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Authors: Betty Dodson

Tags: #Autoayuda, Ensayo, Erótico

Sexo para uno (11 page)

BOOK: Sexo para uno
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No volvió a haber abrazos espontáneos en los siguientes grupos que dirigí, pero introduje un ritual de masaje en grupo, y siempre terminaban tocándose entre ellos. Era todavía más emocionante ver a los hombres darse masajes que ver a las mujeres. No sé por qué razón parecía más natural entre mujeres. Estar con un grupo de maridos y padres desnudos dándose masajes casi me hace llorar de alegría.

Las Terapias masculinas me sirvieron para comparar con los estereotipos que yo tenía del sexo opuesto. Por ejemplo, hice artes marciales con uno de los grupos, y daba por hecho que sabrían dar puñetazos, pero me quedé atónita cuando comprobé que la tercera parte del grupo no tenía ni idea. Era una tontería pensar que porque fueran hombres tenían que saber. Me encantaba hacer ejercicios físicos con ellos, porque siempre se sentían obligados a aguantar hasta el final. Las mujeres enseguida lo dejaban si veían que no podían seguir, pero los hombres iban más allá de donde se sentían cómodos. Hacían que yo también intentara ir más allá.

Me permití el lujo de actuar como un sargento de la Marina. Los hombres acataban muy bien las órdenes. Les encantaba mantener una disciplina aunque ésta no tuviera ningún sentido. En un grupo de mujeres nunca daba una orden directa, porque la reacción de la mayoría era la resistencia pasiva, Con los hombres no necesitaba tener tanta paciencia, ni sugerir la siguiente actividad. Sencillamente, les decía lo que querían que hicieran, y lo hacían. Habían aprendido otras reglas a través de los deportes en equipo, del servicio militar y de la estructura corporativa.

Consideraba que me merecía un titulo honorario por enseñar masturbación, pero a menudo se me trataba como si fuera el último chiste verde. Reírse del sexo es una manera de ocultar la vergüenza que se siente en realidad, así que siempre me reía también. Pero había veces en las que se apreciaba mi trabajo. Cuando hice un grupo para profesores de sexualidad, alabaron mucho todo lo que había conseguido. Un psicólogo que estaba escribiendo un libro sobre la masturbación masculina dijo que era «una innovadora y que había conseguido una sólida reputación en el tema de la masturbación». Me reí y le dije que era un honor al que intentaba renunciar todos los años. Todos estos hombres bien considerados por la sociedad estaban de acuerdo en que mis grupos eran un material de estudio de indudable importancia. Se lo agradecí mucho a todos. Era lo mejor que me podían haber dicho.

En este grupo se entabló una discusión muy interesante sobre la circuncisión. Varios médicos aseguraban que era importante para la higiene, pero uno de los investigadores insistía en que no se debía practicar de forma rutinaria en los hospitales porque el pene perdía mucha sensibilidad. La mitad del grupo estaba de acuerdo con él y la otra mitad opinaba justo lo contrario: que la circuncisión sensibilizaba el pene. Estaba encantada de que hubiera surgido un tema que rara vez tenía oportunidad de discutir. En mi opinión, el dolor debe dejar marcado a un niño pequeño. Y añadí que si tenía un hijo, su pene quedaría intacto.

Varios hombres hablaron de enseñarse a sí mismos a controlar el deseo de eyacular mediante la masturbación para poder prolongar el tiempo de la penetración. Su sistema era la vieja técnica de presión de Masters y Johnson. Cuando sentían que se acercaba el momento, apretaban con dos dedos justo debajo de la punta de sus pitos, ponían tensos los músculos del ano y respiraban hondo. La erección desaparecía prácticamente, hasta que volvían a tener estimulación.

Había un hombre de unos cincuenta años que había llegado al extremo de no poder eyacular cuando quería. Había veces que aunque estuviera dos horas follando, no conseguía tener un orgasmo. Decía que le daban envidia los jóvenes que podían tener orgasmos fuertes y rápidos, y a los jóvenes les daba envidia su control.

Dos de los hombres de más edad del grupo contaron que ya no conseguían tener orgasmos al hacer el amor porque no obtenían la estimulación suficiente de una vagina. Uno de ellos estaba casado con una mujer que había asistido a mis terapias, y se habían puesto de acuerdo en hacer lo siguiente: follaban para divertirse, y cuando querían tener un orgasmo se masturbaban juntos. En cuanto se olvidaron de la idea de que hay una forma
correcta
de tener relaciones sexuales, tuvieron orgasmos en abundancia.

La mayoría de los hombres de mis grupos paraban de masturbarse cuando se corrían, y descansaban media hora para volver a empezar. Pero hubo unos cuantos que aprendieron a ser multiorgásmicos. Sergio, uno de ellos, contó cómo lo había conseguido. Para empezar tenía que estar cachondo mentalmente. Luego, respirando de la misma manera que en las artes marciales, podía correrse otra vez, mantener la erección y seguir follando o masturbándose y tener dos orgasmos
de cuerpo entero
. Decía que la cantidad de semen disminuía cada vez. Le pregunte si un orgasmo con más semen era mejor y me contestó que todos eran fantásticos.

Los tíos no se sentían nada atraídos por el vibrador, cosa que no lograba entender, y a veces me ponía un poco pesada. Una vez, un hombre ya mayor se corrió en los primeros cinco minutos del ritual y luego dejó de masturbarse. Me levanté y fui hacia él. Cogí un vibrador eléctrico, lo puse en sus manos, lo encendí y le hice moverlo por encima de su pene hasta que vi una tenue sonrisa. Luego, Al les dijo a los demás que estaba asombrado de haber tenido un segundo orgasmo, y con un vibrador.

En los últimos grupos que tuve, les sorprendía siempre el segundo día cuando abría la puerta totalmente desnuda y con un pito de plástico colgando, que medía veinte centímetros. A todos les hacia mucha gracia. Alardeaba de tener la polla más grande y alguno siempre contestaba que «lo que importa es lo que se hace con ella». Varios años después de dejar de dirigir los grupos para hombres, me encontré con uno de los que había asistido a mis Terapias en una fiesta. Nos dimos un abrazo y luego me preguntó: «¿Todavía tienes la pistola?» No entendía a qué se refería y él se dio la vuelta para contarle a su acompañante que yo les abría la puerta sin nada más que una pistola. Le dije que nunca había tenido una, pero en su memoria el pene de plástico se había convertido en eso.

Uno de los últimos grupos fue especialmente bueno porque había igual número de hombres heterosexuales, bisexuales y homosexuales, lo que hacía que las conversaciones fueran mucho más enriquecedoras. Era el año 1981, justo antes de que el SIDA causara estragos entre la comunidad
gay
.

Casi todos los hombres heterosexuales decían que creían en la monogamia, pero a lo largo de la conversación que tuvimos a continuación descubrí que ninguno la practicaba todo el tiempo. Les pregunté si les parecería bien que sus novias o esposas tuvieran alguna aventura de vez en cuando, y sólo hubo uno que contestó que sí. Consideraba que la monogamia y la fidelidad eran para personas inseguras. No tenía nada que ver con el amor. George, que era
gay
, opinaba que la monogamia no estaba pensada para los hombres; era para proteger a las mujeres. Le dije que a mí me parecía que protegía a los hombres. Una mujer monógama no sólo aseguraba la paternidad de sus hijos, sino que de esta forma no tenía la posibilidad de hacer comparaciones sexuales, lo cual protegía a su marido de sentirse mal amante. Michael dijo que para los
gay
era muy difícil controlar la competencia sexual. Un hombre homosexual tenía que ser joven, guapo y cachas, además de ser buen amante. Me reí y le recordé que las mujeres heterosexuales sabían mucho de eso. Me dijo que quería ser lesbiana en su próxima vida.

Philip era bisexual y decía que no se podía imaginar tener que elegir entre ser
gay
o seguir el camino
recto
. Pero en una sociedad con homofobia era muy difícil para un hombre ser homosexual abiertamente. Nos dijo que siempre tenía reparos para contar sus experiencias homosexuales delante de hombres que no lo eran porque ello deterioraba su imagen masculina. A él no le parecía que el hecho de que una mujer fuera bisexual la hiciera menos atractiva. Al contrario, llamaba más la atención. La fantasía favorita de muchos hombres heterosexuales es ver cómo hacen el amor dos mujeres. Philip no se podía imaginar a ninguna de las mujeres con las que había estado viéndole a él enrollado con otro hombre. Tampoco podía imaginarse a ninguno de sus amantes
gays
viéndole en la cama con una mujer. Le dije a Philip que nos podíamos observar mutuamente.

Cuando repartí los botes de aceite de almendra les dije a todos que había vibradores enchufados por toda la habitación. «Quiero que los probéis por lo menos durante cinco minutos, para que sepáis de qué se trata. Estamos en la era del sexo electrónico.»

El círculo de masturbación era algo muy erótico. Los hombres se lo tomaban en serio y lo hacían realmente bien. Se daban unos masajes sensuales y delicados, algunos eran rápidos y más bruscos. Había varios que se sujetaban los testículos con una mano mientras se masturbaban con la otra. Luego cerré los ojos y me concentré en mis propias sensaciones en el clítoris. A mi lado había un vibrador zumbando. Hubo un momento en el que oí cómo varios hombres llegaban al orgasmo, y fue entonces cuando yo tuve el mío. Abrí los ojos a tiempo de ver a George en el momento culminante, gimiendo como un animal. La mayoría se corría encima y luego limpiaban el charco de esperma con las toallas de papel que yo les repartía. Las eyaculaciones no salían disparadas por toda la habitación como se imaginaban algunas de mis amigas. Las mujeres estaban igual de interesadas que los hombres, y algunas sugirieron que se hicieran Terapias para ambos sexos. Eso era una fantasía muy caliente para todos.

La conversación que tuvimos después de la masturbación fue lo mejor. Varios hombres heterosexuales dijeron que lo que, más les había gustado del grupo era haber perdido el miedo a los
gays
. Allan, que era
gay
, dijo que siempre estaba rodeado de otros homosexuales, y que le encantaba estar entre padres y maridos por una vez. Gerald, que nunca dejó claro qué era, dijo: «Es una pena que los
gays
y los heterosexuales nunca lleguen a tener relaciones, porque al final todos tienen ideas equivocadas respecto a los demás». Peter se quejaba de tener que vivir en el gueto
gay
, y John le contestó que él se había pasado la vida viviendo en el gueto de los hombres de clase media casados. Todos estaban de acuerdo en que hablar abiertamente del sexo les había hecho sentirse como personas de verdad y no sólo como etiquetas sexuales.

Sólo dirigí una docena de grupos masculinos, pero fue suficiente para comprobar que los hombres no siempre salían ganando en el sexo. Los prejuicios y los clichés establecidos me habían hecho creer que la sociedad daba más libertad sexual a los hombres. Creía que siempre que quisieran podían tener un orgasmo, y me daba envidia que no se tuvieran que preocupar de cosas como el período o los embarazos. Pero no es verdad. Muchos de los hombres que fueron a mis Terapias eran tímidos e inseguros, sobre todo cuando llegaba el momento de acostarse con una mujer. Es cierto que a algunos jovencitos, y a otros no tan jovencitos, les importa un cuerno dejar a una mujer embarazada, pero conozco a muchos que son muy responsables en este aspecto. También descubrí que esos orgasmos fáciles eran a menudo eyaculaciones precoces, que no son tan satisfactorias. Las investigaciones científicas nunca han admitido la existencia de hombres preorgásmicos. Pero uno de los problemas mas comunes entre los hombres que iban a las Terapias era que parecía que tenían un pene con vida propia. Un órgano con reacciones impredecibles, que se ponía duro sin motivo y luego se negaba a tener una erección cuando la mujer de sus sueños estaba en sus brazos.

Una conclusión que he sacado de mi experiencia trabajando con hombres y mujeres es que todavía tenemos mucho que aprender unos de los otros, Sería maravilloso poder cambiarnos de sexo para ver qué se siente. En cualquier caso, debemos tener simpatía y compasión hacia el sexo contrario, y así podremos olvidar los viejos resentimientos que siempre han existido. Por eso perdono a todos los hombres que he conocido que no resultaron ser como yo esperaba, y también me perdono a mí misma por pretender algo imposible. No hay nadie ni nada perfecto. Es una lección que hay que aprender para vivir la vida más plenamente.

La masturbación como meditación

Escribir, ilustrar y publicar mi primer libro, que se llamaba
La masturbación como liberación
, supuso un verdadero reto para mí. Un minuto antes de que llegara en original a la imprenta tuve una inspiración y decidí añadirle un subtitulo:
Reflexiones sobre el amor en solitario
. Me gustaba la idea de la masturbación como una forma de reflexionar, de meditar, y me encantaba lo bien que sonaba el título. Pero me encontré con que no sabia explicar
por qué
la masturbación podía ser una forma de meditación. Sabía que era verdad, pero no podía demostrarlo.

Al año siguiente, empecé a hacer meditación trascendental. Recitaba mi mantra dos veces al día durante veinte minutos, y me sentía mucho mejor después de hacerlo. Luego, durante un tiempo, estuve tan ocupada que se convirtió en algo esporádico. Una noche, mientras me masturbaba, se me ocurrió la idea fantástica de repetir mi mantra al mismo tiempo. Le daba una dimensión espiritual al amor en solitario. En vez de hacerlo dos veces al día durante veinte minutos cada vez, empecé a meditar todas las noches durante cuarenta minutos con el vibrador. Repetía mi mantra y terminaba con un orgasmo. Es lo que se llama
masturbación trascendental
.

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