Refugio del viento (26 page)

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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: Refugio del viento
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La mujer oriental fue la primera en reconocer al alado.

—¡Es Lañe! —exclamó sorprendida.

Los demás también parecían impresionados. Según recordaba Maris. Lañe había partido en el tercer turno, con lo que no sólo vencía a su propio hijo, sino también a otros cuatro alados que empezaron antes que él.

Para cuando aterrizó, otros dos alados habían surgido ya de entre las nubes, uno de ellos a varias alas de distancia del otro. Los dos primeros en saltar, según anunciaron los jueces. Uno de los ayudantes del Señor de la Tierra pasó dos de las cajas de madera por la mesa, y Maris oyó los golpes de los guijarros al caer en ellas.

Cuando el ayudante dejó las cajas a un lado, se acercó más para verlas. En la primera, contó cinco guijarros negros y uno blanco. Cuatro jueces votaban por el desafiante, y uno daba por empatada la carrera. En la otra, en la caja correspondiente al desafío contra Lañe, había cinco guijarros blancos. Pero mientras miraba, los jueces dejaron caer tres más: acababan de aparecer otros dos alados a lo lejos, y ninguno de ellos era el hijo de Lañe. Cuando por fin llegó, unos veinte minutos más tarde, otros cinco alados se le habían adelantado, y en la caja de Lañe había diez guijarros blancos. Una ventaja formidable. Maris supuso que el chico podía darse por derrotado en la competición.

Cada vez que se identificaba a un alado a lo lejos, los jueces anunciaban el nombre a la voceadora, que lo gritaba para que todo el mundo lo oyera. Algunos de los anuncios venían seguidos por gritos de alegría, procedentes de los atados a la tierra que se encontraban en la playa, y de vez en cuando Maris alcanzaba a oír también algunos gruñidos. Sospechó que los gritos se debían a motivos económicos, más que a razones personales. La mayoría de los atados a la tierra no conocían a los alados de otras islas tanto como para apreciarlos o no, pero era tradicional apostar sobre los resultados de las carreras. La alada sabía que, en aquellos momentos, una buena cantidad de dinero estaba cambiando de manos. Era difícil que alguien apostara por S'Rella. Estaban en Skulny, la isla natal de Garth, y la mayoría de los espectadores le conocían y apreciaban.

—¡Arak de Arren Sur! —gritó la voceadora.

Sena maldijo en voz baja. Maris pidió prestado el telescopio a Shalli. Era Arak, desde luego, volando en solitario, no sólo por delante de Damen, sino con ventaja también sobre Sher, Leya y sus oponentes.

Uno a uno, fueron llegando los Alas de Madera y sus adversarios.

Arak llegó en primer lugar, seguido por el hombre al que había desafiado Sher, luego Damen y el rival de Leya. Minutos más tarde, aparecieron tres alados juntos: Sher y Leya, inseparables como siempre, seguidos de cerca —y luego siendo adelantados— por Jon de Culhall. Sena volvió a maldecir con un gesto de disgusto. Maris intentó preparar alguna frase alentadora, pero no se le ocurrió ninguna. Los jueces ya estaban dejando caer guijarros en las cajas. En la playa, Damen había aterrizado y se estaba quitando las alas, mientras los demás descendían gradualmente.

El cielo quedó limpio por un momento, no había nada que ver. Kerr estaba perdiendo, y con mucha desventaja. Jon de Culhall ya había aterrizado, y el Alas de Madera ni siquiera estaba a la vista. Maris aprovechó el momento libre para ver cómo habían valorado los jueces a sus alumnos.

No se sintió demasiado animada. En la caja de Sher había siete guijarros blancos, en la de Leya cinco y en la de Damen ocho. Kerr sólo contaba con seis en contra por el momento, pero los jueces añadirían más guijarros blancos a medida que pasaran los minutos y el joven no apareciera.

—Vamos —murmuró Maris para sí misma.

—Veo a alguien —dijo el juez del Sur—. Muy arriba, ahora empieza a bajar.

Los demás levantaron los telescopios.

—Sí —confirmó otro.

La gente de la playa también había avistado al alado, y Maris oyó los murmullos especulativos.

—¿Es Kerr? —preguntó Sena, intranquila.

—No estoy segura —respondió la oriental—. Esperad.

Pero fue Shalli la primera en bajar el telescopio, con gesto incrédulo.

—Es Un-Ala —dijo con voz casi inaudible.

—Trae eso —exigió Sena, arrancándole el telescopio de las manos—. ¡Es él!

Tendió el instrumento a Maris, rebosante de alegría.

Era Val, desde luego. El viento era ahora un poco más fuerte, y lo estaba utilizando bien, deslizándose de corriente a corriente, cabalgando sobre ellas con elegancia propia de un veterano.

—Anúnciale —dijo desmayadamente Shalli a la voceadora.

—¡Val Un-Ala, Val de Arren Sur!

La multitud quedó un momento en silencio, antes de irrumpir en gritos: de alegría, gruñidos, maldiciones… Val Un-Ala no le resultaba indiferente a nadie.

Otro par de alas plateadas aparecieron en el cielo. Maris supuso que era Corm, y un vistazo a través del telescopio de Shalli se lo confirmó. Pero estaba por detrás, muy por detrás, no tenía la menor oportunidad de alcanzar a Val. Era una derrota clara y, desde luego, representaría toda una humillación para él.

—Maris —la llamó Shalli—, quiero que veas esto para que todo el mundo sepa que he sido justa.

Abrió la mano. En la palma descansaba un solo guijarro negro y, a la vista de Maris, lo dejó caer en la caja. Otros cuatro le siguieron.

—Viene uno más —avisó alguien—. No, dos.

Val ya había aterrizado y se estaba quitando tranquilamente las alas. Como siempre, rechazó la ayuda de los chiquillos atados a la tierra que se apiñaban a su alrededor. Corm descendió planeando sobre los riscos y la playa, y luego describió un furioso círculo. No tenía demasiada prisa por aterrizar y enfrentarse a la derrota. Maris sabía que Corm no era buen perdedor.

Todos los ojos estaban fijos en los dos nuevos alados.

—Garth de Skulny —dijo el juez de las Islas Exteriores—. Y su desafiante. Le sigue muy de cerca.

—Sí, es Garth —confirmó el Señor de la Tierra. No le había gustado que S'Rella desafiase a uno de sus alados, le molestaba la posibilidad de perder un par de alas—. ¡Vuela, Garth! —gritó, abiertamente parcial—. ¡De prisa!

Sena le dirigió una sonrisa.

—Lo está haciendo bien —dijo a Maris.

—No lo suficiente —respondió.

Ahora les veía claramente. S'Rella iba a una, quizá a dos alas por detrás. Pero, con la playa ya a la vista, la joven empezaba a rezagarse. Garth descendió en un abrupto picado delante de ella, y la turbulencia que creó el alado le hizo vacilar. Las alas le temblaron un momento antes de que pudiera recuperar la estabilidad, dando a Garth la oportunidad de acrecentar un poco la ventaja.

Sobrevoló la playa tres alas por delante de S'Rella. Los guijarros empezaron a caer en la caja. Maris se inclinó para ver el resultado. Había sido una carrera muy disputada, quizá alguno de los jueces votara un empate.

Lo hizo uno, pero sólo uno. Maris contó. Cinco guijarros blancos para Garth, un solitario guijarro negro para S'Rella.

Vamos a buscarla —sugirió Maris a Sena. —Todavía no ha llegado Kerr —replicó la maestra. Maris casi había olvidado al joven.

¡Oh!, espero que esté a salvo.

—Nunca debí avalarle —susurró Sena—. Maldito sea el hierro de sus padres.

Aguardaron cinco minutos, diez, quince. Sher, Leya y un desanimado Damen subieron para reunirse con ellas. Otras alas aparecieron en el horizonte, pero ninguna de ellas pertenecía a Kerr. Maris empezó a preocuparse seriamente por su alumno.

Pero por fin llegó, el último de todos los que habían partido aquella mañana. Venía de la dirección equivocada; explicó que había perdido el rumbo y que había sobrepasado Skulny sin darse cuenta. Se sentía muy estúpido.

Para entonces, por supuesto, tenía diez guijarros blancos en contra.

Los grupos de atados a la tierra empezaban a dispersarse en la playa, para ir en busca de comida, bebida o un lugar a la sombra. Los alados ya se estaban preparando para los juegos de la tarde. Sena agitó la cabeza.

—Ven —dijo rodeando a Kerr con un brazo—. Vamos a buscar a los demás para ir a comer.

La tarde transcurrió rápidamente. Algunos de los Alas de Madera salieron para ver los concursos de vuelo —un alado de las Islas Exteriores y dos de Shotan se llevaron los premios individuales, y el Archipiélago Occidental se quedó con las medallas de carreras por equipos—, mientras los demás descansaban, charlaban o jugaban. Damen había llevado un juego de geechi, y Sher y él se pasaron horas inclinados sobre el tablero, intentando recuperar parte de su orgullo perdido.

Al anochecer, empezaron las tiestas. Los Alas de Madera celebraron una pequeña fiesta por su cuenta fuera de la cabaña de Sena, en un intento poco sincero de reanimarse. Leya tocaba la flauta y Kerr contaba historias del mar. Todos bebieron del pellejo de vino que había comprado Maris. Val estaba como siempre, frío, distante e inasequible, pero todos los demás parecían deprimidos.

—No se ha muerto nadie —dijo por fin Sena, con uno de sus gruñidos—. Cuando perdáis un ojo y se os quede una pierna inútil, como a mí, entonces tendréis derecho a poner esas caras largas. Ahora no lo tenéis. Largaos todos de aquí antes de que me ponga más furiosa. —Les hizo un gesto con el bastón—. Venga, fuera, a la cama. Todavía quedan dos días de competición, todos podéis ganar las alas si voláis bien. Mañana espero más de vosotros.

Maris y S'Rella pasearon un rato por la playa, charlando y escuchando el lento e ininterrumpido batir de las olas, antes de volver a la cabaña que compartían.

—¿Estás enfadada conmigo? —preguntó S'Rella con voz dulce—. Por desafiar a Garth.

—Lo estaba —respondió Maris débilmente. No tuvo valor para hablarle de su ruptura con Dorrel—. Supongo que no tenía derecho. Si le vences, es justo que te quedes con sus alas. Ya no estoy enfadada.

—Me alegro —suspiró S'Rella—. Yo también estaba enfadada contigo, pero ya no. Lo siento.

Maris le rodeó los hombros con un brazo. Las dos caminaron en silencio durante un minuto.

—He perdido, ¿verdad? —preguntó repentinamente S'Rella.

—No —respondió Maris—, todavía puedes ganar. Ya has oído a Sena.

—Sí, pero mañana se juzgará la elegancia, y ése siempre ha sido mi punto débil. Aunque gane en los arcos, me llevará tanta ventaja que no servirá de nada.

—Calla —la interrumpió Maris—, no digas esas cosas. Limítate a volar lo mejor que puedas y deja el resto para los jueces. Es lo único que puedes hacer. Y si pierdes, siempre podrás presentarte el año que viene.

S'Rella asintió. Habían llegado a la cabaña. Se adelantó para abrir la puerta, y luego dio un paso hacia atrás.

—¡Oh! —exclamó—. ¡Maris!

Alarmada. Maris corrió junto a ella. S'Rella estaba de pie, temblando, mirando la puerta de la cabaña. Maris miró en la misma dirección y sintió que le recorría una oleada de repugnancia.

Alguien había clavado dos pájaros muertos en la puerta. Colgaban inertes, desgreñados, con las brillantes plumas oscuras y pegajosas, clavos sobresaliendo de los pequeños cuerpos y sangre goteando lenta, constantemente, al suelo.

Maris entró a por un cuchillo y volvió a salir para quitar los macabros avisos de la puerta. Pero cuando arrancó el primer clavo y el pájaro cayó al suelo, Maris descubrió horrorizada que no sólo estaba muerto, sino también mutilado.

Le habían arrancado un ala del cuerpo.

El segundo día amaneció frío y nublado. Al principio llovió, y aunque la lluvia cesó poco antes de que empezaran las competiciones de la mañana, el tiempo siguió húmedo y frío, y el cielo lleno de pesadas nubes. Había menos espectadores atados a la tierra —ahora no era tan agradable sentarse en la playa—, y en el revuelto mar sólo había unos cuantos botes con observadores.

Pero a los alados sólo les importaba el viento, y el viento del segundo día era fuerte y firme, prometiendo la posibilidad de un vuelo excelente.

Maris se apartó de las Alas de Madera con Sena y la llevó hasta el borde del risco para hablar con ella en voz baja.

—¿Quién haría una cosa así? —se horrorizó la maestra.

Maris le puso un dedo en los labios. No quería que los demás se enterasen. El incidente había asustado muchísimo a S'Rella, y era inútil alarmar a los demás.

—Un alado, supongo —respondió Maris, sombría—. Un alado furioso, enfermo. Pero no tenemos pruebas contra nadie. Pudo ser uno de los alados desafiados, un amigo de alguien a quien desafiamos, o simplemente alguien que odia a los Alas de Madera. Incluso podría ser cualquier atado a la tierra que haya perdido dinero en alguna apuesta sobre Val Un-Ala. Personalmente, sospecho de Arak. Pero no tengo pruebas.

Sena asintió.

—Has hecho bien en ser discreta. Espero que S'Rella no esté demasiado asustada.

Maris miró en dirección a la joven, que estaba con el resto de los alumnos, hablando en voz baja con Val.

—Tiene que hacerlo bien hoy, o será mejor que abandone las esperanzas.

—¡Van a empezar! —las llamó Damen, señalando hacia los riscos.

El primer par de competidores ya habían saltado al aire, y se movían rápidamente sobre la playa. Maris sabía que luego describirían círculos sobre el agua antes de iniciar cada uno una secuencia de acrobacias y maniobras, destinadas a demostrar sus respectivas habilidades en el vuelo. Las acrobacias se dejaban a la elección de cada alado. Algunos se daban por satisfechos con ejecutar las más sencillas, mientras que otros intentaban hazañas más atrevidas y ambiciosas. Raramente había un claro ganador o perdedor: en esta etapa era en la que más poder tenían los jueces.

Las dos primeras parejas no hicieron nada especial, simples y largas secuencias de saltos, aterrizajes y giros elegantes, todo ello ejecutado con habilidad, pero sin llegar a ser espectacular. El tercer encuentro fue otra cosa. El alado Lañe, que tan buen resultado había conseguido en la carrera del día anterior, también era un espléndido acróbata del aire. Tras saltar del risco, sobrevoló la playa a tan poca altura que los atados a la tierra tuvieron que agacharse para apartarse de su camino. Luego encontró una corriente ascendente y se elevó, se elevó hasta perderse de vista, para luego bajar en picado a una velocidad increíble, sólo para aminorar la velocidad en el último instante posible. Hizo varios rizos y un bucle completo, y sólo en una ocasión perdió el equilibrio. Se recuperó rápidamente, y Maris se descubrió a sí misma admirándole. Su hijo no era rival para él. El pobre chico tendría que esperar mucho tiempo para obtener las alas, a menos que intentara un desafío fuera de la familia al año siguiente. Cuando terminaron, Maris contó dieciocho guijarros blancos en la caja, ocho nuevos añadidos a los diez que obtuviera Lañe el día anterior.

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