Authors: Jordi Sierra i Fabra
Brainglobalnoise era de estos últimos.
Los camerinos estaban llenos, a rebosar. Tres de ellos y un enjambre de chicas, todas altas, todas guapas, todas excitantes, con ropas llamativas y escasas, salidas de Dios sabÃa dónde. Siempre habÃa chicas donde hubiera músicos. Formaban parte del decorado. Los tiempos de las
groupies
habÃan pasado, pero los de la carne femenina disponible como
atrezzo
no. Mario tenÃa a dos, sujetas por sus desnudas cinturas de avispa. Rocky dejaba que su mano cabalgara por encima del hombro de otra, rozando casi el pecho de la chica, mientras hablaba con la seguridad de quien ya está de vuelta de todo, pese a tener únicamente veinte años. Eliseo se estaba besando con una casi un palmo más alta que él, con otras tres riendo la gracia y, quizá, esperando turno. Faltaba David M., probablemente con su novia, quizá haciéndolo para «descargar tensiones».
Y Faltaba ZQ.
Fue a la puerta cerrada y ni siquiera llamó. La abrió de golpe.
El baterÃa estaba iniciando el esnifado de una raya de coca, perfectamente alineada sobre un espejito.
La mayorÃa de los que tomaban coca asà lo hacÃan sobre un espejo. Tal vez para verse la cara de idiotas que ponÃan mientras se colocaban.
ZQ levantó la cabeza, primero inquieto, después molesto por la interrupción al reconocerlo. Iba a proseguir con su acción, pero no supo ver el rictus de malestar del aparecido. Cuando se lo encontró encima ya era demasiado tarde.
El espejo con la coca salió disparado contra la pared.
â¡Pero qué coño...! âSe levantó asustadoâ. ¿Sabes la pasta que...?
No pudo ni acabar la frase. Rogelio lo sujetó por la camisa y lo empujó contra la misma pared a la que habÃan ido a parar la coca y su soporte, asà como el canutillo para el esnifado. El choque fue demoledor. Tanto que una bocanada de aire se le escapó al músico por entre los labios.
â¡Maldito imbécil! âLe escupió las dos palabras a la cara.
â¡Eh, eh, para! ¿De qué vas? ¡Suéltame, coño!
âÃyeme bien, mamón soplapollas. âRogelio pegó su cara a la del baterÃa, de forma que la sensación ciclópea se agigantó para ambos, pero más aún para el músico por la violencia y el gesto de la cara y la voz de su agresorâ. Aún no sois nadie, sois una mierda, estáis empezando... ¿Y ya asÃ, tomando drogas? ¿Tan fácil?
â¡Era para dar el callo esta noche! ¡Tú mismo dijiste que era importante!
â¡Todas lo son! ¡No hay ni una sola noche en la vida de un músico que sea menor! ¡Hay un público, y han pagado por veros, hoy, mañana, siempre! âJadeaba más por su ira que por cansancioâ. ¿Y mañana? ¿Y pasado? ¿Es que no ves que si tomas una noche, lo harás otra y otra y otra más? ¿Quieres ser uno de los ilustres muertos del Club de los 27?
â¡Suéltame!
â¡Eres un mamón, ZQ! ¡Lo sois todos, aquà con chicas, creyendo que ya lo tenéis todo hecho! ¡Unos mamones niñatos de mierda!
â¡A mà no me...! âZQ intentó apartarlo de una vez.
No pudo.
Rogelio lo zarandeó, le dio dos tortas y lo empujó hacia un lado. El baterÃa cayó sobre una mesa repleta de bebidas y algunos canapés para después del concierto. La mesa se hundió y el estruendo fue tal que a los tres segundos se abrió la puerta. Mario, Eliseo y Rocky, con su cohorte de admiradoras detrás, se asomaron al caos.
Rogelio ya no esperó más.
Pasó entre ellos, empujándolos, con la misma furia con la que acababa de golpear y derribar a ZQ, dominado por la rabia que llevaba dÃas poseyéndolo, y los dejó atrás en silencio.
â¡SalÃs en cinco minutos! âgritóâ. ¡Puntuales!
Â
Â
La salida de Brainglobalnoise a escena fue saludada con un griterÃo ensordecedor. GriterÃo y entrega de fans, salutación y éxtasis, inicio de ritual y comunión. No hubo presentaciones. Ninguna palabra. Atacaron
Kontaminación
, directamente, para dejar bien alto y bien claro que serÃa un concierto sin concesiones, culminante desde la entrada, sin un segundo de respiro. Los fans aullaron, todo Razzmatazz se puso a brincar. Los gritos desaforados de David M., punteados por su guitarra y las de Mario y Eliseo, crearon un farragoso estruendo metálico apoyado por ZQ a la baterÃa y Rocky al bajo. Era un sonido aplastante, decibelios al máximo. El infierno en la Tierra.
Todo menos algo celestial.
Lo primero que se preguntó Beatriz fue si aquellos cinco aspirantes a estrellas habÃan escuchado alguna vez a Led Zeppelin, Aerosmith, AC/DC...
Bueno, lo suyo tampoco era rock duro. ¿Cómo lo llamaban? ¿Trash-rap-hop-metal-hardcore?
Posiblemente, David M. fuera lo mejor del quinteto. El tuerto en el paÃs de los ciegos. Su voz tenÃa matices, más cuando cantaba que cuando rapeaba, y más cuando rapeaba que cuando gritaba. Como guitarra era efectivo, sin alardes, por eso necesitaba a los otros dos. Mucho truco. Ninguna digitación. Perfecto candidato a darles la patada a los restantes cuatro miembros de la banda en cuanto las cosas fueran mal dadas, triunfaran hasta el punto de asentarse y estancarse o recibiera una oferta suculenta para iniciarse en solitario.
Beatriz intentó aguantar la paliza sónica con la mejor cara.
A su lado, Elisabet saltaba hecha una loca.
â¡No me digas que no son geniales! âle bramó al oÃdo.
â¡Alucino! âle respondió igualmente a gritos.
â¿A que sÃ? âentendió mal su amiga.
No habÃa escapatoria. Aunque regresara al
backstage
, las dimensiones del local hacÃan que la música fuera omnipresente en todas partes. Quizá fuera una vieja prematura. Todos los que estaban allà participaban de la orgÃa auditiva menos ella. Saltos, emoción, empatÃa... Para muchas y muchos, Brainglobalnoise eran lo esperado, lo que necesitaban. Para otras y otros, una válvula de escape. Ellos ponÃan letra a su malestar constante, a su rebeldÃa y su rabia. El grupo adecuado en el momento oportuno. Quizá ése fuera su mérito.
Y a pesar de todo, seguÃa sin creérselos.
Ni por Rogelio.
Lo buscó sin verlo, y no quiso parecer ansiosa escudriñando la sala de conciertos, algo difÃcil además por los constantes cambios de luz en el escenario. Elisabet vivÃa su noche, no paraba. Al otro lado, Gonzalo seguÃa el ritmo con los pies, sólo eso. Nada en él se movÃa más allá de esas concesiones. Tampoco era su música, pero al menos, la excusa habÃa servido para sacarlo de su casa y de su depresión. Las canciones que componÃa y cantaba, asà como las letras, eran preciosas. Nada que ver con los protagonistas del concierto.
De vez en cuando, Gonzalo sà miraba arriba y abajo, a derecha e izquierda.
Extrañamente, Beatriz sintió envidia.
Los gays ligaban más y mejor. Les bastaba una mirada, reconocerse, porque ésa era la clave, que se reconocÃan entre sÃ, y a partir de este punto, todo dependÃa de lo rápido que quisieran ir. En cambio, un hetero, chico o chica, debÃa seguir el ritual. Si una chica se acostaba con un chico a la primera, era una puta. Si un chico lograba seducir a una chica a la primera, era un ligón.
A lo peor, ya estaba cargada de prejuicios.
Se estremeció.
Necesitaba ser y sentirse como lo que era, alguien en la etapa final de la adolescencia, alguien a las puertas de la primera juventud, si no es que ya las habÃa cruzado.
HacÃa tiempo.
¿No decÃan que era «muy madura» para su edad?
â¡Hola!
Volvió la cabeza. Rogelio estaba allÃ, justo detrás de ella, inclinado para hablarle o quizá esperar una respuesta suya.
â¡Hola!
â¿Qué tal?
â¡Bien!
â¡No lo parece!
Beatriz le dirigió una sonrisa amable, mitad comprensiva mitad resignada. La proximidad hizo que casi se viera reflejada en las pupilas de él. Y comprendió que, en este caso, el efecto era doble, un puro
feedback
, porque él también la miró con intensidad. Era como si una extraña quÃmica se desatara estando juntos.
¿QuÃmica o... feromonas?
â¡No suenan mal, pero me siguen pareciendo unos pardillos!
â¡Son pardillos! âle dio la razón Rogelioâ. ¡Pero en eso andamos, tratando de pulirles los defectos!
â¡Habrá que ir a Lourdes!
â¡Muy graciosa!
Dejaron de gritarse el uno al otro para prestar atención a la música, aunque lo cierto es que hablar era difÃcil si no se hacÃa alzando la voz junto al oÃdo.
Beatriz siguió muy quieta.
Rogelio, detrás de ella.
Â
Â
Rogelio, más que respirar, aspiraba.
No era el mejor de los lugares para hacerlo, para llenarse del aroma de una mujer, por cerca que estuviese de ella. Los saltos de la concurrencia habÃan llenado ya el espacio de polvo y sus efluvios sudorosos se expandÃan con generosa profusión. Aun asÃ, seleccionó el olor captado el dÃa del parque, y también a la entrada de Razzmatazz, en el momento de darle los dos besos. Rozó el cabello de Beatriz con la punta de su nariz y retrocedió, temeroso de que la chica volviera la cabeza o lo notara. Pero su invitada no hizo nada, continuó inmóvil.
La música de Brainglobalnoise no era el mejor de los afrodisÃacos, pero era la primera vez que podÃa desnudar su alma y preguntarse qué demonios le estaba sucediendo con aquella chica.
¿Por qué aquella sensación, la turbación de...?
Era algo fÃsico, pero también anÃmico. Algo que procedÃa de su erotismo turbador y que al mismo tiempo se canalizaba a través de su dulzura. HabÃa magia, magnetismo, intensidad, calor, emociones... un rosario de pequeñas cosas altamente seductoras, sobre todo para alguien súbitamente vulnerable como él. La descarnada violencia sexual que le motivaba contemplarla se aquilataba con la sensación de paz que le producÃa el efecto siguiente.
¿Era el náufrago buscando una tabla de salvación y ella lo primero real y tangible que tocaba?
¿Un espejismo?
¿Cuántas veces se habÃa colgado de alguien y luego...?
Intentó concentrarse en el grupo. Eran su lanzamiento, y hasta el momento de escuchar a Marcelo Novoa hablando de vender la compañÃa a una multinacional, creÃa que también eran su tabla de salvación, con cuyas ventas, la discográfica volverÃa a estar arriba, al menos un año, dos, quizá más, algo imposible de saber en el volátil mundo del disco. Sabiendo ahora que el final era el mismo, inevitable, no tenÃa por qué engañarse más a sà mismo.
Tampoco sentÃa nada.
Brainglobalnoise era exactamente lo que habÃa dicho Beatriz en su blog: un producto, ni más ni menos. Un artificio para vender. Una excusa como otra cualquiera, mucho ruido y pocas nueces. Justo lo que en muchas ocasiones pedÃa el público.
Para cosas serias ya estaban los dinosaurios como Dylan, o Cohen, o Waits.
Buscó algo más que decirle.
Pero optó por seguir callado.
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Â
Beatriz sabÃa que él estaba detrás, mirándola, absorbiéndola. Un par de veces habÃa percibido un cosquilleo en el pelo, como si él se acercara tanto que la rozara, aposta o sin pretenderlo, oliéndola o acariciando su pelo con una mano. No se atrevÃa a cambiar de posición. No se atrevÃa a moverse. No querÃa ver ni saber. Ãnicamente esperaba. De hecho, lo que sucedÃa en el escenario ya no era cosa suya. Pasaba. Lo importante era lo que acontecÃa a su espalda.
Se estremeció imperceptiblemente.
¿Qué le sucedÃa?
Se habÃa fijado alguna vez en algún chico, antes de descubrir que era estúpido o ya sin acercarse a él para no hacer el ridÃculo. Más o menos a los dieciséis habÃa comprendido que los de su edad se le quedaban pequeños; de entrada, en el aspecto intelectual, y luego fÃsicamente. Que tuvieran cinco años más tampoco le sirvió de mucho. Siguieron pareciéndole vacÃos. Ahora era la primera vez que alguien mayor, tan mayor, le despertaba los sentidos, la zarandeaba, la obligaba a hacerse preguntas para las que no tenÃa ninguna respuesta porque no estaba preparada para ellas.
Y ya no era un espejismo.
En el parque tal vez sÃ. Por la sorpresa, por acabar de conocerse. Por la situación, el momento...
Allà no.
AllÃ, la electricidad era superior a la del conjunto, que se desgañitaba en el escenario intentando gustar por la vÃa más directa, la del apabullamiento sónico.
El roce se hizo más intenso al aproximarse Rogelio a su oÃdo.
â¡Ha llegado el director de mi compañÃa, tengo que dejaros!
â¡De acuerdo!
â¡Diles a tus amigos que lo de presentarles al grupo será otro dÃa, que lo siento! ¡Ha habido un problema con ZQ, el baterÃa, y luego no va a estar la cosa...!
â¡Lo entiendo, tranquilo!
â¡Hasta luego!
â¡SÃ!
Quiso decirle «no te vayas», pero prefirió callar. ZQ montarÃa la pelotera con Marcelo Novoa. TendrÃan unas palabras, todos, y no estaba muy seguro de parte de quién se pondrÃa el dueño de Discos Karma. Para bien o para mal, estaba trabajando.