, tenían que alimentarse con nieve derretida mientras esperaban un rescate que, en muchos casos, no se materializaba nunca. La nieve había desaparecido en las cotas más bajas, pero si Peter y Zula habían decidido seguir la ruta norte, cruzando las Okanagan, podrían estar atrapados en la cima de cualquiera de las cien curvas cerradas de montaña.

Siguiente paso: averiguar dónde vivía ese mamón de Peter, y pegarle un martillazo a la puerta.

Lástima que Richard no pudiera recordar su apellido.

La noche cayó de pronto sobre el avión, por lo que Zula supuso que su trayectoria había virado decisivamente hacia el este, dirigiéndose hacia la sombra del mundo.

Durante sus ocasionales viajes al cuarto de baño atisbó una nueva carta en la mesa que cubría una enorme porción de la tierra con Newfoundland en la parte superior derecha, Florida en la inferior derecha, las Aleutianas en la superior izquierda y la Baja California abajo. Las dos zonas del Pacífico de la nación estaban divididas en enormes bloques poligonales etiquetados con letras mayúsculas: ALASKAN DEWIZ y DOMESTIC ADIZ y COSTA PACÍFICO CADIZ y así sucesivamente.

Una línea, actualizada cada pocos minutos, se extendía hacia el noreste, se desviaba de la costa este de Siberia y luego corría en paralelo a las Aleutianas. Coincidía con lo que Zula podía ver en el televisor de la cabina.

Khalid y Jones prestaban mucha atención a ciertos detalles de la geografía del Yukón y la Columbia Británica, que no podía ser muy precisa dada la escala extremadamente pequeña de este mapa.

Las Aleutianas y Alaska estaban incluidas en la región etiquetada como DOMESTIC ADIZ. Al sur había una extensión de océano en blanco etiquetada ALASKAN DEWIZ, que se extendía hacia el este hasta lo que consideraba el extremo de Alaska, donde su manga sureste se unía a la tierra por un pasillo de solo unos pocos kilómetros de ancho.

Todo el sureste de Alaska se asomaba al Pacífico, sin quedar incluido en ninguno de estos polígonos ADIZ o DEWIZ. Zula supuso que «IZ» debía de significar algo así como «Zona de Interceptación», y que debía de ser un término militar. Había leído acerca de la línea de alerta aérea temprana (DEW) en una clase de historia sobre la Guerra Fría y por eso supuso que DEWIZ quería decir zona de interceptación de alerta aérea temprana y que ADIZ era zona de interceptación de defensa aérea y CADIZ era su equivalente canadiense.

La CADIZ no empezaba hasta Prince Rupert, que se extendía al sur del sureste de la manga de Alaska, y por eso parecía que había un enorme hueco en el sistema IZ, a ojo de buen cubero unos setecientos kilómetros, entre las zonas canadiense y norteamericana. Lo cual, desde un punto de vista de defensa nacional, no era gran cosa, ya que solo daría a los bombarderos rusos acceso a la zona superior de Columbia Británica, el Yukón y los territorios del noroeste. Podían usar sus bombas nucleares para derretir nieve o matar mosquitos, dependiendo de la estación, pero no podrían penetrar en las ciudades de Canadá o Estados Unidos sin pasar a través de las IZ más al sur. Y para llegar allí en primer lugar tendrían que volar siguiendo un incómodo rumbo sur que consumiría mucho combustible.

Todo el tercio noroeste de Columbia Británica parecía extenderse por encima de la IZ canadiense y por debajo de la americana, y era allí donde Abdalá Jones parecía estar concentrando toda su atención. A simple vista parecía imposiblemente montañosa y desolada, pero como esto era una carta aérea, muy pocos detalles geográficos estaban etiquetados, las carreteras no aparecían, y las ciudades no estaban marcadas a menos que tuvieran pistas de aterrizaje significativas. Así que tal vez no era tan malo como parecía.

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