Siempre el mismo día (43 page)

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Authors: David Nicholls

Tags: #Romance

BOOK: Siempre el mismo día
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–Una buhardilla.

–Exacto, una buhardilla.

–Una buhardilla de escritor.

En previsión de la visita, Emma había memorizado un paseo pintoresco, o todo lo pintoresco que permitían el polvo y el tráfico del noreste. Me instalo en París para escribir. En abril le había parecido una idea caprichosa y cursi hasta extremos casi vergonzosos, pero estaba tan aburrida de que las parejas casadas le dijeran que se podía ir a París cuando quisiese, que al final se había decidido. Con Londres convertido en una guardería gigante, ¿por qué no alejarse durante una temporada de los hijos ajenos, y vivir una aventura? La ciudad de Sartre y Beauvoir, de Beckett y Proust; y ahora también estaba ella, escribiendo novelas juveniles –no sin éxito comercial, todo fuera dicho–. La única manera de que la idea le pareciera menos cursilona era instalarse lo más lejos que pudiera del París de los turistas, en el 19e
arrondissement
, en la frontera entre Belleville y Ménilmontant. Ninguna atracción turística, pocos sitios conocidos…

–… pero es un barrio con mucha vida, y barato, y multicultural, y… ¡Dios mío, estaba a punto de decir que es muy «auténtico»!

–¿En qué sentido? ¿Violento?

–No, no sé… El París de verdad. ¿A que hablo como una estudiante? Con treinta y cinco años y viviendo en un pisito de una habitación, como si acabara de salir de la universidad y me tomara un año antes de trabajar.

–Yo creo que París te sienta bien.

–Sí, es verdad.

–Tienes muy buen aspecto.

–¿Sí?

–Has cambiado.

–No, qué va.

–En serio. Estás muy guapa.

Emma frunció el ceño y mantuvo la mirada al frente. Después de caminar un poco más, bajaron por unos escalones hacia el canal Saint Martin, y un bar pequeño al borde del agua.

–Parece Ámsterdam –fue el comentario insípido de Dexter, que cogió una silla.

–Pues es el antiguo enlace industrial con el Sena. –Pero si parezco una guía turística, por Dios–. Pasa por debajo de la Place de la République, de la Bastilla, y luego sale al río. –Cálmate de una vez. Te recuerdo que es un amigo de toda la vida, y nada más–.

Se quedaron un momento sentados, contemplando el agua. Emma se arrepintió enseguida de haber elegido a conciencia algo tan pintoresco. Era tremendo, como una cita a ciegas. Buscó desesperadamente algo que decir.

–¿Qué, tomamos vino o…?

–Mejor no. Se podría decir que ya no bebo.

–Ah. ¿En serio? ¿Cuánto tiempo hace?

–Más o menos un mes. No es que vaya a Alcohólicos Anónimos. Sólo procuro evitarlo. –Dexter se encogió de hombros–. Nunca me trajo nada bueno, eso es todo.

–Ya. Vale. Pues ¿un café?

–Sólo un café.

Llegó la camarera, morena, guapa y con las piernas largas, pero él ni siquiera levantó la mirada. Algo grave le tiene que pasar para que ni siquiera se quede mirando a la camarera, pensó Emma. Pidió en un francés ostentosamente coloquial, y al ver que Dexter arqueaba las cejas, sonrió cohibida.

–He estado yendo a clases.

–Ya lo noto.

–Seguro que no ha entendido ni jota. ¡Probablemente nos traiga un pollo asado!

Nada. Lo único que hacía Dexter era moler granos de azúcar en la mesa metálica con el pulgar. Emma lo intentó otra vez con algo inocuo.

–¿Cuánto hacía que no estabas en París?

–Hará tres años. Vine una vez con mi mujer en una de nuestras famosas escapadas. Cuatro noches en el George Cinq. –Dexter tiró un terrón de azúcar al canal–. O sea, que fue un puto derroche.

Emma abrió la boca, y la cerró. No había nada que decir. El comentario de «al menos no estás amargado» ya lo había hecho.

Dexter, sin embargo, parpadeó con fuerza, sacudió la cabeza y le empujó la mano.

–Mira, he pensado que durante este par de días podrías enseñarme los monumentos, y yo estar tristón, haciendo comentarios tontos.

Emma sonrió, y también le dio un empujoncito en la mano.

–No me extraña. Con lo que has pasado, y lo que estás pasando…

Puso la suya encima. Al cabo de un momento, él se la tapó con la otra; ella le imitó, cada vez más deprisa, como niños jugando; pero también como actores, forzados, incómodos. Violenta, decidió fingir que tenía que ir al baño.

En el servicio, pequeño y maloliente, se miró al espejo con mala cara, y se estiró el flequillo como si intentara sacarse más pelo de la cabeza. Suspiró y se aconsejó tranquilidad. Lo que había pasado, el acontecimiento, era algo aislado que no había que dramatizar; sólo es un amigo de siempre, de toda la vida. Tiró de la cadena, por una cuestión de verosimilitud, y salió otra vez a la tarde calurosa y gris. Delante de Dexter, en la mesa, había un ejemplar de su novela. Se sentó, cautelosa, y la empujó con el dedo.

–¿De dónde sale esto?

–Me lo he comprado en la estación. Había montones. Está por todas partes, Em.

–¿Te lo has leído ya?

–No consigo pasar de la tercera página.

–No tiene gracia, Dex.

–Me ha parecido una maravilla, Emma.

–Bueno, sólo es una tontería para niños.

–En serio, estoy muy orgulloso de ti. Vaya, no es que yo sea un adolescente ni nada, pero la verdad es que me ha hecho reír. Me lo he leído de un tirón. Te lo dice alguien que hace quince años que está con
Howards’ Way
.

–Querrás decir
Howards’ End
.
Howards’ Way
es una serie de la tele.

–Pues como se llame. Es la primera vez que me leo algo de un tirón.

–Bueno, es que tiene una letra muy grande.

–Sí, es lo que más me ha gustado, la letra grande. Y los dibujos. Las ilustraciones son muy graciosas, Em. Me han sorprendido.

–Ah, pues gracias…

–Y encima es emocionante y divertido. Estoy muy orgulloso de ti, Em. De hecho… –Se sacó un bolígrafo del bolsillo–. Quiero que me lo firmes.

–No digas tonterías.

–No, de verdad, me lo tienes que firmar. Eres… –Leyó la contraportada–. «La escritora juvenil más interesante desde Roald Dahl.»

–Dijo la sobrina de nueve años del editor. –Dexter pinchó a Emma con el boli–. Que no, Dex, que no te lo firmo.

–Venga. Insisto. –Se levantó, fingiendo tener que ir al baño–. Voy a dejarlo aquí, y tú me tienes que escribir algo; algo personal, con fecha de hoy, por si te haces famosa de verdad y me hace falta dinero.

En el cubículo, pequeño y apestoso, Dexter se preguntó durante cuánto tiempo podría seguir así. En algún momento tendrían que hablar. Era de locos ir constantemente de puntillas para no tocar el tema. Tiró de la cadena para ser más convincente. Después se lavó las manos y se las secó en el pelo, antes de salir a la acera justo cuando Emma cerraba el libro. Quiso leer la dedicatoria, pero ella puso una mano en la tapa.

–Cuando no esté yo, por favor.

Se sentó y se lo guardó en la bolsa. Ella se inclinó sobre la mesa, con actitud de ir al grano.

–Bueno, te lo tengo que preguntar: ¿cómo va todo?

–Ah, pues de fábula. El divorcio nos lo dan en septiembre, justo antes de nuestro aniversario. Casi dos años de dicha conyugal.

–¿Hablas mucho con ella?

–Si puedo evitarlo, no. Bueno, ya no nos insultamos a gritos, ni nos tiramos cosas; ahora sólo es sí, no, hola y adiós; que de hecho es más o menos lo único que nos decíamos de casados. ¿Te has enterado de que ella y Callum viven juntos? Se ha instalado en su ridícula mansión de Muswell Hill, donde nos invitaba antes a «cenas»…

–Sí, ya lo sabía.

Dexter la miró .

–¿Por quién? ¿Por Callum?

–¡Claro que no! Por… gente, ya sabes.

–Gente compadecida de mí.

–No, compadecida no; sólo… preocupada. –Dexter arrugó la nariz con desagrado–. No es nada malo que se preocupen por ti, Dex. ¿Con Callum has hablado?

–No. Él sí que lo ha intentado. Me va dejando mensajes, como si no hubiera pasado nada. «¡Qué pasa, tío! Llámanos.» Le parece que deberíamos salir a tomar una cerveza y «hablarlo». Quizá me conviniera. Técnicamente, aún me debe tres semanas de sueldo.

–¿Ya trabajas?

–Trabajar, trabajar no. Tenemos alquilada la puta casa de Richmond, y el piso. Es de lo que vivo. –Apuró el café y se quedó mirando el canal–. No sé, Em. Hace dieciocho meses tenía familia y una carrera profesional; no es que fuera ninguna maravilla de carrera, pero tenía oportunidades; aún me hacían ofertas. Un monovolumen, una casita en Surrey…

–Que odiabas…

–No, odiar no la odiaba.

–El monovolumen sí que lo odiabas.

–Bueno, eso sí, pero era mío; y ahora de repente vivo en Kilburn, en un estudio, con la mitad de mi lista de bodas, y tengo… no tengo nada; sólo a mí mismo, y Le Creuset a mogollón. Estoy acabado, se mire como se mire.

–¿Sabes qué creo que tendrías que hacer?

–¿Qué?

–Podrías… –Emma respiró hondo, y levantó los dedos de una mano–. Podrías suplicarle a Callum que te diera otra vez el trabajo. –Dexter la fulminó con la mirada, apartando la mano de golpe–. ¡Es broma, es broma! –dijo ella, echándose a reír.

–Pues me alegro de que le veas tanta gracia a la carnicería de mi matrimonio, Em.

–No le veo ninguna gracia; lo que pasa es que no creo que la solución sea compadecerse.

–No es compadecerse; son los hechos.

–¿«Estoy acabado, se mire como se mire»?

–Lo digo en el sentido de que…, no sé…, pues que… –Dexter miró el canal, y suspiró teatralmente–. De joven, parecía que todo fuera posible. Ahora parece que no lo sea nada.

Emma, a quien le había sucedido lo contrario, se limitó a decir:

–Tan mal no estás.

–Ah, porque hay un lado positivo, ¿no? Te engaña tu mujer con tu mejor amigo…

–Además, tampoco era tu «mejor amigo»; llevabais años sin hablar. Vaya, que… Yo lo que digo… Mira, para empezar no es un estudio en Kilburn, es un piso bien chulo de una habitación en West Hampstead. Yo, por un piso así, habría matado. Y sólo es provisional, hasta que recuperes el de antes.

–¡Pero dentro de dos semanas cumplo treinta y siete! ¡Estoy prácticamente en la madurez!

–¡Treinta y siete sigue siendo treinta y pocos! Más o menos. ¿Que ahora mismo no tienes trabajo? Vale, pero tampoco se puede decir que vivas de la caridad. Tienes rentas de una casa, que a mí me parece una suerte increíble, qué quieres que te diga… Además, hay mucha gente que cambia de vida cuando ya tiene una cierta edad. Entiendo que te quedes hecho polvo, pero tampoco es que fueras tan feliz de casado, Dex. Te lo digo yo, que tenía que escucharlo todo el rato. «Nunca hablamos, nunca nos divertimos, nunca salimos…» ¡Ya sé que es duro, pero puede que a partir de un momento te lo plantees como un nuevo punto de partida! Volver a empezar. Puedes hacer montones de cosas. Sólo hace falta que te decidas.

–¿Como qué?

–No sé… ¿Los medios de comunicación? ¿Y si intentaras volver a ser presentador? –Dexter gimió–. Bueno, vale, pues sin salir por la tele; productor, director o algo así. –Hizo una mueca–. O… ¡O fotógrafo! Antes siempre hablabas de fotografía. O comida; no sé, podrías hacer algo relacionado con comida. Y si no sale nada de eso, siempre tienes el último recurso de tu humilde bien en antropología. –Emma dio énfasis a sus palabras con una palmadita en el dorso de la mano de Dexter–. Antropólogos siempre harán falta. –Él sonrió, y entonces se acordó de que no tenía que sonreír–. Eres un padre sano y en uso de sus facultades, económicamente estable y moderadamente atractivo, de entre treinta y cinco y cuarenta años. Eres… Estás muy bien, Dex. Lo único que te hace falta es recuperar la confianza.

Suspiró y miró el canal.

–¿Ya está? ¿Ya me has arengado?

–Sí, ya está. ¿Qué te ha parecido?

–Sigo teniendo ganas de tirarme al canal.

–Pues entonces, mejor que nos movamos. –Emma puso dinero encima de la mesa–. Mi casa queda hacia allá, a veinte minutos. Podemos ir caminando o en taxi…

Iba a levantarse, pero Dexter no se movió.

–Lo peor de todo es que echo mucho de menos a Jasmine. –Emma volvió a sentarse–. Me desquicia, en serio; y ni siquiera es que fuera buen padre, ¿eh?

–Venga ya…

–Que no, Em, que era un inútil total. Me crispaba. Tenía ganas de estar en otro sitio. Todo ese tiempo, aunque hiciéramos ver que éramos una familia perfecta, yo siempre pensaba: me he equivocado, esto no es para mí. Pensaba en lo genial que sería poder volver a dormir, irme de fin de semana, o simplemente salir de marcha hasta muy tarde y divertirme. Ser libre, sin responsabilidades. Y ahora que lo he recuperado todo, lo único que hago es quedarme sentado con todas mis cosas en cajas de cartón, y echar de menos a mi hija.

–Pero aún la ves.

–Sí, cada quince días; sólo una noche, que es una miseria.

–Ya, pero podrías verla más; podrías pedir más tiempo…

–¡Si fuera por mí, lo haría! Pero le ves la mirada de miedo cuando se va su mami en coche: ¡no me dejes sola con este tío tan raro y tan soso! Le compro tal cantidad de regalos, que es patético. Cada vez que viene, se encuentra una montaña, como si siempre fuera Navidad, porque si no abrimos regalos no sé qué hacer con ella. Si no abrimos regalos, se pone a llorar y a preguntar por su mami, refiriéndose a mami y al cabrón de Callum. Ni siquiera sé qué comprarle, porque cada vez que la veo está cambiada. ¡Estás una semana o diez días sin verla, y ya ha cambiado todo! ¡Que ya ha empezado a caminar, joder, y no lo he visto! ¿Cómo es posible? ¿Cómo me puedo estar perdiendo algo así? Quiero decir, ¿es mi trabajo, no? De repente, sin haber hecho nada malo… –Le tembló un momento la voz. Cambió rápidamente de tono, aferrándose a la rabia–. Y mientras tanto está con ellas el cabronazo de Callum, en su puto pedazo de mansión de Muswell Hill…

Sin embargo, el ímpetu de la rabia no bastó para impedir que le fallase la voz. Se calló de golpe, apretándose la nariz con las dos manos, y abrió mucho los ojos como si intentara aguantarse un estornudo.

–¿Estás bien? –dijo ella, poniéndole una mano en la rodilla.

Él asintió.

–Te prometo que no estaré todo el fin de semana así.

–A mí no me molesta.

–Pues a mi sí. Es… degradante. –Se levantó de golpe y recogió la bolsa–. Vamos a hablar de otra cosa, Em, por favor. Cuéntame algo. Explícame qué haces.

Siguieron el canal, bordeando la Place de la République. Después giraron hacia el este por la Rue du Faubourg Saint Denis, mientras Emma hablaba de su trabajo.

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