Authors: Jordi Sierra i Fabra
âNo voy a hacer la selectividad.
â¿Ah, no?
âNo.
â¿Y la universidad?
âPrefiero leer libros y aprender por mi cuenta. âSe cruzó de brazos, desafianteâ. ¿Por qué el cinco?
âNo tenÃa por qué decirte nada, pero querÃa que supieras la razón.
âDÃgamela. ¿Por qué el cinco?
âTú ya lo sabes.
âNo, no lo sé.
âPuedes pedir una revisión de examen si lo prefieres.
â¿Para qué?
âEs una actitud muy triste, Blasco.
â¿Por qué el cinco? âpreguntó por tercera vez.
âToda esa argumentación tuya, que si Faulkner, que si Steinbeck, que si Hemingway... Y la de los rusos, Dostoievsky, Chéjov, Tolstoi... Extravagante, ¿no crees? Muy barata. ¿No te parece un poco desmedida?
â¿Usted me lo pregunta?
âSÃ, yo, ¿por qué?
â¿Usted ha leÃdo a Faulkner o a Chéjov o a Delibes?
José MarÃa BuendÃa se puso rojo.
âNo te tolero que te insolentes âla previno.
Quiso morderse la lengua.
No pudo.
âYo no me insolento. Estamos discutiendo de literatura, eso que usted dice dar pero de lo que no tiene la menor idea por el simple hecho de que no lee nada y lleva anclado en el pasado desde Dios sabe cuándo. Puede que mis argumentaciones no le gusten, pero quizá sea porque no las entiende, o porque en su cuadriculada cabeza no le caben determinadas palabras.
â¡Blasco, cállate!
âPuede obligarme a callar, pero no a no pensar. Y seguiré cuestionándome su derecho a enseñarme y a evaluarme sin...
â¡A Dirección!
â¿Quiere que mantengamos esta discusión académica en Dirección?
â¡No eres más que una insolente, una rebelde sin causa! ¡Tú deberÃas empezar por cuestionarte qué es la libertad y el compromiso de la vida!
No sabÃa de dónde sacaba tanto valor. Quizá de todo un curso de tragar y tragar. Tal vez de necesitar estallar, y no acabar marchándose de allà sin que aquel memo supiera quién era ella.
Se echó a reÃr.
FrÃvolamente, se echó a reÃr.
âVamos a Dirección, sà âdijo convencidaâ. Me encantará hacer algo más que tragar mierda estos últimos dÃas de infierno. ¿Paso primero por ser una señorita?
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Marcelo Novoa tecleaba algo en su ordenador cuando Rogelio metió la cabeza por el hueco de la puerta, que estaba entornada. No tuvo que decir palabra. El dueño de Discos Karma se dio cuenta de su presencia.
âPasa, pasa.
Se coló en el despacho sin decir nada, y esperó a que su superior acabara lo que estuviera haciendo. No se sentó, optó por seguir de pie. Bajo la omnipresencia del sordo tecleo contempló los discos de oro y platino colgados por las paredes, los premios, los pósteres, los reconocimientos varios, y en los estantes, los
displays
o motivos promocionales empleados en los últimos años. La mayorÃa los habÃa ideado él mismo, asà que los conocÃa bien.
Era como mirar Hiroshima cinco minutos antes de que el
Enola Gay
soltara su bomba.
â¿Qué hay, Rogelio? âMarcelo Novoa se reclinó en su butaca apartándose del ordenador.
No se fue por las ramas. No era necesario. Bastante habÃa hecho callando hasta ese momento.
â¿Qué hay de cierto en eso de que nos compra BMG Ariola?
El propietario de Discos Karma no acusó el golpe. Ni un centÃmetro de su piel pareció recibir el impacto de la sorpresa. La habÃa curtido en años de resistir los embates de tantos y tantos temporales. Tampoco lo traicionó una contracción de la pupila, ni un gesto espasmódico de uno de sus dedos. Nada. Se quedó quieto, inmóvil.
Un puro bronce.
â¿BMG Ariola?
âSÃ.
â¿A nosotros?
âSÃ.
Alzó las dos manos con las palmas hacia arriba.
âPrimera noticia.
Primera mentira.
Rogelio sintió como si alguien con una pala empezara a cavar una fosa bajo sus pies.
âPues es un rumor que parece fiable.
â¿Y de dónde sale?
âNo sé, de la calle. Ya me han llamado un par.
â¿Quiénes?
âUno de un periódico, otro de una discoteca âmintió él a su vez.
âDe verdad, no tengo ni idea.
¿Le decÃa que lo habÃa oÃdo? ¿Que no era un rumor, sino su propia indiscreción hablando por teléfono, creyendo estar solo, sin saber que todavÃa quedaba alguien más allÃ?
âMarcelo...
â¡Coño, Rogelio, que no hay nada! âse enfadó por fin.
âSabes que no nos beneficia en nada que esto circule ahora, ¿verdad?
â¿Y yo qué quieres que le haga si alguien propaga bulos?
Se quedó mirándolo sin saber muy bien por qué derroteros mover la conversación.
âVamos, por Dios. âMarcelo Novoa volvió a abrir las manosâ. ¿Cuándo no hay rumores en este mundillo? Justo cuando intentamos colocar a un artista nuevo... Esas cosas no son casuales. Puede que sea BMG la que esté lanzando sondas, a ver qué pasa. Si Brainglobalnoise funciona, todas van a querer hincarle el diente.
â¿Cómo van las ventas?
El nuevo gesto fue de malestar. Parte de su rostro se arrugó en una mueca de desagrado.
âMenos de lo que esperábamos a estas alturas.
âO sea que mucho ruido y pocas nueces.
âAlgo asÃ. Pero tú sigue, ¿eh? Si generamos el suficiente entusiasmo, las ventas se dispararán.
Le habÃa oÃdo decir que aunque vendieran un millón de copias, la suerte estaba echada. Adiós a Discos Karma.
Adiós a todo.
âMarcelo, no me la juegues âlo previno.
â¿De qué estás hablando? ¿Se puede saber qué te pasa? Llevas unos dÃas que pareces..., no sé, ido.
âComo cierres esto y te largues con la pasta que te den...
â¡Eh, eh! âEl propietario de la discográfica se puso en pie de un saltoâ. Es mi negocio, ¿vale? Haré lo que me dé la gana, cuando me dé la gana y como me dé la gana. âIntentó calmarse a duras penas y acabó apretando los dientes y gritandoâ: ¡Joder, Rogelio! ¡Joder!
Se miraron como perros enjaulados.
Tres segundos.
Suficientes.
Lo último que vio Rogelio antes de abandonar el despacho fue la mezcla de ira y tristeza que, ahora sÃ, impulsó el ojo izquierdo de Marcelo Novoa a traicionarlo con un tic.
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La madre de Gonzalo se lo dijo en voz baja, consciente de que era mejor actuar con cautela, y más con la única amiga aparente de su hijo.
âLleva un par de dÃas muy raro, y apenas si sale de su habitación.
Beatriz detuvo su gesto de llamar a la puerta. Asintió con la cabeza y esperó a que la mujer se retirara del pasillo. Golpeó la madera con los nudillos y aguardó a que él la invitara.
âSoy yo âdijo finalmente para reforzar el gesto.
âPasa.
Abrió la puerta, se coló dentro y la cerró a su espalda, dejando al resto del mundo del otro lado. Le bastó con echarle un primer vistazo a su amigo para darse cuenta de que no estaba de buen humor. Su aspecto era triste, la sensación de abatimiento, general y visible, sobre todo en su desarreglo personal, y la habitación semejaba un campo de batalla.
â¿Qué te pasa? âse alarmó.
âNada âquiso parecer fuerte él.
âAnda ya, hombre.
Gonzalo la observó dos o tres segundos. Su cara reflejó un fastidio máximo. Beatriz optó por sentarse en la cama y esperar.
Su amigo acabó rindiéndose.
âLe dije a Carlos que me gustaba.
Imaginaba que era eso, pero optó por seguir callada.
âMe dijo que no era gay, y se enfadó conmigo por insinuarlo, o por que yo creyera que sÃ, no sé. Luego me pidió que no volviera a hablarle porque... se sentÃa amenazado.
â¿Amenazado?
âEso fue lo que dijo, sÃ.
â¿Y si estás equivocado?
âLo es, pero aún no lo sabe. Y es más: creo que está luchando contra eso, lo cual es peor. Probablemente piensa que es algo malo, o que «se cura» âremarcó las dos palabrasâ, o tiene miedo, vergüenza, inseguridad... âSuspiró con un deje de rabia y agregóâ: Es gay y me gusta, ¿vale?
Beatriz estaba preparada por si se echaba a llorar, dispuesta a acogerlo en sus brazos, a acunarlo y apoyarlo. Pero no hizo falta. Gonzalo apretó las mandÃbulas con rabia, los puños con impotencia, y luego llenó los pulmones de aire y se comió sus propias lágrimas. Acabó lanzando un enorme suspiro.
âIntenta estar cerca, y cuando entienda la verdad...
âEs justo lo que pensaba hacer, pero después de su rechazo...
â¿De verdad te gusta?
âSÃ.
â¿Tanto?
âSÃ, tanto. ¿Tú nunca has estado enamorada?
âAsà no.
âEntonces no lo has estado. Sólo se puede amar de una forma.
La palabra debÃa de ser «absoluta».
â¿Y ahora qué?
â¿Qué de qué?
â¿Piensas quedarte aquà lamiéndote las heridas?
âHe escrito un par de canciones.
âLo que te faltaba. Canciones de desamor, ¿no?
Gonzalo sostuvo su mirada.
âNo te pongas ahora en plan «colega», ¿vale?
â¿Cómo quieres que me ponga si no? ¿Me largo y te dejo, y cuando se te pase ya llamarás? ¿Nos encerramos juntos a llorar nuestras penas? Mira: de entrada, el sábado te vienes conmigo y con Elisabet a Razzmatazz.
â¿A ver qué?
âBrainglobalnoise.
â¿En serio?
âSÃ, en serio.
âPero si los aborreces...
âUno de la discográfica me ha invitado, y pienso comprobarlo con mis propios ojos... y oÃdos. Vamos a ir los tres.
âTu amiga Elisabet está como una cabra. âSe envaró.
âY tú eres gay, asà que estáis empatados.
Gonzalo tardó tres largos segundos en forzar una sonrisa.
Luego la sintió de verdad.
âEres una cabrona âle dijo.
âEstoy haciendo un cursillo a marchas forzadas. âPensó en el maldito profesor de lenguaâ. Asà que no me digas que no formamos un buen equipo.
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Rogelio sorteó la cola de turistas que esperaba para entrar en la Casa de los Huesos, o como demonios llamaran los extranjeros al edificio construido por Gaudà a escasos metros de la esquina del Paseo de Gracia con la calle Aragón. La mayorÃa eran japoneses, pero también los habÃa de otras nacionalidades. Una Babel ya habitual en el centro de Barcelona, con los buses turÃsticos a tope y la sensación de que se trataba de una invasión en toda regla. Pantalones cortos, camisetas, gafas de sol, las cámaras en ristre, gorras, bolsas, los mapas desplegados en las manos, como si el Ensanche fuera muy complicado de seguir o interpretar...
Un par de chicas muy rubias, muy ligeras de ropa, muy sensuales, lo observaron y comentaron algo entre sÃ. Luego rieron.
La más alta incluso le guiñó un ojo.
Volvió la cabeza y continuó caminando.
Se encontró con un insólito vendedor del top manta cerca de la siguiente esquina, bajando por el lado derecho del Paseo de Gracia. VendÃa pelÃculas. Los más recientes estrenos preveraniegos estaban a disposición de cualquiera en DVD, y a un precio de risa. El hombre negro que los vendÃa estaba cómodamente sentado en el suelo, con absoluta impunidad. Probablemente tenÃa un socio en guardia, para alertarlo en el caso improbable de que apareciera la policÃa, algún
mosso d'esquadra
celoso de su trabajo.
Miró a su alrededor y lo localizó.
Ãl sà tenÃa ojos en la nuca, porque lo miró de inmediato, decidiendo si era peligroso o no.
Rogelio no se detuvo.
Cruzó la calle Consell de Cent y llegó a la siguiente acera.
Otro top manta.
Y éste, de discos.
No querÃa mirar, pero lo hizo. No querÃa sentir la ebullición de la sangre, pero la sintió. No querÃa perder la cabeza, sobre todo porque llevaba ya todos aquellos dÃas deseando golpear a alguien, pero la perdió.
Todo de golpe.
Muy rápido.
El disco de Brainglobalnoise estaba en el centro, muy visible gracias a su impactante portada. Lo flanqueaban otros varios CD de moda, lo último, lo más vendido, lo más deseado por la gente. De hecho, un par de chicos estaban estudiando el contenido de la manta en ese momento, hablando entre sÃ. El vendedor, otro hombre negro, más joven que los anteriores, con la huella de la travesÃa del Estrecho todavÃa prendida de sus ojos rojizos, esperaba la decisión de los dos chicos.