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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (80 page)

BOOK: Reamde
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La capacidad de atención de Khalid no se extendía más allá de los treinta segundos, y por eso ahora le tocó poner los ojos en blanco y suspirar desesperanzado mientras Jones dedicaba hora tras hora a su investigación cartográfica. Zula había conocido a bastantes hombres como Khalid, y por eso, aunque habían pasado muy poco tiempo juntos, le parecía saber cómo era y cómo actuaba. Lo único que podía atraer la atención de este tipo de persona durante mucho tiempo era la interacción directa con otro ser humano. Qué tipo de interacción no importaba realmente. Como tres de los cuatro soldados se habían quedado dormidos y el cuarto seguía concentrado en su simulador de vuelo, y como Jones estaba absorto en el mapa y los dos pilotos estaban intensamente concentrados en este proyecto de volar en formación cerrada bajo el vientre del 747, no había nadie con quien interactuar excepto Zula. Y Zula se pasaba casi todo el tiempo en la cabina de popa con la puerta cerrada. Cada vez que abría la puerta, era para encontrar los ardientes ojos de Khalid mirándola directamente de un modo que parecía exigir algún tipo de respuesta. Esos ojos seguían cada uno de sus movimientos. Khalid no podía dejar de advertir cuándo Zula miraba el mapa por encima del hombro de Jones.

Esta muestra de curiosidad por su parte había sorprendido a Khalid la primera vez y lo había ofendido la segunda. La tercera vez se hundió en lo que ella consideró un arrebato de furia bien ensayado: se puso en pie e invadió su espacio de un modo que casi la obligó a retroceder. No podía entender la gramática de sus frases, pero sí reconoció unos cuantos nombres no demasiado agradables; si Khalid hubiera sido un rapero gangsta, la habría llamado puta y zorra. Esto se produjo hasta que molestó la cadena de pensamientos de Jones, quien en ese punto alzó la voz y le dijo a Khalid que cerrara el pico. Jones hablaba con tono de voz cansado, incluso desanimado, que parecía reflejar el estado general de los yihadistas.

Tras regresar a la cabina, Zula analizó la situación. Unas cuantas horas antes, en Xiamen, Jones estaba convencido de que podrían llevar el avión a alguna localización amiga en Pakistán, recoger un cargamento de Bad (¿quizás una bomba sucia?), y luego darse la vuelta y volar directamente hacia algún tipo de Armageddon en Las Vegas. En cambio, debido a lo complicado de las reglas internacionales en lo referente a los planes de vuelo y las restricciones del espacio aéreo, y por el modo en que Pavel y Sergei se le habían enfrentado en un momento crítico, se había visto obligado a contentarse con un plan pergeñado a última hora que los había sacado de China pero que al parecer los dejaría sin combustible a muchos cientos de kilómetros de la frontera norteamericana. Tendrían que aterrizar en mitad de ninguna parte y luego improvisar. Jones tenía que estar sintiendo que se le había presentado una oportunidad increíble y que luego la había despilfarrado; pero poco más podía haber hecho. Zula podía percibir claramente una pugna en la cabeza de Jones entre el ingeniero universitario occidental y el fundamentalista islámico: el primero quería ejecutar planes cuidadosamente trazados mientras que el segundo solo quería darle alas y confiar en el destino. La mayoría de sus compañeros eran fatalistas y parecían recelar de las decisiones que había tomado.

Zula empezó a pensar en lo que podría necesitar para sobrevivir en Canadá en esta época del año. Aunque el invierno había terminado, todavía haría frío. No sabía si los yihadistas habían incluido ropa de abrigo en las cosas que habían subido a la bodega del avión. Parecía improbable, ya que planeaban ejecutar una operación en Xiamen, una zona hiperurbana situada en la misma latitud que Hawái. Por otro lado, habían estado viviendo en un barco de pesca, y esos barcos normalmente tenían ropa para el mal tiempo.

Así que tal vez tuvieran algo, pero ella no tenía más que la ropa de cama de la cabina. Que ellos confiscarían inmediatamente, en cuanto sintieran la necesidad. Y en cualquier caso, no tenía nada que ponerse en los pies excepto el par de Crocs de imitación que le habían dado en Vladivostok, y si salía con ellas puestas en breve quedaría lisiada y luego mutilada por congelación. Lo mejor que podía hacer era rasgar las mantas y envolvérselas en los pies, y luego ponerse encima las Crocs. Esto era mejor que nada. Pero habría sido mucho más fácil con un cuchillo.

Siempre había considerado ridículos a sus parientes varones obsesionados con las armas y los cuchillos. Pero ahora estaba dispuesta a admitir que era bueno tener un cuchillo, para un montón de cosas. Por tanto, se puso a buscar cosas en su entorno que pudieran convertirse en cuchillos. El plan A fue romper el cristal del televisor, arrancar una esquirla, y luego dar forma a un mango envolviendo un extremo en un trozo de sábana. Pensó que podría funcionar, pero haría ruido y sería difícil de esconder y podría producir cuchillos de calidad enormemente variable.

El plan B, entonces, fue simplemente robar un cuchillo de verdad de la cocina: un hueco entre el cuarto de baño y la carlinga, al que se acercaba cada vez que iba a orinar. Concibió esta idea después de su primer viaje, el que había hecho cuando tuvo que mirar por las ventanas de la carlinga para ver al 747 directamente encima de ellos. Lo había planeado durante el segundo viaje y lo ejecutó durante el tercero, cuando logró sacar de un cajón un grande y pesado cuchillo de carne. Se lo metió en el bolsillo delantero de sus vaqueros, agujereando el forro interno del bolsillo para que la hoja quedara entre su muslo y la pernera, y el mango de madera oculto en el bolsillo. Con un cuchillo de chef habría sido una locura, pero el cuchillo de carne no era lo bastante afilado para hacerle daño mientras permaneciera de plano contra su piel.

Lo cual le recordó una de las cosas que había aprendido en las girl scouts: los pantalones vaqueros eran posiblemente la peor prenda para el clima frío y húmedo. El grueso tejido de algodón se empapaba con la humedad y perdía su poder aislante.

De todas formas, atrapada en la cabina con el irascible Khalid, incapaz de dormir, y sin absolutamente nada que hacer, decidió matar el tiempo viendo una película. Era una urgencia ridícula, pero podía ser la última película que viera en su vida y literalmente no se le ocurría ninguna otra cosa que hacer. Uno de los DVDs del estante era
Love Actually,
una comedia romántica, pasada de moda ya unos diez años y que había visto unas veinte veces: sus compañeras de habitación y ella la veían de manera ritual cada vez que se encontraban deprimidas. Así que decidió ponerla.

La cabina estaba distribuida de forma que el televisor quedaba situado en el mamparo de popa, mirando hacia delante, al pie de la cama. Zula había amontonado las almohadas en el cabecero y se colocó mirando a la pantalla, lo que implicaba darle la espalda a la puerta, ubicada a un lado.

Cuando ya llevaba quizás una hora de película, se dio cuenta de que no estaba sola. Habían abierto una pizca la puerta. Alguien estaba mirando, viendo la película con ella.

Su primera reacción fue de vergüenza más que otra cosa, ya que la película tenía un par de ridículos argumentos secundarios cómicos con elementos sexuales de brocha gorda que probablemente la mayor parte del público al que iba dirigida interpretaría como autoparódicos e irónicos, pero que los ocupantes de este avión podrían interpretar literalmente.

Entonces se sintió incómoda y vulnerable por su postura: tendida en una cama. Así que cogió el mando a distancia, puso el vídeo en pausa y pasó los pies al suelo, preparándose para levantarse y ver quién estaba asomado a la puerta.

Y se estaba poniendo en pie cuando la puerta se abrió violentamente y la golpeó. El borde de la cama atrapó sus pantorrillas y la hizo caer de espaldas sobre el colchón. Khalid entró en el cuarto, cerró la puerta tras él, y echó la llave.

Ella intentaba incorporarse, pero él la abofeteó salvajemente. Ella retrocedió para evitar la mayor parte del golpe, pero algo duro y afilado la alcanzó en la mejilla y la hizo caer de culo con lágrimas en los ojos: no de emoción, sino por una respuesta involuntaria por ser golpeada en la cara. ¿Le había pegado con una pistola? Extendió la mano para secarse las lágrimas de los ojos y sintió algo duro y frío apretarle la frente: el cañón de un arma. Siguió empujando, obligándola a tenderse. Acabó tendida con la cabeza contra el mamparo de popa, el televisor congelado y el panel de control del DVD encima. La pistola se retiró. Ella parpadeó para espantar las lágrimas y vio el cañón del arma apuntándola desde unos dos palmos de distancia. Khalid la empuñaba en la mano derecha, usando la izquierda para desabrocharse los pantalones y quitárselos. Asomó un pene totalmente erecto. Zula no era una gran experta en penes, pero sabía que tardaba al menos un poco de tiempo en ponerse tan duro, lo que la hizo comprender que Khalid debía llevar un rato ante la puerta, preparándose para esto. Todos los demás hombres de la cabina debían de haberse quedado dormidos.

Lo de la pistola era ridículo. Si apretaba el gatillo, el avión se despresurizaría. Se preguntó si él entendía esto. Pero Zula tenía que asumir que era así de estúpido. Cuando la bala le atravesara la cabeza, no podría disfrutar de la satisfacción de ver a aquellos hombres perder la consciencia por falta de oxígeno.

Ya que las intenciones de Khalid estaban claras, Zula no quiso otra cosa que mantener su región pélvica lo más lejos posible de él. Pero estaba atrapada al fondo de la cabina. Plantó los codos en el colchón y se irguió, plantó las manos detrás, logró sentarse. Khalid interpretó esto como una falta de cooperación y se irritó, se lanzó hacia delante, apoyó una rodilla en la cama entre las rodillas de ella, echó mano a la cintura de sus vaqueros. Ella le apartó la mano. Él volvió a intentar abofetearla. Zula bloqueó el ataque con una mano, pero su fuerza la hizo ponerse de lado y su cabeza golpeó contra el panel delantero del DVD. Un nítido sonido mecánico restalló tras su cráneo, y ella oyó el sonido del DVD siendo expulsado de su ranura.

Mientras tanto Khalid se aprovechaba de la situación para desabrocharle los pantalones. Tiraba de la cintura, tratando de arrancárselos, pero no lo lograba. En parte porque solo empleaba una mano, y en parte por el cuchillo de carne del bolsillo que estaba atrapado contra su muslo e imposibilitaba quitarle la prenda. Él tiraba salvaje, furiosamente, sacudiéndola de arriba abajo. Ella apoyó las manos contra el mamparo que tenía detrás, solo para impedir que su cabeza chocara. Su mano derecha entró en contacto con el DVD expulsado.

«Peter en la taberna del Schloss. Golpeándose el DVD y cortándose la mano.»

Khalid parecía haber perdido la paciencia para hacer esto con una sola mano y por eso le hizo algo a la pistola (¿le colocó el seguro?) y la arrojó tras de sí de modo que cayó al suelo alfombrado justo delante de la puerta. Entonces hizo progresos mucho más rápidos para arrancarle a Zula los vaqueros desde la cintura y el trasero. El cuchillo se volvió y le hizo un largo arañazo en el muslo.

Mientras él se entretenía en eso Zula había sacado el DVD de su ranura y lo dobló entre el pulgar y los dedos de la mano izquierda, convirtiéndolo en casi una U. Temía partirlo por la mitad: haría demasiado ruido, él se daría cuenta.

Los vaqueros hicieron ahora un puente en el espacio entre sus muslos y formaron una barrera a los avances de Khalid, que solo había empeorado las cosas. Al mirar su vulva, expuesta pero temporalmente inalcanzable, vio la hoja del cuchillo asomar del bolsillo.

Dejó escapar un grito de furia. Tras volver a ponerse en pie dio varios terribles tirones a la prenda, dándole la vuelta al pantalón. El culo de Zula botaba arriba y abajo de todas formas y por eso colocó la mano debajo, dejó que su peso aplastara el DVD doblado, lo sintió partirse por la mitad, ahogado por el colchón y por la carne de su trasero.

Los vaqueros le colgaban ya de los tobillos, el cuchillo lejos de su alcance. Khalid metió las manos, buscó el bolsillo y sacó el arma, triunfante. Entonces avanzó, clavando una rodilla entre las de ella, y se inclinó hacia delante para plantar el pulpejo de una mano contra su barbilla. Le empujó la cabeza hacia atrás y colocó la hoja del cuchillo contra su garganta.

Zula escogió ese momento para trazar un ciego arco con el brazo, atacando el pene de Khalid con la afilada esquina de una mitad del DVD.

Hizo decididamente contacto con algo. Él se llevó por reflejo ambas manos a la entrepierna, dejando el cuchillo apoyado en su vientre.

No había nada que sostuviera el peso de su cuerpo y por eso su cabeza se lanzó hacia delante. Sus ojos se hincharon de asombro... convenientemente para Zula que atacó con ambas manos, apuntando a cada ojo con un trozo de DVD.

El instinto le dijo que cerrara los ojos mientras lo hacía y por eso no vio los resultados. Pero oyó un aullido por parte de Khalid y lo sintió caer hacia atrás.

Soltó las dos mitades del DVD y palpó en busca del cuchillo que reposaba en su vientre, pero solo consiguió empujarlo: rebotó en la cama y cayó en el hueco entre el colchón y la pared.

Daba igual. Lo importante era la pistola. Rodó y cayó de la cama y se arrastró a cuatro patas hacia la puerta, donde pensaba que había caído el arma. Khalid estaba a su lado, con las manos en la cara, gritando.

Ella vio la pistola y le puso una mano encima justo cuando la puerta se abría de una patada desde el otro lado. Se abrió de golpe, atrapándole la mano contra la pared.

Ahora estaba tendida casi cuan larga era en el suelo, lastrada por sus pantalones vueltos de dentro afuera, una mano libre, la otra empuñando una pistola semiautomática de diseño desconocido, pero atrapada entre la puerta y la pared, y por tanto oculta a la vista, pero inmovilizada.

Quien había abierto la puerta era uno de los soldados, que ahora se apoyaba contra ella, atrapándole el brazo. Abdalá Jones estaba justo tras él, mirando por encima de su hombro. Todos gritaban.

Zula empezó a explorar los controles de la pistola con la yema de los dedos, tratando de descubrir qué protuberancia podía ser el seguro. No quiso pulsar por error la palanca de expulsión. Normalmente, el seguro estaba fácilmente al alcance del pulgar derecho. Encontró algo que le pareció que encajaba y tiró.

Jones le puso una mano en el hombro al tipo que bloqueaba la puerta y lo apartó, luego entró en la cabina y se puso de rodillas, a horcajadas sobre Khalid y convirtiendo así la cabina en un lugar muy estrecho. Ignoró a Zula por el momento. Ella se sentó, se apoyó contra la puerta y la cerró. Esto provocó una nueva ronda de gritos y golpes al otro lado. Zula miró la pistola que tenía en la mano para comprobar que estaba amartillada; supuso que así era, aunque no estaba familiarizada con este estilo. Khalid estaba sentado a poco más de un metro de ella, de perfil, las rodillas contra el pecho, las manos sobre el rostro. Jones lo miraba, hablándole ardientemente, tratando de que retirara las manos para poder ver el daño.

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