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Authors: John Gardner

Tags: #Aventuras, #Policíaco

Scorpius (11 page)

BOOK: Scorpius
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—Creo que deberemos salir de aquí lo antes posible —afirmó mientras veía como ella tomaba su bolso y su chaqueta, que hacían juego con su falda negra.

—Creo que tiene razón —asintió la muchacha.

Una vez en la puerta se detuvieron y Bond miró hacia atrás.

—Es una lástima —se lamentó—. ¡Vaya montón de chatarra de ordenadores que dejamos ahí!

Se acercaron al ascensor, que milagrosamente seguía funcionando.

—Nunca me gustó ese Hathaway —comentó Harriett cuando llegaban al vestíbulo principal y salían adoptando la misma actitud de quien abandona el edificio para ir a comer.

—Tampoco sus colegas me hacían muy feliz —le respondió Bond sonriendo—. Recuerde que le dé las gracias en algún momento, señorita Horner.

—Así lo haré, no se preocupe —respondió ella, devolviéndole la sonrisa.

Los detectores de humo situados en el cuarto piso estaban activando las alarmas contra incendios en el momento en que salían del edificio. La furgoneta blanca seguía en el mismo lugar, pero el hombre que esperaba a alguien había desparecido. Bond empujó a la muchacha hacia la izquierda y luego en dirección a Oxford Street, mientras volvía la cabeza de un lado a otro buscando un taxi. Con una mano sujetaba a Harriett por el codo. No podía permitir que se apartara de él.

—James, ¿a qué se dedica usted? —preguntó Harriett mientras se acercaba un taxi con el letrero de «libre» encendido.

—Estoy como si dijéramos en el servicio civil —Bond dio al chófer una señas en Kilburn.

—¿Un funcionario civil armado?

—En efecto.

—¿Servicio de seguridad?

—¡Caliente, caliente, Harriett! Pero me gustaría saber también cuál es su profesión. Y dígame la verdad, por favor. Nada de embustes.

La joven tenía los ojos de un gris cálido, no del tipo frío de paisaje marítimo.

—Bueno —empezó. Y enseguida respiró hondamente—. La verdad es que soy investigadora secreta para el Ministerio de Hacienda de Estados Unidos.

—No me gustaría hacer trampas con mis impuestos teniendo a alguien como usted husmeando por los alrededores.

—¿No? Verá usted, James; tengo un pequeño problema.

—¿Qué problema?

—Estoy trabajando en Inglaterra clandestinamente, sin que nadie haya pedido permiso a sus autoridades. Me ha atrapado usted con las manos en la masa.

Bond enarcó una ceja.

—Pues maneja usted la masa con gran habilidad y talento —reconoció él con una cálida sonrisa.

8. La sangre de los padres

—¡Desollaré vivo a Wolkovsky! —exclamó M descargando un puñetazo sobre su mesa con tal fuerza que pareció como si los retratos de sus predecesores se estremecieran en sus marcos.

Bond se dijo que raras veces había visto a su jefe tan exasperado.

—No creo que David Wolkovsky supiera nada de esto —declaró extendiendo las manos en ademán tranquilizante.

—No sea tonto, Bond. Wolkovsky sabe todo lo que se traen entre manos los norteamericanos, y por lo que a mí respecta no permitiré que esa gente fisgonee por nuestro terreno sin ni siquiera pedir permiso —agarró el intercomunicador y empezó a transmitir instrucciones a la infatigable señorita Moneypenny—. En primer lugar mande mis saludos al señor Wolkovsky en la embajada norteamericana. Me gustaría que viniera a verme sobre las cinco de la tarde. A continuación… —continuó enérgicamente.

La mente de Bond retrocedió para rememorar los acontecimientos de la mañana. Considerando que en situaciones como aquélla lo mejor solía ser actuar primero y pedir permiso después, había llevado a Harriett Horner al refugio secreto que el servicio tenía en Kilburn y que por regla general se utilizaba para interrogatorios después de una misión o para albergar a agentes que estuvieran de vuelta de una operación y en tránsito hacia la llamada «casa de convalecencia» de Hampshire.

A su llegada descubrió que el lugar estaba vacío, excepto por una pareja de guardianes armados hasta los dientes. La primera cosa a hacer consistía en telefonear a la «Unidad de Despeje» para ponerla al corriente del estropicio ocurrido en las oficinas de la Avante Carte, y alertados sobre la posibilidad de que los bomberos y la policía estuvieran ya allí. Una vez hecho esto, dio a los dos hombres instrucciones concernientes a Harriett.

—No la pierdan de vista. Haré venir a una funcionaria femenina en cuanto sea posible. Entretanto trátenla como una hermana en grave peligro.

—Una chica como ella correría grave peligro si yo la pudiera agarrar —comentó uno de los tipos con aire decidido.

Pero aceptaron las instrucciones de Bond, quien dijo a Harriett que volvería enseguida.

—Quédese aquí. Estará perfectamente a salvo. Entretanto avisaré a las autoridades. Lo pasará muy bien. No se preocupe.

—Según usted, todo marcha perfectamente, pero yo creo que mi presencia aquí es tan ilegal como la de un agente secreto ruso.

Desde luego, tenía razón; pero Bond pensó que podría salirse con la suya siempre que pusiera en la balanza todo su encanto y su sentido de la lógica cuando hablara con M. Durante su recorrido en el taxi él y Harriett habían mantenido una breve conversación y luego de que Bond le hubo enseñado su documento de identidad, ella hizo lo propio y le reveló con detalle la operación en la que estaba tomando parte.

—Esa llamada Institución Benéfica de los Humildes no es más que una tapadera. Su jefe, el padre Valentine, ha acumulado millones. La sociedad se originó en Estados Unidos. Tenemos un equipo de seis personas intentando investigar diversas compañías ficticias distribuidas por todo el mundo. Valentine debe al tío Sam cientos de millones de dólares y otros organismos están también dispuestos a echarle el guante. Nunca creí que se descolgara usted por allá sólo para pedir una tarjeta Avante Carte. Mencionó a Emma Dupré. Bien, su tarjeta fue anulada esta mañana. Ha sido una de las pocas cosas que he tenido que hacer.

—La señorita Dupré ha muerto —le explicó Bond con calma—. Así fue como los nuestros supieron lo de su tarjeta. Sí, ya teníamos una idea de que ese Valentine no es lo que parece. ¿Cuánto lleva usted trabajando en esto?

—He tardado dos meses en llegar donde estamos ahora, pero de pronto todo se ha puesto en claro.

—No por completo. Seguimos trabajando en ello y me ocuparé de que todo termine bien para usted —le dirigió una suave sonrisa—. Mi superior es muy sensible a una cara bonita y más aún a un cuerpo escultural. Déjelo de mi cuenta.

Ella parecía dudar y de pronto se inclinó hacia adelante como si fuera a decirle alguna cosa más.

—La estoy llevando a un lugar seguro donde se quedará hasta que entere a los míos de lo que pasa —Bond le puso una mano ligeramente sobre el hombro—. Si hay alguna otra cosa…, si posee alguna información más, será preferible que me la diga. Tenemos un expediente muy completo de los Humildes y de su guru.

—Bueno, sí —admitió ella, indecisa—. Existe otra cosa. ¿Ha oído hablar alguna vez de un tal Vladimir Scorpius?

—¿Y quién no ha oído hablar de él en mi ambiente de trabajo?

—Pues existe un hilo conductor…, un contacto aunque frágil, entre Valentine y sus Humildes y ese Vladimir Scorpius.

—¿De veras? ¿Qué clase de contacto?

—Cartas y algunos telegramas. Un par de conversaciones telefónicas registradas por otra organización. Scorpius es un criminal, pero nunca se han podido presentar pruebas contra él. No conozco el asunto en detalle.

—Perfecto —Bond no estaba dispuesto a desperdiciar nada—. También queremos dar con ese Scorpius.

—Si han puesto en movimiento a nuestra sección de la Oficina de Impuestos es porque con frecuencia ése es el único medio de acabar con esa clase de gente. Ya lo hicieron así en la década de los veinte con Al Capone. Ahora el objetivo es Valentine y Scorpius. ¿Sabe que lo llaman
el Rey del terror
?

—No lo sabía, pero me parece un nombre muy adecuado.

A menos que Harriett, igual que hacía él, estuviera ocultando también lo que sabía, era evidente para Bond que no la habían informado sobre la posibilidad de que Scorpius y el padre Valentine fueran la misma persona. Su objetivo primordial en aquellos momentos era la Sociedad de los Humildes.

—Mi jefe se hará cargo de cualquier problema que surja relacionado con su operación —dijo Bond. Y la besó ligeramente en la mejilla, al tiempo que le daba un pellizco cual si quisiera animarla.

El estallido de cólera que ahora crispaba a M era consecuencia de las noticias que Bond acabada de comunicar sobre Harriett, aquella agente norteamericana de la Oficina de Impuestos que, tras haber entrado clandestinamente en Inglaterra, estaba actuando sin permiso del Ministerio del Interior o del de Asuntos Exteriores, y sin haber avisado previamente a M. Para éste aquello constituía una grave ofensa.

—Está trabajando en el caso de los Humildes y en el de Valentine-Scorpius, aun cuando quizá no posea todos los datos que serían necesarios. Aparte todo eso, es una chica fantástica, señor. Me ha salvado la vida —le había comunicado Bond con aire melifluo. Y allí fue donde M estuvo a punto de explotar.

Ahora Bond esperaba sentado a que su jefe completara las largas instrucciones que estaba transmitiendo a Moneypenny. Ya le había dictado un largo memorándum para la embajada norteamericana y otros para los Ministerios del Interior y de Asuntos Exteriores, procurando cubrirse cuidadosamente sus espaldas, igual que hubiera hecho cualquier otro astuto funcionario del servicio civil. M estaba en mitad de una nota «de extremada urgencia y muy secreta» dirigida al jefe del Servicio de seguridad MI5 cuando Bill Tanner, jefe de su estado mayor, entró trasponiendo la puerta privada del despacho.

Bond levantó una mano para saludarle al tiempo que enarcaba las cejas con expresión interrogante, porque el recién llegado llevaba en la mano un papel y parecía preocupado. Tanner mantuvo el papel de modo que Bond pudiera leerlo. Decía así:

La Sociedad de los Humildes abandonó Manderson Hall; Pangbourne durante la noche Stop El lugar está atestado de periodistas Stop Se ha fijado una nota en la puerta principal anunciando que la sociedad se ha trasladado a algún lugar secreto a causa de las informaciones sensacionalistas difundidas por los medios de comunicación Stop Espero instrucciones.

COWBOY

—¿Quién es «Cowboy»? —preguntó Bond a Tanner, pero mirando a M, que seguía abrumando a Moneypenny con sus prolongadas instrucciones.

—Pearlman, su sargento del SAS.

—No es mi sargento. Me trajo desde Hereford y eso es todo. Tuvimos algunos problemas y mostró estar a la altura de las circunstancias.

—El jefe no opina igual —murmuró Tanner—. Pearlman está temporalmente incorporado a la fuerza operativa con el nombre de usted como fiador. Si algo no marcha como es debido, será usted quien sufra las consecuencias.

Bond utilizó una interjección vulgar muy adecuada a las circunstancias.

En aquel momento M colgó el teléfono, se volvió hacia Tanner y Bond, y los miró iracundo.

—¿Qué están ustedes murmurando?

—Hay noticias de Cowboy, señor —respondió Tanner entregándole el papel.

M lo leyó y soltó un gruñido:

—¡Bien! Conque el pájaro ha volado, ¿eh?

—Así parece —respondió Bond, que empezaba a tener prisa por presentar a Harriett. Una vez en el despacho de M, probablemente la joven podría convencer a éste sobre la utilidad del trabajo que estaba realizando Bond. Preguntó si podía marcharse a recogerla, pero la contestación fue un rotundo:

—¡Nada de eso!

—Señor, ella ha tenido ya contacto con algunas de esas personas, como Hathaway y otros. Creo que vale la pena recibirla.

—Todo a su tiempo, y en el momento debido, 007. Por ahora lo que quiero es que se traslade a la clínica y vea qué tal le va a sir James con esa chica, la Shrivenham —torció la boca en una sonrisa maliciosa—. Al menos, eso ha hecho que su padre no esté hoy revisando las cuentas. Nos ha dado un pequeño respiro con su maldita auditoría.

«Y al mismo tiempo esto le da la oportunidad para manipular a lord Shrivenham», pensó Bond, a quien no hubiera extrañado que su astuto jefe pensara en un favor o dos si es que ello tenía que ayudarle en la cuestión del voto secreto. En voz alta aceptó la orden de ir a Guildford. Y añadió:

—¿Qué hay de Cowboy, señor?

—¿Qué pasa con él?

—Pues que se encuentra en la antigua residencia de los Humildes. ¿Es que piensa ponerle a la caza de un tesoro?

—Lo que yo pienso es que esto es algo que a usted no le importa, Bond.

—Me han dicho que he sido nombrado su fiador. De modo que hasta cierto punto sí que me importa.

Teniendo en cuenta el estado de ánimo de M, Bond sabía que estaba arriesgándose mucho. Pero M hizo una breve señal de asentimiento.

—Probablemente le ordenaré efectuar una investigación en la casa y que me informe después.

—Esto sería un caso de allanamiento de morada, señor. Creí que ya habíamos tenido bastantes problemas por esa causa.

Esta vez M se permitió una breve sonrisa.

—Fue nuestro servicio auxiliar, 007. Ellos pueden entrar donde les parezca y como quieran, y me siento muy feliz cuando alguien averigua que no han sido autorizados. Pero lo que haga Cowboy sí será debidamente autorizado… y por las más altas esferas, se lo prometo.

La clínica era un edificio blanco y muy extenso, cerca del pueblo de Puttenham, en las proximidades de Hog's Back, la amplia extensión de tierra baja, ahora surcada por carreteras de vía doble, que corren al oeste de la agradable ciudad de Guildford.

Viajando en el Bentley, Bond tardó menos de hora y media en alcanzar la clínica que estaba rodeada por altos muros y con una entrada de seguridad donde ejercían la vigilancia suboficiales retirados de los comandos de los marinos reales, junto con antiguo personal del SAS, que actuaban como comisionados, mensajeros y guardianes en muchos de los puestos de mando del Servicio Secreto de Inteligencia y sus dependencias auxiliares.

Estaban esperando a Bond, y una vez éste hubo entrado en la clínica, que tenía el ambiente y exhalaba el olor propio de todo bien montado hospital particular, una aguerrida agente uniformada del Cuerpo Voluntario de Primeros Auxilios —extraño servicio femenino auxiliar que en el transcurso de los años había pasado a ejercer algo más que meras funciones administrativas— le hizo firmar en un libro y le condujo al segundo piso.

BOOK: Scorpius
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