Resurrección (16 page)

Read Resurrección Online

Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Resurrección
12.18Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿El trabajo que hacen aquí tiene algún aspecto comercial? —preguntó.

—En el mundo de hoy, Herr Fabel, todas las investigaciones con algún potencial para aplicaciones biotécnicas o médicas tienen un aspecto comercial. Este departamento de genética se mueve entre dos mundos: el académico y los negocios… somos parte de la universidad pero también somos una compañía registrada. Una empresa.

—¿El doctor Griebel trabajaba en algún área de investigaciones comerciales?

—Como ya he dicho, en definitiva todas las investigaciones tienen una aplicación comercial. Y un precio. Pero para darle una respuesta sencilla: no. El doctor Griebel estaba trabajando en un campo que en algún momento ofrecerá ventajas enormes para diagnosticar y prevenir una amplia gama de enfermedades y trastornos. Los frutos de las investigaciones del doctor Griebel tendrán un gran valor comercial, pero eso ocurrirá dentro de muchos años. El doctor Griebel era un científico puro. Le interesaban los desafíos y la potencial innovación… dar un salto hacia delante en la ciencia humana y todos los beneficios que surgen de esos adelantos. —Von Halen se recostó en su silla de ejecutivo, forrada en cuero—. Y, para ser honesto, yo consentía bastante a Gunter. En ocasiones se salía de lo planeado y a veces se enfrentaba a unos cuantos molinos de viento, pero sé que jamás perdía de vista los objetivos de sus investigaciones.

—¿De modo que usted diría que no hay ninguna conexión posible entre el trabajo del doctor Griebel y su asesinato?

Von Halen lanzó una risita amarga.

—No, Herr Kriminalhauptkommissar… yo no creo que haya ningún motivo de esa clase. Ni de ninguna otra. Gunter Griebel era un científico inofensivo, muy trabajador y dedicado, y la razón de que alguien hiciera… bueno, lo que le hicie ron… está totalmente fuera de mi comprensión. ¿Es cierto? ¿Lo que los diarios dicen que le hicieron?

Fabel evitó la pregunta.

—¿Exactamente cuál era el área de investigación del doctor Griebel?

—La epigenética. Estudia cómo se encienden y se apagan los genes y la forma en que eso previene o promueve el desarrollo de ciertas enfermedades y trastornos. Es un campo que aún está en pañales, pero que se convertirá en una de las más importantes de las ciencias de la vida.

—¿Con quién trabajaba?

—Estaba al frente de un equipo de tres personas. Los otros dos eran Alois Kahlberg y Elisabeth Marksen. Puedo presentárselos, si lo desea.

—Me gustaría hablar con ellos, pero tal vez otro día. Puedo llamar para concertar una entrevista. —Fabel se levantó—. Gracias por su tiempo, Herr profesor.

—De nada.

Después de levantarse para irse, Fabel examinó una fotografía en la pared que estaba junto a la puerta. Era una imagen grupal de todo el equipo de investigación, la misma gente que había visto de camino al despacho de Von Halen.

—¿Esta fotografía es reciente? —le preguntó al científico con el traje elegante.

—Sí. ¿Por qué?

—Es sólo que Herr doctor Griebel parece no estar en ella.

—No… Sí que está. —Von Halen señaló una silueta alta en el fondo. En la fotografía, esa persona se había ubicado parcialmente detrás de otro colega y tenía la cabeza un poco inclinada, lo que impedía que la cámara captara una imagen clara de su rostro—. Ese es Gunter… arruinando la foto, como siempre. —Von Halen suspiró—. Supongo que ya no volveremos a tener ese problema…

16.10 h, PrÄsidium de la policía, Hamburgo.

Tan pronto como Fabel regresó al Präsidium telefoneó a Severts, el arqueólogo, y quedaron en encontrarse a la mañana siguiente en su oficina en la Universitát de Hamburgo. Severts le dijo a Fabel que habían descubierto algunos elementos personales en la excavación de HafenCity que claramente pertenecían al hombre momificado.

Pero Fabel tenía en mente una muerte más reciente, y apenas colgó convocó a Anna Wolff y a Henk Hermann a su despacho.

—Hemos conseguido la mayoría de los registros telefónicos de ambas víctimas —dijo Anna, como respuesta a la pregunta de Fabel—. Estamos tratando de relacionar los números con nombres o instituciones. Debo decir que Griebel no era el más social de los animales… No hay mucho para investigar en sus facturas telefónicas. Hauser, por el contrario, parecía estar pegado permanentemente al teléfono. Estamos empezando por los números a los que Hauser más llamó o los que más lo llamaron a él.

—Eso tiene sentido, por supuesto —dijo Fabel—. Pero es posible que el número que estoy buscando no haya sido utilizado con mucha frecuencia. Tal vez sólo en una ocasión. Incluso podría haber sido de un teléfono público.

—¿Qué es lo que está buscando,
chef
? —preguntó Henk.

—Al parecer ambas víctimas dejaron entrar al asesino en sus casas —dijo Fabel—. Eso sugeriría que o bien Hauser y Griebel conocían a su asesino o asesinos, o que éste arregló encontrarse con ellos previamente.

—Pero nos enfrentamos a una persona que claramente hace muchos esfuerzos para evitar dejar rastros forenses —intervino Anna—. ¿No es demasiado esperar que dejara su número telefónico en un registro?

—Es cierto… —Fabel suspiró ante la inutilidad de la tarea—. Pero tengo la impresión de que el contacto se estableció de alguna manera. Como he dicho, supongo que sería a través de un teléfono público o de una línea descartable de teléfono móvil… algo que no podamos conectar con ninguna persona en particular. Siempre existe la posibilidad de que el contacto se hiciera de otra manera. Tal vez incluso acercándose a las víctimas en la calle con alguna historia razonable. Sólo quiero saber si mi teoría está justificada antes de empezar a buscar en la dirección equivocada.

—Y en cualquier caso —dijo Henk—, siempre existe alguna posibilidad remota de que nuestro hombre se descuidara… tal vez pensando que nosotros no buscaríamos en las llamadas telefónicas.

Fabel sonrió con tristeza.

—Me gustaría poder creer eso… pero el calificativo de «descuidado» no encaja con este asesino.

—Aquí hay algo interesante… —Henk puso algunas páginas de un expediente lado a lado sobre el escritorio de Fabel. Consistían en recortes de prensa y fotografías de Hans-Joachim Hauser. La más reciente era un fotograma de un noticiero de la NDR—. ¿Veis el denominador común?

Fabel se encogió de hombros.

Henk señaló las imágenes una tras otra.

—A Hans-Joachim Hauser siempre le interesaba que lo ^eran haciendo lo que predicaba. No tenía coche y jamás se trasladaba en coches de otros.

Fabel volvió a mirar las fotografías. En un par de ellas, se veía a Hauser en bicicleta por las atestadas calles de Hámago. En las otras, Fabel pudo ver la bicicleta deliberadamente ubicada en el fondo, o captada de manera accidental en parte del cuadro.

—Ha desaparecido… —dijo Henk.

—¿La bicicleta?

Henk asintió con un gesto.

—La hemos buscado en todas partes y no está. Era muy particular, estaba llena de cientos de pequeñas pegatinas con mensajes ecologistas. Él nunca iba a ningún lado sin ella. Le pregunté por la bici a Sebastian Lang, el amigo de Hauser… —Henk enfatizó la palabra «amigo»—. Dijo que Hauser siempre dejaba la bicicleta encadenada en el pequeño patio que está detrás de su apartamento. Como es obvio, los forenses buscaron huellas digitales en el patio y revisaron las ventanas del fondo. No hallaron nada. Según Lang, Hauser tenía la misma bicicleta desde sus tiempos de estudiante. Al parecer estaba muy orgulloso de ella.

Fabel volvió a mirar las fotografías. Era una bicicleta muy común, muy anticuada, para nada algo que un asesino psicótico se llevaría como trofeo. A menos, por supuesto, que el asesino conociera la relación de Hauser con ella. ¿Pero por qué dejaría el cuero cabelludo y se llevaría la bici?

—¿Sabemos si falta algo más en la casa del doctor Griebel?

—Nada que sepamos con seguridad… —respondió Anna—. El doctor Griebel también tenía un ama de llaves… probablemente no tan eficiente como Kristina Dreyer, pero ella dice que no ha notado que faltara nada obvio.

—De acuerdo… —Fabel le devolvió las fotografías a Henk—. Ponte en contacto con la rama uniformada… Quiero que ésta sea la bicicleta más buscada de toda la historia de la policía alemana.

Después de que Henk y Anna se marcharan de su despacho, Fabel telefoneó a Susanne al Instituto de Medicina Legal. Susanne estaba haciendo una evaluación más completa de Kristina Dreyer antes de que se decidiera si debían presentarse cargos contra ella por haber destruido pruebas con la intención de hacerlo. Oficialmente, seguía siendo sospechosa del primer homicidio, pero el solitario pelo rojo que había aparecido en cada una de las escenas de los asesinatos, así como el hecho de que a ambas víctimas se les hubiera arrancado el cuero cabelludo de la misma manera exactamente, indicaban que se enfrentaban al mismo asesino.

—El informe estará listo mañana, Jan —le explicó Susanne—. Para ser honesta, voy a recomendar que se le haga una evaluación clínica a cargo del psicólogo de un hospital y que impliquemos en esto a los servicios sociales. Mi opinión es que no se la puede responsabilizar por sus actos en cuanto a haber limpiado la escena del crimen.

—Me parece que coincido contigo, sólo por haber hablado con ella y conocer su pasado. Pero voy a consultar al doctor Minks, el psicólogo de la Clínica del Miedo, sobre ella. —Fabel hizo una pausa—. Casi no valió la pena que nos fuéramos, ¿verdad? Nada más llegar nos encontramos con toda esta mierda…

—No importa… —La voz de Susanne era cálida y sonaba casi somnolienta—. Ven a mi casa esta noche y cocinaré algo interesante. Podemos mirar las páginas de anuncios inmobiliarios en el
Abendblatt
y ver qué hay disponible dentro de nuestro rango de precios.

—Sé de dos propiedades que están por salir al mercado —dijo Fabel en tono sombrío—. Sus dueños ya no las necesitan.

17.30 h, Blankenese, Hamburgo

Para cuando sonó el teléfono, Paul Scheibe ya llevaba bebiendo desde hacía unas buenas tres horas. Sin embargo, la calidez de la uva francesa no había conseguido derretir el frío del miedo que le apretaba el estómago. Tenía la cara pálida y cubierta de una brillante capa de sudor frío y grasiento.

—Busca un teléfono público y llámame a este número. No uses tu móvil. —La voz le pasó el número y la línea enmudeció. Scheibe buscó lápiz y papel y lo apuntó.

Scheibe parecía encandilado por la luz de las últimas horas cíe la tarde mientras caminaba desde su mansión hasta la costa del Elba. Blankenese está construida sobre una empinada orilla Y es famosa por sus senderos, que comprenden miles de escales. Con los pies pesados después de todo lo que había bebido aquella tarde, Scheibe bajó con dificultad hasta el teléfono público que, según sabía, se encontraba junto a la playa.

Su llamada fue atendida después del primer ring. Le pareció oír el sonido de equipos pesados en el fondo.

—Soy yo —dijo. Las tres botellas de merlot le habían puesto la voz gruesa y arrastrada.

—Maldito gilipollas —susurró la voz al otro lado de la línea—. Nunca… nunca uses el número de mi oficina o de mi móvil para cualquier cosa excepto para llamadas oficiales. Después de tantos años, y particularmente con todo lo que está pasando, había pensado que tendrías la sensatez de no arriesgarte a que nos encontraran.

—Lo lamento…

—No digas mi nombre, imbécil —lo interrumpió la voz al otro lado de la línea.

—Lo lamento —repitió Scheibe mansamente. Algo más que el vino le espesó la voz—. Sentí pánico. Por Dios… primero Hans-Joachim, ahora Gunter. Esto no es una coincidencia. Alguien nos está matando uno por uno.

Hubo un pequeño silencio en la línea.

—Lo sé. Sin duda, eso parece.

—¿Eso parece? —resopló Scheibe—. Por el amor de Dios, hombre… ¿Has leído lo que les hicieron a los dos? ¿Has leído aquello del pelo?

—Lo he leído.

—Es un mensaje. Eso es lo que es… un mensaje. ¿No lo entiendes? El asesino les tiñó el pelo de rojo. Alguien está buscando a todos los miembros del grupo. Voy a irme. Voy a desaparecer. Tal vez me vaya al extranjero, o algo así… —Había desesperación en la voz de Scheibe, la desesperación de un hombre sin plan que fingía tener una estrategia para enfrentarse a algo a lo que no había forma de enfrentarse.

—Tú te quedarás donde estás —replicó la voz al otro lado del teléfono—. Si intentas huir, llamarás la atención sobre ti mismo… y sobre el resto de nosotros. Por el momento la policía piensa que están buscando a un asesino al azar.

—¿Entonces debo quedarme sentado a esperar a que me arranquen el cuero cabelludo?

—Quédate allí y espera instrucciones. Me pondré en contacto con los otros…

El teléfono enmudeció. Scheibe siguió sosteniendo el auricular contra la oreja y contempló desconcertado la arena bordeada de césped de la orilla de Rlankenese. Su mirada llegó hasta el Elba y observó cómo un gran barco carguero se deslizaba en silencio. Sintió que le ardían los ojos y una tristeza grande y plomiza empezó a formarse en su pecho cuando pensó en otro Paul Scheibe, el Paul Scheibe que había sido una vez, jactancioso y lleno de las arrogantes certezas de la juventud. Un Paul Scheibe en tiempo pasado cuyas decisiones y acciones habían regresado para perseguirlo.

Su pasado estaba partiendo en dos su presente. Su pasado estaba alcanzándolo… y en ello le iría la vida.

6

Martes 23 de agosto de 2005, cinco días después del primer asesinato

10.00 h, Departamento de arqueología, UniversitAt de Hamburgo

La sonrisa de Severts era tan ancha como su rostro estrecho y largo podía permitírselo. No estaba vestido de la misma manera que en la excavación de HafenCity; llevaba pantalones de pana, una áspera chaqueta de tweed con solapas angostas y pasadas de moda y una camisa a cuadros que estaba desabrochada a la altura del cuello y dejaba ver una camiseta oscura debajo. Pero si bien el estilo de su indumentaria era aparentemente más formal que el de la excavación, la combinación de colores terrosos era la misma. Su despacho era luminoso y amplio pero estaba repleto de libros, archivos y objetos arqueológicos. Un gran ventanal llenaba de luz la habitación, pero no dejaba ver más que otro pabellón de la universidad.

El arqueólogo le pidió a Fabel que se sentara. Mientras lo hacía, a Fabel le sorprendió darse cuenta de que había algo en la ropa de Severts, en su despacho y en los objetos representativos de su trabajo que estimulaba una envidia pequeña y triste en él. Durante un momento reflexionó sobre el hecho de lo cerca que había estado de seguir un camino similar, la forma en que se había apasionado por la historia europea y en que, en sus tiempos de estudiante, ya había desplegado el mapa de su futuro y trazado el rumbo de su carrera. Pero luego se había producido un solo acto sin sentido y de intensa violencia, la fuerte impresión de la muerte de alguien cercano a manos de un desconocido, y todos los puntos de referencia que esperaba ver en su futuro habían quedado borrados.

Other books

My Holiday in North Korea by Wendy E. Simmons
Follow the Dotted Line by Nancy Hersage
City of Boys by Beth Nugent
A Dead Man in Deptford by Anthony Burgess
Activate by Crystal Perkins
Cold Sight by Parrish, Leslie
Appointment in Samarra by John O'Hara
Girl by Eden Bradley
The Hill of the Red Fox by Allan Campbell McLean