Salvajes (11 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

BOOK: Salvajes
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—La culpa la tiene Rupa —dijo O. a Ben.

—Aunque la culpa la tenga Rupa, la responsabilidad es tuya —respondió Ben, el moralista condescendiente.

Lo ha intentado: se ha mostrado dispuesto a montarle a O. un pequeño negocio, pero a O. no le interesa ningún negocio. Ha prometido apoyarla si se dedica al arte, la fotografía, la música, el teatro, el cine, pero a O. no le apasiona ninguna de estas cosas. Incluso la invitó a acompañarlo al extranjero en su trabajo de ayuda, pero...

—Es lo que te gusta a ti, Ben, pero a mí no.

—Te da enormes satisfacciones, si puedes soportar la falta de comodidades.

—Es que no puedo.

—Podrías aprender.

—Tal vez —dijo O.—. ¿Qué tal son las tiendas en Darfur?

—Un asco.

—¿Sabes qué? —O. contempló su reflejo en el escaparate de la tienda—. Soy el tipo de persona que alguien como tú debería despreciar, Ben, pero no lo haces, porque soy encantadora. Tengo un sentido del humor de lo más retorcido, soy fiel como un perro, soy mona de cara, mis tetillas no son gran cosa, pero soy un fenómeno en la cama y, como tú también eres fiel como un perro, Ben, tú me quieres.

Ben se quedó sin argumentos, porque tenía razón en todo.

En una ocasión, a O. se le ocurrió algo que podía hacer, como carrera.

—Estupendo —dijo Ben—. ¿Qué es?

La intriga lo mataba.

—Estrella en un
reality show
de televisión —dijo O.—. Podría hacer mi propio
reality show
.

—¿Y sobre qué sería el programa?

—¿Cómo que sobre qué? Sobre mí —dijo O.

—Sí, ya sé, pero ¿qué harías en el programa?

—Pues, las cámaras simplemente me siguen a mí todo el día —dijo O.—. A mí haciendo de yo. Sería como la auténtica playa de Laguna de verdad. Una chavala que intenta no llegar a ser una auténtica ama de casa del Condado de Orange.

(Más de una vez, O. ha sugerido que se podía hacer un programa sobre su madre y sus amigas:
Las auténticas amas de casa hijas de puta de Orange
.)

—Pero ¿qué haces tú a lo largo del día? —preguntó Ben.

Sabía, por ejemplo, que los cámaras no se quejarían de tener que madrugar.

—¡Qué aguafiestas eres, Ben!

«Entre otras cosas, follar contigo, ¿no?»

—Vale, ¿y cómo se llama el programa?

«¡Y dale! Es obvio, ¿no?»

O.

64

O. exhibe la tarjeta negra de Rupa y la sacude como un bailarín negro en un concierto de Madonna. A continuación, vuela a José Eber y recurre al nombre de su madre para conseguir hora para cortar, color y peinar. Después se va al
spa
a hacerse una limpieza de cutis y a que le retoquen el maquillaje.

Un paquete de incentivos unipersonal.

65

Ben y Chon van a las redes de voleibol de la Playa Principal, justo al lado del viejo Hotel Laguna.

Suponen que les sentará bien golpear un poco la pelota: hará que se les pase el enfado, les aclarará las ideas y los ayudará a decidir qué hacer.

El típico dilema entre luchar o huir.

Ya imaginará el lector cuál es la posición de cada uno.

—Sugiero que les devolvamos a Álex y Jaime en una caja de cereales —dice Chon, por si no te lo habías imaginado.

Colocar y rematar.

—Sugiero que nos limitemos a marcharnos por un tiempo.

Volear.

—¿Adónde podemos ir que no nos alcancen?

Volear.

—Conozco sitios.

Volear.

Claro que sí: Ben conoce montones de aldeas en lugares remotos del Tercer Mundo donde podrían esconderse y pasárselo bien, aunque en realidad está pensando en una pequeña aldea preciosa en una isla de Indonesia llamada Sumbawa.

(Allí podrían estar muy tranquilos.) Playas impolutas y selvas verdes.

Los habitantes son encantadores.

—Cuando empiezas a correr, ya no puedes parar —dice Chon.

Rematar.

—A pesar de los tópicos de las películas malas —replica Ben—, correr es divertido y, además, es bueno para el aparato cardiovascular. No habría que parar nunca.

Volear.

Chon no está dispuesto a ceder.

—Hay unos tíos de mi viejo equipo y otros que conozco. Haría falta algo de dinero...

Volear.

—Sólo serviría para prolongar lo inevitable —insiste Ben—. No pueden obligarnos a hacer nada, si no estamos aquí y no nos encuentran. Nos vamos por un tiempo. Para cuando nos cansemos de viajar, lo más probable es que se hayan matado todos entre ellos y tendremos que habérnoslas con gente nueva.

Rematar.

Chon deja la pelota en la arena.

Ben no lo va a entender nunca.

Piensa que está actuando con Benevolencia, pero en realidad no está haciendo ningún favor a sus enemigos, sino que, en realidad, les está haciendo daño, porque...

Una lección que aprendió en I-Rock-and-Roll y en Istanlandia...

66

Si dejas que los demás crean que eres débil, más tarde o más temprano vas a tener que matarlos.

67

El
patrón
del cartel de Baja está de acuerdo con Chon en este punto.

En realidad, la máxima autoridad del cartel de Baja no es un
patrón
sino una
patrona
.

68

Cuando Elena Sánchez Lauter asumió la dirección del cartel de Baja, muchos hombres supusieron que, por ser mujer, era débil.

La mayoría de ellos están muertos.

Ella no quería matarlos, pero no tuvo más remedio, y por eso se siente culpable, porque permitió que un primer hombre le faltara el respeto y se quedase tan fresco. Y a continuación hubo un segundo y un tercero. No tardaron en producirse sublevaciones, luchas y guerras intestinas. Los otros dos carteles —el de Sinaloa y el del Golfo— empezaron a entrometerse en su territorio. Ella los culpaba a todos de la escalada de violencia.

Fue Miguel Arroyo,
el Helado
, quien se lo aclaró.

Se lo dijo con toda franqueza:

—Ha dejado que pensaran que la pueden desobedecer, que no les va a pasar nada; por consiguiente, la responsable de la sangre derramada y del caos es usted misma. Si les hubiese presentado la cabeza de aquel primer hombre clavada en una estaca, ahora sería temida y respetada.

Ella se dio cuenta de que tenía razón y asumió su responsabilidad.

—Pero ¿qué hago ahora? —le preguntó.

—Mándeme a mí.

Así lo hizo.

Cuenta la historia que Lado fue directamente a un bar de Tijuana que pertenecía a un
narcotraficante
llamado «el Guapo»; se sentó a una mesa con su viejo camarada, bebió media cerveza y dijo:

—¿Qué clase de hombres somos para dejar que nos mande una mujer?

—Será a ti —dijo el Guapo y, después de mirar a su alrededor, a sus como ocho guardaespaldas, añadió—: a mí esa
puta
ya me puede chupar la polla.

Lado le disparó al estómago.

Antes de que los desconcertados guardaespaldas tuvieran tiempo de reaccionar, entraron por la puerta diez hombres armados con ametralladoras.

Los guardaespaldas arrojaron las armas al suelo.

Lado se sacó una navaja del cinturón, se agachó sobre el Guapo, que se retorcía, le bajó los pantalones ensangrentados y le preguntó:

—¿Qué polla,
cabrón
? ¿Ésta?

Después de dar un golpe rápido con la hoja, Lado preguntó al resto de los presentes:

—¿Alguien más quiere que le chupen la polla?

Nadie respondió.

Lado se la metió al Guapo en la boca, pagó su cerveza y se marchó.

Al menos eso es lo que cuentan.

Puede ser verdad, parcialmente cierto, apócrifo: da igual. La cuestión es que la gente se lo creyó y de lo que sí se tiene constancia es de que en las dos semanas siguientes aparecieron siete cadáveres más con los genitales metidos en la boca.

Así fue como Elena obtuvo un nombre nuevo: Elena
la Reina
.

«De todos modos, es una vergüenza —piensa ella ahora— que...»

Los hombres te enseñan cómo has de tratarlos.

69

Lo malo de esto (que sí, que sí) es que no era lo que ella quería.

Elena nunca quiso dirigir el cartel.

Sin embargo, como era la única Lauter que quedaba en pie, era su obligación: le tocaba a ella.

Si alguien quiere ver a una mujer ocupada, que se fije en Elena Sánchez Lauter el día de los difuntos, porque tiene que llevar presentes a un montón de sepulturas: un esposo, dos hermanos, cinco sobrinos, innumerables primos, tantos amigos que ha perdido la cuenta: todos han muerto en las guerras del narcotráfico en México.

Tiene otros dos hermanos en la cárcel: uno en México y el segundo al otro lado de la frontera, en una prisión federal de San Diego.

El único hombre que quedaba era su hijo, que entonces tenía veintidós años, Hernán, ingeniero de formación y de profesión, que ocuparía el trono gracias al apellido de su madre. Hernán estaba dispuesto a asumir el control —de hecho, tenía muchas ganas—, pero Elena sabía que no servía para eso: no tenía la ambición ni la firmeza ni —seamos sinceros— la inteligencia que hacían falta para ocupar el puesto.

Elena reconoce que heredó la falta de carácter y de inteligencia de su padre, con quien ella se casó a los diecinueve años, porque él era guapo y encantador y ella quería huir de la casa de sus padres y del dominio de sus hermanos. Había vivido en San Diego durante un período breve: un seductor atisbo de libertad, una rebelión adolescente truncada, que su familia olisqueó y sofocó rápidamente, antes de arrastrarla otra vez a Tijuana, donde la única salida era el matrimonio.

Además —seamos sinceros—, quería tener relaciones sexuales.

Eso era lo único en lo que Filipo Sánchez era bueno.

Él sabía hacerla feliz. Filipo no tardó en hacerle un bombo; le dio a Hernán, a Claudia y a Magdalena y consiguió hacerse matar, porque, por no tener cuidado, cayó como un estúpido en una emboscada. Hay canciones que tratan de él, preciosos
narcocorridos
, pero Elena —si tiene que ser sincera consigo misma— casi se sintió aliviada.

Estaba harta de su incompetencia financiera, de sus juegos de azar, de sus demás mujeres y, sobre todo, de su debilidad. Lo echa de menos en la cama, pero en nada más.

Hernán es digno hijo de su padre.

Aunque consiguiera ocupar el sillón a la cabecera de la mesa, no duraría mucho allí antes de que lo mataran.

De modo que ella ocupó el puesto en su lugar, para salvar la vida de su hijo.

Eso fue hace diez años y ahora la respetan y le temen.

No la consideran débil y, hasta hace poco, no ha tenido que matar a demasiada gente.

70

Elena tiene un montón de propiedades.

En este momento ocupa la casa que tiene en Río Colonia, en Tijuana, aunque también posee otras tres en distintas partes de la ciudad, una finca en el campo, cerca de Tecate, una casa en la playa al sur de Rosarito, otra en Puerto Vallarta, un rancho de doce mil hectáreas en el sur de Baja, cuatro apartamentos en Cabo... Y eso, sólo en México. Posee otra finca en Costa Rica y dos casas más en la costa del Pacífico, además de un apartamento en Zúrich, otro en Sète (prefiere el Languedoc, porque la Provenza es demasiado evidente) y un piso en Londres en el que ha estado una sola vez.

A través de empresas fantasmas y con nombres supuestos ha adquirido varias propiedades en La Jolla, Del Mar y la playa de Laguna.

A la casa de Río Colonia la llaman «el Palacio». En realidad, es un complejo, con una muralla exterior y verjas resistentes a los explosivos. Grupos de
sicarios
vigilan las murallas, patrullan el terreno y recorren las calles exteriores en coches blindados y llenos de armas. Otros grupos de hombres armados protegen a los primeros de una posible traición. Las ventanas emplomadas ahora tienen protección contra granadas.

El dormitorio principal es más grande que muchas viviendas mexicanas.

Tiene muebles importados de Italia, una cama enorme, un espejo renacentista florentino y una pantalla plana de televisor de plasma en la cual ve en secreto culebrones chabacanos. En su cuarto de baño hay una ducha de lluvia, una bañera de hidromasaje y espejos de aumento que muestran cada línea y arruga nueva en un rostro que, a los cincuenta y cuatro años, sigue siendo hermoso.

No cabe duda de que Elena es una mujer madura muy atractiva.

Mantiene firme su cuerpo menudo gracias a una disciplina estricta en un gimnasio privado en la casa y en la
finca
. Los hombres siguen mirándole las tetas con disimulo y ella sabe que tiene un buen culo, pero ¿para qué le sirve?

Elena se siente sola en aquella casona.

Hernán, mal casado con una vieja
bruja
, se ha establecido por su cuenta; Claudia se acaba de casar con el director de una fábrica, un tío agradable pero soso, y queda Magdalena.

La hija rebelde de Elena: su hija menor, la pequeña, la inesperada.

Como si hubiese intuido que su llegada no había sido prevista, su reacción consistió en volverse imprevisible. Como si, a través de sus actos, Magda estuviese diciendo constantemente: «Si crees que te he sorprendido, espera a ver lo que te tengo preparado ahora».

Una niña inteligente que la desconcertó con su pésimo rendimiento en la escuela y entonces, cuando ya desesperaba de su vida académica —¡por favor, María, consíguele un marido paciente!—, se convirtió en una estudiosa. Una bailarina talentosa que decidió que la gimnasia era «lo suyo», después la abandonó de golpe para dedicarse a la equitación —es un decir— y después renunció para volver a la danza.

«Pero si siempre me ha gustado,
mamá.»

Con el rostro de su padre y el cuerpo de su madre, Magda destrozó a un montón de chicos en la rueda de su terquedad. Cruel e indiferente, deliberadamente desdeñosa y coqueta sin vergüenza —hasta a su madre le daban pena algunas de sus «víctimas» y le decía: «Un día vas a llegar demasiado lejos, Magda». «Tengo caballos castrados más difíciles de manejar,
mamá
.»—, Magda no tardó en intimidar a la reserva de pretendientes disponibles en Tijuana.

Daba igual, porque, de todos modos, se quería marchar.

Realizó viajes de estudio a Europa, pasó veranos con amigos de la familia en Argentina y Brasil y con frecuencia viajaba a Los Angeles para ir a clubes y de compras. Entonces, justo cuando Elena se había resignado a que su hijita se dedicara simplemente a ir de fiesta en fiesta, se produjo la sorpresa: ¡Magda regresó de Perú con la idea de ser arqueóloga! Y, siendo Magda quien era, ninguna universidad mexicana estuvo a la altura de sus ambiciones. No, tenía que ser la Universidad de California en Berkeley o en Irvine, aunque Elena estaba casi segura de que su hija había sugerido la primera, más distante, para facilitar la elección de la segunda, relativamente próxima.

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