Robots e imperio (45 page)

Read Robots e imperio Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Robots e imperio
2.8Mb size Format: txt, pdf, ePub

–Mi desamparo apenas podía afectarte, amigo Giskard. No soy más que un robot, y aunque mi necesidad podía afectar mis propios actos por la tercera ley, no puede afectar los tuyos. Destruíste a la capataza de Solaria sin la menor vacilación; debiste haber contemplado la mía sin verte empujado a actuar.

–En efecto, amigo Daneel, y normalmente hubiera sido así. No obstante, el mencionar la ley Cero redujo la intensidad de la primera ley a un tono anormalmente bajo. La necesidad de salvarte fue suficiente para cancelar lo que quedaba de ella y yo..., bueno, actué como lo hice.

–No, amigo Giskard. La idea de dañar a un robot no hubiera debido afectarte. Ni debía, de ningún modo, contribuir a olvidar la primera ley, por débil que ésta se hubiera vuelto.

–Lo curioso, amigo Daneel, es que no sé cómo ocurrió. Quizá fue que he observado que continúas pensando como un ser humano pero...

–Sí, amigo Giskard.

–En el momento en que los robots se acercaron a tí y Vasilia hizo gala de su placer salvaje, mis circuitos positrónicos se reformaron de modo anómalo. Por un momento, pensé en ti como en un ser humano y reaccioné de acuerdo a ello.

–Estuvo mal.

–Lo sé. Pero..., pero si volviera a ocurrir, creo que ese cambio anómalo volvería a tener lugar.

–Es extraño –observó Daneel– pero oyéndote decirlo, me encuentro pensando que hiciste bien. Creo que si la situación fuera a la inversa, estoy casi seguro de que yo también haría lo mismo, que pensaría en ti como un ser humano.

Daneel, tímidamente y despacio, alargó la mano; Giskard la miró, indeciso. Luego, también muy despacio, alargó la suya. Las puntas de los dedos rozaron y poco a poco cada uno tomó la mano del otro y se las estrecharon casi como si realmente fueran los amigos que se llamaban uno a otro.

67

Gladia miró alrededor con velada curiosidad. Estaba en la cabina de D.G. por primera vez. Aparentemente, no era mucho más lujosa que la que habían preparado para ella. La cabina de D.G. tenía un panel de visión más complicado, y una consola llena de luces y botones que servirían, supuso, para mantener a D.G. en contacto con el resto de la nave.

–Le he visto poco desde que salimos de Aurora, D.G.

–Me halaga que se haya dado cuenta –respondió D.G. sonriendo–. Y a decir verdad, Gladia, yo me he dado cuenta de lo mismo. Con toda la tripulación masculina, resalta usted bastante.

–No es una razón muy halagadora de echarme de menos. Con toda la tripulación humana, me figuro que Daneel y Giskard también resaltarán. ¿Les ha echado de menos tanto como a mí?

–En realidad les echo tan poco en falta que solamente ahora me doy cuenta que no están con usted. –Miró alrededor. –¿Y dónde están?

–En mi cabina. Me pareció una tontería arrastrarles conmigo dentro de los confines de este pequeño mundo que es la nave. Parecieron dispuestos a dejarme salir sola, lo que me sorprendió. Pensándolo bien, no tuve que ordenarles vivamente que no me siguieran.

–¿No es muy raro? Tengo entendido que los auroranos no están nunca sin sus robots.

–¿Y qué? Hace mucho tiempo, cuando llegué a Aurora por primera vez, tuve que aprender a sufrir la presencia de seres humanos junto a mí, algo para lo que no me había preparado mi educación Solaria. Aprender a pasarme sin mis robots, estando entre colonizadores será mucho menos difícil para mí que lo otro.

–Bien. Muy bien. Debo confesar que prefiero estar con usted sin la mirada fosforescente de Giskard fija en mí, o mejor aún sin la sonrisita de Daneel.

–Si no sonríe.

–A mí me lo parece; una insinuante y lasciva sonrisita.

–Está loco. Daneel no es así.

– Porque usted no le vigila como hago yo. Su presencia es inhibitoria. Me obliga a comportarme bien.

–Vaya, no faltaba más.

–No es preciso que lo diga con tanto énfasis. Pero no importa, permítame excusarme por haberla visto tan poco desde que salimos de Aurora.

–No es necesario.

–Debe de serlo puesto que lo sacó a relucir. Pero deje que le explique. Hemos estado en pie de guerra. Estábamos seguros, marchándonos como lo hicimos, de que las naves auroranas nos perseguirían.

–Yo diría que están encantados de haberse quitado de encima un grupo de colonizadores.

–Claro, pero usted no es una colonizadora y podría ser a usted a quien quisieran. Estaban muy impacientes por recuperarla después de Baleymundo.

–Ya me recuperaron. Les informé y ahí acabó todo.

–¿No querían nada más que su informe?

–Nada más. –Gladia se calló y por un momento pareció como si algo apuntara vagamente en su memoria. Pero, fuera lo que fuese, pasó y repitió, indiferente: –Nada más.

–Todo esto carece de sentido, pero no intentaron detenernos mientras usted y yo estábamos en Aurora ni después, cuando volvimos a bordo y nos preparamos para salir de órbita. –No voy a discutirlo. No tardaremos mucho en dar el "Salto". Después ya nada debe preocupamos.

–A propósito, ¿por qué lleva una tripulación enteramente masculina? Las naves auroranas llevan siempre tripulaciones mixtas.

–También las naves colonizadoras. Las corrientes. Ésta es una nave mercante.

– ¿Qué diferencia hay?

–El ser mercante implica peligro. Es una vida dura dispuesta siempre a la lucha. Las mujeres a bordo crearían problemas.

– ¡Qué tontería! ¿Qué problemas les creo yo?

–No vamos a discutirlo. Además, es lo tradicional. Los hombres no lo tolerarían.

–¿Cómo lo sabe? –rió Gladia–. ¿Lo ha intentado alguna vez?

–No, pero tampoco hay largas colas de mujeres reclamando un puesto en mi nave.

–Yo estoy aquí. Estoy disfrutando mucho.

–Usted recibe un trato especia!. De no ser por su ayuda en Solaria pudo haber mucho jaleo. En realidad, lo hubo. Pero bueno, dejémoslo.

–Tocó uno de los botones de la consola y apareció brevemente una cuenta regresiva. –Vamos a "saltar" dentro de dos minutos. Nunca ha estado en Tierra, ¿verdad, Gladia?

–No, claro que no.

–Ni ha visto el sol, no un sol.

–No, aunque lo he visto en dramas históricos por hipervisión, pero me figuro que lo que nos enseñan en la pantalla no es realmente el sol.

–Seguro que no lo es. Si no le importa, bajaremos las luces. Las luces disminuyeron sensiblemente y Gladia descubrió en el panel de visión unas estrellas más brillantes y mucho más abundantes que en el cielo de Aurora.

–¿Es visión telescópica? –preguntó a media voz.

–Más o menos. Disminuir energía. Quince segundos.– Contó hacia atrás. Hubo un movimiento en el campo de estrellas y de pronto una muy brillante quedó casi centrada. D.G. tocó otro botón y dijo :

–Estamos completamente fuera del plano planetario. ¡Bien! Un poco arriesgado. Debimos habernos alejado más de la estrella aurorana antes de "saltar", pero tenemos cierta prisa. Esto es el sol.

–¿Esta estrella tan brillante, quiere decir?

–Sí... ¿Qué le parece?

Un poco desconcertada sobre qué respuesta era la que D.G. esperaba, Gladia se limitó a decir:

–Muy brillante.

Apretó otro botón y la vista se oscureció perceptiblemente.

–Sí... y no hará ningún bien a sus ojos si se queda mirando. Pero no es el brillo lo que cuenta. En apariencia, es sólo una estrella, pero piense. Este es el sol original. Fue la estrella cuya luz brilló sobre el único planeta en donde existían seres humanos. En el que los seres humanos iban evolucionando poco a poco. En el que la vida se formó hace miles de millones de años, una vida que se desarrollaría y formaría seres humanos. En la Galaxia hay trescientos mil millones de estrellas, y cien mil millones de galaxias en el Universo y solamente hay una de todas esas estrellas que presidió el nacimiento humano, y ésa es la estrella.

Gladia estuvo a punto de decir: "Bueno, pero alguna estrella tenía que ser la estrella", pero lo pensó mejor y dijo débilmente:

–Muy impresionante.

–No es solamente impresionante –dijo D.G. medio a oscuras–. No hay un solo colono en la Galaxia que no considere esa estrella como suya. La radiación de las estrellas que brillan sobre nuestros planetas habitados es radiación prestada, es radiación alquilada. Allí..., precisamente allí, está la verdadera radiación que nos dio la vida. Es esa estrella y el planeta que gira alrededor, la Tierra, que nos mantiene a todos fuertemente unidos. Si no compartiéramos nada más, compartiríamos esa luz en las pantallas y nos bastaría. Ustedes, los espaciales, la han olvidado y es por eso por lo que se van separando unos de otros y por lo que, a la larga, no sobrevivirán.

–Hay sitio para todos, capitán –murmuró Gladia.

–Sí, claro. Yo no haría nada para que los espaciales no sobrevivieran. Sólo creo que esto es lo que va a ocurrir y que podría no ser así si los espaciales olvidaran su irritante sentido de superioridad, sus robots y su obsesión por la longevidad.

– ¿Es así como me ve, D.G.? –pregunto Gladia.

–Tuvo sus más y sus menos –dijo D.G.–. Pero ha mejorado, se lo concedo.

–Gracias –respondió con evidente ironía–, Y aunque le cueste trabajo creerlo, también los colonizadores tienen su orgullosa arrogancia. Pero también usted ha mejorado, se lo concedo.

D.G. se echó a reír.

–Con todo este intercambio de amabilidades esto terminará en una enemistad eterna.

–No lo creo –respondió Gladia riendo a su vez, y le sorprendió un poco ver que la mano de él estaba sobre la suya... Y se sorprendió mucho más al descubrir que ella no había retirado la mano.

68

–Me inquieta, amigo Giskard, que Gladia no se encuentre bajo nuestra observación directa.

–No es necesario a bordo de esta nave, amigo Daneel. No detecto sentimientos peligrosos, y el capitán está con ella en este momento. Además, tendrá sus ventajas el que ella se encuentre cómoda sin nosotros mientras estemos todos en la Tierra. Es posible que tú y yo tengamos que entrar de pronto en acción sin querer que su presencia y seguridad sean factores que nos compliquen.

–Entonces, ¿has manipulado ahora su separación de nosotros?

–Apenas. Curiosamente, he descubierto en ella una fuerte tendencia a imitar el modo de vida de los colonizadores en este aspecto. Siente un tenue anhelo de independencia, frenado sobre todo por la sensación de que, con ello, está violando su espacialidad. Es el mejor modo que tengo de describirlo. Las sensaciones y emociones no son fáciles de interpretar, porque nunca las he encontrado entre los espaciales. Asi que me limité a aflojar la inhibición de espacialidad con apenas tocarla.

–Asi que, ¿dejará de querer utilizar nuestros servicios, amigos Giskard? Eso me preocuparía.

–No debería. Si ella decidiera que quiere una vida libre de robots y que así iba a ser más feliz, es lo que nosotros querremos para ella también. De todos modos, estoy seguro de que todavía le seremos útiles. Esta nave es pequeña y en ella no se corre gran peligro. En presencia del capitán se siente segura y esto disminuye su necesidad de nosotros. En la Tierra, todavía nos va a necesitar, aunque confío que no tanto como en Aurora. Como te digo, una vez en la Tierra podemos precisar una mayor flexibilidad de acción.

–¿Todavía no puedes adivinar la naturaleza de la crisis que amenaza a la Tierra? ¿Sabes lo que vamos a tener que hacer?

–No, amigo Daneel, no lo sé. Eres tú el que posee el don de la comprensión. ¿Hay algo, quizá que puedes ver?

Daneel guardó silencio un momento. Luego dijo:

–He tenido pensamientos.

–¿Qué clase de pensamientos?

– Acuérdate que en el Instituto de Robótica, antes de que Vasilia entrara en la habitación donde Gladia dormía, el doctor Amadiro tuvo dos intensas punzadas de ansiedad. La primera fue cuando se mencionó el intensificador nuclear, la segunda cuando Gladia declaró que iba a la Tierra. Me parece que ambas están conectadas. Presiento que la crisis de la que tratamos tiene que ver con el uso de un intensificador nuclear en la Tierra, que hay tiempo aún para pararlo, y que el doctor Amadiro teme que hagamos precisamente esto si vamos a la Tierra.

–Tu mente me dice que no estás satisfecho de la idea. ¿Por qué no, amigo Daneel?

–Un intensificador nuclear apresura los procesos de fusión ya iniciados mediante un chorro de partículas W. Por tanto, me pregunto si el doctor Amadiro se propone utilizar uno o más intensificadores nucleares para hacer estallar los reactores de microfusión que proporcionan energía a la Tierra. Las explosiones nucleares así provocadas llevarían consigo a la destrucción por calor y fuerzas mecánicas, a través del polvo y productos radiactivos que serían lanzados a la atmósfera. Incluso si esto no bastara para herir mortalmente a la Tierra, la destrucción del suministro de energía llevaría seguramente, y a largo plazo, al colapso de la civilización terrestre.

–Ésta es una idea horrible –declaró Giskard, sombrío– y parece casi seguro que es la respuesta a la naturaleza de la crisis que andamos buscando. Entonces, ¿por qué no estás satisfecho?

–Me he tomado la libertad de utilizar la computadora de la nave para obtener información sobre el planeta Tierra. La computadora es, como cabe esperar en una nave colonizadora, extremadamente rica en este tipo de información. Parece ser que la Tierra es el único mundo humano que no emplea en gran escala reactores de microfusión como fuente de energía. Utiliza, casi por completo, energía solar directa, con estaciones de energía solar a lo largo de toda la órbita geoestacionaria. Un intensificador nuclear no puede hacer nada, excepto destruir pequeños mecanismos como... naves espaciales y algún que otro edificio. El daño podría ser importante, pero no amenazaría la existencia de la Tierra.

–Puede ser, amigo Daneel, que Amadiro tenga algo que destruya los generadores de energía solar.

–Si es así, ¿por qué reaccionó al oír mencionar los intensificadores nucleares? No pueden, de ningún modo, afectar los generadores de energía solar.

Giskard asintió con lentos movimientos de cabeza:

–Un punto a tu favor. Y, ahora, ¿por qué si el doctor Amadiro estaba tan horrorizado ante la idea de que fuéramos a la Tierra, no hizo ningún esfuerzo por hacemos detener mientras estábamos aún en Aurora? O, si solamente descubrió nuestra huida después de que saliéramos de órbita, ¿por qué no envió una nave aurorana a interceptarnos antes de que diéramos el "salto" al planeta? Puede ser que sigamos una pista equivocada, que en alguna parte hayamos cometido un grave error, que...

Other books

Dark Winter by Hennessy, John
The Twelfth Transforming by Pauline Gedge
A Vampire's Soul by Carla Susan Smith
Infidels by J. Robert Kennedy
Jihadi by Yusuf Toropov
One Snowy Knight by Deborah MacGillivray
Never Too Late by Jay Howard