Authors: Kerstin Gier
Caroline rió entre dientes. Sin duda se estaba imaginando a la tía Glenda como camello.
—Esto no es ninguna serie de la tele, tía Maddy —resopló la tía Glenda.
—Gracias a Dios —repuso la tía Maddy—. Si fuera una, haría tiempo que había perdido el hilo.
—Es muy sencillo —aclaró Charlotte fríamente—. Todos pensaban que yo tenía el gen, pero en realidad es Gwendolyn la que lo tiene. —Apartó el plato y se levantó—. Ya veremos cómo se las arreglará.
—¡Charlotte, espera! —Pero la tía Glenda no pudo evitar que Charlotte saliera pitando de la habitación. Antes de correr tras ella, aún tuvo tiempo de lanzar una mirada venenosa a mamá—. ¡Deberías avergonzarte, Grace!
—Realmente es un peligro público —dijo Nick.
Lady Arista lanzó un profundo suspiro.
Mamá también suspiró.
—Ahora tengo que ir al trabajo. Gwendolyn, he quedado con mister George en que hoy irá a recogerte a la escuela. Te enviarán para elapsar al año 1956, en un sótano seguro; allá podrás hacer tranquilamente tus deberes.
—¡Brutal! —exclamó Nick.
Lo mismo pensaba yo.
—Y luego vuelve enseguida a casa —dijo lady Arista.
—Para entonces ya será de noche —repuse.
¿En adelante iba a ser siempre así mi vida? ¿Desde la escuela ir a elapsar a Temple, sentarme allí en un sótano aburrido y hacer los deberes y luego ir a casa a cenar? ¡Aquello era una auténtica pesadilla!
La tía abuela Maddy maldijo en voz baja porque la manga de su bata había rozado la mermelada de su tostada.
—Siempre digo que a esta hora uno debería estar en la cama.
—Y yo —repuso Nick.
Como cada mañana, mamá nos dio un beso a los tres para despedirse, y luego me puso la mano en el hombro y dijo en voz baja:
—Si por casualidad vieras a mi papi, por favor dale un beso de mi parte.
Lady Arista se estremeció ligeramente al oírlo. En silencio, tomó unos sorbitos de té, miró al reloj y dijo:
—Tendrás que darte prisa si quieres llegar a la hora a la escuela.
✿✿✿
—Aún no sé cómo, pero te aseguro que un día abriré un despacho de detectives —afirmó Leslie.
Las dos nos habíamos saltado la clase de geografía de mistress Counter y estábamos charlando apretujadas en el interior de un cubículo del lavabo de las chicas. Leslie estaba sentada en la tapa del váter con un grueso archivador sobre las rodillas, y yo me apoyaba con la espalda contra la puerta, que estaba cubierta de inscripciones superpuestas hechas con bolígrafo y rotulador como «Jenny ama a Adam», «Malcolm es un borde» y «La vida es una mierda», entre otras.
—Sencillamente, llevo la investigación de misterios en la sangre —dijo Leslie—. Tal vez estudie también historia y me especialice en mitos y escritos antiguos. Y luego haré como lo de Tom Hanks en
Ángeles y demonios
. Aunque, naturalmente, yo tengo mejor aspecto, y además contrataré a un ayudante realmente divertido.
—Hazlo —repuse—. Seguro que será emocionante. Mientras tanto, yo me quedaré confinada para el reto de mi vida en el año 1956 en un sótano sin ventanas.
—Solo tres horas al día —replicó.
Leslie estaba al corriente de todo, y parecía que podía captar el complicado entramado de datos mucho mejor y mucho más deprisa que yo. Mi amiga había escuchado todas mis explicaciones hasta la historia de los hombres en el parque, incluida la interminable letanía de mis remordimientos de conciencia.
«Es mejor que te defiendas antes que dejarte cortar te a ti misma como una torta», había sido su comentario, que, curiosamente, me había ayudado más que todos los razonamientos de mister George o de Gideon juntos.
—Míralo de este modo —me susurró ahora—. Piensa que si tienes que hacer deberes en un sótano, al menos no tendrás que toparte con condes siniestros que dominan la telequinesis.
«Telequinesis» era el concepto que Leslie había encontrado para describir la capacidad del conde de estrangularme a metros de distancia a mí. Y mediante la telequinesis, decía, uno también puede comunicarse sin abrir la boca. Me había prometido que esa misma tarde profundizaría más en el tema.
Leslie se había pasado el día anterior y parte de la noche buscando información en internet sobre el conde de Saint Germain y el resto del material que le había proporcionado, y rechazó mis efusivas muestras de agradecimiento alegando que se lo pasaba de muerte con todo aquello.
—Parece ser que ese conde de Saint Germain es un personaje histórico bastante impenetrable, tanto que ni siquiera consta su fecha de nacimiento exacta. Y existen muchos enigmas sobre su origen —dijo, mientras su rostro se encendía literalmente de entusiasmo—. Se dice que no envejecía, algo que algunos atribuyen a la magia y otros a una alimentación equilibrada.
—Era viejo —repuse yo— Tal vez estuviera bien conservado, pero puedo asegurarte que era viejo.
—Bien, entonces este punto queda rebatido —prosiguió Leslie—. Debió de ser una personalidad fascinante, porque aparece en numerosas novelas y, para determinados círculos esotéricos, es una especie de gurú, un iniciado, lo que quiera que signifique eso. Pertenecía a diversas sociedades secretas, a los masones, los rosacruces y algunas más, era un músico notable, tocaba el violín y componía, hablaba una docena de lenguas fluidamente y se dice que podía, agárrate bien, viajar en el tiempo. En todo caso, él afirmaba haber asistido a diversos acontecimientos que era imposible que hubiera presenciado.
—Bueno, supongo que en realidad podía haberlo hecho.
—Sí. Qué locura, ¿no? Además, tenía gran interés por la alquimia. En Alemania tenía su propia torre alquímica para realizar sus experimentos…
—Alquimia. Eso tiene alguna relación con la piedra filosofal, ¿verdad?
—Exacto. Y con la magia. Pero la piedra filosofal significa cosas distintas para cada persona. Había individuos que solo querían fabricar oro artificialmente, lo que condujo a todo tipo de aberraciones. Todos los reyes y príncipes estaban interesadísimos por la gente que afirmaba ser alquimista porque naturalmente iban locos por obtener oro. Pero, aunque de los intentos de fabricar oro surgió, por ejemplo, la porcelana, en la mayoría de los casos no surgía nada de nada, y por eso también a veces los alquimistas eran considerados herejes o estafadores y eran arrojados a prisión o decapitados.
—Era culpa suya —repuse—. No tenían más que estar atentos en clase de química.
—Pero en realidad lo que preocupaba a los alquimistas no era el oro —continuó Leslie—. Ese era, por aquí decirlo, la tapadera para sus experimentos. La piedra filosofal es más bien un sinónimo de la inmortalidad. Los alquimistas pensaban que si se combinaban los componentes adecuados (ojos de sapo, sangre de una virgen, pelos de la cola de un gato negro, jajá, tranquila, es broma), que si se combinaban, digo, los componentes adecuados con los procesos químicos adecuados, al final surgiría una sustancia que convertiría al que la bebiera en inmortal. Los adeptos del conde de Saint Germain afirman que él poseía la receta, y que, por tanto, era inmortal. Sin embargo, hay fuentes que indican que murió en 1784 en Alemania; aunque también hay otras fuentes que mencionan informes de personas que le vieron muchos años más tarde vivito y coleando.
—Hummm… —murmuré—. No creo que sea inmortal, pero es posible que esté tratando de conseguirlo. Quizá ese sea el secreto que se esconde tras el Secreto. Lo que ocurre cuando el Círculo se cierra…
—Es posible. Pero esta es solo una cara de la moneda, impuesta forzadamente por fervorosos adeptos de teorías de la conspiración esotéricas que no tienen inconveniente en manipular los datos de las fuentes en beneficio propio. Observadores críticos, en cambio, parten de la base de que los mitos que rodean la figura de Saint Germain son, en su mayor parte, puras fantasías de sus seguidores, y que tienen su origen en hábiles escenificaciones creadas por ellos mismos.
Leslie soltó todo esto tan deprisa y con tanto entusiasmo que no pude evitar echarme a reír.
—¿Por qué no vas a ver a mister Whitman y le preguntas si puedes escribir un trabajo sobre el tema? —le propuse—. Has investigado tanto que incluso podrías escribir todo un libro sobre el tema.
—No creo que la ardilla sepa valorar mis esfuerzos —replicó Leslie—. Al fin y al cabo, es uno de los adeptos de Saint Germain (como Vigilante, a la fuerza tiene que serlo), y para mí él es claramente el malvado en esta historia; me refiero a Saint Germain, no a mister Ardilla. Te amenazó y te agarró por el cuello. Y tu madre dijo que debías andar con cuidado con él. Lo que significa que sabe más de lo que admite. Y en realidad solo pudo saberlo a través de la tal Lucy.
—Creo que todos saben más de lo que admiten —suspiré—. En cualquier caso, todos saben más que yo. ¡Incluso tú!
Leslie rió.
—Considérame sencillamente como una parte de tu cerebro guardada en reserva. El conde siempre rodeó sus orígenes de un gran misterio. El nombre y el título, en todo caso, eran inventados. Posiblemente era hijo ilegítimo de María Ana de Habsburgo, la vida del rey Carlos II de España. En cuanto al padre, existen dudas entre varios personajes. Otra teoría afirma que era hijo de un príncipe transilvano que fue criado en Italia en la casa del último duque de Médicis. De todas maneras, nada de esto es realmente demostrable, de modo que todo el mundo da palos de ciego. Pero ahora nosotras dos tenemos una nueva teoría.
—Ah, ¿sí?
Leslie puso los ojos en blanco.
—¡Naturalmente! Ahora sabemos que uno de sus progenitores tenía que proceder de la familia De Villiers.
—¿Y de dónde hemos sacado eso?
—¡Vamos, Gwen! Tú misma has dicho que el primer viajero del tiempo se llamaba De Villiers, y por eso el conde debe de ser un miembro, legítimo o ilegítimo, de la familia; eso lo entiendes, ¿no? Si no, tampoco sus descendientes llevarían el apellido.
—Hummm... sí —dije dudando. Seguía sin aclararme del todo con las genealogías familiares—. De todos modos, me parece que la teoría transilvana también tiene su interés. No puede ser casualidad lo de ese Rakoczy de allí. —Seguiré investigando sobre eso —prometió Leslie—. ¡Cuidado!
La puerta de fuera se abrió y alguien entró en los lavabos. La chica —al menos nosotras supimos que era un chica— entró en el cubículo de al lado para hacer pipí, y Leslie y yo nos mantuvimos en silencio hasta que volvió a salir.
—Sin lavarse las manos —señaló Leslie—. Puaj. Me alegro de no saber quién era.
—Se han acabado las toallitas de papel —advertí yo.
Empezaba a sentir que se me entumecían las piernas.
—¿Crees que tendremos problemas? —le pregunté—. Seguro que mistress Counter se dará cuenta de que no estamos. Y si no lo hace, alguien se chivará.
—Para mistress Counter todos los alumnos son interminables; no se dará cuenta nada. Desde que iba a quinto me llama Lilly, y a ti te confunde con Cynthia. ¡Precisamente con Cynthia! No, no, lo que estamos haciendo aquí es mucho más importante que la geografía. Tienes que prepararte de la mejor manera posible. Cuanto más sepas de tu adversario, mejor.
—Si al menos supiera quién es mi adversario…
—No puedes fiarte de nadie —me advirtió Leslie, exactamente igual que mi madre—. Si estuviéramos en una película, al final el malo sería quien menos te esperas. Pero, como no estamos en una película, yo apostaría por el tipo que ha tratado de estrangularte.
—Pero ¿quién nos echó encima a los hombrse de negro en Hyde Park? ¡El conde no lo hubiera hecho nunca! Necesita a Gideon para que visite a los otros viajeros del tiempo y les extraiga sangre para cerrar el Círculo.
—Sí, es verdad. —Leslie se mordisqueó el labio inferior con aire pensativo—. Pero es posible que en esta película haya varios malvados. Lucy y Paul también podrían serlo. Recuerda que robaron el cronógrafo. ¿Y qué me dices del hombre de negro del número 18?
Me encogí de hombros.
—Esta mañana estaba ahí, como siempre. ¿Por qué lo dices? ¿Crees que también acabará por sacar una espada?
—No, más bien diría que debe de ser un Vigilante que está ahí plantado como un pasmarote por principio. —Leslie volvió a concentrarse en su archivador—. Por otra parte, sobre los Vigilantes como tales no he podido encontrar nada; parece que es una logia muy secreta. Pero algunos de los nombres que has mencionado, como Churchill, Wellington, Newton, aparece también entre los masones, de modo que podemos partir de la base de que existe al menos un tipo de relación entre las dos logias. En internet no he encontrado nada sobre un chico ahogado llamado Robert White, pero en la biblioteca se pueden revisar todas las ediciones del
Times
y del
Observer
de los últimos cuarenta años. Estoy segura de que allí encontré algo. ¿Qué más había? Ah, sí, el serbal, el zafiro y el cuervo… Bueno, naturalmente esto se puede interpretar de mil maneras; pero de todos modos en este tipo de historias esotéricas cualquier cosa puede significar cualquier cosa, así que es imposible llegar a una conclusión fiable. Tenemos que tratar de orientarnos por los hechos más que por todas esas cosas sin importancia. Sencillamente, tienes que descubrir algo más. Sobre todo, de Lucy y Paul y por qué robaron el cronógrafo. Por lo visto, ellos saben algo que los otros no saben. O que no quieren reconocer. O sobre lo que tienen una opinión distinta de antemano.
De nuevo se abrió la puerta de los lavabos. Esta vez los pasos eran pesados y enérgicos. Y se dirigían directamente hacia la puerta de nuestra cabina.
—¡Leslie Hay y Gwendolyn Shepherd! ¡Van a salir de aquí inmediatamente y volver a clase!
Leslie y yo callamos estupefactas. Luego Leslie dijo:
—Mister Whitman, supongo que sabe que este es el lavabo de las chicas, ¿no?
—Contaré hasta tres —repuso mister Whitman—. Uno…
Antes de que llegara a tres, abrimos la puerta.
—Esto les costará una amonestación en el libro de clase —nos informó mister Whitman mientras nos observaba como una ardilla severa—. Me han decepcionado mucho las dos. Sobre todo tú, Gwendolyn. Que hayas ocupado el puesto de tu prima no significa que puedas hacer lo que te dé la gana. Charlotte nunca desatendió sus deberes escolares.
—Sí, mister Whitman —repuse.
Esa muestra de autoritarismo no encajaba en absoluto con él. Normalmente, mister Whitman se mostraba encantador con los alumnos, y, como mucho, en alguna ocasión podía ser sarcástico.