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Authors: Natsume Soseki

Soy un gato (7 page)

BOOK: Soy un gato
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—¡Mikeko, Mikeko! —y le hice una señal con mi pata.

—Hola, maestro —me saludó mientras bajaba de la galería. Una campanita sujeta a su collar rojo tintineaba ligeramente. Me dije: «Lleva una campanita porque es Año Nuevo». Mientras me admiraba con su cascabel, se plantó junto a mí.

—Feliz Año Nuevo, maestro —dijo mientras movía la cola hacia la izquierda. Entre los gatos, cuando nos saludamos, primero se levanta la cola hacia arriba y luego se gira hacia la izquierda. Mikeko es la única en el vecindario que me llama «maestro». Como ya he dicho antes, todavía no tengo nombre, y es Mikeko, y sólo ella, la única que me muestra respeto otorgando un nombre a este pobre gato que vive en casa de un profesor. De hecho, no me desagrada que se refieran a mí como «maestro», así que respondí de buena gana a su saludo:

—Feliz Año Nuevo para ti también. ¡Vaya! Tienes un collar muy bonito...

—Sí. La señora lo compró para mí. ¿Verdad que es precioso? —y lo hizo tintinear.

—Precioso. Y tiene un sonido muy bonito. Nunca he visto nada tan hermoso en toda mi vida.

—No será para tanto. Todo el mundo tiene uno. —Y comenzó a hacerlo tintinear una y otra vez—. ¿No te parece un sonido increíble? Estoy tan feliz... —Y seguía dando golpecitos con su campana.

—Tu dueña te debe de querer mucho —dije mientras comparaba mi vida con la suya. Sentí cierta envidia.

Mikeko es una criatura inocente. Repuso:

—Sí. Es cierto. Me trata como si fuera su propia hija. —Rió cándidamente. No es cierto que los gatos nunca se rían. Los seres humanos se equivocan al pensar que son las únicas criaturas capaces de hacerlo. Cuando me río, los orificios nasales se me ponen triangulares y la nuez me tiembla. Pero mis amos parecen no darse cuenta.

—¿A qué se dedica tu amo? —le pregunté.

—¿Mi amo? Suena extraño. De hecho es un ama. Una señora. La señora del arpa japonesa.

—Lo sé. Pero quiero decir, ¿qué orígenes y posición social llene? ¿Es una persona de alta cuna?

—Oh, sí.

La señora, entonces, comenzó a tocar el arpa en el interior de la casa y a cantar:

Mientras te espero,

Junto a un pequeño pino enano...

—¿No crees que tiene una voz increíble? —preguntó MikeI o muy orgullosa.

—Parece preciosa, pero no entiendo lo que está cantando. ¿Cuál es el nombre de la pieza?

—¿Esa? Se llama no se qué. A la señora le gusta mucho. ¿Sabías que ya tiene sesenta y dos años? Pero se conserva estupendamente, ¿no te parece?

Supongo que debo admitir que se conserva bien. Tras sesenta y dos años ha logrado sobrevivir. Vaya récord. Por eso contesté con un lacónico «sí». Pensé que había dado una respuesta un poco tonta, pero estaba un poco obnubilado y no se me ocurría nada más brillante que decir.

—Quizás no lo parezca, pero era una persona de muy buena posición. Ella siempre está recordándomelo.

—¿A qué se ha dedicado entonces?

—Pues, según tengo entendido, es la decimotercera viuda del secretario privado de la hermana menor de la madre del marido de la sobrina de la hermana de un
shogun
.

—¿Cómo dices?

—Pues la decimotercera viuda del secretario privado...

—Vale, vale, no tan rápido. La decimotercera viuda del
shogun
privado de...

—¡No, no, no! La decimotercera viuda del secretario privado. ..

—La viuda del
shogun
...

—Eso es.

—Del secretario privado, ¿no?

—Eso es.

—Marido de...

—No, hermana menor del marido.

—Ah, por supuesto. ¿Cómo se me ocurre? Hermana menor del marido.

—Hermana de la madre del sobrino. Eso es.

—¿Hermana de la madre del sobrino?

—Eso es. Lo has entendido.

—No del todo. Es tan enrevesado que todavía no lo entiendo. ¿Cuál es exactamente su relación con la decimotercera viuda del
shogun
?

—Pero mira que eres estúpido cuando te lo propones. Te lo acabo de decir precisamente. Es la decimotercera viuda del secretario privado de la hermana menor de la madre del marido de la sobrina de la hermana de un
shogun
.

—Todo eso lo he entendido, pero...

—Entonces ya lo sabes, ¿no?

—Sí —tuve que conceder finalmente. Siempre hay un momento para las mentiras piadosas.

Detrás de las puertas correderas de papel de arroz, el sonido del arpa se detuvo de pronto y la voz de la señora inquirió:

—¡Mikeko, Mikeko! Ya está listo tu almuerzo.

Mikeko se puso contenta y dijo:

—Me está llamando. Tengo que irme. Espero que sepas excusarme. ¿Qué podría decir yo ahora? Ven a verme otro día— dijo. Entonces se dio media vuelta y echó a correr por el jardín haciendo tintinear su campanita. Pero de repente se volvió y trotó hacia mí de nuevo:

—Tienes mala pinta. ¿Te pasa algo? —preguntó.

No podía contarle mi lamentable historia de la danza del
mochi
, así que le dije:

—No. Nada en especial. Sólo que he estado pensando en cosas que me han dado un terrible dolor de cabeza. Por eso te he llamado antes, porque pensé que hablando contigo se me pasarían todos los males que me aquejan.

—¿En serio? Bueno, cuídate. Hasta luego entonces. Parecía un poco apenada de dejarme, lo cual me subió la moral y me ayudó a recomponerme de la atroz experiencia del
mochi
. Me sentí volver a la vida. Ahora estaba recuperado, así que decidí volver a casa pasando por la plantación de té. La escarcha acababa de descongelarse. Metí la cabeza por el agujero de la valla de bambú y allí estaba Kuro, sobre los crisantemos secos, estirándose y elevando su espalda en un gran arco negro. Ya no me sentía acobardado por él pero, como supuse que cualquier conversación podría terminar en problemas, me esforcé por evitarle. En la naturaleza de Kuro no estaba esconder sus sentimientos, y si notaba que alguien le hacía un desaire, inmediatamente le hacía frente:

—¡Eh, tú, el gato sin nombre! Estás de lo más escurridizo últimamente, ¿no te parece? Puede que vivas en la casa de un profesor, pero no te des esos aires. Y ten cuidado, te prevengo. No trates de ignorarme.

Kuro no parecía estar al tanto de que yo ahora era una celebridad. Querría habérselo explicado, pero no parece de esos tipos capaces de entender según qué cosas, así que simplemente desistí y le ofrecí una excusa cortés para escaparme tan rápido como me fuera posible:

—Feliz Año Nuevo, Kuro. Tienes tan buen aspecto como siempre.

Levanté la cola y la giré hacia la izquierda. Kuro, con la suya bien erguida, rechazó mi saludo.

—¡Qué feliz, ni feliz! Si el Año Nuevo es feliz es que entonces debes de estar loco con ese diminuto cerebro que tienes. Y ahora lárgate rapidito, cara de acordeón.

Ese giro de la frase relacionado con la cara de acordeón, parecía bastante insultante, pero el contenido semántico de la expresión se me escapaba.

—¿Qué quieres decir con cara de acordeón? —pregunté.

—Vaya. Te insulto y te quedas ahí pasmado preguntándome por el significado de mi insulto. ¿Sabes qué? ¡Paso de ti! Eres el bobo de Año Nuevo.

¡Un bobo de Año Nuevo! Vaya, suena un tanto poético, pero su sentido profundo se me hacía todavía más oscuro que el de cara de acordeón. Me hubiera gustado preguntarle otra vez por el significado de este nuevo insulto, para incorporarlo a mi vocabulario, pero, como era obvio que no recibiría una respuesta, me quedé parado frente a él sin decir una palabra. La verdad, me estaba sintiendo bastante torpe. Pero entonces, justo en ese momento, se escuchó la voz de su dueña gritando:

—¿Dónde diablos está el trozo de salmón que había dejado encima del estante? ¡Madre mía, ese demonio de gato ha estado aquí otra vez y lo ha robado! ¡Es la criatura más sucia que he visto en mi vida! ¡Se va enterar de lo que es bueno cuando vuelva!

Su voz estridente y vulgar rompió la atmósfera de paz y armonía. Kuro puso cara de desdén como diciendo: «Si quieres gritar, hazlo», y abrió su cuadrada mandíbula en dirección a mí, desafiante: «¿Has visto qué follón?», parecía decirme con su mirada. Hasta ese momento había estado demasiado ocupado hablando con Kuro como para darme cuenta de nada más; pero entonces me fijé, y entre sus patas pude ver los restos de un hueso de la parte más barata del salmón.

—¡Vaya! Así que has vuelto a liarla de nuevo. —Olvide nuestra reciente discusión y le ofrecí una de mis más amables exclamaciones de admiración, pero eso no pareció suficiente para que su humor cambiara.

—¿Liándola de nuevo, dices? ¿Qué quieres decir con eso, Mingo impertinente? ¿Y a qué te refieres con ese «de nuevo», cundo no se trata más que de la parte más esmirriada de un pez barato? ¿No sabes quién soy yo? Soy Kuro, el gato del carretero, maldita sea. —A pesar de no tener mangas de camisa que enrollarse para la pelea, levantó la pata derecha a la altura del hombro en un gesto agresivo.

—Siempre he sabido quién eras, Kuro el del carretero.

—Si lo sabes, ¿entonces por qué demonios tienes que decir que si la he estado liando de nuevo? —gritó. Su voz sonaba como un tornado.

Si fuéramos hombres, seguro nos habríamos agarrado para darnos una buena tunda. Pero era un gato, y bastante desconcertado. Y me estaba preguntando cómo podría salir de esa situación cuando de repente la voz de la mujer tronó de nuevo:

—Nishikawa-san. ¿Puede oírme? Tráigame un kilo de ternera ¿Ha oído? Y rapidito. Un kilo de ternera, ¿de acuerdo?

Sus voces al teléfono pidiendo carne rompieron una vez más la paz del vecindario.

—Para una vez que pide carne de ternera, lo tiene que hacer a voces, para que se entere bien todo el mundo. Quiere que todos hablen de su maravilloso kilo de ternera. ¿Qué se puede hacer con una mujer como esa? —exclamó Kuro mientras estiraba sus cuatro patas a la vez.

Como no se me ocurría ninguna respuesta, me mantuve callado y me limité a observar.

—De todos modos, no entiendo cómo encarga sólo un kilo. Pero creo que eso bastará. Si lo agarro luego, me lo zampo entero —dijo Kuro, como si el encargo fuera para él.

—Vaya, esta vez sí que te vas a dar un buen atracón —le dije para ver si conseguía escabullirme de sus ataques. Pero Kuro se volvió hacia mí y me taladró con la mirada:

—Esto no tiene nada que ver contigo. ¡Cierra tu bocaza de una vez! —Y usando sus patas traseras me dio una coz que me lanzó rodando por el barro. Aterricé en un charco que el deshielo de la escarcha había dejado en medio de la plantación. Aquello me pilló completamente desprevenido. Estaba sacudiéndome los restos de barro del cuerpo cuando Kuro desapareció, probablemente para tomar posesión de su kilo de ternera.

Volví a casa cabizbajo y encontré el lugar más concurrido de lo normal. Incluso la risa del maestro sonaba más jovial que de costumbre. Me preguntaba el porqué de aquellas bromas, y salté a la galería. Cuando llegué vi al maestro junto a un invitado desconocido. Tenía una cabellera muy cuidada, y vestía un
haori
de algodón y un hakama.
[15]
Parecía un estudiante, además de una persona muy seria. Junto al brasero del maestro, apoyada en una esquina de la pitillera laqueada, había una carta de visita en la que estaba escrito: «Tengo el placer de presentarle al señor
o
chi Toito. De parte de Kangetsu». Como me había perdido el comienzo, la conversación que tenía lugar entre el anfitrión y el huésped sonaba de lo más enigmática. Pero supuse que estaban hablando de Meitei, el esteta de quien ya he hablado en otras ocasiones.

—.. .y me dijo que fuera con él porque se le había ocurrido una idea bastante ingeniosa —comentaba el invitado tranquilamente.

—¿Quiere decir que hay algo interesante en el hecho de ir a comer a un restaurante occidental? —El maestro sirvió más té para el invitado y empujó levemente la taza hacia él.

—Bueno, en ese momento no entendí que podía tener de interesante, pero tratándose de «su» idea, pensé que merecía la pena y ...

—Le acompañó usted. Ya entiendo.

—Sí. Pero me llevé una sorpresa.

El maestro le miró como si pensara: «lo sabía», y me dio una palmadita en la cabeza como para afirmarse. El coscorrón me dolió un poco.

—Supongo que le haría a usted alguna de sus grotescas jugaditas. Tiene tendencia a reírse de la gente. —Todavía se acordaba del asunto de Andrea del Sarto.

—¿Ah, sí? Bueno, sugirió que podíamos comer algo especial...

—¿El qué?

—Antes de nada, mientras estudiábamos el menú, me dio lodo tipo de información sobre la comida.

—¿Antes de pedir nada?

—Sí.

—¿Y entonces?

—Entonces, girándose hacia el camarero dijo: «Parece que no hay nada especial en la carta». El camarero pareció no darse por enterado y sugirió pato asado o ternera en salsa, tras lo cual él dijo que no habíamos ido hasta allí desde tan lejos para comer un simple menú, un menú común y corriente. El camarero pareció no entender qué quería decir con lo de un simple menú, común y corriente, y se alejó algo aturdido.

—Ya. Me puedo imaginar la situación.

—Entonces, volviéndose hacia mí, me dijo que en Francia o en Inglaterra uno podía comer la cantidad de platos que quisiera preparados
à la Tenmei o à la Many
o
shu,
[16]
pero que en Japón, fueras donde fueras, la comida estaba tan estereotipada que a uno casi se le quitaban las ganas de entrar en un restaurante occidental. Así siguió un buen rato y cada vez se ponía más desagradable. Pero, ¿este hombre ha estado alguna vez en el extranjero?

—¿Meitei? ¿En el extranjero? Por supuesto que no, aunque no por falta de tiempo o de dinero. Si quisiera, podría viajar a Occidente en cualquier momento. Probablemente estaría transformando su mera intención de hacer un viaje en el futuro, en una especie de amplia experiencia viajera. Le estaría gastando a usted una broma. —El maestro se rió como si hubiera dicho algo ingenioso, pero su invitado le miró como si nada.

—Ya veo. Me preguntaba si había estado en el extranjero. Yo suelo tomarme todo lo que dice bastante en serio. Además, describía la sopa de babosa o el asado de rana con tal precisión, que parecía como si los hubiera visto con sus propios ojos.

—Se lo habrá escuchado a alguien. Le gusta mucho incurrir en ese tipo de inexactitudes. Lo hace a propósito.

—Será eso —afirmó el invitado algo decepcionado mientras fijaba su mirada en el narciso del florero.

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