Resurrección (17 page)

Read Resurrección Online

Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Resurrección
6.79Mb size Format: txt, pdf, ePub

En lugar de convertirse en un investigador del pasado, se había convertido en un investigador de la muerte.

En la pared posterior al escritorio de Severts había un gran mapa de Alemania en el que se detallaban todos los yacimientos arqueológicos de la República Federal, los Países Bajos y Dinamarca. A su lado había un poster inmenso. La imagen era sorprendente: se trataba de una mujer muerta, yaciendo boca arriba. Tenía un manto de lana con capucha que rodeaba su cuerpo largo y delgado. Sobre la capucha había una pluma larga y la mujer tenía un pelo largo y rojizo, separado en el medio. La piel del rostro y la de la parte de las piernas que podía verse entre los bordes del manto y los mocasines de piel tenían el mismo aspecto de papel que el cadáver de HafenCity, sólo que las manchas eran más oscuras.

—Ah… —Severts se dio cuenta de que el poster había llamado la atención de Fabel—. Veo que usted también ha quedado cautivado por ella… El amor de mi vida. Tiene un talento único para conquistar el corazón de los hombres. Y para desconcertarnos… ella tiene bastante que ver con todo lo que creíamos sobre Europa. Herr Fabel, permítame presentarle a una verdadera mujer de misterio… la Belleza de Loulan.

—La Belleza de Loulan —repitió Fabel—. Loulan… ¿Dónde queda eso exactamente?

—¡De eso se trata! —respondió Severts, animado—. Dígame, ¿de dónde cree usted que es? Me refiero a sus orígenes étnicos.

Fabel se encogió de hombros.

—Diría que es europea, por el color del pelo y los rasgos. Aunque también supongo que la pluma le da un aire norteamericano.

—¿Y cuántos años cree que tiene mi novia?

Fabel la examinó más de cerca. Estaba claro que se había Momificado, pero estaba mucho mejor conservada que cualquiera de los cuerpos de las ciénagas que había visto.

—No lo sé… mil años… mil quinientos como mucho.

Severts meneó la cabeza lentamente, sin alterar su radiante sonrisa.

—Le dije que era una mujer misteriosa. Este cuerpo momificado, Herr Fabel, tiene más de cuatro mil años. Mide casi dos metros y el color de su pelo en vida era rojo o rubio. Y, en cuanto a donde se la descubrió… allí está el misterio y la intriga. —Se acercó a un archivador y extrajo una gruesa caja—. Éste es el álbum de recortes de mi familia —explicó—. Siento pasión por las momias. —Se sentó a su escritorio y hojeó los contenidos del expediente, que parecían ser grandes fotografías con notas amarillas adosadas con un clip. Luego le pasó a Fabel una gran ampliación en papel satinado—. Este caballero proviene de la misma región. Se lo conoce como Hombre de Cherchen. Iba a enseñárselo de todas maneras, porque guarda bastante relación con el caso del cuerpo momificado que encontramos en HafenCity junto al Elba. Eche un vistazo. Este hombre lleva muerto tres mil años.

Fabel miró la fotografía. Era asombroso. Por un momento el policía volvió a convertirse en el estudiante de historia y sintió esa excitación de mariposas en el estómago que tiene lugar cuando se abre una ventana al pasado. El hombre de la fotografía estaba en perfecto estado de conservación. La similitud con el cadáver de HafenCity era sorprendente, salvo que el hombre de la foto, muerto tres milenios antes, había conservado incluso el tono de la piel. Tenía piel clara y pelo rubio oscuro. Su barba estaba cuidadosamente recortada y sus labios carnosos ligeramente separados y torcidos hacia arriba, a un costado, dejando al descubierto unos dientes perfectos.

—El Hombre de Cherchen se conservó bien porque permaneció intacto durante tres mil años en un ambiente anaeróbico. El proceso de momificación es exactamente el mismo que sufrió el cuerpo de HafenCity. Ambos representan un momento del tiempo capturado y preservado a la perfección para que nosotros lo observemos.

—Asombroso… —dijo Fabel. Volvió a estudiar al hombre. Era un rostro idéntico al que él podría encontrarse ese mismo día en la Hamburgo moderna.

—Hablamos de un pasado lejano. —Severts pareció leer los pensamientos de Fabel—. Pero aunque viviera hace tres mil años, eso sólo equivale a unas cien generaciones, más o menos. Piénselo… un número tan pequeño de personas, padre e hijo, madre e hija, separa a este hombre de usted y de mí. Herr Brauner me dijo que usted estudió historia, de modo que sabrá a qué me refiero cuando digo que no estamos tan separados de nuestras historias, de nuestro pasado, como nos gustaría. Pero hay más cosas interesantes respecto de este caballero. Al igual que la Belleza de Loulan, el Hombre de Cherchen era alto, con una estatura superior a los dos metros. Debía de tener unos cincuenta y siete años de edad cuando murió. Como puede ver, tenía el pelo y la piel claros. —Severts se inclinó hacia delante—. Vea, Fabel, ninguno de nosotros somos lo que creemos ser. Tanto la Belleza de Loulan como el Hombre de Cherchen forman parte de un número de cuerpos increíblemente bien conservados que se hallaron en la misma área y con los mismos indicadores culturales. Usaban ropa a cuadros multicolores, parecida al tartán escocés; eran todos altos y rubios. Y todos vivieron entre cuatro y tres mil años atrás en la misma parte del mundo. Cherchen y Loulan se encuentran en la China actual. Estos cuerpos se conocen como las momias de Ürümqi. Provienen de la cuenca del Tamir, que está en la Región Autónoma de Uigur, China Occidental. Es un área árida y estos cuerpos estaban enterrados bajo una arena extremadamente seca y fina. Se dice que los arqueólogos chinos que descubrieron a la mujer de Loulan lloraron cuando contemplaron su belleza. Este descubrimiento causó bastante revuelo, y tanto las autoridades chinas como el grupo dominante dentro de la arqueología se oponen firmemente a la premisa de que hace cuatro milenios unos europeos migraron y ocuparon la región. Uigur está ubicado en el punto de choque de las etnias turca y china y los nacionalistas turcos han declarado que la Belleza de Loulan es un símbolo de su derecho hereditario a ocupar la región. Sin embargo, estas momias no son más turcas que chinas, esta gente tenía elementos culturales celtas. Tal vez incluso Protoceltas. Los análisis de ADN que se les efectuaron a las Gomias en 1995 probaron de manera incontestable que eran europeas. Tienen marcas genéticas que las relacionan con los finlandeses y suecos de la actualidad, así como con algunas personas que viven en Córcega, Cerdeña y Toscana.

—Desde luego —dijo Fabel—. Recuerdo haber leído algo sobre esos descubrimientos. Si no me equivoco, el gobierno chino hizo todo lo que pudo por restarle importancia al hallazgo, porque cuestionaba su percepción de singularidad étnica como nación.

—Y todos conocemos el peligro que representa esa clase de mentalidad —dijo Severts—. Como le decía antes, ninguno de nosotros somos lo que creemos ser. —Hizo girar la silla y volvió a mirar la fotografía de la mujer momificada—. Más allá de los debates que causaron, la Belleza de Loulan y el Hombre de Cherchen ya son parte de nuestro mundo. De nuestra época. Y están aquí para hablarnos de sus vidas anteriores. Así como la momia de HafenCity tiene algo que decir sobre su época, que es mucho más cercana. —Severts señaló la fotografía del hombre de tres mil años que Fabel tenía en la mano—. A pesar de la amplia distancia entre las épocas en las que vivieron, hay muy poca diferencia entre el estado de conservación de su momia y el Hombre de Cherchen. Si no lo hubiésemos desenterrado, el «Hombre de HafenCity» también podría haberse mantenido intacto durante tres mil años. Y habría salido de su descanso sin ninguna alteración. Tendría exactamente el mismo aspecto… Es evidente que podemos utilizar la tecnología de datación para establecer alguna tosca escala temporal, pero en términos generales, con frecuencia dependemos más de los artefactos y del entorno más próximo a la excavación para establecer la fecha exacta a la que pertenece una momia. Lo que me trae de vuelta a nuestra momia del siglo XX.

Severts abrió un cajón del escritorio y sacó una bolsa sellada de plástico. En ella había una pequeña cartera, del tamaño de un bolsillo, y un pedazo de lo que parecía un cartón marrón oscuro.

Fabel cogió la bolsa y la abrió. El cartón estaba doblado formando una pequeña libreta. En la portada se veía el águila y la esvástica, los emblemas del régimen nazi.

—Su tarjeta de identidad —dijo Severts—. Ya tiene un nombre para el cuerpo.

La tarjeta de identidad parecía seca y quebradiza en las manos de Fabel. Y su único color consistía en matices del mismo marrón, incluyendo la fotografía. Sin embargo, logró distinguir la cara seria de un hombre joven y rubio. La adolescencia aún permanecía en sus rasgos, pero ya empezaban a aparecer los ángulos más duros de la edad adulta. A Fabel le sorprendió reconocer de inmediato el cuerpo junto al río en esa fotografía.

Kurt. La cara que Fabel estaba mirando, la cara que había contemplado en el emplazamiento de HafenCity, pertenecía a Kurt Heymann, nacido en febrero de 1927, residente en Hammerbrook, Hamburgo. Fabel volvió a leer los detalles. En el presente tendría setenta y ocho años. A Fabel le resulto difícil comprenderlo. El tiempo, sencillamente, se había detenido para Kurt Heymann, con dieciséis años, en 1943. Había sido condenado a una juventud eterna.

Fabel examinó la cartera de cuero. También había perdido toda flexibilidad, y su superficie era como un áspero pergamino bajo las puntas de los dedos del detective. En su interior se encontraban los restos de algunos billetes de Reichmarks y la fotografía de una muchacha joven y rubia. Lo primero que se le ocurrió a Fabel era que se trataba de la novia de Heymann, pero pudo notar que había una semejanza entre ambos. Una hermana, tal vez.

Le dio las gracias a Severts y, mientras se levantaba, le devolvió la fotografía del Hombre de Cherchen. Cuando Severts abrió la caja para guardarla, otra de las imágenes llamó la atención de Fabel.

—Ah, a ése lo conozco… —Fabel sonrió—. Un frisón oriental, como yo. ¿Puedo?

Fabel extrajo la fotografía. A diferencia de las otras momias, la cara prácticamente había desaparecido y sólo se veía el esqueleto, y algunas franjas intermitentes de una piel marrón y correosa extendida sobre los huesos desnudos. Lo que volvía notable a aquella momia era el hecho de que su tupida melena, así como la barba, se habían mantenido completamente intactas. Y ese pelo era lo que le había dado su nombre. Porque, si Wen la denominación oficial de la momia era la de la aldea frisona cerca de la cual había sido descubierta en el año 1900, había sido esa melena vibrante y sorprendentemente roja lo que había capturado la imaginación tanto del público como de los arqueólogos.

—Sí, claro —dijo Severts—. El famoso Franz
el Rojo
. O, dicho más correctamente, el Hombre de Neu Versen. Magnífico, ¿verdad? ¿Y dice que es de la misma zona que usted?

—Más o menos. Yo soy de Ostfriesland pero más al norte: Norddeich. Neu Versen está en Bourtanger Moor. Pero he oído hablar de Franz
el Rojo
desde que era un niño.

—Bien, él es un perfecto ejemplo de lo que decía sobre que estas personas tienen una segunda vida… una vida en nuestra época. En la actualidad recorre el mundo como parte de la exposición
La misteriosa gente de las ciénagas
. En estos días se encuentra en Canadá, si no me equivoco. Pero es una buena ilustración de lo que Franz Brandt le comentó en el emplazamiento de HafenCity sobre las diferentes clases de momificación. Es un cuerpo del pantano, y totalmente diferente de los cuerpos de Ürümqi. Toda la carne se le descompuso y sólo ha quedado la piel, endurecida y curtida por los ácidos del pantano, convirtiéndolo básicamente en un saco de piel que contiene su esqueleto. Pero lo asombroso es el pelo. Es obvio que no era de ese color en un principio. Las tinturas del pantano lo han teñido.

Fabel contempló la imagen que tenía en las manos mientras escuchaba a Severts. Franz
el Rojo
, con su corona de pelo rojo ardiendo en su calavera como llamas, parecía estar gritándole. El pelo. El pelo teñido de rojo.

Fabel sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

11.00 h, Altona Nord, Hamburgo

Maria le había preguntado a Werner si podría suplantarla durante alrededor de una hora. De todas maneras, en el momento de hacerlo se había puesto de pie y había cogido la chaqueta del respaldo de la silla, convirtiendo la pregunta en una especie de afirmación. Werner había apartado la silla de su escritorio, que estaba enfrente del de Maria, y se había echado hacia atrás, para examinarla como si estuviera evaluando la situación.

—No le va a gustar si se entera… —Werner se frotó su hirsuto cuero cabelludo con ambas manos.

—¿Quién? —dijo Maria—. ¿Enterarse de qué?

—Sabes de lo que hablo. Vas a seguir husmeando en el caso de Olga X, ¿verdad? El
chef dejó
bien claro que debías dejarlo.

—Sólo voy a hacer lo que él me indicó: ir a Crimen Organizado para informarles del contexto del caso. ¿Me suplantarás o no?

Werner respondió al tono agresivo de la voz de Maria encogiendo sus pesados hombros.

—Puedo arreglármelas.

Maria se deprimía cada vez que la veía.

Esa estructura había tenido un propósito alguna vez. En otra época, la gente pasaba sus días de trabajo allí, tomando su almuerzo en la cafetería, conversando entre sí o debatiendo sobre la productividad, las ganancias, los aumentos salariales. Ese edificio ancho de una sola planta de Altona-Nord había sido una fábrica en otra época; pequeña, probablemente relacionada con ingeniería liviana o algo similar. Pero ahora se había convertido en una cascara lúgubre y vacía. Casi ninguna de las ventanas permanecía intacta; las paredes estaban llenas de franjas donde el yeso había desaparecido o manchadas con graffiti; en el suelo había una gruesa y polvorienta capa de polvo y pilas de escombros o basura.

Era un territorio poco probable para el amor.

Pero ese edificio proporcionaba un lugar para que el sector más degradado del negocio de la prostitución de Hamburgo realizara sus actividades. En su mayor parte eran chicas heroinómanas, o adictas a otras drogas, que cobraban mucho menos que las que trabajaban en las zonas más atractivas de Herbertstrasse y Kiez. Las chicas que operaban aquí eran mayoristas: hacían la mayor cantidad de servicios lo más rápido posible Para alimentar su hábito o las carteras de sus proxenetas. La evidencia estaba allí, descarnada, a la sombría luz del día: preservativos usados esparcidos por el roñoso suelo de la fábrica.

Olga X no consumía drogas. Eso había quedado establecido en la autopsia. La habían obligado a vender su cuerpo en ese lugar sórdido y miserable mediante alguna otra coacción.

Other books

Fair Border Bride by Jen Black
Deception by A. S. Fenichel
Serial by John Lutz
Dance by Kostova, Teodora
The Body on Ortega Highway by Louise Hathaway
Let's All Kill Constance by Ray Bradbury