Resurrección (21 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Resurrección
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A continuación, las dos parejas iniciaron una charla sobre temas generales. Helena, la esposa de Bartz, era una mujer amable y alegre, pero no podía decirse que tuviera una conversación interesante. Para Fabel estaba claro que su amigo no se había casado con ella por su intelecto. Por otra parte, empezaba a notar que disfrutaba de hablar con su antiguo compañero de escuela y no tardó en sentir que aquel hombre que había sido su amigo seguía cayéndole bien. Susanne, como era habitual, conquistó a la pareja con su talante cordial. Sin embargo, cada tanto Fabel notaba que Bartz lo miraba de una manera peculiar. Casi como si estuviera evaluándolo.

Comieron y conversaron hasta que ya no quedaron comensales en el restaurante. Bartz insistió en pagar la cuenta y pidió un taxi para ir con su esposa a Blankenese, donde tenían una «bonita casa», según sus propias palabras.

El aire nocturno seguía cálido y agradable cuando Fabel y Susanne acompañaron a Roland y Helena Bartz hasta el taxi. El cielo estaba despejado y había estrellas brillando sobre las vacilantes luces de los astilleros, en la otra orilla del Elba.

—¿Podemos dejaros en alguna parte? —preguntó Bartz.

—No, gracias, no será necesario. Ha sido fabuloso volver a verte, Roland. Debemos tratar de mantenernos en contacto.

Las dos mujeres se besaron y despidieron y Helena Bartz subió a la parte trasera del taxi, pero Roland permaneció allí un momento.

—Escucha, Jan. Espero que no te moleste que te lo diga, pero no sonabas muy satisfecho cuando hablabas de tu trabajo. —Bartz le entregó a Fabel una tarjeta—. Da la casualidad que estoy buscando a un director de ventas al extranjero. Alguien que trate con los yanquis y los británicos. Sé que hablas inglés como un nativo y siempre fuiste el tío más listo de la escuela.

Fabel quedó desconcertado.

—Por Dios… gracias, Roland. Pero no sé nada de ordenadores…

—Eso no tiene importancia. Tengo a cuatrocientas personas que trabajan para mí y que sí entienden de ordenadores. Necesito a alguien que entienda a los clientes. Dios sabe que en tu trabajo tienes que saber qué es lo que mueve a la gente. Y lo que no sabes sobre ordenadores, sé que puedes aprenderlo en un par de meses. Como he dicho, siempre fuiste el tío más listo de la escuela.

—Roland, no lo sé…

—Escucha, Jan, lo que podrías ganar conmigo haría que tu salario de policía parezca migajas. Y el horario sería muchísimo mejor. Y mucho menos estrés. Susanne ha dicho que estáis buscando una casa nueva para vivir juntos. Créeme, este trabajo cambiaría tu perspectiva sobre lo que podrías comprar. Siempre me caíste bien, Jannick. Sé que ahora somos personas diferentes. Adultos. Pero no estoy seguro de que hayamos cambiado en el interior. Lo único que te pido es que lo pienses.

—Lo haré, Roland. —Fabel le estrechó cálidamente la mano a su antiguo compañero de escuela—. Te lo prometo.

—Llámame y el puesto es tuyo. Pero no te demores demasiado. Necesito a alguien pronto.

Después de que se marcharan, Susanne metió su brazo a través del de Fabel.

—¿Qué ha sido todo eso?

—Nada. —Fabel se volvió hacia ella y la besó—. Una pareja agradable, ¿verdad? —dijo, y deslizó la tarjeta de Bartz en su bolsillo.

8

Lunes 29 de agosto de 2005, once días después del primer asesinato

9.30 H, Neustadt, Hamburgo

Cornelius Tamm se sentó y trató de deducir cuál sería la brecha generacional entre él y el joven que estaba al otro lado de la mesa; estaba claro que era lo bastante joven como para haber sido su hijo y, sin estirar demasiado la imaginación o la cronología, incluso su nieto. La diferencia de edad a favor de Cornelius, de todas maneras, al parecer no era suficiente para el joven, quien se había presentado como «Ronni», con su gel en el pelo, sus desagradables orejas y su ridícula perilla, y se había abstenido de usar un trato formal para hablar con Cornelius. Era evidente que consideraba que eran colegas; o que su posición como jefe de producción le daba derecho a ser informal.

—Cornelius Tamm… Cornelius Tamm… —Ronni había pasado los últimos diez minutos hablando de la carrera de Cornelius, y su uso del tiempo pasado había sido notorio. En ese momento estaba allí sentado, repitiendo el nombre de Cornelius y contemplándolo desde el otro lado de ese gran escritorio como si estuviera analizando un objeto del pasado que podía despertarle un poco de nostalgia, pero que no tenía el valor de una verdadera antigüedad—. Dime, Cornelius… —El muchacho con las grandes ideas y las orejas más grandes estiró los labios por encima de su perilla en una sonrisa falsa—. Espero que no te moleste que te lo pregunte: si quieres hacer un CD de «grandes éxitos», ¿por qué no vas a tu sello actual? Sería mucho más sencillo, por el tema de los derechos y tal…

—Yo no lo denominaría mi sello actual. Hace años que no grabo para ellos. La mayor parte de mi trabajo en la actualidad es dar conciertos en directo. Es mucho mejor… realmente me excita mucho interactuar con…

—He visto que vendes CD en tu página web —lo interrumpió el joven—. ¿Cómo van las ventas? ¿Realmente haces tus propios envíos?

—Me va bien… —Desde un principio, a Cornelius le había desagradado el aspecto del joven. Además de la irritante perilla, Ronni era de baja estatura y tenía orejas prominentes y, lo que ya era de por sí bastante raro, una de ellas, la derecha, se separaba de la cabeza en un ángulo mucho más espectacular que la otra. En un tiempo notablemente corto, Ronni había logrado convertir ese vago desagrado de Cornelius en un odio floreciente y ardiente.

—Supongo que la mayoría de los que compran tu material son unos vejetes… aunque no hay nada de malo en ello. Mi papá era uno de tus mejores fans. Todas esas canciones protesta de los años sesenta…

Cornelius había pasado varias horas preparando el documento de su presentación, explicando por qué le parecía que un CD de sus grandes éxitos atraería no sólo a sus fans tradicionales, sino también a una nueva generación de jóvenes descontentos. El documento estaba en el escritorio delante de Ronni, sin abrir.

—Hay muchos cantautores de tu generación dando vueltas por allí, pero me temo que ya no venden. Los que logran algo son los que han intentado crear material nuevo que sea relevante para el día de hoy… como Reinhard Mey. Pero, para ser honesto, la gente ya no quiere política en la música. —Ronni se encogió de hombros—. Lo lamento, Cornelius, pero me parece que no estamos destinados a estar juntos… Me refiero a nuestro sello y a tu estilo.

Cornelius vio sonreír a Ronni y sintió que su odio crecía todavía más. No era sólo que la sonrisa de Ronni fuese super ficial y falsa, sino que tenía la intención de que Cornelius se diera cuenta de que era superficial y falsa. Cogió el documento con su propuesta y le devolvió la sonrisa.

—Bueno, Ronni, me siento desilusionado. —Avanzó hacia la puerta sin estrecharle la mano—. Después de todo, está claro que tienes un buen oído para la música. El derecho, quiero decir…

10.30 h, Universitátsklinikum, Hamburg-Eppendorf, Hamburgo

Estaba claro que el profesor Von Halen consideraba que debía quedarse durante toda la entrevista, como un adulto responsable que está presente mientras la policía interroga a dos niños. Sólo cuando Fabel pidió hablar a solas con Alois Kahlberg y Elisabeth Marksen, los dos científicos que trabajaban con Gunter Griebel, accedió a regañadientes y abandonó la oficina.

Ambos científicos eran más jóvenes que Griebel y durante el interrogatorio de Fabel había quedado claro que los dos sentían una elevada estima por su colega fallecido. Admiración, casi. Alois Kahlberg tenía unos cuarenta y cinco años y era un hombre pequeño que se asemejaba a un pájaro, y que acostumbraba a echar la cabeza hacia atrás para ajustar el ángulo de su visión, en lugar de empujar sus gafas grandes, pasadas de moda y de gruesos lentes, por el puente de la nariz. Elisabeth Marksen tendría unos diez años menos y era una mujer nada atractiva y excepcionalmente alta cuyo cutis estaba siempre ruborizado.

Fabel los interrogó sobre los hábitos de su colega muerto, su personalidad, su vida privada; lo único que obtuvo fue un retrato bidimensional de Griebel. No importaba cuánta luz enfocase uno sobre él: no se formaba ninguna sombra, no surgía ninguna sensación de profundidad o textura. Sencillamente, jamás había tenido ninguna conversación ni con Marksen ni con Kahlberg que no estuviera relacionada con el trabajo o no fuera la menos importante de las charlas sin importancia.

—¿Y qué hay de su esposa? —preguntó.

—Murió hace cinco años. De cáncer —respondió Elisabeth Marksen—. Era profesora, creo. Él nunca hablaba de ella. La vi una vez, más o menos un año antes de que muriera, en una recepción. Era callada, como él… no parecía cómoda en un entorno social. Era una de esas recepciones de la empresa a las que estamos todos más o menos obligados a asistir, y Griebel y su esposa pasaron la mayor parte del tiempo en un rincón, hablando entre sí.

—¿Su muerte tuvo un gran impacto en él? ¿Hubo algún cambio significativo en su comportamiento? ¿Se deprimió de una manera excesiva?

—Siempre era difícil saberlo con el doctor Griebel. No dejaba salir mucho a la superficie. Sé que visitaba la tumba todas las semanas. Está enterrada cerca de Lurup, de donde era su familia. O bien en el Altonaer Hauptfriedhof o en el Flottbeker Friedhof.

—¿No tenían hijos?

—Él nunca lo mencionó.

Fabel recorrió con la mirada la elegante oficina de Von Halen. En una de las vitrinas vio una pila de folletos satinados, y supuso que los usarían para presentar las instalaciones a inversores y socios comerciales.

—¿Cuál era exactamente la clase de investigación que realizaba el doctor Griebel? —preguntó—. El profesor Von Halen me lo comentó pero en realidad no lo entendí.

—Epigenética —respondió Kahlberg desde detrás de sus gruesos lentes—. Es un área de la genética, muy reciente y muy especializada. Estudia la manera en que los genes se activan y se desactivan y la forma en 'que eso afecta a la salud y la longevidad.

—Alguien habló una vez sobre la memoria genética. ¿Qué es eso?

—Ah… —La actitud de Kahlberg se modificó un poco y Fabel supuso que eso era lo más parecido a una demostración de interés que aquel hombre podía expresar—. Ese es el área más reciente de la investigación epigenética. En realidad, es muy simple: cada vez hay una evidencia mayor de que podemos caer víctimas de enfermedades y trastornos que no deberíamos padecer… que en realidad pertenecen a nuestros antepasados.

—Me temo que no suena tan simple para mí. —De acuerdo, déjeme explicárselo de otra forma… Básicamente hay dos causas de enfermedades: están los trastornos para los que tenemos una predisposición genética, una tendencia congénita. Luego existen las causas ambientales de una enfermedad: fumar, la polución, la dieta, etcétera… Éstas siempre se consideraron totalmente diferentes, pero las últimas investigaciones han demostrado que en realidad podemos heredar trastornos de causa ambiental.

Fabel parecía que seguía sin comprender, de modo que Elisabeth Marksen retomó el hilo.

—Todos pensamos que estamos separados de nuestra historia, pero se ha descubierto que no es así. En el norte de Suecia hay un pueblo pequeño que se llama Overkalix. Es una comunidad muy próspera y tanto la calidad como el nivel de vida son muy elevados. Sin embargo, los médicos locales notaron que la población tendía a sufrir problemas de salud que por lo general sólo se relacionan con la desnutrición. Hay dos factores más que también hacen peculiar a Overkalix. Primero, se encuentra al norte del círculo polar ártico y se ha mantenido relativamente aislado durante toda su historia, lo que significa que la población actual tiende a descender de las mismas familias que estaban allí cien o doscientos años atrás. Segundo, Overkalix mantiene con un rigor muy poco común sus registros parroquiales y cívicos. Asientan no sólo los nacimientos y las muertes, sino también las causas de las muertes y las buenas y malas cosechas. El lugar se convirtió en el objetivo de un importante proyecto de investigación y los resultados demostraron que hace un siglo y medio la población, cuya subsistencia dependía de la agricultura, sufrió varias hambrunas. Muchos murieron por ello, pero entre los supervivientes, un número todavía mayor sufrió trastornos relacionados con la desnutrición. Después de comparar los registros médicos contemporáneos con los históricos, se hizo evidente que los descendientes de las víctimas de las hambrunas exhibían exactamente los mismos problemas de salud, aunque ni ellos ni sus padres habían pasado hambre en toda su vida. Eso era una prueba de que nos equivocábamos al pensar que transmitimos a nuestros hijos sólo los cromosomas y genes con los que nacemos, completos e inalterados. El hecho es que lo que experimentamos, los factores ambientales que nos rodean, pueden tener un efecto directo en nuestros descendientes.

—Increíble. ¿Y esta teoría se basa exclusivamente en ese pueblo sueco?

—Sólo al principio. Luego se amplió el alcance de las investigaciones y se encontraron numerosos ejemplos más. Se ha comprobado que los descendientes del Holocausto suelen ser susceptibles a los trastornos relacionados con el estrés y las situaciones traumáticas. Una, dos y tres generaciones más tarde sufren de síntomas de estrés postraumático relacionados con un acontecimiento que ellos mismos no han experimentado. En un primer momento se suponía que eso era resultado de que sus padres o abuelos les habían contado detalles de sus experiencias, pero luego se descubrió que los mismos indicadores de estrés, incluyendo una cantidad elevada de Cortisol en la saliva, aparecían en descendientes que no habían escuchado ningún relato personal de supervivientes del Holocausto.

—Sigo sin entenderlo —dijo Fabel—. ¿Cómo se transmite eso de una generación a la otra?

—Depende del género. En los varones, la respuesta transgeneracional está mediada por el esperma; en las mujeres se encuentra en la programación fetal.

Fabel volvió a parecer desconcertado.

—Los factores ambientales y experimentales que se transmiten son, específicamente, los experimentados por los varones antes y durante la pubertad, y por los fetos femeninos en la matriz. Básicamente, los «datos», por falta de una palabra mejor, se almacenan en el esperma que se forma en la pubertad. Las niñas nacen con todos sus óvulos, de modo que el momento crucial para un bebé femenino es cuando aún está en la Matriz. Lo que la futura madre experimenta durante el embarazo se transmite al feto, que entonces almacena ese recuerdo genético en sus óvulos, que están formándose.

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